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La cronología huele rancia cuando la existencia es el túnel sin final ya conocido… los ganadores son los mismos, los perdedores también.

En el siglo XX la dictadura silencia, la democracia miente y la ciencia es arma cardinal del genocidio.

La razón permuta el alma a la lógica calculatoria y la estadística celebra el recuento: los muertos del poder se cuentan de a millones.

El orden mundial está delimitado por el derecho de unos pocos, dueños de todo. El norte traza los límites del mapa y señala: la barbarie de este lado, la civilización del otro.

América latina, es el patio trasero de la memoria cultural que recurre a un olvido histórico.

En esta región, el progreso es inverso, las maquinas tienen más derechos que las gentes, las ideas se importan, y la población negra e indígena, no alcanzan el estatus de ciudadanía, víctimas del costo humano y ecológico de la modernización que nunca llega.

La era industrial marca la época: la libertad consiste en el derecho de las empresas a expropiar tierras y hacer de la naturaleza un eterno basural. Sea por guerras o trabajo, el sistema disciplina los cuerpos que luego la industria escupe como bolsa de huesos.

El contexto es casi el de siempre, casi.

A pesar del pesimismo temporal, la época, en exceptuadas ocasiones logra ser conmovida, escapando a la propiedad privada de aquellos que la escriben falseándola.

En estos casos dicen que una vez relatada la épica, la lucha del guerrero metamorfosea, implosiona, y sigue combatiendo, desde la poesía.

La crónica nos sitúa en abril de 1965 cuando irrumpe en la escena el desaparecido público.

Fidel lee las palabras imposibles, puño y letra de su camarada, que ahora son de Cuba y del mundo.

La CIA se empeña en buscar por agua, tierra, y aire lo que ya no existe y difama las mentiras que tanto le gustan a la opinión pública.

Si por años los cubanos fueron invisibilizados ¿por qué no camuflarse en la alegoría de ser como ellxs?

Pareciera ser que desaparecer para luchar es posible en la Cuba comunista.

Sin embargo, luchar y desaparecer forma parte del plan Cóndor perpetrado por la dictadura Argentina.

El recuerdo triunfal de la Habana quedó atrás cuando el Congo belga es el reflejo de nuestra América pero multiplicado quien sabe cuántas veces.

El circo del hambre y las promesas del colonialismo voraz, fueron motivo suficiente para deponer el sillón de ministro y mezclarse en la selva abrazandoa las culturas que occidente negaba.

Y así partió, evolucionando el pensamiento, ensanchando la razón, subvirtiendo su cultura, despegándose de sí.

El final del comienzo lo aproximaban a las últimas de sus hazañas:

Con lentes, sombrero, y una prótesis bucal Ramón Benítez retorna a Cuba. Soledad y coraje en iguales proporciones para enmascarar el rostro en Praga, para sembrar luego, la semilla, última y eterna, en Bolivia.

¿Cómo encarar la formación del ser culturalmente nuevo despojado aunque consciente de tanta carga histórica?

¿Cómo nombrar al dolor, ganar y escoger el bando de los vencidos, ser siempre otrxs?

¿Dónde cabe el ser utópico en un mundo distópico?

Dios es católico, imperialista y el mito dice que solo atiende en el Vaticano.

Guevara es argentino y cubano, memoria insurgente, idioma pujante escogido por los pueblos sometidos y de pie del mundo.

¿En qué dimensiones del infinito cabe el ser que fue, que todavía es?

¿Cómo no admitir versos, metáforas, retórica cuando la historia es sacudida y condensada alrededor de un animal político?

¿Qué rostro le cabe a la nostalgia de una mirada histórica?

Una mañana de Córdoba Ernestito fue Guevara, una mañana de Cuba Ernesto fue el Che.

¿En este largo viaje es posible desmitificar la multiplicidad del ser? ¿Cuántos seres al día somos?

En el presente de la desigualdad ¿Cuánto cuestan los ojos latinxs que se roba la represión? ¿Cuánto cotiza respirar la calle viva? ¿Cuántas vidas vale la república?

¿Desaparece el desaparecido?

La juventud, revolución del nuevo siglo sentencia:

Trastocar la historia puede ser posible, abrazar a Colombia y sentir al Che, también.

Ser el Che, la pausa en el tiempo.

Juan Francisco Blascone
Juan Francisco Blascone

Soy un momento, las palabras que leo y las que escribo, me aferro a la creencia de que las ideas puedan hacerse carne en la cuestión social. Pienso que la realidad es un circo, desconfío del sentido común y mantengo una relación compleja con el ser y el tiempo. Creo en las utopías, por eso demando la conjunción del arte, la lucha, y la ciencia. Admiro la osadía de Estela, y la sensibilidad del Che.

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