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POR MIRANDA CERDÁ CAMPANO*

Hace algunos días, el Gobierno argentino, a través de su Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, a cargo de Felipe Solá, adoptaba la definición de antisemitismo que propone la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA) e invitaba a las 24 jurisdicciones del país a seguir la misma línea (este jueves la Ciudad de Buenos Aires envió el respectivo proyecto de ley a la Legislatura porteña). La entidad israelí afirma que “el antisemitismo puede expresarse como el odio a los judíos, pero las manifestaciones físicas y retóricas antisemitas pueden dirigirse a los bienes, instituciones y lugares de culto de las comunidades judías”.

Básicamente, sin mencionar la palabra sionismo y de manera muy oportunista, la IHRA abraza esta ideología de ocupación y colonialismo en la definición. Condenar al sionismo resulta, entonces, comparable con conductas antisemitas, cuando para ser sionista no se tiene que ser judío y ser judío no implica ser sionista, necesariamente.

Por semita se entiende a un conjunto de lenguas que descienden de una lengua madre con la que todas están relacionadas. Ojo, el término fue acuñado por varios filólogos europeos, así que los pueblos considerados semitas no tendrían por qué sentir orgullo de llamarse a sí mismos semitas. Pero siguiendo la definición europea, las lenguas semitas son, entre otras, el árabe, el hebreo, el arameo. Es decir que los pueblos semitas son todos los que hablen esa lengua por tradición.

En este sentido es importante mencionar algo que en varias oportunidades ha afirmado el analista político chileno, Pablo Jofré Leal: en el conflicto palestino-israelí, el único pueblo semita es el palestino, a menos que pensemos que los colonos de ideología sionista y creencia judía, en su mayoría extranjeros que hablan diversos idiomas, pueden ser considerados semitas por el sólo hecho de haber aprendido a hablar el hebreo moderno e instalarse en Palestina. Quizás nos estamos enterando que el sionismo, ese que quiere ocultar sus crímenes dentro del antisemitismo, es antisemita.

Quizás también sea necesario explicar, entonces, qué es el sionismo. El sionismo es la ideología política que sostiene el Estado israelí: no es el judaísmo y tampoco representa a la totalidad del pueblo judío. Sin ir más lejos, según una encuesta de la Universidad Yachad, hecha en 2015, el 40% de los judíos británicos no se identificaban como sionistas.

El intelectual francés Thierry Meyssan[1], hace un recorrido interesante sobre la historia del sionismo y parece importante, para entender, retomar algunos puntos. A mediados del siglo XVII, los calvinistas británicos se reagruparon alrededor de Oliver Cromwell y cuestionaron el anglicanismo, que era el régimen imperante en Gran Bretaña. Cuando derrocaron a la monarquía anglicana, este señor decía que para alcanzar un estado de pureza moral era necesario, según su interpretación de la Biblia, dispersar a los judíos por todo el mundo, reagruparlos después en Palestina y reconstruir allí el templo de Salomón. Eso era el sionismo, el proyecto de creación de un Estado para los judíos.

Al final de la Primera Guerra Civil Inglesa, la secta de Cromwell fue derrocada y varios de sus partidarios fueron exiliados. Se restituyó la monarquía anglicana, pero con la Guerra de Independencia de los Estados Unidos (conocida en Reino Unido como Segunda Guerra Civil Inglesa), las ideas puritanas resurgieron.

George Washington, Thomas Jefferson y Benjamin Franklin, por solo mencionar a tres de los “Padres Fundadores de Estados Unidos”, se presentaron como los sucesores de los partidarios exiliados de Oliver Cromwell. Lógicamente, Estados Unidos retomó el proyecto sionista.

En 1868, la reina Victoria designó como primer ministro de Inglaterra a un tal Benjamin Disraeli, que propuso conceder algo de democracia a los descendientes de los partidarios de Cromwell para poder extender por el mundo el poder de la Corona. Básicamente, el Reino Unido restableció su relación con sus ex colonias de América, ya convertidas en Estados Unidos, sobre la base sionista.

Donald Trump, y el Primer Ministro isrealí, Benjamín Netanyahu

Repasando, el sionismo no sólo permitió la creación del Estado de Israel, sino también de Estados Unidos. Pero además, al ser el sionismo el elemento que permitió la reconciliación entre Londres y Washington, cuestionarlo es atacar la base misma de esa alianza, una de las más poderosas del mundo.

Casi hasta el final del siglo XIX, el sionismo era un proyecto exclusivamente puritano y anglosajón, al que se sumaba sólo una élite judía. El sionismo moderno, ese que permitió la adhesión del pueblo judío al proyecto, fue fundado por un predicador cristiano dispensionalista llamado William E. Blackstone, aunque según la historia oficial el fundador fue Theodor Herzl. Blackstone decía que los cristianos serían enviados al cielo antes del fin del mundo y que los judíos librarían esa batalla final, que incluso los convertiría a la fe del Cristo Victorioso. Esta teología es la que sirvió de base para el inquebrantable apoyo de Washington a la creación del Estado de Israel.

Herzl, un periodista y activista político austrohúngaro, ateo, como muchos burgueses europeos en su época, retomó la teoría de Disraeli y aseguraba que los judíos debían ser partícipes del colonialismo Británico, creando un Estado judío en Uganda o en nuestra Argentina. Blackstone lo convenció de que debía vincular las preocupaciones de los dispensionalistas con las de los colonialistas. En otras palabras, la creación del Estado de Israel debía ser en Palestina y así podría justificarse con las referencias bíblicas. Así hicieron que la mayoría de los judíos se sume a su proyecto.

El objetivo del sionismo nunca fue «salvar al pueblo judío dándole una patria» sino hacer triunfar el imperialismo anglosajón asociando los judíos a esa empresa. Además, no sólo el sionismo no es un producto de la cultura judía sino que la mayoría de los sionistas nunca fueron judíos, mientras que la mayoría de los judíos sionistas no son israelitas (no son semitas).

Thierry Meyssan

Volviendo, la definición de antisemitismo de la IHRA, de alguna manera, funciona de escudo protector para el sionismo y contribuye a acallar las voces que critican los crímenes que el Estado de Israel comete contra el pueblo palestino. Pero además, es hasta hipócrita. Respecto de la decisión del gobierno argentino, el presidente de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), Ariel Eichbaum, sostuvo que la medida “se enmarca en la defensa de los derechos humanos, el respeto a la diversidad, la promoción de la paz, y que llama a reflexionar a todos para poner fin a hostilidades, prejuicios y a la intolerancia”.

¿Qué derechos humanos defiende el régimen sionista israelí cuando los viola todo el tiempo en Palestina y encima pretende vulnerar el derecho a la libre expresión con tal de que no se denuncien sus crímenes? ¿De qué respeto a la diversidad hablan cuando en el Estado de Israel se eliminan los derechos de la población no judía? ¿Que paz promociona una entidad dotada de armas nucleares en Medio Oriente, que agrede a El Líbano, Siria, Irak y se esfuerza por desestabilizar a la República Islámica de Irán? ¿Qué tolerancia promueven si odian a la población árabe e incluso llaman “judíos que odian a los judíos” a los que profesan el judaísmo, pero critican al sionismo?

Deuda argentina y el lobby sionista y su gran aliado: el imperio yanqui

Cuando aún gobernaba Mauricio Macri, Buenos Aires fue sede -el 18 y 19 de julio del año pasado- de la segunda Conferencia Ministerial Hemisférica de Lucha contra el Terrorismo. El invitado de honor, el Secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, invitó a Argentina, Brasil y Paraguay a conformar una alianza para combatir la “actividad ilícita” en la Triple Frontera, que como era de esperarse, identificó a Irán y al Hezbolá como principales amenazas.

Conferencia Ministerial Hemisférica de Lucha contra el Terrorismo en Buenos Aires

A la gestión de Macri, la alianza antiterrorista le venía como anillo al dedo. En plena contienda electoral, el ex presidente argentino encabezó un acto en el marco del 25° aniversario del atentado contra la AMIA, que contó con el apoyo de gran parte de la comunidad judía y un día antes, y para cumplir con las presiones de Estados Unidos e Israel antes de la llegada de Mike Pompeo, declaró al Hezbolá como organización terrorista a través de un decreto publicado en el Boletín Oficial.

Recordar el atentado a la AMIA, también le permitió a Macri reavivar el “asesinato” del fiscal Alberto Nisman, que jugó un papel clave en contra de la continuidad del proyecto kirchnerista en las elecciones de 2015. En los días previos a su muerte, Nisman había asegurado tener evidencia de la participación de Cristina Fernández de Kirchner en el encubrimiento de iraníes implicados en el atentado, y el “asesinato” del fiscal se asoció al acercamiento de la vicepresidenta con Irán. No sólo no existen evidencias que involucren a la ex mandataria, sino que tampoco las hay de que Irán haya sido responsable de los atentados a la mutual judía y a la Embajada de Israel.

La visita de Pompeo por esos días no fue casual. El secretario de Estado yanqui vino como emisario israelí y acusó al Hezbolá de perpetrador del atentado a la AMIA y afirmó también que la organización islamista “ha actuado en todo el hemisferio occidental en terrorismo, tráfico de drogas y lavado de dinero”. El discurso antiterrorista, en ese caso, no pretendía saber qué sucedió en aquellos atentados, sino que daba cuenta del esfuerzo yanqui e israelí por aislar a Teherán.

Si entendemos que la secuencia mencionada anteriormente también dejaba al descubierto que Estados Unidos, en su constante intento por desestabilizar a los gobiernos progresistas en la región, era partícipe de la embestida legal o “lawfare” contra Cristina Fernández, quizás podamos comprender que el acercamiento del Gobierno nacional con el Estado de Israel responde a la necesidad de trazar alianzas que permitan una renegociación de la deuda más amena para la Argentina.

Cabe recordar que aquel 18 de mayo de 2019, cuando Cristina anunció la fórmula electoral a través de un video, la decisión fue tildada de estratégica porque Alberto Fernández era un señor tanto más “dialoguista” y de buena relación con diversos sectores. En ese sentido y recordando que fue Israel el primer país que Fernández pisó como presidente de les argentines, la visita no parece casual, como tampoco lo parece la adopción de la definición de antisemitismo del IHRA.

Alberto Fernández junto al Presidente de Israel, Reuven Rivlin

El Estado de Israel se ha convertido, hace ya varios años, en el gendarme del poder militar estadounidense en Medio Oriente y el lobby sionista en Yanquilandia ha cobrado una relevancia trascendental con comités de acción política, think tanks y grupos de vigilancia en los principales medios de comunicación. De acuerdo a un estudio publicado por John Mearsheimer, profesor de ciencia política en la Universidad de Chicago, y Stephen Walt, profesor de Relaciones internacionales de la Universidad de Harvard (que lleva el título -dato no menor- “El lobby de Israel y la política exterior de los Estados Unidos), Estados Unidos incluso ha dejado de lado su propia seguridad para promover los intereses del Estado de Israel, y la política impulsada por Washington es “conducida principalmente por el lobby israelí”.

Con apoyo israelí, la Argentina se vería en mejores condiciones para reestructurar y renegociar la deuda de forma sostenible con los acreedores. Sin ir más lejos, según el analista político mexicano, Alfredo Jalife-Rahme[2], BlackRock, la empresa inversora dirigida por el israelo-estadounidense Larry Fink y una de las principales acreedoras de la deuda argentina, sería propiedad de la familia Rothschild, cabeza del sionismo financiero.

Entender el poder del lobby sionista y su rol en la geopolítica e intentar aprovecharlo en favor de nuestra economía puede ser estratégico, pero también peligroso. Ojo al piojo: cumplir con los designios de Israel es acatar las órdenes de un imperio que comete los crímenes más atroces. ¿Vale cerrar los ojos ante el genocidio del pueblo palestino? ¿Vale ser cómplice de la impunidad? ¿Vale todo?


* Nací en Chubut y milito porque no hay mejor manera de transformar el mundo. Soy 
hincha fanática de San Lorenzo y fundamentalista de la Vuelta a Boedo, lloro por
todo y no sé cómo explicarle a la gente lo mucho que me gusta la palta.

Referencias
[1] https://www.voltairenet.org/article184972.html
[2] https://www.voltairenet.org/article183462.html

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