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Por Flor Luengo*

En el último tiempo, mucho se ha escuchado y leído por los medios masivos de comunicación -algunos, no muchos- acerca de las identidades disidentes. Es decir, aquellas que logran salirse de la normatividad y disciplinamiento de la vida en general -y del sexo y el género en particular- y que interpelan al resto de la sociedad a replantearse acuerdos y/o pactos sociales institucionales históricos que establecen el orden de la vida social.

En Argentina, el colectivo de personas Trans y Travesti de los años ’90, decide organizarse y militar políticamente para llegar a vivir en una sociedad democrática en la cual sus identidades no sean atropelladas y violentadas por el disciplinamiento de las formas de ciudadanías basadas en el binarismo hombre-mujer. A partir de ese momento, comienzan la interminable disputa por el reconocimiento de sus derechos humanos.

En este marco, hablar de personas  Trans responde al reconocimiento de vivencias políticas de grupos humanos que han sido discriminados y excluidos de prácticas sociales tan importantes como el derecho a la salud, a una vivienda digna, a un trabajo digno, al acceso y permanencia educativa, etc., por alterar el orden sexual establecido.

Así es que en al año 2005, Lohana Berkins y equipo llevaron adelante una Encuesta Nacional a la Población Trans, para realizar denuncias sobre la rigidez del sistema educativo argentino, contando como dato empírico las agresiones y la marginación sufrida por personas trans en la escuela.

En 2012, antes de sancionarse la Ley de Identidad de Género (N° 26.743) en el congreso argentino, quienes generaban datos para el conocimiento de las condiciones de vida de las comunidades eran las propias organizaciones trans. Una vez sancionada la ley, instituciones como el INDEC y/o INADI acompañan los estudios. 

Ese mismo año se realizó un piloto de Encuesta Nacional sobre la Población Trans: Travestis, Transexuales, Transgéneros y Hombres Trans, en La Matanza (Buenos Aires). Como resultado, se estima que entre los 13 y 17 años las personas realizan el reconocimiento de la identidad deseada, coincidiendo con el tránsito por la escuela secundaria. De una muestra de 216 personas, el 20% terminó el nivel secundario, sólo el 7% ha cursado un nivel escolar superior, y el 2% dijo haber terminado el nivel terciario o universitario.

Se calcula que en el país el colectivo trans está conformado por entre 7 y 10 mil personas. Es un estimativo porque no existen aún censos que rompan el binarismo identitario en todo el país. Únicamente en la provincia de Jujuy, hacia fines de 2017, se comenzó a construir el primer censo de población Trans Femenina en Nuestra América, de la mano de censistas trans. En la provincia, habitan 127 mujeres trans y el 49% tuvo que dejar los estudios por la discriminación y violencia.

Con este panorama, estudiar las trayectorias escolares de personas trans implica generar un conflicto político en una sociedad heteronormativa que jurídicamente establece el reconocimiento de distintas formas de ciudadanía pero que muchas veces en la práctica, la discriminación y el disciplinamiento social terminan siendo más fuertes.

Las identidades disidentes incomodan con la presencia de sus cuerpos como signo de politicidad territorial, dejando al desnudo las teorías policiales y punitivas, mostrando que las marcas que tienen los cuerpos procuran establecer códigos específicos de coherencia cultural (Butler, 1990).  

Desde ahí que, la enseñanza y aprendizaje pasan por el cuerpo. Es éste, a fin de cuentas, el que se objetiviza en cada institución que se transita, al que se le coloca un valor superficial, al que parece que hay que vigilar y castigar en la escuela, en la familia, en la iglesia, en un bar.

¿Realmente se acepta la diversidad en nuestra sociedad o por el contrario se intenta asemejar al modelo hegemónico de lo “normal”, de lo común, de lo que debe ser? En la escuela, la normatividad que expresan los diseños curriculares –aquello que debería ser, tiene que ser, tendría que ser-, se acentúa aún más en el currículum oculto: aquel subyace en las relaciones pedagógicas, en los vínculos de poder, en el uso de la palabra, en los lugares que ocupan los cuerpos. Y en esta cultura tan patriarcal, tan capitalista, tan consumista, se construye un sentido común en el cual los cuerpos de personas trans y travestis sólo pueden adquirir valor en el negocio sexual.

¿Por qué se oprimen sus voces? ¿Qué lugar se le brinda a la intelectualidad y a las decisiones personales? ¿Qué tienen para gritar estos cuerpos? ¿Qué experiencias pueden aportar a la construcción de conocimiento? ¿Qué lugar político realmente ocupan? ¿Por qué la sociedad se escandaliza?

En 2006 se sanciona la Ley de Educación Sexual Integral (N° 26.150) como una política pública destinada a funcionar en instituciones educativas. Luego de la promulgación de la Ley, y con algunas necesidades para mejorar (por ejemplo: que sea un contenido transversal en el sistema educativo), se observa una reducción en las experiencias de discriminación en el ámbito escolar a menos del 20%. Esto tiene que ver con la concientización de que existen formas de ciudadanías que son válidas y otras que no lo son.

La ciudadanía no se identifica sólo en un conjunto de prácticas concretas sino en el “derecho a tener derechos”[1]. El contenido de las reivindicaciones, las prioridades políticas o los espacios de lucha contra la discriminación y opresión pueden ir variando porque son procesos históricos. Por eso, se requiere además del derecho a tener derechos, el compromiso político de cada ciudadanx para participar en el debate público acerca del contenido de las leyes y normas. La ciudadanía se expresa en demandas, pero también en compromiso para discutir, problematizar y hacer de la sociedad un lugar más justo donde las diferencias no se expresen en jerarquía y exclusión.

Antes de la Ley de Identidad de Género, a las personas trans no se las reconocía como parte de la ciudadanía argentina ¿Y en la actualidad? Si bien han ido ganando terreno en el campo de las normativas jurídicas, aún está la tensión entre la implementación de las leyes y el debate que se abre en la sociedad.

¿Qué ciudadanx queres ser? ¿Qué ciudadanx te dejan ser? ¿Alguna vez te preguntaste?


[1] Maffía, D. (2007). Género y ciudadanía. En: Encrucijadas, no. 40. Universidad de Buenos Aires. (pág.5)

* Periodista, conductora del programa La Marea (Radio Futura FM 90.5), redactora de Revista Trinchera, editora del portal Luchelatinoamérica y colaboradora de Agencia Timón.

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