TIEMPO DE LECTURA: 4 min.

“El sol caía a plomo sobre la Plaza de Mayo cuando inesperadamente, enormes columnas de obreros comenzaron a llegar. Venían con sus trajes de fajina porque acudían directamente desde sus fábricas y talleres.  […] Frente a mis ojos desfilaban rostros atezados, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de restos de brea, de grasas y de aceites. Llegaban cantando y vociferando unidos en una sola fe. […] Era el subsuelo de la patria sublevado”. 

Raúl Scalabrini Ortiz

Tres días antes de la histórica jornada del 17 de octubre de 1945, el coronel Juan Domingo Perón le escribía a Evita, su “adorable tesoro”, una carta desde la cárcel de la isla Martín García, en un tono escéptico y resignado. Entre palabras de amor, le prometía un futuro alejado del conflictivo mundo de la política.

Perón no lo sabía, pero sin siquiera ser presidente ya se había ganado el respeto del pueblo trabajador y el odio de la oligarquía y las clases conservadoras. 

El 16 de octubre de 1945, en la sesión del Comité Central Confederal de la CGT, un dirigente del sindicato de carne rosarino aseguró que si el cuerpo no resolvía la huelga general, ésta se efectuaría igual por el estado emotivo de los trabajadores. En otras palabras, si los dirigentes cegetistas avalaban el corrimiento de Perón, quedarían desacreditados frente al pueblo trabajador, que en masa iría a huelga general de cualquier manera.

La CGT mantuvo la movilización para el 18 de octubre, como se había establecido previamente. Sin embargo, en los hechos, la huelga se realizó un día antes. En la mañana del 17, la agitación comenzó en los ambientes fabriles del conurbano bonaerense y en algunas ciudades del interior. Berisso, que aglutinaba a miles de trabajadores del gremio de la carne, fue un baluarte de aquella jornada. Le seguían Tucumán y sus trabajadores de los ingenios azucareros, y los petroleros y astilleros de Ensenada.

Por la mañana, la calle 60 se convirtió en la principal testigo del comienzo de la larga peregrinación que tenía como fin Plaza de Mayo. Pero antes, los trabajadores de Berisso pisaron las calles de la capital provincial, asilo de los sectores reaccionarios anti populares. En La Plata, ardían el Jockey Club y el diario El Día, y la Universidad -hasta entonces reservadas para las élites- perdía sus vidrios: el subsuelo de la patria devolvía la gentileza de una historia de opresión.

Cerca de las 18, luego de caminar, recibir los rayos de sol en la nuca y colgarse en camiones multitudinarios, los trabajadores de Berisso llegan a Buenos Aires, en patas y descamisados. La convicción de que otra Argentina comenzaba a gestarse, la larga marcha para pedir por Perón, el amor por la justicia social; eso era la lealtad. Y eso siempre será la lealtad: la prueba fehaciente de que el amor del pueblo siempre vence al odio de las minorías conservadoras, oligárquicas, odiantes. 

“Yo vi una turba histérica, incivil, que a la Casa Rosada se acercaba”, escribió la poeta de una familia aristocrática, Silvina Ocampo. Su amigo, Jorge Luis Borges, analizó el 17 de octubre en “La fiesta del monstruo”: Perón era el monstruo y los trabajadores, bestias homicidas. 

Más de un millón de personas coparon la plaza de la Casa de Gobierno ese día, dispuestas a esperar lo que fuera necesario para que liberen a Perón. Cerca de las 23 horas, ante la inminente estadía de les manifestantes, Perón es liberado y aparece en el balcón de la Casa Rosada: “Muchas veces he asistido a reuniones de trabajadores. Siempre he sentido una enorme satisfacción, pero desde hoy sentiré un verdadero orgullo de argentino porque interpreto este movimiento colectivo como el renacimiento de una conciencia de los trabajadores, que es lo único que puede hacer grande e inmortal a la Patria”. 

El Gobierno militar se vio obligado a convocar a elecciones generales, en las que Perón sacaría el 52% de los votos. Los primeros dos gobiernos peronistas jamás serían olvidados, ni por los trabajadores, ni por las clases odiantes que festejarían la muerte de Evita y harían lobby para que la Fusiladora se haga con el Gobierno. 

Les cabecitas negras empoderades eran un peligro: para las elites, aquello significaba la pérdida de poder político y económico. Por eso el odio frente a cualquier conquista del pueblo, ayer y hoy.

Desde el 55 en adelante hubo varios de estos modelos excluyentes, con un enorme ataque a la producción, al trabajo, a la educación, a la cultura. Al parecer, la derecha ha mantenido todo este tiempo un discurso bastante inalterado, autoritario, misógino y muy contrario a los sectores populares. Por eso, los días más felices fueron y serán peronistas. ¡Feliz día!

Dejanos tu comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Descubre más desde Trinchera

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo

¡Quiero suscribirme!
1
Más rápido y fácil
Difusiones Trinchera
Hola
Si querés que te incluyamos en nuestras listas de difusión de publicaciones y promoción de entrevistas en vivo, envianos un mensaje para suscribirte y te llegará toda nuestra información.
¡Sumate a la Comunidad Trinchera!