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Candela recorre a diario los pocos kilómetros que separan Puerto Madero de la “barbarie”. Espera algún día comer un choripán en esa costanera vedada por horas de trabajo. No hay meritocracia que aguante la explotación laboral.

A la vista, uno de los principales 10 lugares turísticos para conocer de Buenos Aires. Edificios que parecen de Dubai, autos de alta gama, un boliche exclusivo que durante el día es un restaurante que sirve sushi y en la noche donde Cambiemos festeja sus elecciones. Yuppies con sacos importados, champagne y códigos de admisión, un casino flotante donde el mínimo de apuesta son dos lucas, e iluminado en rosa el puente de la mujer. Atrás donde no se ven, los trabajadores gastronómicos ganan 200 pesos la hora (Noviembre 2021).

  1.  No hay meritocracia que aguante la explotación laboral.

“La lejía es un hipoclorito de sodio NaClO diluido en agua. La lejía tiene elementos, potencialmente mortales e incluso cancerígenos y que después de usarla, hay que aclarar con agua la superficie tratada” (Instituto Nacional de Toxicología de España).

Las primeras hamburguesas de la mañana, podían llegar a contener lejía. Valdir me lo comentó, mientras se subía la manga de la campera para mostrarme las quemaduras de aceite en su brazo. En una reducida cocina detrás del mostrador, donde la temperatura de las planchas era de 180 grados, se encontraba encerrado, como prisionero de la torre esperando que lo vengan a rescatar, 8 horas por día.

—No puedo ver — le insinuó Valdir al gerente de la tienda.
—Son cosas que pueden pasar — respondió el gerente.

Le había saltado lejía en los ojos. A pesar de todo, y digo a pesar de todo porque parecía que vivimos en una cultura que premia “el aguante” y el sacrificio como recompensa, terminó su turno de 9 horas. Como pudo, se acercó al metrobús, se frotó los ojos con la manga deshilachada del buzo. Distinguió algunas estaciones del bajo iluminadas en amarillo y con letras negras, Juan Domingo Perón, Avenida Independencia, Estados Unidos, Venezuela. Vio pasar un colectivo celeste, levantó el brazo para frenarlo.

—¿Este es el 17? — le preguntó Valdir al colectivero.
—Sí, pibe.

Ahora solo le esperaba una hora de viaje desde Puerto Madero a Wilde.

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Bromatología in the house

—¿Vas a limpiar la cocina con esos mismos guantes?—preguntó Candela arrugando la cara, especialmente la nariz, al bachero.
—Sí, si estas ratas no compraron más, se cagan en guita y no te tiran dos pesos para unos guantes.

Algunas veces la vida es lo que toca, te golpea como es la norma, por eso Candela trabaja los viernes y sábados doce horas por día. Por cierto, el bachero vino de destapar las cañerías. Los empleados no tienen baño propio, iban a hurtadillas sin que lo vean al baño de clientes; qué disgusto sería que se mezclen unos con otros.

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“A mí me dijeron que todos los días iban a darme propina, yo contaba con eso”, aseguró Candela.

Lo recordó, porque el día que se “olvidaron” de darle propina no tenía plata para volverse desde la parada de colectivo hasta su casa en remís. “Son solo diez cuadras”, pensó Candela. “Todavía no es tan tarde”, intentó convencerse a ella misma a las tres de la mañana. Se volvió caminando sola, cada vez que escuchaba el ruido de una moto, se escondía detrás de los autos, esperaba un rato y seguía caminando.

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—Escuchame, puta de mierda, hace una hora y media que estoy esperando acá con mi familia, a ver si sos útil y vas a preguntar cuánto falta—vociferó un cliente.
—Puede ir y preguntarle usted—le respondió Candela apuntando al horno de leña, que estaba dentro del local, a la vista del público.

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Candela, por noche, secaba 500 platos: tardaba tres segundos con los cubiertos, diez con los vasos y quince con los platos.

“Tu tomas agua destilada, yo agua con microbios, tu la vives fácil, y yo me fajo, tu sudas perfume, yo sudo trabajo, tu tienes chofer, yo camino a patas, tu comes filete, y yo carne de lata.”

Baile de los pobres (Calle 13)

—Hola, buenas noches, les dejo el menú, cualquier consultita me pueden llamar. Los dejo chusmear y en un ratito vuelvo—concluyó Candela saludando a los clientes que acababan de entrar.
—…

Era una pareja la que recién se había sentado. El hombre era burocrático en cada uno de sus gestos, imponía una mesurada secreta autoridad. Después de ojear minuciosamente el menú, seleccionó el vino más caro de la carta. Candela razonaba que capaz constituía una suerte de demostración de lo absurdo de los ricos, como si fuera necesario mostrar que tienen dinero cenando en Puerto Madero. Ella para poder pagar ese vino, debía destinar el sueldo de dos semanas enteras. Al final le dejaron 50 pesos de propina.

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En en el fondo, acovachados, como en una trinchera de guerra, Candela y sus compañeros disfrutaban de sus 15 minutos diarios que tenían para comer, el único momento del día donde a veces se podían sentar. Esta vez el menú era unas empanadas congeladas que estaban vencidas hacía dos días que les ofreció el local. Al otro día estaban descompuestos para ir a trabajar. Mientras tanto el salón estaba repleto, el tráfico de platos se mecía en los vaivenes de la bandeja, a la vista había desde ñoquis con salsa blanca hasta algunas rarezas como pizza de pulpo, para alimentar el capricho de los pseudo burgueses.

Ciudad de Buenos Aires, rincón de asfalto que te hace olvidar que es parte de un país llamado Argentina, ciudad sin identidad, ciudad esclava, un estado más de los Estados Unidos. Ciudadanos que hablan en lenguaje de cajero automático, desunión total, egoísmo total, esquizofrenia total. Vuelvo a decirlo, lo único lindo que tiene esta ciudad es el nombre.”

Camilo Blajaquis.

El puente Nicolás Avellaneda es el encargado de dividir la civilización de la barbarie. En una de sus aristas desemboca en Dock Sud (Isla Maciel) y en la otra en el caminito de La Boca (a diez minutos en auto de Puerto Madero). Uno de los colectivos que su misión es atravesar ambos mundos, como el barco Caronte que te lleva del cielo al inframundo por una moneda, es el 159, o popularmente llamado “el blanquito”, que lo hace por 22 pesos. Candela, mientras espera en el Metrobús a la madrugada, siempre desea que venga otro colectivo antes que el 159 que la deje en casa, ya que este pasa por los famosos monoblocks de Dock Sud donde se grabó la conocida serie argentina Okupas. 

A lo largo de los años, la prensa amarillista se ha encargado de atribuirle una suerte de sobrenombres a Isla Maciel, o se ha ganado la caracterización como el lugar más peligroso de Avellaneda. Los vecinos comentan que el barrio es lo mismo que la Boca, solo que sin gente. “Bienvenidos. Isla Maciel. Partido de Avellaneda. Diez minutos de auto desde la Casa de Gobierno. Algunos pesos cruzando en bote el riachuelo.” Siempre es más difícil ver la Capital desde este lado.

Puerto Madero tiene el Puente de la Mujer, Dock Sud tiene el puente Avellaneda. Puerto Madero tiene el hotel Four Season, Dock Sud tuvo por años cabarets donde se ejercía la prostitución y trata de personas. Casas de lujo en Puerto Madero cotizadas en miles de dólares, casas de chapa en Dock Sud. En 5 kilómetros, algunos tienen tanto, y otros tienen tan poco. El abandono de un barrio a pasos de la Casa Rosada.

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La noche que me quieras, desde el azul del cielo, las estrellas celosas, nos mirarán pasar, y un rayo misterioso, hará nido en tu pelo, luciérnagas curiosas que verán, que eres mi consuelo” (El día que me quieras, Carlos Gardel).

Una mujer de taco aguja rojo de 15 centímetros, con una flor en la cabeza y un vestido al cuerpo, envuelve su pie en la firme pierna de su compañero, mientras enlazan sus manos y bailan al ritmo del tango. Los turistas los rodean en círculo y algunos se acercan a dejarle algún billete en la gorra del piso, predominan las caras de Manuel Belgrano y Juan Manuel de Rosas.

—Valdir, banca 5 que quiero dejarle algo de plata a los chicos—dice Candela.
—Bueno, pero rápido que nosotros tenemos que irnos a trabajar y no vamos a llegar.

Candela siempre piensa en qué le gustaría hacer en Puerto Madero si no fuese que está trabajando: capaz acercarse hasta la costanera para comer un choripán, dar vuelta en círculos por la reserva ecológica y quejarse de que le duelen los pies de caminar; visitar los infinitos pasillos del Centro Cultural Néstor Kirchner y recorrer sus 9 pisos; o también la posibilidad de ir a Negroni solo y únicamente a principio de mes.

—Sí, ya sé, me gustaría quedarme a verlos, aunque esté pensado para los turistas y no para otros. Pero igual voy a dejarles plata, así que esperame.
—Si llego tarde te lo descuento a vos.

Irupé Zahon
Irupé Zahon

Siempre me gusta decir que nací en el mismo año que ascendió Néstor Kirncher. La comunicación popular no es alternativa, es el eje integral de la democracia.

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