Algunas reflexiones respecto del relanzamiento (¿?) del Frente de Todos en la vertiginosa jornada del jueves 28 de julio. ¿Se endereza el barco? Las personas son según su circunstancia y sus acciones, habrá que ver para donde dispara Sergio Tomás.
Mientras se escriben estas líneas (pasadas las 22hs del jueves 28 de julio), el presidente Alberto Fernández ha llevado adelante la primera jugada fuerte de todo su mandato: le acaba de dar la llave de gestión económica a Sergio Tomás Massa, convirtiendo el ministerio de economía en un ministerio que englobará a Economía, Planificación Estratégica y las áreas de Producción Industrial y Agropecuaria, así como el diálogo con los entes multilaterales (FMI).
La expresión lógica es Súper ministro, aunque por el recuerdo de Cavallo en el corto gobierno delarruista, desde el oficialismo se intenta conjurar esa palabra tanto como desde la oposición imponerla. Justo cuando desde las usinas de la alianza opositora estaban instalando la renuncia a lo De La Rúa, esta comparación parece caída del cielo.
La centralización de la economía parece una medida correcta, aunque tal vez tardía. Si tenemos en cuenta que el liberalismo, en su convicción de que la economía se dirige sola, dividió la cartera en dos, se puede concluir fácilmente que concentrarla es una buena idea. Además, tiene mucho de gesto de fuerza en un momento de crisis, de refundación, pero también de último truco.
La apuesta del gobierno es mostrar capacidad de decisión, fortaleza y control del rumbo en el momento de mayor debilidad, pero el gesto se deberá completar con una gestión que muestre resultados. Hasta ahora, la dinámica que ha ganado en todos los intentos de refrescar al gabinete con el cambio de nombres ha sido la falta de dinámica.
Desde que comenzó a circular la posibilidad del desembarco de Massa al frente de un superministerio (circulación que muchos sostienen que puso a rodar el mismo tigrense), la comparación que la acompañó fue la de Fernando Henrique Cardoso en Brasil. El sociólogo brasileño accedió a la presidencia en 1994, luego de haber acompañado a Itamar Franco y logrado ordenar una economía desquiciada e inflacionaria con el Plan Real, que puso al gigante sudamericano en la senda del neoliberalismo (senda que lo llevaría a la crisis conocida como “Caipirinha”).
La comparación parece correcta, porque Massa nunca ocultó su voluntad de poder y su intención de ocupar el sillón de Rivadavia, y si esta es la última oportunidad de un gobierno que no logra enderezar el barco, también puede ser la bala en la recámara de un político que surge como salvador indiscutido e indiscutible llevando a buen puerto al gobierno del Frente de Todos o se hunde irremediablemente con el experimento que pergeñó Cristina Fernández.
Massa asume con la responsabilidad de revertir un período de concentración de la riqueza (según los números de CIFRA-CTA) inédito que comenzó con el gobierno macrista, pero se no se interrumpió con la gestión de Guzmán, bajo el gobierno de Alberto Fernández.
La segunda quincena de agosto (en unos días) se debería convocar el Consejo del Salario Mínimo Vital y Móvil para discutir la adecuación del salario de referencia (un salario social complementario es medio salario mínimo) a la evolución de la inflación, y ahí tendremos una probadita de hacia dónde piensa Sergio Tomás que hay que virar el barco. Esta responsabilidad (única posibilidad de poner al Frente de Todos en carrera para una reelección) se solapa con bajar la inflación, dar señales a los “mercados”, intentar negociar con un sector productor agrícola que se considera desenganchado de los destinos de la Nación, renegociar con un FMI que tiene la otra gran llave de los dólares y puede dar oxígeno así como sacarlo, y continuar (con ese escenario de falta de divisas verdes) con un sendero de crecimiento que puede ser el único legado de los idos Guzmán y Kulfas.
Para describirlo gráficamente: Massa debe avanzar repartiendo pesos, haciendo que esos mismos pesos valgan más o menos lo mismo de una semana a la otra, sacarle dólares a “el campo” (obligándolo a liquidar, aunque no tenga ninguna herramienta para hacerlo) y sonreírle al FMI para que los mercados se queden mosca y no generen una nueva corrida, pero también para que el mismo organismo le crea que el plan es sustentable o, al menos, lo suficientemente delirante para funcionar. Todo esto lo debe concretar mientras intenta que los otros socios del frente electoral (Alberto y Cristina Fernández) sigan hablando entre sí para mantener unido el aparato.
Tal vez sea esperar un milagro, pero el convencimiento del movimiento popular es que, aunque nada de todo esto sea parte de los sueños que intentamos construir, es lo que hay que defender para no perder en 2023, porque eso es condición de posibilidad para darle continuidad histórica a un proceso que tenga apenitas un germen de lo que la Patria necesita para ser justa, libre y soberana.