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¿Cuál habrá sido la pionera? ¿Cuál, de todas ellas, la primera en levantar la voz y gritar que su hijx faltaba? ¿Cuántas lo estarían haciendo solas, encerradas en sus casas, sin tener a nadie a quien ir a pedirle respuestas? ¿En cuántas comisarías del país andarían otras, gritando que a su hijx se lo habían llevado, mientras tipos de traje contestaban muy tranquilos que “seguro ya iba a volver”, que andaría paseando por algún lado, que vaya a su casa y espere tranquila?

Dicen que fueron catorce la primera vez, catorce locas gritando que les faltaban sus hijxs. “Individualmente no vamos a conseguir nada. ¿Por qué no vamos todas a Plaza de mayo? Cuando vea que somos muchas, Jorge Videla tendrá que recibirnos”. Atrevida, Azucena Villaflor lanzó la propuesta y ninguna le dijo que no. ¿Cómo no iban a ir? Sus hijxs faltaban, y nadie les decía nada. 

No era momentos para gritos, y mucho menos para gritos como estos. Apenas un mes antes, el 24 de marzo, el más atrevido de todos, Rodolfo Walsh, quiso decir algunas cosas y escribió, desde la clandestinidad, una carta larga y punzante, diciendo lo que nadie quería escuchar. “Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror”. Valiente, certero, golpeaba al poder otra vez en donde más le dolía: haciendo circular la información. El terror, como él siempre ha dicho, se basa en la incomunicación.

Sin embargo, otra vez, no era momento para gritos como estos: Walsh desapareció el 25 de marzo, un día después de publicar su carta.

“¿Y si a nosotras nos pasa lo mismo?”, quizás preguntó alguna. Y si no se dijo en voz alta, por dentro todas lo pensaron. Pero sus hijxs faltaban, había poco que discutir.

Así que fueron catorce la primera vez. Era un jueves y hacía calor, y catorce mujeres interrumpieron con sus pañuelos en el medio de la plaza gritando que sus hijxs no estaban en sus casas. La policía las escuchó, y acudió a sus gritos: “Tienen que circular, señoras. No se pueden quedar acá reunidas. Si hacen eso, se van a tener que retirar”. Otra vez, no eran momentos para mucho grito.

Ninguna de las catorce se fue, y despacito, agarradas de la mano, empezaron a caminar alrededor de la pirámide de Mayo, gritando que sus hijxs faltaban, y pidiendo que alguien les dé una respuesta. Dicen que un jueves fue la primera, y un jueves, también, fue la segunda. Todos los jueves, desde aquel 30 de abril, las mujeres con sus pañuelos fueron a la plaza, y marcharon alrededor de la pirámide, y gritaron que sus hijxs faltaban, y que lxs responsables se tenían que hacer cargo.

Las respuestas no tardaron mucho en llegar: en diciembre, unos meses más tarde de la primera ronda, en el barrio de Sarandí, Azucena Villaflor fue secuestrada, y recluida en la ESMA. Solamente por gritar, y hacer preguntas que nadie pensaba responderle. Pero también, con el tiempo, y con la lucha, otras respuestas llegaron: juicios y castigos para los responsables, cárceles comunes y perpetuas para los genocidas, ciento treinta nietxs que recuperaron su identidad.

Las banderas de memoria, verdad y justicia son las que guían a toda la militancia en nuestro país, y han sido un faro para quienes luchan alrededor del mundo por la defensa de los derechos humanos. Las Madres de Plaza de Mayo le enseñaron a este país que nunca se deben bajar los brazos, y es su ejemplo el que nos guía también para pedir justicia por nuestres pibes caídes en Malvinas, por todes les que aun hoy sufren y son víctimas de fuerzas policiales que sostienen y perpetúan lógicas que ya deberían estar erradicadas.

El 30 de abril no debe ser un día más de nuestra historia. Fue aquel día cuando este grupo de mujeres salió a buscar a sus hijxs, sin ningún apoyo ni ninguna garantía; a reclamar bien fuerte que le devuelvan a sus hijxs desaparecidxs, con plena conciencia de que resistiendo aprendemos a combatir. Un grupo de mujeres que incansablemente, con el deseo y convicción de encontrar a sus hijxs, no dejaron jueves sin pisar la plaza, sin caminar alrededor de la Pirámide y pedir cualquier tipo de información del paradero de sus hijxs. Con el correr de los años, las madres se fueron organizando cada vez más y con el apoyo y acompañamiento de varios organismos de derechos humanos, su lucha, a pesar del dolor, la bronca y la esperanza, sigue firme y en pie.

El olvido y el perdón no son palabras que caractericen a las madres de plaza de mayo. Durante estos años, se han encargado de que eso no ocurra y de mantener viva la memoria de sus hijxs que luchaban por una patria más justa. Mujeres que quizás, hasta ese momento, se encontraban reacias a la militancia y la organización política, comprobaron que las luchas y las banderas que sus hijxs levantaban no podían quedar olvidados, y que una forma de pedir justicia por ellxs también, era que sus causas nunca queden enterradas.

Que sus causas no queden enterradas depende, también, de cada unx de nosotrxs. La mejor manera de reivindicar y defender a nuestras madres es seguir luchando y construyendo aquella patria soberana y justa, que nunca olvide a quienes la han entregado por chelines, que muchas veces siguen desfilando y pidiendo lugares en la política nacional. Seguir siendo críticxs en nuestro andar, revisando lógicas y dinámicas en nuestros espacios, organizándose desde la convicción y el amor, y nunca, pero nunca, abandonar la lucha. Y si algún día se nos ocurre hacerlo, miremos un rato a aquellas madres, que no descansaron un solo día hasta conseguir su merecida justicia.

Pedro Jalid
Pedro Jalid

Docente popular y Profesor en Letras de la FAHCE – UNLP. Colaborador de Revista Trinchera

Nayra Carabelli
Nayra Carabelli

Estudiante de Educación Física y militante convencida de que lo colectivo es el único camino para lograr los horizontes que anhelamos. Los DDHH como primera bandera desde que tengo uso de razón y así seguirá siendo.

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