Yibuti, el pequeño estado africano oriental, de casi 950 mil habitantes, ha sido noticia dentro del concierto internacional en la disputa entre Estados Unidos y la República Popular China. No muchos medios en el mundo le prestaron atención, pero en Yibuti la rivalidad sino-estadounidense se da en un país de tan solo 21.783 kilómetros cuadrados.
El pasado 21 de abril Washington pegó el grito en el cielo. “La base naval de China en Yibuti, noreste de África, es ahora lo suficientemente grande como para albergar portaviones”, según el jefe del Comando África de EE.UU. (AFRICOM), el general Stephen Townsend, citado por el periódico militar estadounidense Stars and Stripes. Pekín abrió en el 2017 su base en Yibuti y desde entonces ha aumentado su presencia, operando a solo unos 11 kilómetros del Camp Lemonnier, el centro operativo del ejército estadounidense en el Cuerno de África Oriental.

Yibuti es de suma importancia estratégica pese a su pequeñez. Es que está ubicado en las costas del Mar Rojo y el Golfo de Adén, y ha albergado durante mucho tiempo a varios ejércitos extranjeros. Francia, Italia y Japón se encuentran entre los países con pequeños puestos de avanzada en esa nación africana. También los saudíes. Yibuti no tiene drama en seguir alquilando y ofreció también a neerlandenses, belgas, españoles y británicos a invertir en la construcción de bases militares.
Allí gobierna el excéntrico Ismail Omar Guelleh, que es el segundo presidente en la historia de Yibuti. Logró hacerse con el poder en 1999 y desde entonces es el hombre fuerte de la nación. Lo loco de todo esto es que nació en el sur de Etiopía, cerca de la zona del Ogadén, donde vive la etnina somalí de los Issas. Pero, además posee nacionalidad francesa y es un políglota, ya que habla el idioma galo, el somalí, el árabe, el ahmárico etíope e italiano.

La biografía de Guelleh es una muestra de la historia reciente independentista de Yibuti. Desde tiempos inmemoriales, habitan los grupos étnicos, como los Issas, los Afars y los Gazza. Tiempo después llegaron los árabes desde el Yemen. El Islam se consolidó hacia el siglo XI y fue parte de diversos sultanatos musulmanes. También fue codiciado por los turcos otomanos, que en el siglo XIX rivalizaron con los intereses franceses, italianos y británicos por Yibuti. Desde 1859 los franceses lograron su poder y apoyaron a los reyezuelos nómadas musulmanes tanto de los Issas como de los Afars (rivales históricos) para establecer una factoría comercial, muy cerca del Golfo de Adén y del Egipto aliado a los británicos. En 1897 finalmente establecieron su colonia en Yibuti, a la que llamaron Somalilandia o Territorio Francés de los Afars y los Issas. Italianos y británicos se quedaron con el resto de la gran Somalia. Los turcos otomanos fueron desalojados.
El 27 de junio de 1977 Francia le otorga la independencia a Yibuti, bajo el liderazdo del somalí Issas Hassan Gouled Aptidon, un “afrancesado”, y tío de Guelleh. Pero Aptidon no era de Yibuti, sino que nació al norte de la Somalia británica en 1916 y cuando fue gobernante en el nuevo país de adopción estuvo presionado por el régimen de Siad Barré de la República Popular Democrática de Somalia. El extraño coronel marxista Barré quería anexionarse Yibuti, pero cuando en 1978 perdió la guerra del Ogadén contra la Etiopía del marxista Mengistu el Rojo (este apoyado por tropas cubanas y suryemeníes), las intenciones de quedarse con Yibuti se terminaron. Además, Francia custodió a su ex colonia. De hecho, tropas galas no se retiraron del todo.

Ahora, la cuestión es otra. Luego de ser país aliado a Occidente en la Guerra Fría, en estos tiempos se ha convertido en una especie de patio de alquiler para muchas bases militares extranjeras. Guelleh no se hace problemas con dejar que su país sea como una especie de garaje para bases militares foráneas.
Yibuti alberga bases militares de Francia, Italia, Estados Unidos, Japón y la inaugurada en julio de 2017 por Pekín. Arabia Saudí también está construyendo la que, como en el caso chino y nipón, será su única instalación militar permanente en el extranjero. Las tropas estadounidenses llegaron, a la que es su única base militar en África, tras el 11 de septiembre de 2001. El ex mandatario Barack Hussein Obama II renovó el acuerdo en su segundo mandato (2013-2017) a razón de 63 millones de dólares anuales. Localizada junto al aeropuerto principal del país, Camp Lemonnier tiene capacidad para alojar a 6000 marines y una nueva instalación para drones. El ejército francés, que nunca llegó a abandonar su excolonia, tiene en Yibuti su mayor base en el extranjero, con 1900 militares. Es que su proximidad a zonas de conflicto como el Sahel, Somalia o Yemen es otro de los motivos por los que la presencia extranjera es tan numerosa.

También hay presencia militar española en Yibuti, en el marco de la “Operación Atalanta”, lanzada por la Unión Europea en 2008 para luchar contra la “piratería somalí”, y actualmente comandada por el Reino de España. En la misión participan militares británicos, alemanes, belgas, holandeses o portugueses. En los últimos años, nuevas formas de cooperación entre distintos estados y organizaciones en materia de seguridad marítima se han estrenado en Yibuti con “buenos resultados”. La misión europea ha podido coexistir y cooperar con una lanzada por la OTAN en la región y con las labores de vigilancia ejercidas por las potencias militares con bases en el terreno.
Por su parte, los intereses de Pekín en Yibuti no se limitan al ámbito militar, sino que ha invertido miles de millones de dólares en financiar la construcción del puerto de Dolareh (adyacente a su base militar), un aeropuerto, una planta de licuefacción, gasoductos, oleoductos o la línea ferroviaria que ha conectado Yibuti (su capital homónima) con Etiopía, el segundo país más poblado del continente, que perdió su salida al mar tras la secesión de Eritrea en 1993. Más del 95% de las exportaciones e importaciones etíopes pasan por el puerto de Yibuti.

Los saudíes no se quedaron atrás. Arabia Saudí acordó ya en 2016 la construcción de su primera base permanente en el extranjero. Los rebeldes shiítas Houthi del Yemen(acusados por Riad y Occidente de ser un “grupo terrorista” financiado por la República Islámica de Irán) , objetivo principal de la coalición liderada por Riad en su país vecino de la Península Arábiga, han logrado en varias ocasiones atacar a navíos saudíes y emiratíes mientras cruzaban frente el estrecho de 32 kilómetros que separa el sur de Yemen de Yibuti. En 2017-2018 se instaló el ejército saudí (el segundo del mundo que invierte más en armamento) en Yemen. Esto le dio la posibilidad de reducir significativamente el vuelo de sus aviones militares hasta sus objetivos en Yemen, al tiempo que podrá frenar el envío de armas a los rebeldes Houthi shiítas desde la costa somalí.
Ahora bien, para Guelleh, esta entrega de soberanía es negocio para su familia (elite tradicional de los Issas en el pequeño país) y los “comerciantes árabes” de Yibuti. Más de la mitad de los empleos de Yibuti están relacionados con el tráfico marítimo de mercancías, y los ingresos que generan el puerto y las bases militares extranjeras suman en torno al 80% del PIB. La gran burguesía yibuti de los Issas ha dejado afuera a los pastores Afars y Gazza, que engrosan las filas del proletariado local, empobrecido y marginado de la política local.

Guelleh y los Issas controlan al país como si fuesen un pequeño sultanato. La economía de esta familia se ha confundido con la del país y crece a buen ritmo. Pero no es capaz de redistribuir la riqueza ni reducir el desorbitante desempleo juvenil entre los Afars y los Gazza. Guelleh se alió con los “árabes afrancesados” y cumple su cuarto mandato. El caciquisimo de los Issas en Yibuti todavía permite controlar a un electorado tan minúsculo, y la oposición es silenciada y fragmentada constantemente. Con tanta presencia extranjera en el país, la estabilidad es lo único que importa en la comunidad internacional. Guelleh sabe que lo van a defender los yanquis, los chinos, los saudíes, etc. El negocio familiar está intacto y Yibuti parece ser la zona clave para controlar gran parte de la geopolítica mundial del siglo XXI.