Por Jorgelina Urra*

Lucas Gabriel
Es el mayor de cuatro hermanos. Alto y flaco, de piel tigreña. Y un cabello de oscuros y diminutos rulos. Sus gruesos labios son el foco de atención y los que dan a entender la significancia de su alias. Tiene una voz tenor, limpia, varonil y ligeramente desenvuelta, directamente proporcional a su modo de gesticular. Observan entretenidos unos ojos negros y de un brillo particular. Y unas cejas en constante movimiento, articulando con cada pensamiento.
Tuvo miedo, fue errátil. El colegio con sus voces incitantes lo marcaron. Soportaba en silencio. “Los meses que venía el boletín era como un sufrimiento para mí. Y como no me iba bien, no me dejaban hacer nada de lo que a mí me gustaba, como teatro.” Pudo sentir el rechazo con olor a burla en las palabras de su padre. “Mi papá es muy machista, siempre dijo que si tenía un hijo gay lo mataría”.
Quería gritar y no podía.
“Llegue a estar al límite de decir todo y ahí fue cuando empecé. ¿Cómo le decía a mi familia?”. Transformó el grito; en arte. Lo maquilló con el set de la madre. Revolvió el placard de la hermana y lo vistió. Salió a escondidas y le compró zapatos.
Le puso una peluca.
El grito se llamó Marta. El grito era Lucas dentro de un cuerpo; queriendo salir. Los shows para la familia lo fueron liberando, pero no del todo.
Las sospechas se volvieron tema de conversación en las cenas familiares, y presionado gritó por primera vez… “¡NO! Porque tengo novia”.
Unas semanas antes se declaraba en un papel. “Yo había escrito una carta, me quería ir de mi casa porque ya estaba mal y ahí contaba lo que era, la guarde en un cajón porque bueno… ya había cambiado el mundo”.
La hermana de la amiga de su hermana, era esa novia inventada y revelada con la que aún no había pasado nada, pero pasaría.
Bastó aceptar una invitación a salir para comenzar con una relación de idas y vueltas y un amor vacío de satisfacción, pero amor al fin.“Estuvimos un año, en el que peleábamos todo el tiempo (porque éramos dos mujeres), pero ella no sabía nada”.
“La quería a Fernanda, la llegue a amar… sentía algo. No era su culpa que yo fuera así.”
La mañana del 14 de febrero Lucas estaba festejando el cumpleaños de su hermana.
Sonó el teléfono. Era Fernanda. El creyó que era para saludarlo o quizá para arreglar una salida juntos. Pero la voz de Fernanda indicaba otra cosa y Lucas recibió la noticia, sería papá.
***
La familia perfecta
Maduró de golpe. Ya no iba a la escuela, no salía, no vivía como alguien de su edad. Pasó de ser un adolescente que buscaba su identidad, a ser un padre de familia. Llevaba en la conciencia la carga emocional que provocaba la mala relación que tenía con su padre.
Decidió vivir con Fernanda; en familia.
Ella tenía una amiga en Brandsen; su marido trabajaba en una granja. Lucas comenzó a trabajar ahí.
Alquilaron una casa cerca de Brandsen, donde la inquilina anterior había tenido una peluquería. Tenía dos habitaciones; una para Laureano (su hijo), y otra para ellos. Un baño. Un living que daba acceso a una cocina reducida. Esta tenía conexión con el lavadero; y el lavadero con un comedor, que daba la impresión de que en otro tiempo había sido garaje. En el comedor se situaba una puerta que daba salida al patio. Ahí se hallaba un baño, separado de la casa, y cerca de ese baño, una habitación.
Lucas quedó fascinado con esa habitación, en ella encontró ruleros, un espejo, un placard que enseguida convirtió en estantes para colocar dos pelucas nuevas. Las cuidaba como se cuidan los objetos con valor emocional. Un rollo de tela blanca que había encontrado en el trabajo, le daba forma a dos paneles de iluminación para fotos. De a poco fue apropiando ese lugar y se lo dedicó a Marta.
Se levantaba a las 7 am. Desayunaba algo hecho por Fernanda y se iba a trabajar al criadero hasta las 7 pm. De regreso iba por las compras para la cena y el almuerzo del día siguiente. Jugaba con el nene. Veían tv en el sillón; tomaban mates. Cenaban y se iban a dormir. Los días pasaban.
Era la vida que había que tener para criar un hijo (según su padre), porque así (se supone), es tener una vida “normal”. Fernanda desconfiaba, no sabía bien de qué o quién. Entendía que Marta era el personaje que Lucas había creado por amor al arte, a la expresión, y lo aceptaba. “Vestirme de mujer era chocante pero como sabían que lo hacía desde el teatro… zafaba”. Pero la imaginación le jugo sucio y lo celaba. Creyó que era por otra mujer. Las peleas empezaron, ella pedía respuestas. Esas respuestas estaban más allá de un “sí “o un “no”. Él aun no había encontrado la forma de explicarlo, ni tampoco sabía lo que sentía o de que se trataba aquello que su cuerpo expresaba, la moral impuesta había retrasado esa definición.
Un día, ella le levantó la mano… vacía de cariño. Y Él, correspondió a ese gesto… vacío de cariño…
Ese mundo creado inconscientemente donde no había ventanas para escapar, sino cuartos donde encerrarse. Tal vez a reflexionar… mientras peinaba una peluca. O quizá, a inventar otra vida; a Lucas no le gustaba. Así que tomo la historia escrita y olvidada en un cajón, y la narró en primera persona para sí.
La relación había llegado al desenlace.
“Yo sé que Laureano se va a criar con otro mundo, otra mentalidad”.
***
La liberación
Llegó Gonzalo a la vida de Lucas tras la separación. Su mamá comenzó a sospechar, él le daba razones.
Un día decidió ir y contarle lo que sentía. Ella lo miró y dijo:
– Sí, ya se. No me digas nada.
…
– Si mamá, es mi novio.
Ella se quebró y rompió en llanto.
– Ya sabía, desde el principio, tu abuela me lo dijo.
“A partir de ese momento me solté.”
***
La segunda separación
Fernanda se enteró a través de Facebook, a pesar de estar bloqueada para Lucas. Y le impidió ver a Laureano. Durante dos meses.
Abogada de por medio consiguió poder pelear por verlo. Durante la audiencia el Juez le preguntó a Fernanda si el nene, al ver a Lucas, podía reconocerlo. Ella dijo “no”.
El Juez decidió que sería un solo día a la semana.
La mentira no podía comprobarse, Laureano era demasiado pequeño para dar una respuesta.
Después de esos dos meses lo fue a buscar, acompañado de la abogada. Al abrir la puerta…
– ¡Papá! Gritó Laureano abriendo los brazos.
…
Lucas conmovido, se sintió completo. Con el alma llena.
“Mi hijo me abrió un montón de puertas, en lo personal, me demostró que no te impide nada”.
***
“Mi cuerpo
no es
la visión distorsionada
de Tú
pensamiento”
Alguien
Nacemos sin tener conciencia del cuerpo que habitamos; pero si del que salimos. No elegimos ese cuerpo y decidimos independiente elegir otro; o una forma diferente de verlo y llevarlo a la máxima expresión. Todo lo decidimos cuando creamos conciencia. Así que disculpen mi atrevimiento… se llama Marta (la churrasquera), pero se escribe Lucas Gabriel.
“Yo era madre primeriza, y la primera vez que fui al médico -de apuro- (por las contracciones), me lleve todos los bolsos. La ropa, los pañales… todo. Y al final el médico me mando de nuevo a casa. La segunda vez, como pensé que pasaría lo mismo, me fui sin nada.
Resulta que Lucas ya había sacado la cabeza. Así que cuando nació, la chica de al lado me presto ropa y pañales. Pero de nena”. Cuenta entre risas la madre de Lucas.
Marta es el personaje producto del ingenio actoral; que le abrió la puerta a Lucas.
Paso por varios trabajos, podría decirse en base a su historial, que es autodidacta.
Su habitación es de color magenta. Tiene la mitad de una mesa que antes fue redonda, amurada a la pared. Ahí se maquilla hasta verse como Marta. Lucas produce y crea para su personaje. Dividió en dos locaciones la ropa, una pertenece a Lucas y la otra a Marta. La de ella está mucho más cargada que la de él.
Su abuela, es esa mujer en la que se basó para darle personalidad y nombre a su personaje. Aprendió gestos, articulaciones corporales desde la sonrisa a los pies. Tonos de voz que estallan histéricos de expresión y brilloso glamour. Se apropió de las historias de las amigas de su abuela, las desarmo y las volvió a armar. Esas son sus anécdotas, cargadas de obscena belleza, propias de una diva.
***
¿Qué me pongo?
Su primer vestido para salir; fue una remera que su madre tenía intención de tirar.
Negra, ajustada en la cintura y suelta al final. Tomo un montón de plumas, le confecciono una boa y se la agrego a ese final inconcluso. Cortó un vestido transparente y con la tela le hizo una manga –murciélago- de un lado. Y del otro, más plumas.
– ¡Hola! ¿Qué buscas?
– Un par de zapatos, taco aguja. Talle 40.
Mando a la hermana a comprarlos y como calza 45, les hizo un corte en el talón. Les puso cuero y los forro. Era la primera vez que se calzaba unos zapatos y el ruido del taco en el piso, lo reveló. Jamás volvería a mandar a su hermana. Iría él, y a cada interrogante respondería con una historia distinta.
Lo extremo era caminar por las veredas de Capital. Los círculos, decorativo particular en las baldosas, lo mantenían en eje con las rodillas hacía adelante intentando forzadamente no tropezar.
La realización de Marta seguía avanzando, conforme Lucas ponía el cuerpo. Quería construir la semejanza de cada facción de una mujer. Así que se miró al espejo y en él vio un lindo par de tetas y por debajo un culo a lo Nicki Minaj. Consiguió goma espuma, se midió y sus manos hicieron el trabajo.
Hoy Marta tiene 15 pelucas de distinto color y peinado. Modifica su ropa y peina las pelucas con dedicación. Compra maquillaje cada vez que puede y tiene una maquilladora personal.
Programar un show le lleva (si le avisan tarde), una semana eligiendo rápido la estética. Y (si le avisan con tiempo), un mes.
Marta llegó a Hogan´s para una fiesta de Halloween. En ese momento la tendencia era Moisés. Las manos de Lucas armaron (canutillo por canutillo), un collar más chico que el de Nerfertari. Las observaciones decían que a ese collar le faltaba la mitad. “Era la Nefertraba después del tarifazo”.
***
Poniendo el cuerpo
Está sentado con los brazos apoyados en la mesa. Entusiasmado desparrama la bijou de fantasía que va a decorar el cuello y las muñecas de Marta. Me las enseña.
La maquilladora canceló. Pero lo vamos a hacer igual.
Lucas entra al baño con las manos cargadas de productos del set de maquillaje. De espaldas a la puerta se mira al espejo, primero un perfil, después el otro. Con los dedos se esparce por el rostro, en un movimiento suave y delicado, la base. Cubriendo los contornos, la frente, las comisuras y los pómulos.
Elige el perfil izquierdo. Comienza a trazar una línea con el corrector que va desde la frente, bajando por la curva del tabique que ligeramente llega a la comisura del labio superior, saltea la boca dejándola para después, y sigue en la misma línea desde el borde del labio inferior hasta perderse por debajo del mentón. El resto del perfil se tiñe de otro tono.
Adhiere una pestaña postiza que marca el detalle en el ojo y sigue con el armonioso ritual.
Un cepillo celeste desenreda el pelo, pelirrojo de sedosos bucles artificiales. Con esa peluca una noche en Hogan´s interpreto a una gitana. Termina de arreglarse y se pone la peluca…
– Tengo una cara de puta. Dice saliendo del baño. Después de la peluca, viene Marta.
Fotografiando a Marta
Relata entre poses los detalles de sus salidas a la Warhol. La complicidad con su amigo Ángel quien le ofrecía ayuda como asistente. La sigilosa salida de Abasto hasta Capital…
Se hace la medianoche, Lucas se pone las medias debajo del pantalón. Para ahorrar tiempo y ser más prolijo se coloca la base y las pestañas. Un par de lentes negros (sí, de noche, sin poder ver bien) mantienen la incógnita de camino a tomar el Plaza. Dentro del micro Ángel lo ayuda a producir hasta el más mínimo detalle, como las uñas postizas que cuidadosamente le coloca.
Una vez en la ciudad, baja Marta. Regia, única. Una noche más de glitter que perdurara, y secuencias de mal comportamiento con un detalle particular…
“Nunca tuve relaciones como Marta. Porque imagínate… me agarran de la peluca y me la despeinan toda. ¡Mi amor! Te mato”.
***
Un sueño compartido
Lucas tiene un sueño, en el que por ahora está solo. Es el de subirse a un micro y hacer su show. Una secuencia y que la gente ría, nada más.
“Hay muchos que hacen transformismo. Marta esta por fuera de eso, la construí a partir de todas las divas. Susana, Moria, Lizzy… Florencia. Porque si bien la vestimenta o las pelucas van cambiando, siempre es Marta, respeto su estética. Mi idea es llevar el teatro a la calle, quiero que lxs chicxs y la gente acepten que cada uno es libre de elegir que ser. Más de una vez me dolió ver como los padres les tapan los ojos a lxs niñes cuando van por la calle y ven a una chica trans”.
Fin
* Estudiante de Licenciatura en Comunicación Social con orientación en periodismo en UNLP, redactor en Revista Trinchera