Por Pablo Jofré Leal*

No existe posibilidad de paz en el país norafricano, mientras no cese la intervención extranjera -principalmente europea- y sus intereses por los recursos de este país, que lo hacen un botín a conquistar, sumado a la presencia del extremismo takfiri, el negocio de la inmigración y el multimillonario comercio de armas.
Hoy, Libia, ubicada en la región del Magreb, otrora una de las naciones con los mejores indicadores de desarrollo humano de África, está sumida en una catástrofe política y humanitaria, efecto de una guerra donde se enfrentan las fuerzas de dos gobiernos paralelos, apoyados por países con sus propios intereses en la zona. La muerte de decenas de miles de libios, el desplazamiento de su población, se suma ala presencia de grupos extremistas takfiri, que obedecen a las políticas implementadas por la Monarquía saudípara ampliar su ideología wahabita, apoyada financiera y militarmente por los Emiratos Árabes Unidos.
Después de 9 años de conflicto, tras el derrocamiento del ex jefe de Estado Muhamar Gaddafi en octubre del 2011, Libia fue considerado un Estado Fallido, con una multiplicidad de intereses en juego, que le han impedido cualquier tipo de estabilización y desde abril del año 2019 a la fecha, se han incremento los combates de los grupos en disputa. Todo esto alentado por poderes extranjeros, donde los traficantes de armas, los que expolian el petróleo libio y además se benefician del tráfico de seres humanos que salen desde las costas libias hacia Europa, tienen al país sumido en el caos.
Libia tiene dos bandos en pugna, cada uno con su gobierno y que se disputan el poder. El primero es llamado Gobierno del Acuerdo Nacional (GAN), creado en 2015 como órgano de transición y cuya sede de gobierno está en Trípoli. El GAN cuenta con un Concejo Presidencial, liderado por Fayez al Sarraj, que además ostenta el cargo de primer ministro, y es reconocido por la Organización de las Naciones Unidas (como entidad, lo que no implica el apoyo total de los 192 países que la conforman), y cuenta con el sobresaliente apoyo de la mayoría de las naciones que integran la Unión Europea (Italia, Alemania y Gran Bretaña), sumado a Qatar y Turquía. Este último país envió un contingente militar en apoyo del gobierno del GAN, sufriendo sus primeras bajas el día 25 de marzo pasado.
Desde la trinchera opuesta,se encuentra el gobierno establecido en Tobruk (en el este de Libia) asentado políticamente en la Cámara de Representantes, presidida por Aguilah Issay cuyo sostén es el Ejército Nacional Libio, dirigido por el General Jalifa Haftar. No cuenta con reconocimiento de la ONU pero sí de Rusia, Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí, que otorgan ayuda financiera, militar y logística, e incluso Francia, que sale de ese apoyo mayoritario que da la UE al gobierno del GAN: el país galo tiene aspiraciones de controlar los pozos petrolíferos autorizados por el gobierno dominado por Haftar y explotados por su transnacional Total Fine. Las fuerzas de Haftar controlan, actualmente, la mayor parte del país, llegando incluso a los suburbios de Trípoli
Ambos poderes libios, luego de años de enfrentamientos se reunieron el día 19 de enero del 2020, en la Conferencia de Paz de Berlín donde se pactó un plan de carácter integral, destinado a concretar una tregua conducente a una paz definitiva. En la capital alemana estuvieron países como Rusia, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Italia, Turquía y los representantes de la Unión Europea, Ursula Von Der Leyen y Josep Borrel, además de Ghassan Salamé como enviado especial de la ONU en Libia. En el caso de Estados Unidos,la estrategia en la disputa libia responde exclusivamente a sus intereses como potencia hegemónica e implica mirar y participar de acuerdo con lo que estos intereses dicten.
Por ello, no resulta en absoluto extraño que Washington apoye tanto al gobierno de Fayad al Sarraj, político definido profundamente pro-occidental, como también a las fuerzas de Jalifa Haftar, aprovechando el hecho de que este militar haya nacido en Libia, haya sido general bajo el gobierno de Gaddafi (donde fue jefe de su estado mayor) y entrenado militarmente en la ex Unión Soviética, pero luego exiliado en Estados Unidos, donde vivió 20 años, trabajó para la CIA y adquirió la nacionalidad estadounidense.
En la Conferencia de Paz, el compromiso fue avanzar en poner fin de la injerencia extranjera en el país norafricano, junto a un alto del fuego permanente y un embargo a la venta de armas que fuese verificable. El secretario general de la ONU, António Guterres, permitió visualizar de mejor forma en sus declaraciones el porqué de este encuentro, al señalar que “todos los participantes se han comprometido a renunciar a las injerencias en el conflicto armado y los asuntos internos de Libia ya que había un verdadero riesgo de una escalada regional y eso se ha impedido en Berlín”.
No había pasado un mes cuando la ciudad de Múnich, en la misma Alemania, acogió otro encuentro entre las partes beligerantes destinado a implementar el plan de paz acordado en enero. Terminada esta segunda reunión, la representante de la ONU en Libia, Stephanie Williams, dio a conocer su desazón porque la situación política, militar y humanitaria en Libia había empeorado, sobre todo porque el general Haftar y sus aliados tribales habían incrementado sus acciones para ocupar Trípoli, utilizando para ello la estrategia de impedir la producción de petróleo y privar de fondos a sus rivales. En los últimos cinco meses, los enfrentamientos han generado un millar de muertos y 140 mil desplazados. Complementaria a esta acción diplomática en Múnich, el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó el día 13 de febrero una resolución a favor del cese de fuego en Libia y llamando cumplir lo acordado en Berlín. Como era de esperar los mismo que alentaron esta resolución, siguieron catalizando la guerra en Libia.
En un escenario internacional de pandemia, con el virus del Covid-19 que tiene al mundo en crisis, África ha sido alertado sobre los presagios negativos que se van a abatir contra ella. La situación sanitaria y el llamado de la ONU a establecer una tregua humanitaria no ha sido respetada por las partes en conflicto. El día 28 de marzo un centenar de muertos fue la prueba de esta violación. Pese a la “tregua humanitaria” aceptada el pasado domingo por los contendientes a instancias de la ONU,los nuevos enfrentamientos estallaron el día viernes 28 de marzo cuando aviones del Ejército Nacional Libio atacaron un convoy militar del gobierno de Trípoli a la salida de la ciudad de Misrata, en los alrededores de Abu Qurayn, en la autopista que recorre la costa libia. El bombardeo ocasionó un centenar de víctimas, entre ellos 30 muertos y 70 heridos.
La paz es de difícil pronóstico en la ex Yamahiriya, ya sea por los intereses económicos en juego,la presencia de una docena de países que intervienen con armas, las presiones políticas a los dos bandos en pugna, ola sombra de una pandemia que aún no entra con fuerza en África. La supuesta instalación de una democracia representativa,usada como argumento por la OTAN para derrocar a Gaddafi, aplicando la estrategia de la Casa Blanca de la guerra sin fin, también resultó falsa. Un conflicto que no sólo trajo consigo la fragmentación de Libia, sino también la irrupción de grupos extremistas takfiri que han generado mayores grados de inestabilidad no sólo en el Magreb, sino también en la región del Sahel[1].
Han trascurrido 9 años desde el comienzo de la agresión a Libia y el derribo y posterior ejecución del gobierno de Gaddafi y a medida que transcurre el tiempo, queda más claro que ninguno de los objetivos planteados para el país norafricano se cumplió y menos se trabajó para concretar esa mentira magnificada de que se intervino en Libia por “razones humanitarias”, para liberarla de un gobierno totalitario. Argumento que fue repetido en manifestaciones corales por los gobiernos de Estados Unidos y la Unión Europea, avalados por la ONU y la Liga Árabe. Esta última ha cumplido a lo largo de la historia labores de más de coordinación económica que de influencia política pero, en este tipo de situaciones suele servir de tapadera para planes de intervención.
Hoy, tal como ayer [2](2) sostengo lo afirmado desde el momento mismo de la intervención extranjera en Libia: sólo será posible constatar un territorio fragmentado, convertido en coto de caza de gobiernos, grupos y empresas petrolíferas transnacionales, y que al amparo del apoyo a las distintas facciones en pugna, esquilman sus riquezas naturales. Aquellos que apoyaron la lucha contra Gaddafi y su posterior ejecución, han servido, finalmente, a los intereses de actores de mayor peso, formando milicias en base a criterios regionales, tribales y religiosos, que han intensificado y hecho irreconciliable cualquier idea de establecer un Estado Unitario.
* Periodista y escritor chileno. Analista internacional, Master en Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en temas principalmente de Latinoamérica, Oriente Medio y el Magreb. Es colaborador de varias cadenas de noticias internacionales. Creador de revista digital www.politicaycultura.cl
- La coalición que atacó Libia se hallaba bajo la dirección de Estados Unidos, país que durante todo el conflicto ocultó a sus propios aliados el fin que realmente perseguía, para ponerlos finalmente ante los hechos consumados, conforme a la política definida como leading from behind, o sea «dirigir desde atrás». Después de haber clamado durante meses que la OTAN no intervendría en Libia, fue finalmente ese bloque militar quien dirigió las operaciones. Washington nunca trató de instalar en Libia un gobierno bajo control estadounidense, lo que hizo fue propiciar el ascenso de fuerzas rivales entre sí para impedir el regreso a la paz entre los libios, en aplicación de la doctrina Rumsfeld/Cebrowski . Meyssan Thierry. https://www.voltairenet.org/article208809.html
- https://www.webislam.com/articulos/99215-libia.un.caos.programado.html.Si bien es cierto la pugna entre dos gobiernos en Libia amaga la posibilidad de alcanzar la paz en el país norafricano, también resulta necesario dar cuenta que la presencia de grupos takfirí en Libia y el incremento de sus acciones, amplificadas por la prensa occidental en el marco de la lucha contra Estado islámico en Irak, Siria y otras organizaciones terroristas en Yemen, Malí, Nigeria y Afganistán, han dado el argumento necesario para que sea posible tener otra intervención militar de envergadura en Libia