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Por Juan Simón*

La primera marcha del orgullo en Buenos Aires fue en 1992, asistieron alrededor de 300 personas con máscaras de cartón por miedo a perder el trabajo. El 2019 la columna de la XXVIII Marcha del Orgullo ocupó de plaza de Mayo hasta la plaza del Congreso y no usaron máscaras, pero gritaron, cantaron, bailaron y se besaron en contra de cualquier intento de discriminación.


Lo que desde lejos parecía una movilización, realmente fue una fiesta en la que abundaron las banderas multicolores, el glitter, las pelucas y los disfraces. Fue una jornada alegre en la que con mucho orgullo les asistentes se nombraron para decir “acá estamos y existimos” en contra de la normalización que les invisibiliza y reprime.

Bajo la consigna “Por un país sin violencia institucional ni religiosa. Basta de crímenes de odio” se recordaron los 67 asesinatos de integrantes de la comunidad LGBTI del 2018. Pero los reclamos fueron más allá, también se pidió la aplicación de la ley del cupo laboral trans, de la ESI y de cuanta ley sea necesaria para que todo ser humano que pise este suelo pueda ser feliz sin discriminación por su preferencia sexual.

Se puede decir que a la marcha asistió la comunidad LGTBIQ, pero es una respuesta miope cuando los que realmente estaban ahí eran nuestros vecines, hermanes, padres, amigues, y si mirábamos con detenimiento estábamos nosotres en los rostros de otras personas.


* Comunicador social, fotoperiodista y responsable del área fotográfica de Revista Trinchera. Especialista en el conflicto colombiano.

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