Trabajar para vivir o vivir para trabajar. Nuestro presente argentino, y global, nos inclina hacia lo segundo. Entregarnos al trabajo, para una retribución que no alcanza, a cambio de una falta de tiempo que no nos permite vivir plenamente. ¿Hay margen en este presente para salir de la lógica de vivir para el trabajo? ¿Hay propuestas para ello? ¿Hay margen para, lo que el papa Francisco llamó, “recuperar el sentido del trabajo”?
No es novedoso afirmar que la fragmentación es un signo de estos tiempos. En el marco de un proceso global que la excede, la realidad del mundo del trabajo es una dimensión que, en parte, explica y, en parte, expone este signo.
Tampoco es novedoso señalar que en los proyectos nacional-populares se está viviendo una crisis, no solo de representación política sino también programática. Una falta de brújula que impide construir esa misma representación. Una dificultad para conectar con el espíritu de época.
En este escenario cabe preguntarse, ¿Cómo pensamos el trabajo?¿Qué categorías y qué realidades referimos para caracterizarlo en este momento histórico? ¿A qué trabajador se le habla? ¿Cómo se piensa su representación? ¿Para quienes se diseñan las políticas? En este sentido, ¿podemos encontrar en la victoria de Milei, una expresión de las erráticas caracterizaciones del mundo del trabajo? Y por ende, ¿su relectura puede ser un pilar de un proyecto de país que se muestre vital frente a la avanzada anarcocapitalista? ¿Podemos pensar la patria sin pensar el trabajo?
A priori podemos decir que desentrañar ese entramado laboral argentino es una tarea crucial para comprender las problemáticas y necesidades de estos tiempos. Allí lo primero que emerge son realidades en plural; una multiplicidad que pareciera difícil de resolver bajo las mismas recetas y que traen sus propias problemáticas e interrogantes. Los desocupados en la puerta giratoria del trabajo informal, las changas y la nada. Los trabajadores de la economía popular entre lo organizado y lo silvestre pero siempre desprotegidos. Los trabajadores de plataforma que se arriesgan a los costos de ser “dueños de su tiempo”. Los tercerizados y la incertidumbre. Los informales que priorizan ingresos a derechos (o aceptan la que venga). Los cuentapropistas y monotributistas en crecimiento sostenido. Los que encuentran en cada necesidad un emprendimiento. Los trabajadores formales con bajos ingresos, fenómeno considerado como marca distintiva de los últimos años.
Categorías, sectores delimitados para cuantificar pero que, en el mundo real, se entremezclan. Los que salen del laburo para hacer unos viajecitos en la plataforma, las que trabajan en un comercio y se ponen en la casa el salón de uñas, las que hacen contenido y cobran en dólares, el docente que vende tortas, entre otros ejemplos. A ellos se suman los docentes desbordados de horas, los que salen de un laburo para entrar a otro, y diversas modalidades de pluriempleo o pluriactividad que también caracterizan este momento.
Una multiplicidad de pertenencias laborales que dan lugar a un sujeto trabajador mucho más complejo y diverso que hace treinta o cuarenta años, excediendo las líneas divisorias entre campo/ciudad o de rama de actividad ¿Cómo se construye identidad desde el trabajo en estos tiempos? ¿Esa fragmentación y fluidez dificulta la construcción de una agenda común? Sin perder sus problemáticas y necesidades particulares, ¿Cuál es el hilo conductor entre esas realidades? Dando un puntapié al debate, podríamos señalar, en muchos casos, a la precariedad como denominador común. Precariedad en un sentido amplio, entre ausencia de derechos, bajos ingresos, malas condiciones de trabajo, etc.
Un panorama que nos enfrenta a una tensión esencial: trabajar para vivir o vivir para trabajar. Nuestro presente argentino, y global, nos inclina hacia lo segundo. Entregarnos al trabajo, para una retribución que no alcanza (y que en muchos casos una parte significativa se destina a transporte y otros recursos para el trabajo mismo) y una falta de tiempo para destinarla al placer, pasar tiempo con la familia, amistades, para vivir plenamente. ¿Hay margen en este presente para salir de la lógica de vivir para el trabajo? ¿Hay propuestas para ello? ¿Hay margen para, lo que el papa Francisco llamó, “recuperar el sentido del trabajo”?
En otro orden, abordar el trabajo involucra preguntarse por los procesos organizativos y gremiales de los trabajadores, ya sean estos potentes, fragmentarios, incipientes o anquilosados. Las organizaciones de desocupados, las herramientas gremiales autoinstituidas (y pseudoreconocidas) de la economía popular, las iniciativas poco orgánicas del sindicalismo de plataforma, las centrales sindicales que se limitan a representar a la parte y se alejan del todo. Una columna vertebral que se va desangrando. En un contexto donde tener vacaciones es de casta, donde la solidaridad y el sentido colectivo se ve embestido por las lógicas neoliberales, la organización de los trabajadores pide ser analizada y debatida.
Mientras vivir para el trabajo se vuelve lógica imperante, la exclusión emerge como otro rasgo distintivo del estadio actual del capitalismo. Al desarrollo tecnológico, que trae consigo los debates en torno a los procesos de exclusión de mano de obra, se le suma la intensa y veloz expansión de la inteligencia artificial que pareciera poner nuevamente en agenda las discusiones sobre el “fin del trabajo”, a través de los portavoces del poder económico global. Allí emergen genuinas dudas en torno a qué trabajos subsistirán en este proceso, cuáles inevitablemente se jerarquizarán o aparecerán en virtud de las nuevas necesidades de esta economía. En paralelo, surgen preguntas sobre cómo frenar este proceso de expulsión asalariada, la factibilidad del retorno al pleno empleo, y de no ser así como garantizar trabajo para todos; a fin de cuentas, cómo crear trabajo (o tal vez, cómo dotarlo de derechos para que pueda ser realizado dignamente).
Inevitablemente este debate también nos lleva a problematizar el rol del capital. Identificar sus lógicas, dinámicas y transformaciones nos permitirá repensar la función social del mismo. A nivel nacional, ¿Cómo ubicar al empresariado nacional en el marco de una economía trasnacionalizada y financierizada?¿cómo reorientar de la timba a la producción? Producir para crear trabajo pero ¿Qué producir, para quién y cómo?¿con qué matriz impositiva, con qué salarios, con qué beneficios y qué obligaciones? ¿Qué armonía es posible entre el capital y el trabajo? ¿Cómo poner al hombre en el centro, en los tiempos del Dios dinero?
Estos son sólo algunos ejes que ameritan una reflexión en pos de no sólo diagnosticar sino también imaginar un nuevo horizonte deseable para la Argentina, o al menos algunas líneas para marcarle la cancha al realismo capitalista.
Frente a un gobierno que busca romper todo entramado social-comunitario, toda iniciativa que apele a la respuesta colectiva (de subsistencia o de avanzada) nos trae al trabajo; a fin de cuentas, es la relación social primitiva: debatir el trabajo es debatir cómo nos relacionamos. Hoy como ayer, el trabajo sigue siendo el eje ordenador de la vida y de un proyecto de país. Aquí buscaremos dialogar entre la especificidad de cada realidad y la necesidad de construir lectura integral que pueda construir una punta de lanza para pensar la patria.
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