Por Floreen Luengo*

Llegamos en moto, el viaje fue un poco más largo de lo que pensaba. Nuestro destino: la vivencia política de las niñeces. Durante el trayecto, con mi compañero de viaje discutíamos entre otras cosas, el proyecto de ciudad que sostiene el gobierno municipal, cuestionamos la importante diferencia de vivir dentro o fuera del casco urbano de la ciudad de La Plata, y enojados él y yo por el olvido político y la indiferencia histórica hacia ciertos sectores de la población.
Un gran cartel nos hizo saber que estábamos en el lugar correcto. Unas grandes letras sobre el alambrado, hacían recalcular a más de una persona qué significa la T, la B y la R. Al inicio de la estadía, las miradas no tardaron en posarse sobre nuestros cuerpos. Éramos extraños allí, sin embargo a diferencia de lo que la ciencia dice que es el extrañamiento hacia lo diferente, en el barrio las diferencias parecieran estar planteadas como parte constitutiva.
Mientras nos aclimatábamos, me dediqué a observar el laburo de construcción de un grupo de jóvenes universitarios que habitan el barrio hace años. La mayoría eran mujeres, de unos 27 años de edad la más grande; entre dos llevaban una garrafa ya sin gas, en la cocina unas 5 mujeres se dividían tareas: armaban las pizzas, preparaban el jugo, buscaban más agua, metían y sacaban comida del horno industrial, y atendiendo además a que las niñeces inquietas no ingresen por cuestiones de seguridad.
A la hora de estar en esa comunidad de personas extravagantes, ya había estado cebando mates a lo loco. Tal fue mi sorpresa cuando un niñito de unos 8 años me dijo si le convidaba un mate.
-Está calentito, le dije. Cuidado
-Yo tomo mate todas las mañanas. Antes de que mi abuela se vaya a trabajar, y cuando vuelve y yo estoy la casa también tomamos mates. Ya sé tomar mate, me respondió muy seguro.
-Buenísimo. Entonces ya conocerás cual es el secreto de quienes toman mate, le dije en un tono un tanto místico.
El niño tomo el mate en silencio, se quedó pensando y me di cuenta. Nos miramos y no me dijo nada, me devolvió el mate y se fue a jugar al castillo inflable con los suyos.
En un momento, empecé a notar que todas las niñeces y adolescencias se estaban agrupando, todos comienzan a prepararse para la recorrida.
– ¿Qué es eso que hacen? Le pregunte a una joven que estaba dando órdenes.
-Vamos a hacer la recorrida del barrio, vení con nosotres así sabes de qué se trata.
Renové el mate para dicha recorrida y nos fuimos. Éramos un grupo de aproximadamente 20 personas caminando por senderos repletos de hogares. En alguno de ellos, las chapas hacían de pared y de techo; la tierra hacia de suelo, los alambrados embellecían a los canteros y veredas. Caminamos unas 5 cuadras, pasamos sobre dos puentes hechos con maderas. Yo tenía miedo de pasarlo, uno; porque me dan miedo las alturas, dos, porque sentía que se iba a caer. Sin darme cuenta, una pequeñísima niña de cabellos rubios alborotados y con una mirada penetrante que todavía recuerdo, me miró y se rió a carcajadas.
-Cómo vas a tener miedo, me dijo. Yo soy más chica que vos y no tengo miedo.
-Pasa que sos una valiente, le dije. Estaba sorprendida porque sin decirlo, esa nena sabía lo que yo estaba sintiendo y encima de todo, eso le causaba gracia.
-¿Qué haces para no tener miedo? Le pregunté.
No me dijo nada, sólo me agarró la mano y me acompaño a cruzar el puente. Yo adulta esperando palabras para comprender, ella niña comprendió que las preguntas no se responden siempre con palabras, sino con el hacer. Sentí mariposas en la panza, esa muestra de amor y compañerismo fue fulminante para mí.
Al regreso hacia ese lugar de la T, la B y la R, les niñes extasiados corrieron hacia los juegos. Había castillos inflables, juegos pensados por los jóvenes que van a aprender de las niñeces, de las vivencias con lxs niñes, de los abrazos de éstos, de sus travesuras, de los disfraces, de sus caras sonrientes repletas de dulce de leche, de su ternura.
Ahí fue cuando comprendí, que significaban esas siglas. Y no qué significa para mí, sino para ellos y ellas. Para quienes habitan el Chacho Peñaloza, para quienes aprovechan esos encuentros con el afán de volver a ser niñes, de aprender y construir con las niñeces.
Al finalizar la jornada, ya nos teníamos que volver con mi compañero de viaje. La multitud seguía de festejo, las familias se habían sumado. Habías abuelas, tías, madres, hermanas, primas. Las mujeres predominaron en el predio, dando cuenta que el Trabajo Barrial de la Resistencia estaba ocurriendo allí. En ese encuentro, en ese festejo y en todos aquellos intentos que hacemos las personas para que lxs niñes que nos rodean sean lo más felices que puedan.
* Periodista, conductora del programa La Marea (Radio Futura FM 90.5), redactora de Revista Trinchera, editora del portal Luchelatinoamérica y colaboradora de Agencia Timón.