Entre scrolleos nauseabundos, contenido efímero y la espectacularización de nuestra vida cotidiana, surgen voces amables desde las profundidades de nuestro mar argentino. Pese a las apuestas de estadística, no hay títere enojado que compita con la congregación mágica, que se dio lugar en torno a la expedición submarina en aguas marplatenses.
Un silencio necesario contra la sobreinformación obligatoria
Finalizada la transmisión, con la tripulación ya en tierra firme, quedan muchas más muestras por analizar que las recolectadas por el submarino SuBastian. Entre ruidos de mate, sonidos de ambiente inteligibles, susurros laborales y voces con nombre propio pero sin rostros visibles, la argentinidad se sumergió en profundidades incalculables y fantasías preciadas, suspendidas en una corriente de tiempo apurado y voraginoso. El tono calmo, la interacción amable, el lenguaje nutrido, las palabras certeras en dulzura y aproximadas en tecnicismos irrelevantes nos devolvieron un ritmo que parecía perdido entre amenazas de motosierra, genocidios étnicos e inteligencia artificial.
Contra todo pronóstico adverso de esta modernidad cómoda, la incertidumbre, la curiosidad y la búsqueda por lo desconocido, vencieron el espacio vacío al que las plataformas digitales nos tienen cada vez más acostumbrados. Inundadas de agua salada y formas de vida diversa, las redes sociales se hicieron eco de un hecho extraordinario que encierra mucho más que un proyecto científico situado; la pasión es colectiva, el patriotismo sigue intacto y el progreso puede ser soberano.
Volver a las bases, ¿marítimas?
Una cámara submarina, con un aumento y definición que sorprende en cada acercamiento permiten conocer un mundo de texturas, tramas y colores minuciosos, que también representa una oposición estética al minimalismo de durlock, cubiertos descartables y melamina ,en esta era de caducidad programada.
Lo que dominamos y lo que no; la velocidad de la cámara, la técnica de la pinza, la imprecisión de la aspiradora, el tiempo robótico de una tecnología avanzada al servicio del descubrimiento. Entre tanta pretensión de grandeza, el ejercicio de buscar, develar y extraer la riqueza de la miniatura natural, pone en valor la práctica del detenimiento. Una demostración en vivo de lo que escapa a nuestro control, desterrando a cada segundo el mito antropocentrista del control total de nuestra especie. A veces, la corriente es más fuerte, el coral es más blando, la ofiura es más rápida, y habrá que recolectar lo que se pueda.
La oscuridad de profundidades inexploradas, manifiestan verdades ancestrales en nuestro presente, mucho más cercanas a nuestra humanidad que cualquier carrera espacial.
Los dueños materiales de nuestro mundo siguen su búsqueda impaciente por nuevos planetas que destruir, no se conforman con el deterioro cada vez más acelerado, inevitablemente destructivo, con el que condenan nuestras tierras, nuestros suelos, nuestras aguas y nuestros cielos. Mirar hacia el mar implica entonces, no solo fomentar el cuidado de nuestra riqueza natural, sino invitar a la reflexión de lo que vale la pena conocer para amar y defender. La humanidad que nos antecede sobrevivió gracias a cambios de adaptación que se configuran junto y gracias a la convivencia con otras especies. Las respuestas a la supervivencia y las innovaciones tecnológicas siempre tuvieron su sustento o por lo menos fueron inspiradas en las estrategias de la naturaleza para adaptarse y crecer. ¿Cuánto pretendemos alejarnos del sedimento del que nacimos?
En los días a bordo de la expedición “Talud Continental IV”, Argentina pudo observar en vivo y en directo, lo que la cercanía de un banco de corales tupido e indescifrable contiene; una celebración de especies entrelazadas en simbiosis. Cuando falte sustrato de donde aferrarse, serán otros organismos quienes sirvan de sostén. La vida en comunidad, el intercambio inevitable entre criaturas que comparten suelo es metáfora anunciada contra los detractores del “colectivismo”, cuidarme/te es cuidarnos.
El CONICET, plantar cartel de “gracias” entre sedimentos de rivalidad
Sobre algoritmos predestinados al individualismo pesimista, la post verdad online apunta contra la ciencia argentina y toda pretensión de soberanía. Pero la verdad siempre vence, y el conocimiento científico, da pelea contra la red de sentidos comunes desorientados.
Sumergida a casi 4000 metros de profundidad, la audacia nacional, en competencia permanente, celebra como un gol la aparición de un bivalvo, en un chat que expresa con emoción otra coronación de gloria argentina.
Pese a los detractores del disfrute popular, el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas no pasará desapercibido. El amor a la profesión, el amor a la naturaleza, el amor a hacer patria. La dulzura de un relato entusiasmado y genuino, fueron refugio y compañía de una alegría muy nuestra, en tiempos donde las vaquitas son cada vez más ajenas.
Despertando una conciencia colectiva adormecida, cada uno de los 24 científicos argentinos a bordo del barco estadounidense Falkor, paso por los micrófonos comprometido con la divulgación científica, pero también con las universidades públicas nacionales y las instituciones como el Museo de Ciencias Naturales, de Mar del Plata, Córdoba, Ushuaia y Puerto Madryn.
“¡Motosierra no, aspiradora si!”
Las condiciones de vida, a las que nos someten las políticas neofascistas del gobierno de Javier Milei, plantean escenarios de competencia entre sectores, peligrosos y dañinos. Al igual que el deterioro en salud y educación, la situación del sector científico es crítica: la inversión se encuentra en un mínimo histórico, y los salarios perdieron más de un 35%.
Mientras la expedición marina culminó el pasado domingo con éxito, nos restan campañas de protección en tierra firme. Si más de 80.000 espectadores pudieron sentir como propia cada roca del cañón submarino, nos queda aprender de la experiencia compartida, nuevos mecanismos de defensa de nuestra soberanía territorial.
De las múltiples especies observadas, descubiertas y amadas en los últimos días, la de figura espectral que se deshace enfrente a la cámara fantasmagóricamente, también encierra metáforas para la pedagogía de la liberación. Donde parece haber un bicho raro, resulta que son varios: un sifonóforo, formado por colonias de zooides. Al parecer, y como nosotros, al verse en peligro esa masa colectiva tiende a separarse.
Aunque no estoy muy convencida de que el amor venza al odio, creo firmemente que puede vencer al miedo. Así que, si una amenaza extranjera pone lo que amamos en peligro, la moraleja evidente de esta y toda nuestra historia es el mantra al que volver insolentemente cuando se enturbian las aguas: Nadie se salva solx.
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