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Por Diego Mendieta (*)

El Gobierno, en el marco de su programa de ajuste y saqueo, congela el salario social complementario de miles de trabajadores/as de la economía popular y no entrega mercadería a los comedores y merenderos, porque su estrategia es demonizar y debilitar a las organizaciones sociales -que tienen poder de movilización-, quitándoles los recursos, tensionando con la Iglesia Católica por el comunicado de la Conferencia Episcopal Argentina, y empujando una grieta entre las organizaciones populares y el campo evangélico (en la que no deberíamos “engancharnos”).

Mientras las organizaciones nucleadas en la UTEP realizaban la “Fila del Hambre” -desde Constitución hasta Retiro y en todas las dependencias del país- la titular del Ministerio de Capital Humano Sandra Pettovello firmaba en José C Paz un convenio millonario con Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina (ACIERA), una corporación que nuclea a iglesias evangélicas. Esta expresión no es hegemónica del sector, y aunque existen otras asociaciones y federaciones como FAIE, que nuclean a las iglesias evangélicas en la Argentina, tampoco son representativas del campo evangélico, el cual ha crecido notoriamente en las últimas décadas (según el Conicet, en 2008 representaba el 9% y en 2019 el 15,3% de la población). 

ACIERA se caracteriza por el lobby político de un directorio -conformado por los Pastores de las megas iglesias y sus aparatos-, que siempre coquetea con los gobiernos de derecha y con los sectores conservadores de nuestro país, fieles al espíritu que los hizo nacer en 1982: el diálogo con la última dictadura militar. 

Con la excusa de defender de la vida y la familia, ACIERA hace décadas usa a las iglesias en una “cruzada” para legitimar modelos económicos de hambre, saqueo y represión; mientras se regodea con el poder y se beneficia de millonarios convenios, contratos y propiedades. Pero también se expresa en términos políticos, obteniendo algún cargo como es el caso de la diputada Nadia Márquez, hija del pastor Hugo Márquez, integrante del Consejo Directivo de la institución, uno de los operadores en el campo evangélico que busca el respaldo político al Gobierno de LLA, o como la Confederación Bautista Argentina que le envió una carta al presidente Milei apoyando las medidas económicas, el DNU y la Ley Ómnibus mientras se reprimía al pueblo en la calle. 

Desde 2021, ACIERA tiene como presidente al Pastor Crhistian Hofft con quien compartimos muchas miradas e inquietudes y trabaja para que la institución que preside tenga credibilidad y construya un testimonio más evangélico. En esta oportunidad, lo grave no es el convenio ni el monto millonario sino prestarse al juego macabro de este gobierno para tensionar con la iglesia católica y confrontar con los movimientos populares.

Más allá de esto, es necesario evitar generalizaciones que responsabilicen de estas maniobras a todos/as los/as pastores/as e iglesias de los barrios populares, que muchas veces son víctimas arrastradas por la falta de formación, el analfabetismo teológico y su vínculo literal con la Biblia; o que ni siquiera son parte de ACIERA. El trabajo y la diaconía comunitaria que realizan aportan significativamente al cuidado comunitario, y a la organización de la vida en el territorio.

Durante años nos escucharon insistir en la necesaria articulación de las organizaciones populares, los sindicatos y las iglesias en los territorios: en darle importancia al fenómeno evangélico, como a las expresiones de fe en toda su diversidad, la espiritualidad y la religiosidad popular. Las organizaciones están compuestas por miles de hermanos/as en la fe y las iglesias por un sin fin de hermanos/as que militan en los movimientos sociales: la fe no está divorciada de la lucha ni de la vida, estas formas organizativas (iglesias – movimientos) por diversas razones no han podido profundizar en dicha articulación para fortalecer los vasos comunicantes entre las prácticas de la fe y las de organizarse para vivir con dignidad. La mayoría de quienes profesamos la fe evangélica somos parte de los sectores populares, nos atraviesan las mismas necesidades y padecimientos. 

El reverendo Gabriel Osvaldo Vaccaro, pionero del pentecostalismo en nuestro país, en los años 90 señalaba una de las debilidades del campo evangélico, diciendo: “Las iglesias evangélicas de América Latina están integradas por los sectores más pobres y humildes del continente. La única manera de impedir que sigan siendo cooptadas por las corporaciones religiosas es ofrecer formación y capacidad de discernimiento a Pastores y Pastores; y entonces sí, cuando vengan los “pastores electrónicos” (…) y les digan que sufriremos más si no pagamos la deuda externa, sabrán cómo responder.”

Cuando el Estado decide estar ausente dejando a la deriva a los sectores populares, pero haciéndose presente en el empobrecimiento, la criminalización y la violencia institucional; quienes quedan en los territorios, organizando la vida y animando en la esperanza, son precisamente los movimientos populares y las Iglesias (evangélicas y católicas) que luchan contra el hambre, el desempleo, el narcotráfico y la violencia social e institucional. Esas son las trincheras donde profundizar esa articulación, reconociendo a las iglesias como un actor importante y su capacidad en la organización comunitaria, construyendo diálogo institucional, haciéndolas participes de las discusiones elementales que dan los territorios en la búsqueda de la dignidad, sumándolas a las redes de abordajes comunitarios, intercambios de experiencias, espacios de formación, etc. 

¡Tal vez, sea el tiempo de cumplir la petición de Jesús cuando oraba para “que sean uno”!

Es tiempo de ser artesanos de la unidad a la que invita el Papa Francisco. Es tiempo de la organización material y espiritual de la que hablaba Juan D. Perón, o del amor eficaz que enseñó el Cura Camilo Torres.

Podríamos pensarlo, para actuar, si es tiempo de la unidad de todos los sectores para ser hermanos/as y no lobos, como profetizaba Agustín Tosco; o del ecumenismo popular que predicaba el Pastor José De Luca. Tal vez sea urgente repensar en profundidad esta imprescindible unidad, para sobrevivir a la rapiña organizada. 

(*) Pastor de la Comunidad Evangélica Fe y Vida, referente de la Pastoral Social Evangélica e integrante de la Secretaría de Culto de la UTEP.

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