El devenir histórico argentino nos ha traído hasta aquí bajo la misma disyuntiva: Patria o Saqueo. Los sectores populares que a principios de 1800 daban la vida en el proceso independentista, hoy siguen pujando por su reconocimiento y la posibilidad de participar de las decisiones del país.
Hace poco más de dos siglos se plasmaba por escrito la voluntad de nuestro pueblo de convertirnos en una república independiente y soberana que dejara de depender de los designios coloniales de la corona española. Aquel 9 de julio no sería ni el principio ni el final del proceso de lucha que tuvo como protagonistas a indios, zambos, mulatos, mestizos y criollos, sería sólo una declaración formal de independencia. Ni más, ni menos.
¿Rompimos nuestras cadenas coloniales? ¿Realmente nos independizamos o seguimos siendo dependientes hasta la actualidad? El dicho popular dice que “cada maestrito con su librito” y no es un detalle menor. Algunes creen (o quieren creer) que ese momento fue traumático y que seguramente les revolucionaries de aquel entonces debían sentir angustia por independizarse de España. Otres sostendrán que los lazos de dependencia nunca se rompieron, sino que sólo fueron cambiando de manos, por eso el clamor o la consigna de avanzar hacia una segunda independencia.
Lo que queda claro es que posteriormente a aquel martes de 1816, siguió una lucha intestina entre dos proyectos de país: el de la oligarquía criolla, que pretendía librarse de España para poder seguir haciendo cuantiosos negocios (ahora con Gran Bretaña), pero ser ellos quienes obtengan el total de la rentabilidad; y el de la liberación de nuestro pueblo, de todo nuestro pueblo y no sólo de una partecita.
Esa disputa de proyectos de país no quedó solamente allí y en las luchas intestinas que se dieron durante los años posteriores a la independencia; sigue presente hoy y atravesó la totalidad de nuestra historia, desde las luchas entre unitarios y federales, hasta la actualidad, pasando por la década infame, los golpes a Irigoyen, Perón, o la última dictadura cívico-eclesiástico-militar.
Esos proyectos, a pesar de significar disputas internas, siempre estuvieron influenciadas por el contexto internacional, por los polos de poder globales de cada época y por los procesos culturales a los cuales fuimos sometidos. Serían los británicos en un primer momento y los yanquis después, pero eurocéntricos siempre.
La dependencia continuó y continúa. Hoy son las multinacionales, los complejos financieros, los bancos, los organismos multilaterales de crédito y un sinfín de etcéteras. Y nuestra realidad no es muy diferente a la de todos los países periféricos que dependen de los grandes centros de poder global. De allí la necesidad histórica de supervivencia que significa para Nuestra América lograr consolidar un proceso de unidad para plantarnos ante otros poderes. En soledad nadie se salva. La salida fue, es y seguirá siendo colectiva.
Claramente este debate sigue presente en la vida política nacional entre aquelles que entienden al país como una empresa, como un negocio donde todo es evaluado según su rentabilidad económica o financiera; y quienes creemos que es otra cosa, que nuestro territorio, nuestras costumbres, nuestros bienes estratégicos fueron, son y deben ser para mejorar las condiciones de vida del conjunto de nuestro pueblo, respetando la gran diversidad que nos atraviesa.
Ahora bien… Dentro del proyecto nacional y popular históricamente se dieron discusiones y debates acalorados de por dónde había que avanzar, de qué maneras y bajo qué premisas. El debate de ideas siempre es bienvenido, en tanto y en cuanto ayude a construir caminos posibles en ese gran proyecto de liberar definitivamente nuestra patria de los lazos de dependencia que aún campan a sus anchas. Lo que no se puede permitir es que producto de esas miradas disímiles nos dividamos y nuestro pueblo nos dé la espalda. Y en esto que cada quien se ponga el sayo que le quepa.
Dicho esto, recordar que Irigoyen puso sobre la mesa la ampliación de derechos para los sectores profesionales, que los derechos para les trabajadores los puso Perón, y que Néstor y Cristina encabezaron el proceso para sacar al país de la ultratumba en la que nos habían dejado las políticas neoliberales. Pero la derecha aprendió, se calificó y tecnificó y durante los cuatro años de macrismo nos dejó a un paso del abismo nuevamente.
Y lo que en todos los casos logró que saliéramos adelante, sin importar los nombres propios, fueron las luchas de nuestro pueblo. Porque sin la militancia nada de todo esto habría pasado. Sin la lucha de millones de hombres, mujeres y diversidades ninguna transformación habría sido posible.
La pregunta sería entonces: ¿Si la Argentina actual es un país con casi un 40% de pobres cuál sería el sujeto o la sujeta política a empoderar? ¿Qué sector representaría esa salida por arriba con cambios de fondo que evidentemente se vuelven más que urgentes para poder revertir de una vez y para siempre la injusticia que reina sobre nuestra patria?
Les dejamos a ustedes la respuesta. Lo que sí recordamos es lo que le escribía el Libertador José de San Martín a Juan Manuel de Rosas en julio de 1839: “Lo que no puedo concebir es que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempo de dominación española; una tal felonía ni el sepulcro puede hacer desaparecer”.