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La llamada “historia oficial” de los pueblos nos acostumbró a escuchar un relato que dice buscar la integralidad, pero que, por el contrario, está inundado de eslabones perdidos. La porción de la historia de los vencedores es la que solemos conocer en más profundidad, pero como todo recorte, tiene un propósito, en este caso uno político.

Hay una razón detrás del porqué las avenidas principales de la mayoría de las ciudades del país llevan el nombre de Julio Argentino Roca, hay una razón detrás del porqué vemos en los billetes de 100 pesos una imagen de la mal llamada -porque de desierto no tenía nada- “Conquista del Desierto”. Hay una razón política y es el ocultamiento de las violaciones a las vidas y derechos de las comunidades indígenas para avalar las atrocidades que el Estado hizo a cambio de poder, poder sobre el territorio, poder sobre los cuerpos, poder sobre el conocimiento. Genocidio indígena son las palabras que se deben emplear para hablar de estos hechos, y que fue, ni más ni menos, que el primer genocidio perpetuado por el Estado argentino.

“Hubo campos de concentración, cambios de identidad, torturas, secuestros de niños y mujeres, se los esclavizó, a otros se los mató o se los encarceló. Eso configura un genocidio y ese genocidio no ha tenido reparación, no ha sido reconocido socialmente, porque implica también reconocer que la mayor parte de la sociedad de Argentina es indígena”, nos comentó Orlando Carriqueo, Werken (vocero) de la Coordinadora del Parlamento del Pueblo Mapuche de Río Negro, trayendo la discusión a la luz y sacándola de la oscuridad que los condenó a vivir en la marginalidad durante tantos años.

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) definió al término genocidio en la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio en 1946, y como mencionó Carriqueo, el Genocidio Indígena se encuentra reflejado en esta definición: “Se entiende por genocidio cualquiera de los actos mencionados a continuación, cometidos con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal: a) Matanza de miembros del grupo; b) Atentado grave contra la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; d) Medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo; e) Traslado forzoso de niños del grupo a otro grupo”.

El Genocidio

Cacique Villamain (buitre de oro) con su familia y mujeres de la tribu en sus tolderías e inmediaciones de Ñorquín. Diciembre de 1882.

Durante la “Conquista del Desierto” y otras campañas a lo largo y ancho del país, vimos cómo los actos previamente mencionados se perpetuaron en manos del Estado.

Los asesinatos fueron muchos y en algunos casos quedaron registros de ellos. Un ejemplo fue el de la “matanza de Pozo del Cuadril” en noviembre de 1878, en donde un grupo de familias se acercaron a Villa Mercedes (San Luis), para cobrar lo que se les debía por un tratado de paz con el gobierno federal, en el que se les ofrecieron recursos a cambio de la reducción de espacios de cacería, pastoreo y siembra de las comunidades. Sin embargo, el encuentro se dio de forma violenta e inesperada, las mujeres y niñeces fueron esclavizades y llevades hasta Tucumán, y los 70 varones restantes fueron fusilados.

Las comunidades no solo tuvieron que sufrir asesinatos a sangre fría, sino que las huidas para evitar ese final eran extremadamente difíciles de soportar por la limitada resistencia de los cuerpos. Al mismo tiempo, las huidas representaron el abandono forzoso de sus territorios y, por lo tanto, de sus identidades, perdiendo así el rastro de sus raíces.

Otro hecho muy recurrente era el de someter a las comunidades a travesías a pie de cientos de kilómetros, para trasladarles de sus tierras a las ciudades para su concentración y distribución a pedido de empresarios para el trabajo en cultivos, obras públicas, obrajes, entre otras.

Recorte del diario La Nación. Octubre 1878.

Los esfuerzos físicos y mentales que sufrían al trabajar como esclaves y al caminar incontables kilómetros sin descanso, no fueron las únicas causas de la muerte de la mayoría de ellos. La “civilización” traía con ella enfermedades que contagiaron a indígenas condenándoles a la muerte. Un caso registrado es el de les indígenas trasladades a la isla Martin García, donde el libro de defunciones de la parroquia indica que en cinco meses fallecieron 234 a causa de la viruela.

El distanciamiento entre miembros de una misma familia y/o comunidad no se daba arbitrariamente. Se buscó impedir la reproducción de las comunidades indígenas para que sus identidades queden en el olvido. “Lo que debemos hacer es llevar gente que establezca el cruzamiento con los indígenas para que se pierda por completo la raza primitiva […] El resultado que nosotros queremos [es] suprimir la gente salvaje de una generación a la otra”, declaró el diputado nacional Manuel Cabral en el 1900.

El secuestro de niñes y bebés se suma a la propuesta del diputado Cabral. Bajo el discurso de salvar a les niñes, estos eran distribuides en familias para ser futuros “criados”, se les borraban sus nombres nativos y se los reemplazaba por uno “cristiano”. Al ocultar su identidad, su restitución fue y es prácticamente imposible.

La lucha indígena en la actualidad

Hoy nos encontramos con un escenario diferente pero que sigue dejando mucho que desear. Si bien se avanzó en materia de derechos en relación a las comunidades indígenas, vemos como los dueños del poder siguen atentando contra sus territorios para utilizarlos bajo su beneficio. Benetton es un claro ejemplo de esa situación, el gran empresario italiano ocupa ilegalmente territorio ancestral de comunidades y nunca se le reclamó nada. De hecho, tiene aprisionado al Lago Escondido y dificulta la supervivencia de comunidades aledañas por los difíciles accesos para conseguir recursos.

También encontramos a personajes políticos guiados por lógicas neoliberales que siguen respondiendo al recorte de la historia oficial y, por ejemplo, asesinan a Rafael Nahuel y Santiago Maldonado por la espalda. Y para acompañar estos hechos, siguen fomentando la imagen del indígena como violento, perpetúan discursos discriminadores que los medios de comunicación venden como moneda corriente.

La deuda del Estado para con las comunidades indígenas está lejos de ser saldada. Sin menospreciar leyes como la 23.302 que busca garantizar los derechos a la tierra, a la educación, a la salud y a la participación de las comunidades, todos los conflictos llevan a la misma situación. Hasta que no se reconozca al genocidio indígena como genocidio y como el primero de Argentina, no es posible una reparación de sus identidades e historias.

“A partir de un reconocimiento del genocidio y de la construcción social de la Argentina, se pueden dar pasos para empezar a reparar y que estos discursos de odio no tengan tanto sostén como lo están teniendo”, finalizó Carriqueo.


Fuentes:
https://www.revistamaiz.com.ar/2019/01/por-que-hablar-de-genocidio-indigena.html
https://www.argentina.gob.ar/justicia/derechofacil/leysimple/indigenas
Comunicado de la Coordinadora del Parlamento del Pueblo Mapuche de Río Negro


Agustina Flores
Agustina Flores

Hija de los vientos patagónicos. Compañera (in)esperada de la militancia para la
liberación. Entusiasta del puño y la letra. Lo personal es político, el periodismo también.

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