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La película yankee Ideocracia cuenta la historia de un soldado norteamericano que, utilizado como conejillo de indias, participa de un experimento cuyo objetivo era congelarlo en cámaras criogénicas para descongelarlo un año más tarde. Sin embargo, un tiempo después de comenzada la prueba cierran la base militar dónde se encontraba y se olvidan al muchacho congelado, quien por accidente es descongelado 500 años más tarde.

El solado totalmente sorprendido se encuentra en una sociedad donde las clases bajas viven en la absoluta miseria, mientras que las clases medias pasan el 90% de su día inmersas en pantallas gigantes, mirando pornografía y alimentándose constantemente con comida chatarra que llega a sus cómodos sillones a través de extensos tubos.

En resumen, el desafortunado protagonista se ve inmerso en una sociedad saturada por el marketing, dominada por grandes corporaciones, profundamente antiintelectual, insensible al medio ambiente, consumista, obesa, violenta, amante de las armas y fanática de la comida basura.

Max Horkheimer y Theodor Adorno, dos filósofos alemanes que huyendo del nazismo se exilian en EEUU, advierten en su libro “La industria cultural: Iluminismo como mistificación de masas”, publicado en 1947, sobre los peligros de una cultura subyugada al capitalismo y a sus procesos productivos. En ese sentido, lo que manifiestan los autores es que con la aparición de las nuevas tecnologías, como la radio y la tv, comienza a producirse en masa un discurso único.

Entonces, lo que antes invitaba al espectador a utilizar la imaginación o requería algún esfuerzo intelectual, ahora le llegaba masticado y digerido poniendo como único requisito para su consumo que el sujeto le dedique su atención plena. Además, los alemanes reparan en que esos nuevos contenidos tienen como objetivo que los trabajadores consuman y reproduzcan el ideal capitalista.

Ahora bien, ¿Qué pensarían Horkheimer y Adorno si vieran al Dipy haciendo las veces de analista político en los canales de TV? ¿Y de Julián Serrano o Felipe Fort? Ciertamente, el desfile de personalidades mononeuronales vomitando su odio de clase 24-7 es algo que llama la atención: parecería que para estar en el prime time o en los principales diarios sólo basta con despotricar contra gobierno.

Lo cierto es que el gobierno nacional tiene en frente a una oposición radicalizada y con un discurso que si bien es de una pobreza dialéctica alarmante, no deja de cumplir con el rol hegemonizador. ¿A qué hace referencia este concepto? Básicamente a que los sujetos consuman y reproduzcan imaginarios de las clases dominantes como propios. Estos mecanismos de opresión y enajenación los podemos observar, por ejemplo, cuando una familia va en un duna destartalado a las marchas en apoyo a Vicentin, una empresa millonaria que se dedicó a defraudar al Estado y a lavar guita.

Sin embargo, la hegemonía es un campo de batalla, un terreno en disputa en el cual el oficialismo necesita ganar su espacio para poder mantener la gobernabilidad y llevar adelante el proyecto de país que quiere. La lucha es desigual por dónde se la mire ya que las corporaciones cuentan con las pantallas de TV, los diarios y revistas de mayor tirada y, como si fuera poco, ejércitos de bots y noticias falsas para instalar en agenda lo que ellos se propongan.

Esto no es un dato menor, ya que fue la batalla cultural el principal problema del último gobierno de una CFK que, ante los embates golpistas de los grandes medios, radicalizó su discurso perdiendo una porción importante de aquel electorado que le había dado más del 50% de los votos en el 2011. Si bien este es un problema que sin dudas es tenido en cuenta, el oficialismo parece no encontrarle la vuelta.

El recientemente anunciado observatorio de medios parece ser una medida en la dirección correcta, pero no es suficiente para detener la avalancha de noticias falsas que circulan por cientos de miles de celulares. Es ese marco, la devaluada Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual sigue siendo la respuesta al problema, ya que si bien necesitaría una actualización relacionada con las nuevas tecnologías y los nuevos modos de comunicar, garantizaría la pluralidad de voces y mantendría a raya a los monopolios informativos.

¿Usurpadores en defensa de la propiedad privada?

Uno de los temas de los que se está hablando hasta el hartazgo es la disputa familiar de los hermanos Etchevehere. La hermana menor, Dolores, denunció a su hermano, el ex ministro de agroindustria y ex presidente de la Sociedad Rural, Luis Miguel, brindando detalles de una gran cantidad de delitos que él y su familia cometieron, como usurpaciones de tierras o el sometimiento a la esclavitud de peones rurales (una práctica demasiado común entre los ruralistas defensores de la República).

Si bien no hay nada más hermoso de ver que un rico descalzado, Dolores redobla la apuesta reclamando la herencia que le corresponde y le negaron, y dona el 40% de esas tierras para el desarrollo de una iniciativa agroecológica llamada “Proyecto Artigas”, creada y desarrollada gracias a su abogado, Juan Grabois. La venganza perfecta para quienes representan al sector del agronegocio defensor de los agrotóxicos y culpable de prácticas aberrantes como los desmontes o la quema de pastizales.

Este conflicto parece sintetizar gran parte de los problemas que tiene el país. Por un lado, la familia Etchevehere, desconociendo fallos judiciales y haciendo gala de su impunidad, encerró en el campo a cientos de personas para que no puedan buscar comida o medicamentos. A esto se sumó el miedo de la policía de Entre Ríos, que en lugar de sacar por la fuerza a los ruralistas, le sugirió a las personas encerradas que pasaran por un río con el agua a la cintura para poder salir a comprar provisiones.

Otra arista del conflicto está en la cobertura mediática que, cómo era de esperarse, defendió a los ruralistas. La primera estrategia discursiva apuntó a ligar la disputa familiar con un conflicto con la propiedad privada, estableciendo una forzada conexión entre Dolores y la defensa de su propiedad con las tomas en Guernica y las ocupaciones llevadas adelante por el pueblo mapuche en el sur.

La segunda estrategia tuvo como objetivo ligar al gobierno nacional directamente con la supuesta toma de tierras, instalando que había funcionarios en la finca e intentado establecer que les Fernández no tienen respeto por la propiedad privada. ¿Qué logran con esto? Que las personas piensen que cuando salgan de sus casas a hacer las compras y vuelvan, van a tener una unidad básica en su patio, utilizando el miedo como principal emoción disciplinadora.

El obstáculo primordial para el desarrollo de un país justo y soberano está justamente en esta oligarquía parasitaria, que consiguió sus tierras gracias a un estado que luego de liquidar a las poblaciones originarias decidió entregarlas prácticamente como un regalo. Y que aferrándose a sus riquezas, presionaron a distintos gobiernos para que no modificarán la matriz productiva del país cuando el contexto global así lo demandaba.

Finalmente, lo que aquí se observa es a una mujer violentada en todos los aspectos, despojada de sus derechos por una familia que desconoce a las instituciones democráticas. Dando muestras que el problema centenario en el país es el justo acceso a la tierra y que en tanto no se comience a legislar en pos de ese objetivo, tendremos que seguir lidiando con los varones del campo, que retienen sus producciones para forzar devaluaciones y que lo único que buscan es, junto con el establishment, minar a un gobierno popular en medio de una pandemia.

Nicolás De La Iglesia
Nicolás De La Iglesia

Existencialista. La cuestión del «ser» me parece inabordable. El humor es mi bálsamo, la tabla con que surfeo la ola de mierda que puede ser la realidad. Hace poco me dí cuenta que siempre fui peronista.

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