TIEMPO DE LECTURA: 3 min.

Relato de Luz Iriarte, participante de la convocatoria de cuentos “Hebe Uhart”.

Soy de hogar tierno y cuna tibiecita. Como en cama y duermo en comida, no hay que no tenga ni donde estar. En mi hogar tierno y cuna tibiecita soy feliz. Sueño mundos de leche y mimos, si es que acaso existen lugares así, porque aspiro a ser yo cuya leche y mimos nutran a mi descendencia.

Salgo de mi hogar, me adentro en la jungla y observo las bestias, observo el metal, me adentro con miedo en la jungla de cemento y espero hasta que el sol frene a las terribles criaturas con su acromático brillo. Embiste el último demonio y atravieso el vacío caminando elegante. Ante todo, cortesía, ante todo el valor principal de coexistencia entre los nuestros.

Al cielo, después, volando entre peldaños y misterios, me vuelvo una con el pensamiento de que algún día no voy a volar y que por eso deben volar mis futuros niños, que deben aprender a tomar flote y que no seré yo quien los eduque sino ellos, tristes en su existencia, pero en quizás un hogar adecuado y no tanto tierno. Un hogar de espuma y suavecito, menos tierno (más carnoso), bien fibroso (no tan crudo).

Ahí en el cielo está el Don, enrollado como tazón y rellenito como un pan. Me acerco y amago a pegarle, él ni se inmuta. Al rato, frota su rostro contra el mío y su bigote me acaricia la cara. Sé que le gusta. A mí me gusta él, pero hay algo que me aleja, ese olor insoportable a desvarío que no sé cómo manejar, que no sé cómo enfrentar, así que le pego un zarpazo en el cachete para que no se acerque y eso lo rompe. Retrocede uno, dos, avanza tres y se me abalanza. Nos enrollamos y caemos en las bases del cielo, paraíso lejos. Al Don le falta eso: pasión, y a mí me sobra. Él es grande y no me puede dar lo que quiero. Él es viejo, yo soy joven. Le grito: corre a esconderse en cuna fría, yo bajo de nuevo a tierra.

Don no tiene amigos, yo tampoco; él por cobarde y yo por desdichada. No creo que lo sepa, pegote que es conmigo, que a comparación suya parezco una condesa como aquellas que veo por los caminos infinitos tras vidrieras. Infinitas son las posibilidades de una que no es como lobo, sino que más bien es hábil y rápida. Escapando siempre, vez tras vez, me encuentro cara a cara con cosas que no puedo evitar. Siempre, pero siempre, se me cae el cielo encima. Se angustia y estalla en mil pedazos, esos lugares en fracciones de segundo no están ahí, permanecen inaudibles en mi imaginación, sólo son imágenes, no más que eso. Vivo triste porque triste me vive el cielo, y así como vuelvo mojada a mi cuna tibiecita, que ya ha sido vaciada y a mi hogar duro y afilado, también vuelvo a mis viejos rituales. Duermo mojada, duermo sin comer, duermo. Al final, sólo me queda soñar mundos de leche y mimos, si existe un lugar así, cada vez me lo creo menos

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