Un abrazo como un fusil

Un abrazo como un fusil

TIEMPO DE LECTURA: 2 min.

Poema de Yaz Reynoso, participante de la convocatoria de poemas “Daniel Omar Favero”.

Allí donde las palabras pasan del beso colectivo a la poesía escrita se encuentran estos cuatro poemas como un intento de eternizar aquello que surge del encuentro entre compañeres. La palabra como acción nos invita a repensarnos dentro de lo que decimos pero también de lo que callamos, la escritura es compañera en las manos que hacen la revolución


a mis compañeras


en los ojos emocionados de una hermana
veo los ojos de otra hermana
cuanto nos robaron vieja
pero que fuerte somos vieja
y que todo el dolor se cura en un abrazo
es tan simple como eso
estar aqui y ahora, erizandose la piel
sintiendo y reinvidicando
no encuentro otro camino
ni me interesa encontrarlo
la militancia es vida
amor, lucha y unidad
la militancia te arma de amor
y te llena de orgullo el pecho
con compañeras yendo a ver a otra compañera
mujeres militantes reinvidicando una mujer militante
no hay otro camino hermanas, este es
y por suerte nos encuentra juntas
celebrar la organización y abrazarnos porque estamos luchando y porque nos encontramos en
estas luchas
el destino esta marcado desde antes, hay encuentros que son reencuentros
y ahora el mounstro avanza pero nosotras también
y tiemblen porque quien ama este pueblo dará hasta el suspiro de su vida para defenderlo y
eso les duele porque el mounstro nunca sintió el amor popular.

sobre la liberación


como si uno pudiera elegir la sangre
las cosas pasan
los días pasan
los dias pasaron
cuando lo que apronta es el dia a dia
está prohibido mirar atrás
cuando lo que apronta es la frustracion
está prohibido no mirar atrás
convertimos lanzas en guirnaldas
decoramos todas las mañanas
y reimos, aunque sea un rato,
todas las noches
nosotres que usamos las manos
para hacer el amor y la revolución.

enredarse se parece a besarse


todas nuestras lenguas están conectadas
podría pensarse en una especie de beso colectivo
las lenguas se enriedan, se lastiman, se repelen
y se abrazan
en este gran beso colectivo que es la palabra
la palabra como acción
o como problema
la palabra nos atraviesa
la palabra nos conecta y nos aleja
en el beso colectivo
¿te enredaste?
¿te lastimaste?
¿lastimaste?

a masumi


ojos azules
ojos verdes
¿cúal era?
ésta
la de la mancha blanca en la frente
desesperación, no hay respuestas
esto está empeorando
me la llevo
te dejo
soledad
cambios
dolor, sufrimiento
no se puede vivir así
vivir sufriendo no es vida
si lo sabré
destino, amor
encuentro
selladas para siempre
me encontraste
te encontré
nos encontramos
me elegiste
te elegí
no creo en el azar
creo en vos
y en tus maullidos para despertarme

Lector de tormenta

Lector de tormenta

TIEMPO DE LECTURA: 3 min.

Dos novelas. Una ciudad asechada por la crecida, las aguas negras y la lluvia. Lecturas en relación a la inundación.

El viernes a la mañana me despertó la tormenta. Cuando vivía en la torre el problema era el viento, que la hacía bailar. Pero ahora vivo en una casa y la lluvia se siente desde todos los ángulos. Sacude las ventanas, golpea el techo como si quisiera tirarlo abajo y sube desde el piso. En la cocina me encontré con un par de centímetros de agua que no sé por dónde entraron. Mi gata de seis meses maullaba desde arriba de la alacena, hecha una Robinson, hasta que me acerqué chapoteando y le ofrecí los brazos como un puente, para que se me suba encima. Se ve que la crecida la agarró de golpe y en el refugiarse se arrinconó. Los medios dijeron que hace cuatro años que no llovía con tanta fuerza.

Pero lxs platenses sabemos que un par de centímetros no es nada.

En El lecho, de Esteban López Brusa y editada por EME, la correntada se llevó todo. Daniela, que es la protagonista, quedó boyando en la subida con un bebé en cada brazo y un par de instrucciones extrañas y difusas. El varoncito es suyo, pero a la nena se la engancharon en la municipalidad con una promesa: si la cuida, cuando llegue el momento de repartir los alivios, quizás pueda recuperar algo de todo lo que el arroyo le robó. Así que allá va, a donde la llevan, de orilla a orilla en una ciudad de La Plata a oscuras, comida por el apagón y por el agua. Cada rincón, cada esquina, es reconocible, desde el movimiento nocturno y desesperado frente a la municipalidad, entre camionetas cargadas de colchones y voluntarios, hasta las calles cortadas por los tilos que tumbó el temporal. Con la mirada tan puesta sobre los hombros de Daniela, la inundación es terrible, una marea imparable, pero al mismo tiempo una cruzada personal. Desde tan cerca, la magnitud cuesta y la tragedia es íntima. Daniela, después de todo, es una niña, también, y está acostumbrada a la vulnerabilidad. Para ella el miedo vendrá después, cuando las aguas bajen turbias, y durará mucho más que las manchas de humedad en el revoque. 

Yanina Gómez Cernada, diez años más acá, hizo algo parecido con su primera novela, La última crecida, editada por También el caracol. Aquí también hay una niña en una inundación, pero esta vez es la niña la que cuenta. Gracias a este artificio, las cosas se suceden con cierto nivel de irrealidad. Lo terrible esquiva el registro, y quienes sí lo captan, callan para proteger la poca inocencia que sobrevive, aunque más no sea con el agua al cuello. Como la muerte todavía no existe realmente en la mente de la narradora, los muertos son ausencias abstractas y difíciles de explicar, se suman a las pérdidas materiales, construyen el desamparo de a poquito, de silencio en silencio. Por otro lado, en la crecida también hay espacio para la aventura. El agua trae lo nuevo, lo emocionante y lo peligroso, acuna todo en sus remolinos. La narradora no se acuerda de la anterior subida, por eso vive esta con legítima curiosidad, atenta a los animales, a los insectos, a las estrellas y a las luces que se reflejan en el agua, aunque el agua sea negra y las luces sean los fuegos en la distancia. Por esto, porque los adultos están atrapados en la tragedia, la crecida es de los niños. 

Ambas novelas llegaron con la lluvia. Más lejos o más cerca de la ficción, atreviéndose a increpar nuestra memoria cercana, sus narraciones construyen un mundo con lo que sale a flote y resiste en la correntada.

Juan Fernández Marauda

Nació en Lanús, en 1988, pero creció en el Valle Inferior del Río Chubut. Trabaja en el cruce entre salud mental y escritura en un hospital de día. Es escritor, editor, librero y coordina el taller de escritura PULP! en la ciudad de La Plata. El puente de las brujas, su primera novela, fue publicada por EME en 2020 y Esplín Tropical (México) en 2022

 La barbarie se revela y se rebela

 La barbarie se revela y se rebela

TIEMPO DE LECTURA: 3 min.

¿Y si existiera alguna versión de un Mesías en un mataco pobre y huraño? Así nos adentramos al “Eisejuaz” de Sara Gallardo

Un hombre distinto, un elegido. Pobre por elección y sabio por mandato. Dios le habla sólo a él, como si fuera su padre lo manda a peregrinar por las calles polvorientas de su tierra ofreciendo parábolas difíciles de desentrañar y curaciones imprevistas. Se enfurece con lxs de alma impura  y divaga solo por paisajes desolados en arrebatos fervorosos de meditación y ayuno.

¿Y si existiera nuestra propia versión del Mesías en un mataco simple y huraño?

Existió. Este mesías sudaca se llamaba Lisandro Vega y logró pasar a la inmortalidad literaria gracias a la mirada sagaz de Sara Gallardo que lo conoció por azar, lo midió como personaje  y lo erigió en novela. 

¿Quién era/es Sara Gallardo? (1931 – 1988). En principio una mujer que no tuvo nada que envidiarle a las Ocampo en cuanto a holgura económica y linaje. Descendiente de al menos tres generaciones de antepasados con una fuerte influencia cultural y política en la historia del país. 

Era bisnieta de Miguel Cané y tataranieta de Bartolomé Mitre; Su bisabuelo escribiría toda su obra alineado con el mandato blanco-burgués-eurocentrista, pero Sara iba a espantar a su linaje, no por la profesión que abrazó sino por cómo eligió entenderla que es como interpretó a su país. Fue periodista y escritora y huyó con elegancia de los recatos culturales de la clase a la que pertenecía.. 

En un viaje a Salta en 1967 conoce por casualidad a Lisandro Vega, un integrante de la comunidad mataca que insiste en que lo llamen Eisejuaz (cuyo significado es Este También). Eisejuaz dice que Dios le habla, que le pide cosas. Parece tener algún tipo de brote psicótico y anda vagando por las calles comportándose de forma impredecible y profética.

Sara se fascina con este personaje, es porque aún antes de escribir sobre él, entiende todo. Vence con perseverancia el cerco de hostilidad del hombre y logra  entrevistarlo por tres horas, escribe una brillante crónica periodística pero la posibilidad de una novela será inminente. En 1971 Eisejuaz se publicará por primera vez.

Gallardo hace dos cosas extraordinarias con esta novela: En principio se desliza sin problemas al universo subjetivo masculino, incluso uno mucho más intrincado como puede ser el de un norteño venido de otra cultura y otra geografía; lo capta, lo entiende y lo escribe, rompiendo entonces el mito de que hay “formas femeninas y masculinas de escribir” y honrando con el ejemplo a Virginia Wolf que advertía que las mujeres lo único que necesitamos para “escribir como hombres” es un cuarto propio.

Lo otro magistral es el lenguaje que construye para el protagonista. Como lo hizo el enorme Juan Rulfo en Pedro Páramo, este personaje se revela y se rebela desde su voz, por eso la autora le construye un idiolecto propio, impactante no sólo por lo poético sino por los juegos de sintaxis que están cargados de sentido político. Eisejuaz, no es apenas un personaje singular americano, es pobre, es norteño, es mataco. Lxs matacos -al menos hasta 1967-  eran el centro de toda la marginalidad posible: rechazadxs incluso por lxs gringxs pobres y por otras comunidades originarias. A Eisejuaz no le importa, tiene cosas que enseñar y denunciar en esos monólogos existencialistas y metafísicos. Lo esclarece todo en lo negado de América, en lo reprimido y denigrado: en “la pequeña historia” está la historia colonial de América continuada por los gobiernos criollos en sus enclaves urbanos “modernos” occidentales.

Sara Gallardo se ríe de su linaje civilizado y señala con el dedo la barbarie como un mundo real cargado de sentido, cultura e ideología propia. 

Eisejuaz es bueno y es cruel, está psicótico y está tremendamente sano, cura y castiga, es sabio y es contradictorio.

El hijo de Dios.

Amanda Corradini

Mujer de trincheras: Reparte su vida entre la trinchera de la Escuela Pública, la de su biblioteca y la que guarda algunas banderas que gusta agitar. Todo regado de mate dulce, Charly García y un vergonzoso apego por el humor infantil.

Disturbios

Disturbios

TIEMPO DE LECTURA: 2 min.

Poema de Edu, participante de la convocatoria de poemas “Daniel Omar Favero.

El 28 de abril de 2021 inició el paro nacional en Colombia. El saldo total de asesinados fue de 80 personas casi todos jóvenes. Las protestas se extendieron por varias ciudades durante año y medio. En ese tiempo, escribí decenas de poemas para dejar memoria de lo ocurrido. Aquí les presento una selección de algunos de ellos, reunidos en un poemario inédito titulado: DISTURBIOS. Que está dedicado a todas las víctimas, a sus familias y a su memoria. 

Espero que la paz llegue algún día a mi país y no tenga que estar escribiendo más sobre esto, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra. 

Edu.


RECETAS PARA LA REBELDÍA

Para resistir hay que tomar vitaminas yo uso

dignicilina y aguantaminofén.

RƎɅOLUCIÓN

Mentiras,

ese día no llovieron piedras ese

día llovieron balas

había calles inundadas

desbordadas de sangre no

quedaron escombros si no

huesos

Y en vez de frio

silencio.

LA CRECIENTE.

Son ríos de gente

los que surcan las calles

haciendo remolinos

en las aceras

desbordan su cauce y

hacen estragos,

inundan con esperanza

nuestra consciencia

DESEMBOCADURA

Al mar llegan todos los ríos

A los ríos llegan todos los cuerpos a los

cuerpos llegan los gallinazos

a los gallinazos llegan todos los

vientos a los vientos llega el polen

al polen llegan las flores

a las flores llegan todas las madres

a las madres llegan todos los cuerpos a los

cuerpos llegan todos los ríos

y a los ríos llegan todos los mares.

EL 23 DE AGOSTO.

A Esteban

El 23 de agosto lo mataron en

una calle ciega,

con un ojo ciego

le cegaron la vida.

El 23 de agosto lo mataron

con dos balazos en la cabeza y

un balazo en la pared

a un joven sin balas.

El 23 de agosto lo mataron

mientras sacaba a su perrita, lo

mataron como a un perro

los perros del estado.

El 23 de agosto lo mataron, el

24 lo velaron,

el 25 lo enterraron, y

hoy,

vive más que nunca.

Kike Ferrari: “La literatura sucede únicamente cuando hay alguien leyendo, ahí se completa el relato”

Kike Ferrari: “La literatura sucede únicamente cuando hay alguien leyendo, ahí se completa el relato”

TIEMPO DE LECTURA: 11 min.

Kike Ferrari nació en Buenos Aires en 1972. Formó parte del fanzine literario Juguetes Rabiosos y de la revista La Granada. Colabora con diversas revistas y portales, entre ellos Acoplando, la revista cultural del sindicato de trabajadores del subterráneo de la ciudad de Buenos Aires, donde trabaja.

Habló con Radio Trinchera en el marco del programa Plástico Cruel, sobre su libro Territorios Sin Cartografiar, que es parte de la colección Arqueologías del Futuro, sobre la nueva ficción extraña latinoamericana, de Indómita Luz, dirigida por Juan Mattio, Flor Canosa y Marcelo Acevedo. 

¿Cómo es tu ruta lectora? Sabemos que sos fanático de Salgari, ¿Cómo fue el paso de la literatura de aventura a otro tipo de lecturas?

Hubo una pequeña transición en el medio, un momento en el cuál leí menos literatura. Coincide cuando termino la escuela primaria y empiezo la secundaria, y tiene que ver directamente con el descubrimiento del marxismo. Entro a la vida política al comenzar la secundaria, y durante un año, año y medio, prácticamente no leo más literatura, leo únicamente historia y teoría política. 

Cuando vuelvo a la ficción, ya había crecido. Entonces, casi naturalmente, se da la transición que va de la novela de aventuras del siglo XIX, los piratas, las espadas, los venenos tropicales, a los géneros populares, las novelas policiales, y los rusos que me agarraron muy fuerte, como Dostoyevski.

En esa madurez literaria y en tu orientación marxista, ¿Encontraste algo en el policial que te interesaba más desde el lado social?

Eso estaba un poco presente en la vieja novela de aventuras también. Tengo la sensación de que los géneros populares tienen cierta tendencia general a la crítica social más o menos velada, depende el caso. Me gusta pensar que todas las cosas que yo después iba a pensar políticamente estaban más o menos prefiguradas en Salgari.

Por supuesto que el género policial negro tiene cierto componente social, en muchos de los casos menos explícitos, porque los autores eran ideologicamente de izquierda, en la cuál hay una fuerte crítica al capitalismo. no en su faceta legalmente criminal, como si el relato del crimen nos permitiera contar el sistema todo. 

Igual, honestamente, cuando entro al género negro, entro porque me parecian muy entretenidas las novelas. El resto es un armazón que se construye con el paso del tiempo.

En todo esto, ¿Cuando aparece Borges?

Lo empecé a leer cuando tenía 13, 14 años, sin ningún éxito. Yo todavía estaba muy pegado al malditismo, a los autores borrachos, que vomitaban en el piso, que querían romper cosas y morían más o menos jóvenes de enfermedades venéreas. Borges era un señor muy mayor que además, cuando yo era chico, salía en la tele, era como el Grandes Valores del Tango pero de la literatura. Entonces llego a él con muchísimo perjuicio, y por supuesto no lo puedo leer. 

En una lectura posterior, más ligada a mi descubrimiento de Onetti, que no habla bien de Borges pero lo hace con mucho respeto, lo cuál es muy raro, lo fuí a buscar con otras lecturas, más cargado del bagaje del conocimiento técnico, esto que trae Onetti, malditismo en el contenido pero mucha habilidad en la forma. Borges lo tiene mejor que nadie, y después hace un camino que es inagotable. Borges no termina nunca. 

Sarlo decía que el día que se termine la era Borges, iba a arrancar la era Saer.

Yo no lo veo próximo. Puede ser que suceda. No lo veo cerca. Tengo la sensación que el universo Borges también agota a Saer. Saer es un escritor de la órbita. Es lo que dice Piglia en Las tres vanguardias, tratan de irse a un lugar que Borges no haya tocado. Walsh se va a la no-ficción, Saer se va a esas novelas tormentosas, sobrecargadas, Puig se va al imaginario de lo kish y lo popular. Pero todos orbitan alrededor de Borges, aunque sea para alejarse. Creo que cuando se acabe Borges lo que vamos a ver es liquidada la literatura del siglo XX, y no creo que eso sea pronto.

Metiéndonos en tus libros, ¿Cómo es lidiar con un clásico, con un libro de culto, que es Que de lejos parecen moscas?

Trato de escribir en contra de las cosas, así que escribí en contra de las moscas. Es un libro que yo quiero mucho, que me dió cierto nombre, un lugar en la literatura. Viéndola con distancia es una novela que me parece que está muy bien, no tengo aprensiones. Pero ya la escribí, así que trato de ir a buscar otras cosas. A veces esas otras cosas eran alejarme, y a veces, como hice con El significado del fuego, retomar la historia pero ir para otro lado.

En cualquier caso, el trabajo luego de Las moscas, parece ser un foco gravitacional de mi literatura posterior. Parezco estar escribiendo, en mayor medida, para acercarme o alejarme de esta novela. Estoy pensando en voz alta, no tenía masticado esto. Pero me da la sensación de que un libro que está tan fuertemente ligado a tu nombre, como si el escritor y el libro fueran la misma cosa, tiende a generar eso, un polo de atracción en la cuál uno se aleja o se acerca de eso que por alguna razón le salió bien una vez. 

Lo mismo que orbitar a través de Borges.

Sí, es eso. A diferencia de otros libros míos anteriores, que no me gustan, me parecen trabajos mal realizados, un poco apurado. Siempre fuí partidario de publicar igual, escribo el mejor libro que puedo en el momento y después no importa si no me gusta, porque después soy otro, no tiene importancia. Pero Las moscas es un libro que todavía a mi me parece que está bien trabajado, bien logrado, que encontró ciertos puntos de síntesis en lo que yo suelo querer trabajar. Entonces sí, es eso que vos decís, orbito tratando de alejarme, en la medida de lo posible, usando lo mejor que le encuentro, y dejando el resto. Como hacen Walsh y Saer con Borges. 

En Territorios sin cartografiar te alejas del policial negro más crudo, ¿Cómo empezas a meterte en otros géneros? ¿Cómo aparece la historia y la manera de narrarla?

Considero varias cosas para mi alejamiento del género, bastante paulatino. La primera es que ya lo había escrito. Una novela negra, con todas las reglas del caso, es Las moscas, y un libro de cuentos bastante pegados al género. Entonces, para que la caja de herramientas como escritor se amplíe, tenía que visitar otros lugares. Ya Todos nosotros es un pasito de alejamiento, se arrima más a la ciencia ficción.

Territorios se fue armando, coincidieron varias cosas. La primera es que leí a China Mieville, que me modificó la forma de leer como hacía muchos años no pasaba. Creo que Paco Taibo II fue la última vez que un autor me había movido tanto la estantería como escritor. Entonces decidí tomar la serie de desafíos que la literatura de Mieville traía, y la serie de novedades (para mí por lo menos, que no era un lector muy asiduo de fantástico) y tratar de aplicarlas a mi trabajo.

Lo otro que pasó, fue que la realidad se fue enrareciendo. Yo que venía hace muchos años pegado al realismo, empezó a no alcanzar para lo que tenía que contar. La semana pasada, con la entrevista que le hicieron a Juan Mattio, apareció una nota de que en China hay una plataforma que está permitiendo a la gente dialogar con los avatares de las personas que murieron, con la información que les quedó. Es … de Materiales de Juan. La realidad se enrarece y la literatura nuestra también se va enrareciendo, pero finalmente la realidad nos alcanza.

Me parece que Territorios es el libro mío en el cuál la forma y el contenido están más cerca. De hecho, yo no sabría decir de qué trata el libro. Eso está incluido en la forma en que es contado, desde muchos lados. Muchas veces trabajo las novelas desde colecciones de relatos, y en este caso lo que hice fue el camino opuesto. Articulé un montón de cuentos para que den una forma que podría ser una novela, pero que no llega a serlo. Es una inestabilidad buscada. Mi literatura y el momento en el que estaba viviendo no permitía estabilidad de ninguna especie.

No hay la primacía de un personaje, por lo menos en la distinción tradicional entre principal y secundario. El personaje principal es el mundo roto que se crea ahí, es la piedra angular. Lo que une los cuentos es el mundo creado, no los personajes, ni las historias propias.

Es exactamente eso lo que quería contar. Digamos, la versión que yo podía contar de la ciudad y la ciudad, donde el protagonista es ese mundo disociado. Que el eje del relato sean los mundos superpuestos.

Leí en Acoplando que el último de los cuentos ya estaba escrito, un relato de la pandemia. ¿Cómo pensaste la construcción entera en base a este mundo?

Si. De hecho hubo cosas que entraron después, por ejemplo, el cuento de una versión de mi mismo que mata a Ricardo Iorio lo había escrito hace varios años para una antología, La mano maldita.

El cuento que cierra fue en primera instancia una nota que me pidió Clarín que era sobre cómo iba a ser el día después de la pandemia, según mi buen imaginar. Esto era al principio cuando la pandemia apenas tenía un mes y medio o dos. Reescribí ese mismo texto para Acoplando y después lo reescribí para cerrar el libro. el cuento de Batman también ya estaba escrito. 

Es raro cómo se arma, porque el que yo creo que es el texto que aglutina el libro, el que le da sentido al relato, es el texto de la inundación de Buenos Aires, y lo escribí al final. El libro pareciera que no tuviera sentido sin ese relato, pero apareció último. Por eso te digo: es muy inestable, es un material muy inestable Territorios, como lo que quiere contar. 

Conocemos cuentos tuyos, en este libro y por fuera de él también. Pensamos en El Cazador de Ratas, en Territorios sucede con Batman. ¿Cómo es el ejercicio de la reescritura?

Es un ejercicio que me gusta un montón, me parece que es un ejercicio que me lo traje de la música, en la literatura no se usa mucho. En la música es muy habitual; las bandas que hacíamos metal en argentina teníamos un cover. dos o tres preparados para cuando el show se caía. Un poco es eso, son relatos que uno conoce mucho y entonces le podes dar alguna vuelta de tuerca, encontrar de qué manera va a sonar como vos sonás una cancioncita que es de otro. Es un ejercicio que yo empecé a articular muy al principio. Lo hago hace mucho tiempo y viene de un libro que se llama Vacío Perfecto que es de Stanislaw Lem, un libro que son críticas de novelas que no existieron. En ese libro hay una crítica a una novela de un autor italiano que es una reescritura de El Idiota de Dostoiesvki, contada desde la óptica de la prostituta. Me pareció una gran idea. Esto que dice Piglia, correr el foco del relato.  

Esto que decías de reescribir esos clásicos que conocemos hace tanto y correr el foco es un poco lo que hace Gabriela Cabezón Cámara en La China Iron.

No me canso de decir que Gabi es la mejor de todos nosotros. Desde su primer libro (La virgen cabeza) había una cosa, lo que yo llamo una promesa incumplida. Cuando apareció ya se intuía, estaba potencialmente ahí la mejor autora argentina. No estaba pagado ahí pero ese libro era mucho mejor que la primer novela de todos. Con Le viste la cara a Dios se fue acercando más. Yo creo que La China Iron viene a cumplir todas las promesas que Gabi nos había hecho.

Nombraste a Paco Ignacio Taibo. Vos tenes gran cercanía con él. ¿Cómo es el antologador de un homenaje? 

Hermoso fue. Todo lo que pasa conmigo alrededor de Paco es el gran momento mágico de mi relación con la literatura. Lo admiro muchísimo. 

Lo estaban atacando muy duro porque había entrado a dirigir el Fondo de Cultura Económica, y es una persona bastante barrabrava para declarar, entonces toda la reacción mexicana le estaba pegando muy fuerte. Como digo en el prólogo estoy harto de los tributos post mortem. El momento de festejar a la gente es cuando está acá para poder festejar con ellos, abrazarlos y decirle lo importante que fueron para nosotros. Y si hay un momento para abrazar a los compañeros es cuando los malos lo están atacando. Entonces, en el más estricto de los secretos, porque a Paco no le gustan mucho los homenajes, contacte como a cincuenta autores, de los que quedaron treinta y pico, por los tiempos de publicación, que eran medios ajustados, y la gente tiene que laburar. Es una lastima. Si hubiéramos tenido un año más de tiempo hubiera sido un libro mucho más complejo en relación a la mucha gente que lo quiere.

Finalmente lo pudimos presentar en México, con él, que no sabía. Le dijimos que íbamos a hacer otra cosa. Fue muy lindo, muy emocionante, muy lindas las respuestas. A uno de los primeros autores que yo les pedí un texto fue a Andreu Martín, escritor catalan, bastante mayor. Me dijo que estaba retirado, que lo disculpara pero que no escribía más, y fue el primero que me envió un relato, diez días después. Eso es lo que todos le deben a Paco.

¿La literatura se completa con el lector?

La literatura es ese momento, no es antes. Antes lo que hay es escritura. Es una noticia que nos trajo Borges en 1949, cuando escribió Pierre Menard, autor del Quijote. La literatura sucede únicamente cuando hay alguien leyendo, ahí se completa el relato.

Luciano Montoya

Nació en Mar del Plata, en 1997. Actualmente reside en La Plata. Estudia la licenciatura y el profesorado en Música Popular en la UNLP. Conductor del programa de radio Plástico Cruel.


Juan Machado

Nació en Carhué, provincia de Buenos aires, en 1992. Actualmente reside en La Plata. Escritor, también se desempeña como conductor de radio. Dicta talleres y encuentros literarios. Publicó el libro de cuentos, microrelatos y poesías, No hay que jugar en la casa vieja y otros relatos (2020) Pájaros Punk (Malisia 2022)

Los papeles

Los papeles

TIEMPO DE LECTURA: 7 min.

Kike Ferrari compartió con Trinchera el primer capítulo de “Si estás leyendo esto”. Esta novela aun inédita en la que decide rondar a Borges, pero que también, decide intervenir la literatura, nuestra literatura, por medio de un recorrido por algunos de los autores más importantes la literatura argentina.

“Estoy escribiendo una novela que se va a llamar “Si estás leyendo esto”, que orbita un mito sobre Borges. Es una novela, pero también es un ensayo, mi aporte a la crítica literaria va a ser en forma de ficción, de novela. Si logro hacer lo que quiero hacer, voy a dar cuenta en la novela, más o menos, de toda la historia de la literatura argentina, en torno a un objeto que tuvo Borges.” 

Kike Ferrari


 Los papeles / 13 de mayo de 2022

Afuera puede ser julio o enero. Puede ser diciembre. Abril. Ser media mañana o tarde en la noche. Afuera. Puede diluviar, arreciar el sol. La luna puede brillar en cuarto menguante. O no. Pero afuera. Acá, como siempre, el quinto subsuelo de la Biblioteca Nacional, es –la luz blanca y un poco enfermiza de los tubos fluorescentes, los interminables anaqueles de metal en que se amontonan los libros, las ráfagas de aire fresco que mantienen la temperatura necesaria para conservarlos sanos, el piso de cemento gris, el enrarecido aroma del encierro– un inframundo de papel y tinta. 

Adrián mordisquea un lápiz negro. Una vuelta más, piensa. No quiere resignarse a terminar la jornada. Puede ser hoy. Siempre está esa idea. Y si justo ahí, en ese estante o en el de arriba, hay un manuscrito escondido, una anotación perdida en los márgenes de cualquier libro –ese, aquel– que, por no quedarme un poco más, por irme ahora –¿a qué?, ¿a la cena recalentada y uno o dos whiskys y el ronroneo Emma y un capitulo de una serie policial en Netflix?–, dejo de encontrar.

Consulta el celular. Puede ser cualquier día de cualquier mes a cualquier hora y con cualquier clima. Pero son las ocho y cuarto de la noche del viernes negro de este mayo desangelado y afuera, según San Google, la temperatura ronda los quince grados. Cielo despejado toda la noche, anuncia el Servicio Meteorológico Nacional. 

Le molesta el pelo sobre los ojos, a Adrián. Se hace un rodete y lo sostiene con el lápiz negro. Encara uno de los pasillos que conoce de memoria con la repetida sensación –hay algo que no vi– y los dedos rozando los lomos de los libros. 

Hay días en que el desasosiego puede más. Mal que le pesara al Viejo, las bibliotecas no son infinitas y la tarea que Adrián se propuso ahí tiende a agotarse. Cada mínima anotación que encuentra –como las últimas pepitas de oro en una mina en la que ya nadie excava– lo acercan un paso más al final de su búsqueda. De su búsqueda ahí. La que empezó hace tantos años y tantas maravillas le trajo. Porque, como canta su amado Nick Cave, las estrellas tienen su momento y luego mueren. 

Se consuela pensando que el cielo está lleno de estrellas. 

Siempre habrá praderas vírgenes, piensa, estantes en los que nadie haya mirado. Pero para llegar a ellas necesitamos otro milagro. Pasa al plural el pensamiento de Adrián, aunque está solo ahí abajo, en el quinto subsuelo de la Biblioteca Nacional, porque en esto, y sólo en esto, el no es una individualidad sino la mitad de ese equipo que completa Paula; es una de la cabezas de un monstruo bicéfalo donde no hay uno sin el otro. 

Un milagro, piensa. 

Que María –le decimos por el nombre de pila, se sorprende como si fuera algo nuevo– nos dé acceso a la Babel guardada en la Fundación. O conseguir los mecenas que pongan el dinero para comprar algunas de las pocas colecciones que no se llevó alguna universidad gringa.

Un milagro, se repite. 

Pero ellos no creen en milagros. 

Creen en el empecinamiento del trabajo, el agua que horada la piedra. 

Así que, pese a todo, esta noche, como casi siempre, gana la idea de que más importante que encontrar es buscar. Que es ahí, en el laburo, donde reside el sentido. Un juego de repetición. Recorrer una estantería, que pasen las horas, dos, cuatro, seis, y ante el cansancio o la desazón repetir, como una letanía: una vuelta más. 

Una búsqueda frenética vestida con las ropas de la paciencia.  

Se detiene frente a un estante y saca uno de los ejemplares a los que siempre regresa. 

Pertinax Libris, los llama. 

Este, por ejemplo, tiene algunas las características –primera edición, en alemán, tipografía gótica– de los libros en los que el Viejo anotaba. Pero no hay nada. Lo revisa de nuevo, como ya lo hizo cientos de veces, convencido de que algo se le tiene que haber pasado por alto las anteriores oportunidades y, al mismo tiempo, seguro de que no. Y es por esa certeza contradictoria que vuelve a éste –y a otra docena de libros– cada unos pocos días, como si se tratara de un ritual, a pasar las hojas buscando el subrayado, la anotación, la marca que lo desmienta y le dé sentido a la búsqueda.

Unos pasos más allá hay otro. “Adventures of Tom Sayer”, de 1886, edición en rustica de American Publishing Company. Hay apenas cuatro marcas en todo el libro. Cuatro líneas verticales a un lado de cuatro párrafos sin más anotación que un signo de admiración junto a la tercera de ellas. Pueden ser del Viejo o de cualquiera. Adrián cree que son de él. No sabe –en verdad no sabe– si reconoce el trazo en esas líneas verticales y el signo o sólo imagina reconocerlo. 

Vuelve a los párrafos marcados, como cada vez que toma el libro. 

WhenTom awoke in the morning, he wondered where he was. He sat up and rubbed his eyes and looked around. Then he comprehended. It was the cool gray dawn, and there was a delicious sense of repose and peace in the deep pervading calm and silence of the woods. Not a leaf stirred; not a sound obtruded upon great Nature’s meditation. Beaded dewdrops stood upon the leaves and grasses. A white layer of ashes covered the fire, and a thin blue breath of smoke rose straight into the air.

Gradually the cool dim gray of the morning whitened, and as gradually sounds multiplied and life manifested itself. The marvel of Nature shaking off sleep and going to work unfolded itself to the musing boy. A little green worm came crawling over a dewy leaf, lifting two-thirds of his body into the air from time to time.

They gradually wandered apart, dropped into the dumps, and fell to gazing longingly across the wide river to where the village lay drowsing in the sun.

They had paddled over to the Missouri shore on a log, at dusk on Saturday, landing five or six miles below the village; they had slept in the woods at the edge of the town till nearly daylight, and had then crept through back lanes and alleys and finished their sleep in the gallery of the church among a chaos of invalided benches.

 

Puede no querer decir nada. Alguien más puede haberlas marcado. No es claro que señalan exactamente. Pero Adrián no puede dejar de relacionar los cuatro párrafos con la semblanza de Twain de “Introducción a la literatura norteamericana”, en la que el Viejo escribió: “este gran libro abunda en admirables evocaciones de la mañana y de los atardeceres”.

Deja a Tom Sawyer en su estante y avanza un poco más, hasta otro de sus Pertinax Libris. Una primera edición, de 1934, en inglés, de tapa blanda y en bastante mal estado, de “A Question of Revenge” de Felix Lane, seudónimo del poeta Frank Cairnes. En la primera página todavía se lee el sello azul que dice Cirene Book Store, una librería del barrio sur de la que el Viejo era habitué en aquella época. La tapa, de una azul lavado muestra una mano escribiendo título y el nombre del autor, más abajo se ven siete redondelitos decrecientes, uno dentro del otro. La novela trata de la búsqueda de venganza de un hombre al que le mataron al hijo. 

Adrián pasa las páginas, una a una, como tantas otras veces. Pero, a diferencia de todas esas otras, esta vez al llegar a la página 34, se detiene. Algo. Vuelve a la anterior y lee: 31. Nunca había reparado en esa página pegada. Palpa el grosor y la intuición hace el resto: abre el libro un poco más, separando las páginas pegadas del resto, y mira a trasluz.

Adrián reconoce la sensación. ¿Qué es ese rectángulo opaco entre las páginas?, piensa. La misma sensación que tuvo cuando, seis años atrás, halló el ejemplar de tapas anaranjadas del número 122 de la revista Sur con el cuento corregido. ¿Algo que me estaba esperando? Una corriente eléctrica ataca su cuerpo pequeño. ¿Y, desde cuándo me espera? ¿Cuántas veces tuve este mismo ejemplar en mis manos?

Su corazón es un caballo desbocado mientras las manos se le transforman en las de un cirujano. Con la pequeña navaja que lleva en el bolsillo del saco de pana negro separa las hojas. Precisión y cuidado. Hay un papel, doblado a la mitad, que continúa pegado a la página 33. Repite la operación, el cirujano Adrián. Cuando libera el papel, éste se trae adheridas el reverso de parte las letras de molde de la página. Tiene también algunas manchas de tinta, otras de humedad, un tachón. Y cuatro palabras manuscritas. 

Cuatro palabras.

Cuatro palabras en una letra que Adrián conoce muy bien. 

Las lee una y otra vez. No quiere llegar a ninguna conclusión todavía, pero le cae una lágrima que seca rápido con la manga del saco.  

Oro puro en una mina casi abandonada, piensa.

Respira profundo una, dos, tres veces. 

Después hace una pausa. 

Y abre el papel. 

Decir que no

Decir que no

TIEMPO DE LECTURA: 4 min.

Otras razones por las que llorar, de Luciana de Luca, una novela sutil, que mira una vida entera de cuidados a otros.

Alguna vez quise escribir un cuento en el que el protagonista era un anciano jugador de tejo que viajaba fuera de temporada a Mar del Plata para competir en un torneo de gerontes. De aquel cuento quedó una sola escena: una corrida al baño de madrugada, calzado con una sola pantufla porque la otra se ha perdido bajo la cama y agacharse no es una opción. Empecé a escribirlo entre emocionado y divertido, pero lo abandoné cuando me di cuenta que no podía alejarme del lugar común, del patetismo o de la condescendencia. Seguramente fue para mejor. 

Hablar de la vejez con sinceridad es difícil. Darle voz a un personaje viejo, otorgarle un protagonismo real y lograr esquivar el encasillamiento, lo grotesco o la solemnidad, es casi imposible. Y sin embargo hay quienes pueden. Hoy les traigo Otras razones por las que llorar

Esta es la primera novela de Luciana de Luca, autora de cuentos infantiles y escritora fantasma detrás de la firma de oscuros otros. Aquí la protagonista es una mujer de unos sesenta años, hija, hermana, esposa, madre y, por falta de oportunidades, nada más. Una enfermedad sin nombre le está desarmando los días, y el médico, que le prometió que nada iba a poder quitarle su pasado, le recomienda que escriba cada vez que sienta que el presente se le vuelve volátil. He aquí la excusa que da lugar a la memoria y a la protesta que, por tardía, no deja de ser justa y emocionante. 

Pero Otras razones por las que llorar no es un panfleto feminista, aunque estos aún sean necesarios y bienvenidos. En su lugar es una novela sutil, dulce y triste, que mira y muestra una vida entera de cuidados a otros -los gatos, las plantas, los hombres que se la pasaron de mano en mano- no sin cariño, pero con la tremenda sensación de que nada le queda a ella de todo eso, que nada le ha sido devuelto, ni siquiera ahora, cuando realmente lo necesita. La gota que derrama el vaso, con la que prácticamente inicia la novela, es la última decisión unilateral de Antonio, el marido de la protagonista: Voy a cambiar el patio. El patio de ella, su único refugio. Sus plantas, su árbol de paltas, sus baldosas rojas en las que alguna vez dibujó su hijo, cuando era su hijo y no solo una ausencia. Ella dice: Ahora, doctor, tendría que anotar. En un pedacito del diario de ayer. “No”. Pero no tengo lapicera ni lápiz a mano. Meto la mano en el bolsillo del batón. Nada. En otro momento será, entonces. Más tarde. Me lo escribo con el dedo en la palma de la mano. “Escribir no. En uno, dos, tres papeles. Dejarlos a la vista. NO, en mayúsculas, subrayado”. Pero no dice nada, el cambio empieza y cada invasión, cada baldosa que levantan, desentierra algo. 

Dos cosas más quiero decir. La primera: todos los personajes, incluso aquellos que queremos odiar, son hermosos. El padre es un hombre solo, el hermano es un alma triste, el marido es el hijo menor, el invisible. Cada uno está presentado con líneas seguras y tiene su momento de brillar y de apagarse. La segunda: la voz. La narradora es única. Su relación con el lenguaje es cómo la de un niño con un juego que adora pero del que ha olvidado algunas reglas y por tanto las inventa. Habla como si descubriera el acto de hablar cada vez, casi con sorpresa. Ella, que nunca ha podido elegir nada, que todo lo que hizo lo hizo por mandato de otros, encuentra en el lenguaje la potencia, hasta ahora negada, de la posibilidad. Algo realmente suyo, su propia voz.

Juan Fernández Marauda

Nació en Lanús, en 1988, pero creció en el Valle Inferior del Río Chubut. Trabaja en el cruce entre salud mental y escritura en un hospital de día. Es escritor, editor, librero y coordina el taller de escritura PULP! en la ciudad de La Plata. El puente de las brujas, su primera novela, fue publicada por EME en 2020 y Esplín Tropical (México) en 2022.

La Moralidad Escondida en el Baño

La Moralidad Escondida en el Baño

TIEMPO DE LECTURA: 4 min.

Ciencias Morales: la autoridad deformada, la vigilancia perversa dentro y fuera de una chica de veinte años enferma como todxs por la época

Todo lo que está bien, lo indica Dios. Teresa entiende esto y también entiende que se activa a través de un dispositivo simple: Dios se manifiesta a través de la norma, la norma se acepta, se cumple prolijamente y sobre todo se muestra. Es necesario demostrar cuán comprometidx se está en la dedicación por cumplirla.

Marzo de 1.982. María Teresa Cornejo vive con su madre, su hermano ha sido llamado al deber de defender la Patria, Teresa no entiende ni le importan mucho las implicancias de esto, apenas le parece que está bien que esté en las Malvinas. Tiene 20 años y acaba de conseguir trabajo como preceptora en el Colegio Nacional. El señor Biasutto es el jefe de preceptores y rápidamente se vuelve su maestro y asesor en cuestiones de cómo aplicar disciplina. La chica se fascina con la rectitud del señor Biasutto, no piensa en él como hombre, no se siente atraída físicamente por él en absoluto, es una admiración casi filial, de alguna manera Teresa entiende que Biasutto es un referente de la moralidad  y no quiere decepcionarlo, una convicción apasionada por aplicar disciplina le recarga sentido a su abúlica vida.

Los colegios secundarios a principios de 1982 son cuerpos recuperados de la enfermedad de la subversión, pero esa no es excusa para relajarse, hay que cuidarlos minuto a minuto, resguardarlos de las esquirlas de la enfermedad que pueden haber quedado luego de 7 años de extirpar y extirpar. Para eso es vital la vigilancia del cumplimiento de las normas, así se mantienen pulcras cada una de sus células. 

Martín Kohan elige dos ejes simultáneos de narrativa del autoritarismo: el colegio es un cuerpo social totalmente impregnado de lo que sucede afuera, como cuerpo se inclina, se doma a sí mismo ante la autoridad desquiciada y aniquiladora de toda forma de pensamiento libre, pero acá también está la historia de lo que le pasa a Teresa con la obediencia, la vigilancia, la delación. 

El señor Biasutto, la guía, la adoctrina paternalmente, le relata el labor arduo de los años anteriores; se deja admirar por la chica, orgulloso de haber delatado en años anteriores a decenas de estudiantes “que gracias a Dios fueron extraídos como un cáncer” le dice en un despliegue de galanteo.

Teresa, dócil, pulcra, fascinada, presiente que alguno de sus alumnos varones se escapa a la zona de los baños a fumar; quiere ganarse el premio de ser la más eficiente preceptora del señor Biasutto y trama una estrategia: se esconde esporádicamente algunos minutos por día en uno de los baños esperando interceptar al descarriado. Pero pasan los días y sólo escucha cómo orinan en los baños contiguos adolescentes de dieciséis  años. El tiempo de escondite comienza a prolongarse; la mano talentosa de Kohan va difuminando el sentido de la estrategia de espionaje  de la protagonista. Encerrada a intervalos cada vez más largos espera el sonido de cierres de pantalones y el registro de la orina cayendo sobre los inodoros vecinos. A Teresa le pasan cosas, no sabe qué es (parece estar amparada por la causa, por esa contricción por el deber) pero le pasan ¿No sabe o prefiere no saber que ese hábito gozoso de guardarse en los baños cuelga fuera de su compromiso inobjetable por el control de la aplicación de la normativa?

Y luego todo se derrumba para María Teresa Cornejo. Elegiremos decirlo de alguna forma que evite el spoiler del rumbo de esta historia: digamos que Teresa sorprende a su Dios en camiseta manchada de comida, robándole la billetera a una viejita.

Ciencias Morales ganó el premio Herralde a mejor novela en 2.007. Martín Kohan   – uno de lxs autorxs más talentosos y leídos de nuestra época- logra contarlo todo a través de sostenidas elipsis, lo esencial nunca es nombrado, lo muestra a través del clima insoportable del colegio, del espantoso Biasutto y del proceso interno que sufre su protagonista hasta su desgarramiento final.

 No es una novela sobre los mecanismo de autoritarismo, Ciencias Morales cuenta lo que le pasa a las personas con la sumisión y naturalización de ese abuso, con la tensión entre el auto convencimiento de que ese orden es bendito y meritorio y lo que pugna por reventar -como siempre- de adentro hacia afuera

Amanda Corradini

Mujer de trincheras: Reparte su vida entre la trinchera de la Escuela Pública, la de su biblioteca y la que guarda algunas banderas que gusta agitar. Todo regado de mate dulce, Charly García y un vergonzoso apego por el humor infantil.

¿Cuán impropia es la Rural para la Feria del libro?

¿Cuán impropia es la Rural para la Feria del libro?

TIEMPO DE LECTURA: 6 min.

El día de mañana, lunes 15 de mayo, será el último del año en el que los visitantes podrán acercarse al predio de La Rural a recorrer y conocer la Feria del Libro. Aquellos que no lo hagan, deberán esperar hasta el próximo año para visitar la feria de libros más concurrida del mundo en habla hispana, y una de las cinco más grandes del mundo.

En sus casi tres semanas de exposición, son más de un millón de lectores quienes la visitan, y entre sus principales atractivos, además de la variedad de libros y textos que es posible encontrar, se encuentra la posibilidad de asistir a distintas charlas, conferencias y presentaciones de libros de varios autores. Figuras de la talla de Paul Auster, Ray Bradbury, Italo Calvino y José Saramago han participado de anteriores ediciones de la feria. En el caso de autores argentinos, autores como Borges, Fontanarrosa, Osvaldo Soriano y Maria Elena Walsh han sido parte en más de una ocasión. La feria es organizada por la Fundación El Libro, una entidad sin fines de lucro “cuya misión es la promoción del libro y los hábitos de la lectura.” 

La feria, que llega a su 47° edición, tuvo su primera edición en el año 1975 y desde ahí se convirtió en tradición que se convoque a alguna personalidad literaria, cultural o política a dar el discurso de inauguración. Desde el año 2000, cuando se convocó a Juan José Saer a venir desde Francia, esta apertura está a cargo de escritorxs. 

Este año dicho discurso le correspondió a Martín Kohan, novelista, cuentista, ensayista y docente. La expectativa por sus palabras era grande, al menos por dos motivos. Uno de ellos tenía que ver con el peso creciente que su opinión y sus intervenciones han tenido durante el último tiempo en la agenda literaria y cultural. Provocador, Kohan tiene una evidente tendencia a la discusión y el debate de ideas, y son conocidos algunos de sus cruces, por ejemplo con el ex secretario de cultura de la Ciudad de Buenos Aires, Darío Lopérfido. El otro motivo por el que había mucha atención puesta en las palabras de Kohan, tenía que ver con el discurso de apertura que lo antecedió el año pasado, Guillermo Saccomano tuvo una intervención profunda, polémica y sumamente comentada, donde atacó con mucha altura el monopolio de la industria Editorial, y el rol histórico que la Rural, el espacio en el que la feria se desarrolla, y sus frecuentes habitantes, han tenido en la historia argentina. 

Kohan, consciente de esta atención, tomó una primera decisión importante de cara a su intervención: evitar un discurso con frases “asertivas tuiteables”, tal como él mismo las describió. No fue un discurso de grandes títulos, sí quizás de grandes ideas. Este formato tuvo que ver con una de las tesis mismas de su intervención: el autor describe los tiempos que vivimos como tiempos de vociferación, donde todos gritan pero pocos leen, donde se leen títulos y no cuerpos, resúmenes y no obras. Citas, o hilos de twitter, y no textos o libros. No hay tiempo, ni lugar, en el capitalismo que vivimos, que nos permita la detención necesaria para el disfrute de un buen texto. Por eso, pensó una intervención que no se dejara resumir en algunas frases, que nadie nos pueda comentar en un pasillo qué dijo Kohan sino que nos obligue, si de verdad queremos saber, a leer definitivamente su discurso. Las formas nos hablan del contenido.

Sin embargo, más allá de saludar su apuesta, nos animaremos a discutirle una de sus tesis. Kohan plantea que “la feria del libro ocurre en un lugar impropio.” Su justificación parte de dos cuestiones: una de ellas, la antítesis que podemos reconocer entre el mundo de “bostas y silbidos”, tal como él dice, con el de “los libros y las mesas redondas”. Inobjetable hasta aquí. Sin embargo, hay otra forma de pensar la frase, y es que lo impropio de la feria en la Rural sería la instalación del mundo de la literatura, la lectura y, si se quiere, la “cultura”, en el terreno histórico de la oligarquía argentina. Ahora bien, ¿realmente la Feria del libro propone una oferta disidente y disruptiva para la tradición oligárquica de la Rural? Repasemos, para poder responder, un poco de su historia.

La primera edición de la Feria se realizó en el año 1975, en medio de un clima político y social delicado en nuestro país. Comenzada la última dictadura cívico militar en Argentina y la Feria no solo no se interrumpió, como si ocurrió con gran parte de la actividad cultural, si no que fue masificándose cada vez más. Si en 1975 fueron 140 mil personas a recorrerla, en el año 1979 contó ya con más de 700 mil visitantes. Si la feria no fue intervenida, justamente fue porque proponía una línea y un mensaje cercano al que planteaba el proceso. Si no, miremos el título que la feria tuvo en el año ‘80: “Al encuentro de dos mundos: la gesta española en América.”

Con la vuelta de la democracia, la Feria supo amoldarse a los nuevos tiempos: el discurso de apertura del año 1984 estuvo a cargo de Raul Alfonsín, y un año siguiente ya el título de convocatoria refiere “Al escritor y la libertad de expresión.” La misma feria que censuraba a quienes denunciaban las violaciones a los derechos humanos, se daba el lujo de hablar sobre la libertad de expresión.

Siguiendo con el recorrido histórico, la feria continuó sin grandes tensiones ni controversias. Por recordar una en particular, podemos mencionar la edición del año 1987, dedicada a Jorge Luis Borges, fallecido pocos meses antes. A partir del año 2000, se tomó la definición de mudar la feria al predio de La Rural, y, como señalamos antes, de que sean escritorxs quienes se encarguen del discurso de apertura. Entre los más destacados, podemos recordar los de Ricardo Piglia, Luis Gusmán, Rita Segato, Claudia Piñero, y los ya mencionados últimos dos, a cargo de Guillermo Saccomanno y Martín Kohan. 

Recordada es también la polémica que se dio en el año 2011, cuando en pleno gobierno kirchnerista, se convocó al siempre polémico Mario Vargas Llosa para inaugurar la feria. Fue allí cuando un grupo de intelectuales, entre los que estaba Horacio González- por entonces director de la Biblioteca Nacional- solicitaron que no sea el escritor peruano quien inaugure la feria. Más allá de la polémica, Vargas Llosa dio su discurso, simplemente que lo hizo un día después de lo pautado. Este recorrido, solamente interrumpido en los años 2020 y 2021, cuando a raíz de la pandemia del Covid-19 la Feria debió suspenderse, nos permite evidenciar como dificilmente podemos considerar a la F.D.L. un evento cultural que incomode y perturbe a los grandes poderes de nuestro país, sino que, en general, ha sido todo lo contrario.

Entonces, volviendo al punto y al discurso de Kohan, ¿realmente podemos creer que un evento así, impulsado por los principales monopolios editoriales y por los grandes empresarios de la Argentina, es un evento impropio para el lugar en el que se realiza? ¿Realmente podemos creer que la Rural, lugar donde históricamente hizo base la oligarquía argentina, es un lugar impropio para un evento como el descripto? Tal vez, simplemente, debamos ver que también la derecha y los sectores conservadores ven en la cultural una disputa importante, tanto en términos simbólicos como materiales, y es de esta forma que construyen sus armas, que no por ajenas debemos dejar de habitar, sino tan solo, seguir tratando de encontrar las formas desde donde se las arrebatemos.

No somos ingenuos, y tampoco pretendemos tomar de ingenuo a Kohan: sabemos que, como todo evento cultural, la Feria del Libro siempre será un espacio de disputas. Disputas simbólicas y conceptuales, pero también disputas materiales: que se haga lugar a los pequeños grupos editoriales, que se haga lugar a discursos transgresores, a palabras renovadas, a voces disidentes. Ahí seguirá nuestra pelea, y por supuesto, la palabra de Martín Kohan nos acompaña en esa disputa. Acuerdos, tensiones y debates; de eso se trata la vida, de eso se trata la Feria.

Pedro Jalid

Profesor de Letras. Leo más de lo que escribo, trato de hacer más de lo que digo.

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