TIEMPO DE LECTURA: 12 min.

Nació en San Francisco, Córdoba, en 1978. Es licenciado en Letras. Publicó los libros de cuentos El asesino de chanchos, El loro que podía adivinar el futuro, La casa de los eucaliptus. Las novelas La maestra rural, La masacre de Kruger y Los abetos.  Conversó con Radio Trinchera en el marco del programa Plástico Cruel e hizo un repaso por su obra y la escritura.

Contanos un poco tu ruta lectora, ¿Cómo llegas a la literatura y como fue la ruta a lo largo de los años?

Vengo de una familia que no era muy lectora, no había muchos libros en casa. Había libros como la revista selecciones o los cinco minutos de Dios, esa clase de libros. Supongo que empecé gracias a algunas tías que me regalaron libros, vieron que me interesaba el tema. Empecé leyendo La biblia de los niños, me partió la cabeza, me permitió entender de qué trataba la biblia. También esas ediciones abreviadas de Billiken, me acuerdo que leí Robinson Crusoe, y así. Después en bibliotecas, manoteando de todos lados, empecé a leer lo que leen los chicos, a Poe, Bradbury, esa clase de cosas con las que se comienza, y después de ahí a Cortazar, una época de lectura de poetas romanticones onda Benedetti o Neruda. Igual Neruda tiene una parte que se sostiene, ¿No? 

A medida que uno se cansa de eso va leyendo cosas que tienen por ahí más complejidad, una dificultad más grande. Al principio la literatura sirve casi como experiencia vital, después se vuelve un interés para ver hasta dónde puede llegar, entonces uno empieza a leer cosas más raras, más experimentales. Pero Bradbury, Quiroga, Cortazar son escritores a los que vuelvo y que todavía me dicen algo hoy, porque funcionan en varios niveles.

El reencuentro con una lectura inicial. Todas las generaciones hemos visto a Quiroga, La gallina degollada, el almohadón de plumas, en el primario. Reencontrarse con eso junto a la distancia, el trayecto y la experiencia de vida cambia el enfoque en la lectura.

Cambia porque además cuando sos escritor lees de otra forma, vas a buscar otras cosas, y lo empezas a leer con una mirada más técnica. Cuando ya lo leiste y lo estas releyendo empezas a buscar como hacía los trucos, y por lo menos en el caso de estos tres que te nombré es maravilloso porque son muy astutos para hacer sus truquitos, para darte una experiencia de lectura que es perturbadora y que te sacude la primera vez que lo lees, y a medida que lo relees aún conserva cierto grado de profundidad y sigue siendo divertido.

¿Qué lugar ocupa la poesía en tu literatura? El título de tu último libro es Pequeños robos a la luz de la luna, junto a la cita a Nicanor Parra.

Para mí es donde está el sentido. Pongo bastante ese epígrafe de poesía porque es la más alta expresión literaria. La novela vendría a ser un reggaeton al lado de la música de cámara que es la poesía. Hace mucho que no escribo, pero tengo un libro de poemas. Me gusta mucho y me gusta leerla. Es la guardiana del sentido, por más que el sentido no tenga palabras para ser expresado, es más bien ese momento donde te quedas callado y tenes una intuición. Por eso me encantaría que funcionen mis libros con esa tónica, en otro registro, pero me encantaría que generen esa clase de emoción o de percepción. 

¿Cómo te llevas con los géneros? ¿Te consideras un autor de género?

Me llevo muy bien, me encantan, me divierte y me parece que como escritor lo que te dan en la práctica es una cajita de límites que te permiten moverte dentro de un ámbito controlado y a la vez encontrar cosas que pueden ser sorprendentes. Cada vez que abordas un género tenes que pensarlo desde tu poética. Eso como escritor. 

No sé si soy un escritor puramente de terror. En Gente que habla dormida hay cuentos realistas, cuentos fantásticos. Me gustaría que tengan todos una marca propia, por más que algunos recurran a lo sobrenatural y otros no. Borges y Cortazar, salvando las distancias, también mezclan géneros. Nadie dice que Borges es un escritor fantástico, dicen escritor a secas. En fin, yo escribo lo que se me va ocurriendo, si está dentro del género bien, y sino también, no es algo que me impida escribir. Si escribo un cuento realista tiene aspectos más deformes, extrañoides, y un cuento fantástico lo pienso desde el realismo. No me preocupa a la hora de escribir, es simplemente lo que se me ocurre y lo que se encamina.

¿Cuál es la importancia de los talleres a la hora de construir escritores?

Soy de la idea de que al menos una parte de la literatura se puede enseñar, que no es un bólido que se te cae en la cabeza y de pronto empezas a escribir. Es algo que tiene que ver con la artesanía y de entender ciertas cuestiones de representación. Después puede salir para cualquier parte lo que vaya a escribir cada uno. Pero esa parte se puede enseñar, puede enseñarse a leer. Cómo leer algunas cuestiones de la literatura universal entre comillas, y cómo leer a sus compañeros, qué se puede mejorar en un cuento, donde falla, cómo cambiar las partes de lugar, si el cuento ya está contado o todavía le falta. Aprender a ver un texto en términos mecánicos es lo que puedo llegar a enseñar. Algunos escriben un cuento por semana y todo el tiempo me están bombardeando felizmente con lo que hacen, tienen la leche, yo lo llamo así, ese entusiasmo, esas ganas de escribir y de darlo todo. Esa pasión que no puedo enseñar, no viene en una materia. Pero si logro lo otro estoy hecho. 

Igual, a la hora de escribir, lo ideal es no pensar. Si estás pensando en procedimientos técnicos la cagas. Es casi pulsional, tiene que ver con el cuerpo más que con la cabeza escribir.

Te escuchamos decir que Bolaños a nuestra generación es lo que fue Borges a la de Piglia, ¿Cómo se ordena Bolaños en tu literatura?

Bolaños es el puente entre el boom de las grandes lecturas adolescentes, Garcia Marquez, Varga Llosa, Rulfo, bueno, Rulfo es un poco anterior, como el padre, pero es un puente entre ellos y la literatura más contemporánea. Tiene un pie en el boom y otro en el futuro. Muy interesante pensar que se puede hacer, o las líneas que abre él a futuro. Me parece que el tipo logra algo que es alucinante, escribir con una prosa rítmica que viene de la poesía y a la vez no ser un escritor lento, ni experimental, ni expulsivo. Es muy seductor con su prosa, suenan muy bien sus libros, y al mismo tiempo llega a lugares, con nociones de intereses narrativos y de drama muy buenas,

Gente que habla dormida, tu último libro editado, contiene Pequeños robos a la luz de la luna, inédito, y unas reediciones de El lobo que podía adivinar el futuro y del Asesino de chanchos. Hay una brevedad y síntesis en ciertos cuentos que no estaba, por ejemplo, en La casa de los Eucaliptos, ¿Cómo llegaste al cuento corto y efectivo?

No sé si son cuentos. A lo mejor yo me bocharía a mi mismo en mi taller. El cuento corto tiene una gran tradición, pero siempre me jodió su ingenio, la idea del final sorprendente, de la vuelta ingeniosa, lo siento como un formato demasiado cerrado. En realidad, son cuentos muy viejos, pero nunca había encontrado un libro. El hombre de la máscara, La avispa, una serie de cuentos cortos que escribí cuando todavía vivía en Córdoba, hace diez años, y nunca pude colocarlos en un lugar que me pareciera satisfactorio, y como tenía cuentos bastante largos el contraste podía darle una sensación de ritmo interesante al libro. Tienen algo de poético también, más desarrollo del lenguaje que de la trama.

No creo que sea arbitraria la decisión de ponerlos al principio. Después te encontrás La mosca y la fruta, Días de visita, Perras en pantalones de vestir, que son cuentos, no monólogos como dijiste.

Son cuentos que no me bocharía esos. Si, un poco la inspiración fue un libro de Lidia Davis, No puedo ni quiero, que hace ese juego de cuento corto, corto, mediano, largo, tiene diferentes respiraciones el libro, y me pareció que era posible. Le dediqué mucho tiempo a editar el orden. Después los lectores leen lo que se les ocurre, lo arrancan de cualquier parte. Pero mi idea para alguien que lo lea de principio a fin era generar cierta música, como tienen los discos. Me gusta mucho pensar cómo editar un libro de cuentos, me divierte.

Es una manera de atrapar la atención del lector.

Si, pensar cómo va a percibir ese viaje.

Yo los linkeaba con cuentos super efectivos como los cuentos cortos de Virgina O’Campo. Metiéndonos en La casa de los eucaliptus, donde hay un terror más fantástico, más de la tradición rioplatense, pero también hay un terror cómico, como en Tío Gabriel, que tiene un tono de comedia e infantil, a lo Juan Darien de Quiroga.

Es en parte una decisión racional de decir voy a meter otro tono. Lo que más me embola de Lovecraft es el tono cargado de “está pasando algo terrible, escúchenme”. Me parece que en la actualidad hay que jugar con otros colores de la paleta para no ir siempre a lo mismo. Abordar esas cuestiones espantosas con otra clase de todo creo que es interesante. Siempre digo que la distancia entre tono y tema suele ser lo que funciona en un cuento.

Hablamos de cómo tomar una figura clásica del terror y ejecutarla en estos tiempos modernos, tecnológicos. Hay que ver como convive eso y el tono te sirve como guía.

Es jodido. En un mundo de celulares -yo en general suelo poner lo que escribo bastante atrás en el tiempo para no encontrarme con eso- tiende a anular toda posibilidad de terror. En las pelis lo que primero que sucede es que se quedan sin señal, como diciendo “bueno, dejamos atrás el celular y vamos para adelante porque es una posibilidad de cortar con la tensión”, si de pronto aparece un celular hay comunicación y formas de pedir ayuda. Pero he leído últimamente cosas que lo usan bastante las redes, el celular, y queda bien, queda armónico. Hay un libro que sacó Caja Negra, Espacio negativo, sobre adolescentes en un pueblo que viven drogados y hay una epidemia de suicidios y todo una cuestión medio mística atrás que está alucinante, y que aparecen las redes de un modo muy natural. 

Yendo a La masacre de Krueger. Se construye un terror muy cercano, como la escena de la panadería. ¿La construcción de ese terror era lo que más te interesaba?

Si, es un libro que escribí motivado por leer diarios en 2010 con grandes anuncios sobre la inseguridad, sobre la idea de la inseguridad, de que la gente de alguna forma estaba perdiendo el control y de que cualquier cosa podría pasar. Eso me dictó el espíritu del libro, del enemigo interno, de que uno no estaba seguro en su casa, de que cualquiera vecino era capaz de ponerse a romper la puerta con un hacha. Quería poner eso en el libro, que es la vieja idea de lo siniestro en Freud, lo familiar que se vuelve extraño. Me parece que es lo más interesante.

Este pueblucho que nace feliz y se va transformando. Junto a Los Abetos son novelas corales, la estructura, las distintas voces que van apareciendo, la manera de narrarlo mediante testimonios, diarios, personajes que lo ven desde afuera. Ese tono ¿Lo tenés desde el principio o te va apareciendo a la hora de la escritura?

Me va apareciendo casi como una especie de imposibilidad. Cuando intento contar esa historia desde cerca no me la creo demasiado, no creo en lo que pasa. Me sirve la distancia para contar destellos de la historia y que se vaya armando en la cabeza del lector, algo que hacía Stevenson en Dr. Jekyll, lo hizo él, está escrito con testimonios, cartas, siempre hay un centro oscuro. Eso le queda muy bien al terror.

Además, la posibilidad de no contar todo. Cómo el conseje y la eternidad, lleno de espacios negros que te permite esta forma de relato.

Amo esa novela. Me parece que es una novela sobre un asesino serial, gris, una cosa muy terrible, con grandes momentos de poesía, y que al mismo tiempo genera eso raro que es empatizar con alguien enigmático, frío, con un loco de miércoles que se acuesta debajo de la cama.

En la escena de la masacre estas viendo una peli. El hecho de describir la masacre mediante imágenes, ¿Es influencia del cine?

No, en realidad es influencia de la literatura norteamericana que está muy influencia por el cine, una influencia indirecta. Ahí, en Faulkner y todo lo que vino después, trabajan por imágenes, siguiendo a los personajes desde el exterior, mirándolos. Es algo que a mi me gusta, me seduce, me parece que es lo que puedo hacer, tratar de desaparecer detrás de lo que estoy viendo, y tengo el tercer ojo bastante desarrollado. Escribir es transcribir lo que veo.

Las figuras clásicas que usas nunca son el centro del relato. Por ejemplo, en el cuento La casa de los eucaliptus usas a la bestia, pero el mal no es la bestia, es solo una influencia. ¿Eso es la reescritura de un género clásico? ¿Darlo vuelta?

No me había dado cuenta. Gracias por decirmelo, lo voy a usar en próximas entrevistas. 

Para mí el fantástico es la manera en la que materializamos todo lo que es realista. Siempre que algo mueve a los personajes a comportarse de formas terribles, es una especie de símbolo de su propia locura, una especie de fantástico ateo. Es la forma que a mi me interesa, no que sea pura imaginación, sino que tenga una pata en lo real, en los problemas reales, en aquello que nos atemoriza todos los días. Tampoco es algo que maneje muy consciente, en La casa de los eucaliptus me gustaba la imagen, después tendrá que ver con el femicidio, pero el tema no lo manejo, me gusta seguir esa viborita y ver dónde me lleva, no escribo con temas. Pero hay una relación entre lo que nos puede llegar a pasar en la realidad y el monstruo, que es básicamente de haber leído a Stephen King, lo que hace con Torrance en El resplandor, un tipo borracho, sin poder escribir, encerrado con su familia en una montaña, empieza a materializar con su mente sus propios fantasmas.

Hay mucho de la cotidianeidad de los traumas. En Días de visita lo fantástico, el terror, está en las sombras que bajan del monte, pero al final vos te llevas a este personaje de un pueblo del que parece que no se puede salir, la relación de padre e hijo, de inmigrantes, y el fantástico aparece ahí para darle este contexto a los pequeños sufrimientos de las personas.

Completamente. Es un cuento sobre la paternidad o sobre la tradición. Me gusta mucho La lotería de Shirley Jackson, un cuento sobre la tradición, sobre cómo metabolizamos lo que estamos obligados a hacer con el pasado. Las sombras son la excusa para hablar de eso.

¿Qué se viene?

Si, acabo de terminar una novela nueva. Pero los guardia-cárceles mentales que tengo me impiden hablar de eso, me impiden describirla, porque además siempre me parece una cagada cuando la describo en voz alta. Pero en algún momento saldrá.


En el siguiente link podrán escuchar la entrevista completa y en nuestro canal de YouTube, Trinchera tv, encontrarán todo nuestro contenido.

Luciano Montoya

Nació en Mar del Plata, en 1997. Actualmente reside en La Plata. Estudia la licenciatura y el profesorado en Música Popular en la UNLP. Conductor del programa de radio Plástico Cruel.

Juan Machado

Nació en Carhué, provincia de Buenos aires, en 1992. Actualmente reside en La Plata. Escritor, también se desempeña como conductor de radio. Dicta talleres y encuentros literarios. Publicó el libro de cuentos, microrelatos y poesías, No hay que jugar en la casa vieja y otros relatos (2020) Pájaros Punk (Malisia 2022)

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