En el mundo se cometen a diario miles de crímenes de diversos tipos y formas. Muchos callan ante el miedo a represalias, convirtiéndose en cómplices ¿De qué lado de esta grieta te encontrás?
Las palabras del parlamentario irlandés Richard Boyd Barrett del partido “People Before Profit” o “El Pueblo Antes que el Lucro”, en un acalorado discurso, denunciaban el cinismo europeo (aunque podríamos decir occidental) ante las distintas varas a la hora de condenar o no determinados hechos.
Occidente condena a Vladimir Putin por A o por B, condena a Xi Jimping por C o por D, condena a Nicolás Maduro, a Daniel Ortega, o a Miguel Díaz-Canel por X o Z, pero no hace lo mismo cuando EEUU invade Irak o Afganistán, o cuando Arabia Saudí bombardea Yemen, o Israel hace lo propio con Palestina.
Lo analizábamos en reiteradas oportunidades y parafraseando a Rafael Correa, mientras lo que prime sea el lucro en lugar de la dignidad humana, miles de crímenes seguirán cometiéndose ante la vista cómplice de los gobiernos títeres del capital.
El problema se profundiza cuando gobiernos que se dicen populares callan ante las injusticias cometidas por las potencias occidentales por temor a represalias, ya sean presiones diplomáticas, financieras, económicas, mediáticas o de cualquier otro tipo. Callarse no es una opción cuando se pretende transformar la realidad de nuestros pueblos.
Y se profundiza porque el silencio de los gobiernos da pie a que se naturalicen las atrocidades que se cometen a diario. Lógicamente porque la maquinaria mediática está a la orden del día para operar y siempre se posicionará del lado de los poderosos del mundo. El silencio también habla de miedo, y con miedo nada se puede transformar, porque paraliza. Y la parálisis es sinónimo de inacción.
El mundo vive un momento de gran convulsión, de grandes incertidumbres, de la imposibilidad de planificar a mediano y largo plazo porque no se sabe que sucederá mañana. Y el avance tecnológico, sobre todo con la sobreproducción de información (sea fiable o basura), sumado a la falta de lectura crítica de los hechos, están generando que la vorágine de consumo nos consuma.
El silencio y la inacción posibilitan que también se naturalicen las guerras, que se naturalicen la pobreza y la indigencia, que se naturalice la ostentación de los megamultimillonarios, que se naturalice la violencia, que se naturalice que las cosas son porque así son y punto.

Gaza bombardeada por el régimen sionista, Yemen bombardeada por los saudíes, Occidente financiando al terrorismo wahabí y a mercenarios varios en el mundo entero, la OTAN invade a destajo en Medio Oriente, los banderistas ucranianos masacraron a las poblaciones del Dombas durante más de una década … y la lista podría seguir por un rato largo. El silencio te vuelve cómplice.
Pero no son solo estas atrocidades que hacen a la bestialidad más cruenta y descarnada reflejada en muertes durante una guerra. Ante el silencio, también se corre el riesgo de naturalizar otras injusticias como el endeudamiento atroz de las derechas globales y el silencio cómplice de los medios de comunicación hegemónicos y los poderes judiciales; o el robo permanente de territorios de comunidades indígenas o campesinas a manos de empresas multinacionales; o la contaminación y el saqueo de nuestros bienes comunes a manos de corporaciones rapaces e insaciables; o el permanente aumento de precios de grupos oligopólicos que juegan con el hambre de los pueblos, sea en Argentina o en cualquier otro lugar del mundo. El silencio ante estos hechos también mata.
También lo hace callarse ante el robo descarado de una aeronave de bandera venezolana que en reiteradas oportunidades sirvió para llevar ayuda humanitaria a quien lo necesitaba y que hoy está secuestrada en Argentina. Secuestrada por un poder judicial cómplice del bloqueo criminaL norteamericano tantas veces denunciado en foros internacionales por diversos mandatarios, entre ellos el actual presidente de la CELAC, Alberto Fernández.
Pero al silencio cómplice de quienes caminan con miedo, los pueblos del mundo le debemos imprimir rebeldía y lucha, gritos y cantos, denuncia y solidaridad ante las injusticias. Porque como dice el dicho, sólo el pueblo salvará al pueblo. Y si los gobiernos no se parecen a sus pueblos, habrá que seguir pujando para que, en algún momento, no muy lejano, lo hagan.
Nunca fue tan oportuno citar al comandante eterno Fidel Castro Ruz: “Basta ya de la ilusión de que los problemas del mundo se puedan resolver con armas nucleares. Las bombas podrán matar a los hambrientos, a los enfermos, a los ignorantes, pero no pueden matar el hambre, las enfermedades, la ignorancia. No pueden tampoco matar la justa rebeldía de los pueblos y en el holocausto morirán también los ricos, que son los que más tienen que perder en este mundo”.