La experiencia de Quebracho Tartagal demuestra que no nos han vencido, y que mientras haya dos personas que se digan compañeras y entreguen su vida individual a lo colectivo en nuestra patria, desde los fríos vientos que suben por el sur, hasta el aire seco del norte con un poco de olor al fondo barroso del Bermejo y el Pilcomayo, habrá resistencia y organización. Para que más temprano que tarde, las victorias del pueblo se reflejen en las anchas sonrisas de les úniques privilegiades, les niñes.
El quebracho es un árbol nativo del litoral argentino, siendo el “Impenetrable” de Chaco su lugar por excelencia. Por sus características de madera dura -se lo conoce a su tronco por ser el principal enemigo de las hojas de las hachas y las cadenas de las motosierras-, se ha expandido a partes de Paraguay, Brasil y también al noroeste argentino.
En 1996, distintas expresiones políticas revolucionarias, con pasados en el ERP-PRT, Montoneros y otras organizaciones, se unieron bajo el nombre de MPR Quebracho para batallar contra el menemismo, el negacionismo y la entrega de lo poco que le quedaba a la Argentina. En ollas populares, cortes de ruta, escraches y organismos de derechos humanos, iba naciendo la nueva resistencia.
Hace 17 años que en Tartagal, Quebracho continúa esa militancia transformadora, que ha tenido contextos de mejores aires y otros de altos niveles de conflicto. Pero, por fin hoy, logró tener una estructura y una espalda que pueda albergar los sueños de la reconstrucción de un país arrasado por la pandemia macrista y la actual del Covid-19.












Disputarle el Monopolio a los Calcaterra y Rocca
Con el presupuesto brindado por el Instituto Provincial de la Vivienda de Salta, Quebracho Tartagal lleva doce años construyendo hogares para las familias de la zona. Cabe remarcar dos cosas: primero, la articulación con el Gobierno de Salta no fue por simpatía ideológica –recordemos que la provincia fue gobernada tres períodos consecutivos por Juan Manuel Urtubey, personaje más que cercano a la Alianza Cambiemos en los últimos años-, sino que fue obligada por la organización y la fuerza popular. Segundo, los cooperativistas que construyeron las viviendas -hoy son alrededor de 200 terminadas- son los beneficiarios de las casas. Alrededor del 90 por ciento de las familias de la organización vive en un hogar digno, construido por elles mismes. Las viviendas tienen cocina comedor, baño de primera, dormitorio, pileta del patio, conexión de gas y cloaca.
Reparten todo su trabajo de construcción en cuatro cooperativas que abordan metalúrgica, cercado perimetral de tapia, columna y encadenado de establecimientos educativos, cordón cunetas, contenciones de río –es muy normal el desborde de estos-, contención y mantención de escuelas junto a los bomberos voluntarios, pintura en altura, refacción y desmalezamiento. Además, tienen criaderos de cerdos, de pollos y sus productos derivados; panadería y producciones rápidas que son vendidas en los mercados de cercanía a través de las economías populares.








La Argentina federal a construir
Entre lo relatado es imposible que no se nos mezclen las ideas y las tareas llevadas adelante en Jujuy por La Tupac Amaru, organización social bajo la conducción de “La flaca” Milagro Sala, que durante el gobierno de Néstor y Cristina marcó una línea clara de articulación y trabajo entre el Estado y les más humildes, demostrando que los “indios”, los “negros”, no solo eran capaces de construir barrios con escuelas, fábricas, centros de salud y lugares de recreación, sino que además esto era un derecho y esos “nadies” no volverían a olvidarlo.
Muchos kilómetros al norte de Alto Comedero, en la Provincia de Salta, bajo la sombra de un quebracho de madera dura y bien memoriosa, una experiencia igual crece a pasos sólidos y sin dejar afuera a nadie, para concluir el sueño tiroteado y encarcelado de todo un pueblo, la segunda y definitiva independencia.