Me siento más solo que Kung Fu

Me siento más solo que Kung Fu

TIEMPO DE LECTURA: 4 min.

Hay un fantasma que nos visita todo el tiempo, inclusive antes que muerto, antes que vivo, que todo. Una historia de resurrección. 

El cemento desprolijo que se escapa de la junta del ladrillo hueco me corta la palma de la mano izquierda y al mismo tiempo me la enfría. Esa sensación me revuelve aún más la panza y me genera un escalofrío por toda la espalda, que encorvada e impulsada por un caldo que va subiendo desde mis riñones, empieza a moverse con un andar toráxico al ritmo de la respiración.

Tengo la mirada clavada entre el piso y la pared que aún está mojada por mi propio meo de hace unos pares de vasos atrás. Con cada pequeña arcada intento inhalar poco, pero es inutil, el olor añejo del pis se me mete por las fosas nasales y se me termina alojando en la boca con el sabor dulce ácido que me dejó el vino cortado con Manaos.

En un breve lapso de microsegundos se me pasa un tren de flashes por la cabeza. Son imágenes repetidas de las últimas semanas; la barra mostrador, el baño del bar lleno de calcos con los azulejos blancos siempre con una pequeña capa de agua embarrada, el rock sonando detrás de una cumbia santafesina una y otra vez. En el medio de esa locomotora que pasa a toda velocidad, en mis pensamientos aparece el parabrisas reventado, la frenada marcada en el asfalto y la sangre brotando entre los pelos largos de Celeste. Como en esa tarde me empieza a temblar la mano y es en ese momento que desde el fondo de mis entrañas empiezo a expulsar el alcohol fermentado de mi cuerpo. Ahora sí la arcada se vuelve más fuerte y siento como en cada expulsión se me despega un pedazo de garganta. En el piso el viejo charco de meo se llena primero de un vómito espeso, para luego ir cubriéndose de una segunda capa más aguada donde prepondera la bilis.

De mis labios y dientes corren hilos de baba; me quema la garganta y los ojos me pican entre tantas lágrimas. 

Una segunda arcada y se repite el proceso.

 Cada vez expulso menos cosas sólidas, pero los gritos y el llanto aumentan.

 Noto como una parte de mí alma se desprende de mi interior.

 Paso la manga de mi campera por mi cara, como queriendo inútilmente limpiarme y esconderme al mismo tiempo.

La nariz, la boca y mi garganta se me llenaron de un olor nauseabundo mocoso. 

Como queriendo cuidarme la imaginación me saca de esa situación lamentable y me transporta a la infancia. Me veo de pibe jugando en la mecedora de madera de mamá y papá, pero de golpe aparece el tajo que va desde el pómulo, le atraviesa el ojo y se esconde por encima de la frente entre los pelos de Celeste.

Como si fuesen una repisa vieja, mis piernas se vencen y caigo encima del vómito. Siento que la humedad me atraviesa el pantalón de jean y la campera a la altura del codo.

Por la cabeza pasan las peores ideas y otro vaso de vino. Y es ahí cuando siento una mano que con ternura y precaución me acaricia el hombro y me da una palmada.

El mundo se me detiene al escuchar esa voz que solo puede ser de él. Esa voz que es de un nene y de alguien que vivió todas las vidas en una sola.

-A mí también me pasó. Me siento más solo que Kung Fu.

Giro levemente la cabeza y sobre mi hombro veo que me alcanza una  botella de agua y una toalla.

Ante la soga que me tira, yo respondo con un intento patético pero cortés por intentar levantarme.

 Después de un rato de jadeo ya tengo una rodilla apoyada en el piso y sobre la otra descansan mis manos y mi espalda encorvada. En ese momento siento nuevamente que me acarician el hombro y me dan una palmada suave.

-Me cortaron las piernas, pero no me quedó otra que seguir.

A mi cara desfigurada por el vómito y el llanto se le dibuja una sonrisa. Apresuro a levantarme y dar en encuentro con Diego, pero cuando puedo incorporarme, en ese sucio callejón no hay nadie.

Es 10 de octubre pero para mí es domingo de pascua y resurrección.

 

Felipe Bertola

Cuando estaba en la panza, mi vieja me cantaba “Significado de Patria” para tranquilizarme. En la comunicación y organización popular encontré la clave para poder “ser la revancha de todxs aquellxs”. Como todo buen platense, sé lo que es ganar una Copa Libertadores.


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La caricia del lagarto

La caricia del lagarto

TIEMPO DE LECTURA: 3 min.

Nada más ingenuo que intentar describir una foto, dice Pedro Jalid. El texto es intimista, pequeño, voraz.

Fotografiaban extrañas especies de animales. Reptiles, más que nada. Tanto tiempo llevaban en ello, que ya ni la pregunta de si disfrutaban su trabajo se hacían. Sabían que eran buenos, y eso bastaba: les indicaban la especie, el lugar donde encontrarlas, y emprendían el viaje. Unas cuantas fotos, y luego a otra cosa. 

Si contado no suena tedioso, en carne propia se había vuelto un trabajo como cualquier otro que uno realice durante más de la mitad de su vida, y ya no recordaban la última vez que habían sentido entusiasmo por su actividad. La culpa no era solo de las cámaras y los pobres reptiles, sino que el tedio mayor, aunque no lo quisieran reconocer, lo encontraban en la mutua compañía. Enamorarse en un trabajo es algo no recomendado. Mantenerse durante tantos años en el mismo oficio y con la misma persona, pasa a ser ya algo peligroso. Se miraban como socios, se miraban como compañeros de trabajo, se miraban como jefe y empleado. En fin, tantas maneras para decir que ya no se miraban de ninguna forma.

Les había tocado Atacama. Un trabajo grande y algunas especies que debían encontrar en medio del desierto. Trabajaban en silencio, cada uno absorto en su labor; exagerando quizás la concentración que sus tareas demandaba, para evitar así la posibilidad de la conversación y el intercambio. 

Se sorprendieron cuando encontraron los dos lagartos leopardos. No por la especie, bastante común en esas tierras, si no por la compañía. Eran famosos por ser solitarios. Rara vez se veía a más de uno a la vez. Sin embargo, allí estaban los dos, como si conversaran o simplemente disfrutaran la presencia del otro. A pesar de que no estaba entre las especies que debían fotografiar, se miraron un instante y compartieron la sorpresa de ambos por la pareja encontrada, y que tal vez podrían demorarse unos minutos en una imagen. Prepararon la cámara, ajustaron la luz y quizás alguno de los dos recordó sus primeros tiempos, cuando salían a capturar especies y mientras lo hacían llenaban rollos de fotos de ellos, de paisajes, de lunas y atardeceres infinitos. 

En el momento en que vieron la caricia, ninguno dijo nada. No se animaron a sugerirle al otro lo que creían haber visto. Sin embargo, en silencio y sin mirarse, los dos se apresuraron por ver la foto capturada. Y ahí estaba. No había dudas.

Nada más ingenuo que intentar describir una foto. Alcanzará entonces, con decir que apenas publicada, se convertiría en una de las imágenes más icónicas dentro del mundo de la fotografía de animales. La caricia del lagarto, la llamarían los críticos. 

Nunca sabremos si la caricia sirvió de algo, si volvieron a mirarse como solían hacerlo. Aunque hay algo que sí podemos decir: cuando en la empresa revelaron las imágenes, las felicitaciones llegaron acompañadas de un pequeño reto: ¿por qué tantas fotos del atardecer?

 

Pedro Jalid

Profesor de Letras. Leo más de lo que escribo, trato de hacer más de lo que digo.


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Pin punk de ideas

Pin punk de ideas

TIEMPO DE LECTURA: 3 min.

Gerónimo Rivera Cano nos trae su Crónica de niño solo, ha menester de la ciudad.

No creo que haya sido buena idea viajar a la peluquería reproduciendo una playlist que contiene Buzzcocks, pasando de Television, rozando PIL atravesando a Morrissey  -solista- y llegando a base cuando suena Tubeway Army. 

Conjeturo, hago puras conjeturas. De eso se trata: de aburrirse, gozar del aburrimiento, mirar por la ventana del apartamento al gato negro de la vecina quien devuelve la mirada como el mismísimo abismo y decir, wow estoy aburrido qué puedo hacer. Cortarme el pelo yo, porque si levanto un ruedo soy también gran peluquero o caso contrario tomar el auto ponerlo en movimiento y en los semáforos en rojo ir escribiendo. 

No hay una sino dos; así que fui en orden. 

Me impresiona como Shelley logra antes de los Ramones ese sonido Ramonero y Britanian. 1979 masomenos, si la memoria no me juega mala pasada. Canciones anti tonales con letras áridas y pegajosas. No porque te queden grabadas al tararear sino porque te cagan a piñas sin que te des cuenta. ¿Sangra?  si, sangra. Entonces te pegó y no hay vuelta atrás. La verdad es que su mecanismo es súper útil: es tu mejilla lo que varía es la piña. La realidad por la de un borracho punketa. 

Si tan solo, esta crew de jovencitos cuyas papilas gustativas saben a precarización laboral hubieran conocido a los 2 minutos. Creo que se habrían asustado. Los 2 minutos, al igual que los Fall Patti o Dylan,  son hijos emancipados. 

No hicieron todo para que papá los raje de casa. Se fueron ellos.  

En el medio del camino el sol pega de frente. ¿Y si el movimiento Punk fue (qué ES punk?) (si alguna vez se fue punk) un enviado del poder para satisfacer a ese niño burgués que todos llevamos dentro y está en constante búsqueda de hacer una revolución; ¿y se muere de ganas por romper todo, pero no rompe nada sino lo canaliza escuchando un disco, yendo a un recital, chupando hasta perder los dientes en la vida de una noche?

Apresuro a decir que por eso muere. No por hacerlo sino por “las ganas de…”. Se muere antes de hacerlo. ¿Toma la fácil? 

Estamos hablando de contextos políticos. No de relaciones amorosas. 

Aunque si no sabemos manejar las relaciones amorosas. Poner límites allí. Domesticar a borcegazos nuestra mentalidad, difícilmente podremos estructurar al punkismo como movimiento que vaya más allá de un corte de pelo, de un disco o de la mancha en el pavimento souvenir de la resaca. 

Y termine siendo la situación decadente que habremos visto varias veces. Si es juventud pido jubilación anticipada. 

Después tenemos a Lyndon. Eso es otro tema. Por ahora… Viva el Punkronismo siempre como potencialidad. Punks de centeno. O harina integral. Conjeturas me digo, puras conjeturas.

 

Gerónimo Rivera Cano

No sé mucho de mi persona. Huyo del “conócete a ti mismo”. Solo tengo por ofrecer un par de sienes ardientes: mi capital intelectual se basa en ser graduado en Ciencias Jurídicas, reseñar cosas, hacer notas de opinión, análisis y crónicas. Como sujeto narrante soy buen lector. Me prostituyo en las palabras. Formo parte del multimedio Trinchera, integro el equipo de CAPTO. Trabajo en un estudio jurídico y notarial. Nací y me crié en la ciudad de La Plata. No me gusta el helado. Maradoniano, sí, aunque se poco de futbol. Siempre de acá, el lado en donde reina el amor y la igualdad


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¿Te fijaste cómo está la tierra?

¿Te fijaste cómo está la tierra?

TIEMPO DE LECTURA: 3 min.

Llovió toda la noche, justo después de cerrar la fosa. God Bless The Grass. Para ese piso que pisamos tambien vivimos. Y servimos. Las Cronicas de un niño solo, una mirada del otro lado del mundo. 

Llovió toda la noche, justo después de cerrar la fosa. God Bless The Grass. Para ese piso que pisamos tambien vivimos. Y servimos. 

La tierra víctima de remosion evoca escenas de película. Somos el resultado de las imagenes contruidas, las que recreamos, las que por sernos fijadas, representamos. El condimento del día gris, la lluvia, los pinos húmedos, el bosque. Verdadero combo loco para cualquier cuerpo si le agregamos a este inverosímil encuentro la brisa fría del mar y la presencia de alguna lechuza. 

El ambiente da lugar a admitir algo. La grandeza de la muerte y esa belleza anecdótica del respiro final. La potencia hecha acto. Nada desborda. Nada sobra. Nada falta. No hay más que ese salirse. Y pesa. Es un brutal momento de existencia. Es un brutal peso de cemento. Es pasión. Nirvana. Sopor. Y algo bendice el piso. 

No un abrazo sino la acción de extender los brazos. En concreto. Ese momento. Existencia indisoluble. Creo que no habrá otro lapso mayor de existencia. Cúspide. 

La creencia opinologa dicta que lo duro es el recuerdo y que la trascendencia es bla bla bla. Pero siempre un pero, Doña muerte mezcla cal arena agua y embadurna todo de manera gigantesca. Una bolsa de cemento sobre el pecho. Su presencia es un secreto a voces. Las pastillas son de ayuda. Médicos, consuelo. Hospitales, ermita donde descansan las fes hechas pedazos. Las frases, tés con miel. 

Farmacia abierta las 24 hs. Que bonita la existencia de mañana. 

Este contento narrativo sin hilo pero intentando ser filoso también es un rivotril linguístico. Consuelo de bobo. Tan cagón como él, que en vez de abrazar a su esposa -que llora en silencio- se va a cambiar el pantalón. Pelotudo. 

En el mientras, solventándose del éter, experiencias que ahora son recuerdo y brillan bajo otro sol. El mundo no se hace de experiencias. El mundo se hace, deshace y hará bajo el manto de tierra donde sirve de alimento (real) la carne. 

Manto, montículo, parcela que imita a la frisa de la cama. Engaña, busca ser olvido. Aunque amenace ser eterno presente cuando habita la pregunta al unísona, 

¿Te fijaste 

cómo está 

la tierra? 

y la tierra está tan ausente como un espacio vacío. el único espacio libre de atolladero material. Vacío. No silente sino vacío. Allen Zimmerman cantaba gangosamente que la muerte no es el final. Y claro, tenía razón. 

Entender como suprarrealismo lo siguiente: la excepción es levantarse y respirar, lo eterno es un secreto que sabremos de seguro pero nunca podremos comunicar. La hago mas clara, no construyamos tanto que ahi viene el mar crecido embravecido y su marejada. 

 

Gerónimo Rivera Cano

No sé mucho de mi persona. Huyo del “conócete a ti mismo”. Solo tengo por ofrecer un par de sienes ardientes: mi capital intelectual se basa en ser graduado en Ciencias Jurídicas, reseñar cosas, hacer notas de opinión, análisis y crónicas. Como sujeto narrante soy buen lector. Me prostituyo en las palabras. Formo parte del multimedio Trinchera, integro el equipo de CAPTO. Trabajo en un estudio jurídico y notarial. Nací y me crié en la ciudad de La Plata. No me gusta el helado. Maradoniano, sí, aunque se poco de futbol. Siempre de acá, el lado en donde reina el amor y la igualdad


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Tan go pista

Tan go pista

TIEMPO DE LECTURA: 3 min.

Gerónimo Rivera Cano nos trae de vuelta las crónicas de un niño solo, una mirada alucinada de las cosas. En este caso tango y autopista.   

Se define por ser mal escritor todo quien arranca su escrito con una pregunta. Por eso ¿qué tiene que ver el tango con las autopistas? ¿Qué tiene que ver las autopistas con el aire? 

Aún peor es quien escribe preguntas sin dar respuestas. Los ojos necesitan certezas. La vista necesita un tacto claro, concreto, mucho concreto; mil bolsas de cemento en el pecho; arena en la garganta; agua en las fosas nasales y dos metros bajo tierra para las fosas sepulcrales. 

Fosas que también son basamento de algunas autopistas porteñas. Pero claro, estas no son cules no son reconocidas son rebeldes, subversivas. Las fosas. Las autopistas son del aire, todos los coches son del viento. 

Primera persona, es detestable la primera persona pero no sé cómo escribir esto si no es a través de ella. Y cuando digo ella no sé si me refiero a su nombre, a la noche, su figura, su desprecio por la carne o su olor. 

Tango. La melodía del tango que no lo imita ni lo adquiere porque lo guarda en su corpus sancti. Santo no. Pecador a medias. 

El elemento transformador ha logrado su cometido. Nos transformó en peores. Aún más mal nacidos que consentidos por madres. O abandonados por figuras paternas que a veces también caben el rol de madres. 

Madres siendo padres y padres siendo ausencias. Así es la familia de la que nace un Piazolla. Nos transformó en peores… 

Afirmar que ayer estábamos bien sería mentir, al menos ponían el guiñe al cambiar de carril. 

Hoy son perros callejeros quienes respetan las sendas peatonales. 

Astor ha visto autopistas. Pero ¿pugliese? Pugliese no. Y sin embargo él va al compás de la soledad selectiva. Seleccionada. Va con los autos que siguen junto a la primer persona  al curso de la autovía. 

Y entonces Astor con Osvaldo alguna vez han de cruzarse en carromatos a 130km/h yendo derecho o viniendo torcidos. Silbando. Creyendo ser dueños de su destino. Destino, no suerte. Ese hálito que inexpugnablemente embadurna nuestra presencia y nos regala a la ausencia del sentido. 

Aunque salga a hacer mandados un milico es un soldado. Un día nublado es soleado. Y las autopistas son exuberancias que plasman las fragancias leds de luces artificiales. Exuberancias de los noventa. 

Es mejor andar solo con los fantasmas. Solo y acompañado. Solo nunca. Solo “solo” solamente “solo” está el sol. Que ni siquiera “es”. Por eso “está”. El sol está solo. 

El tango y las autopistas entonces. La novedad y el dale que va. La música ligera de blancas noches y la música rutera del traqueteo sobre el riachuelo. La exuberante pontífica edificación con la exiberancia musicalidad que se logra solamente habiendo hecho una vez pecera en el baño del exilio. ¿Qué tienen que ver? 

Nada tienen que ver, pero como el sol, están. El tango y las autopistas no tienen nada que ver; en cambio vosotros lectores sí, tenemos mucho que ver, oír…

Gerónimo Rivera Cano

No sé mucho de mi persona. Huyo del “conócete a ti mismo”. Solo tengo por ofrecer un par de sienes ardientes: mi capital intelectual se basa en ser graduado en Ciencias Jurídicas, reseñar cosas, hacer notas de opinión, análisis y crónicas. Como sujeto narrante soy buen lector. Me prostituyo en las palabras. Formo parte del multimedio Trinchera, integro el equipo de CAPTO. Trabajo en un estudio jurídico y notarial. Nací y me crié en la ciudad de La Plata. No me gusta el helado. Maradoniano, sí, aunque se poco de futbol. Siempre de acá, el lado en donde reina el amor y la igualdad.

Indulto del insomnio

Indulto del insomnio

TIEMPO DE LECTURA: 6 min.

Manuela Bertola nació en La Plata en el año 2001, es estudiante de sociología y productora del programa Cual Pinta? en Radio Trinchera. Comparte con Revista Trinchera el siguiente relato.

Hay un lugar, donde las fracciones del minutero se comprime sobre sí mismas, como si se plegaran hasta desaparecer. Este es ese lugar, aquí el tiempo se desconoce, se insulta, se cansa de sí mismo, marcha al exilio junto al olvido. Juega al jenga con la oscuridad y le tira las cartas a la mala suerte.

Hay un lugar, donde las sábanas se vuelven sogas y te absorben al centro mismo de la cama, te retienen mientras te respira en la nuca el ruido pausado de un reloj sin pilas. El silencio de las agujas, la calma, la excesiva calma y el sofocante calor se condensan en un suspiro.

Negro, un abismo, negro, de una profundidad incalculable. Una gota de transpiración recorre mi espalda, la siento patinar una a una por mis vértebras, golpeando desafiante el cuerpo caliente.

Si algo altera aún más la situación, después de hoy, nada. Todo depende del desenlace, de que no decidas presionar con tu dedo el gatillo, o de que ocurra algo que te impulse y decidas así terminar el acto. Veo atrás del abismo, una mano firme y a su vez veloz, que se mueve en múltiples direcciones agitada y después, después pausa el tiempo. Suplico, puedas controlar los nervios, suplico los controlemos.

¿Cómo puede una mano desconocida pausar el transcurso del tiempo? ¿cómo puede, un año después, congelar el aire? a veces siento, que desde el abismo me muevo en cámara lenta y rebobino una y otra vez, al lugar donde juntos matamos al tiempo.

Es cómico verme ahí, imagino desde el suelo a una mancha color rouge que se diluye desde mi sien siguiendo el mandala impuesto por las baldosas. Sería una muerte dignamente platense, morir en una vereda rota color ladrillo cuadrille, bañada en mi propia sangre. Viendo mis sesos volar por los aires, es mucho más poético que morir en la cama a los 100 años, pienso. Mínimamente digno, como para construir un mito.

Se provocaría una retórica insuperable, es decir, morir en manos de un delito rápido, habiendo dedicado mi corta trayectoria a estudiarlos y quizá aún mejor que eso, sea que lo que explote es mi cabeza. Mi cabeza, lo único que efectivamente me vigoriza haciéndome sentir viva.

Matarme por donde vivo, el pensamiento. – Quizá no sea digna de una muerte ejemplar, pienso ahora mientras paseo por los rincones del recuerdo –

Recortaste todo margen de error al mínimo. Parecías un profesional en esto, se te notaba en los movimientos el ritual programático incorporado robo a robo, la destreza digna de un artista, de un malandra. No perdería una mano, ni un pie, tampoco perforarías mi pulmón o dejarías que me desangre con una bala en el esternón, no, nadie podía errar en esa escena, nadie olvidaría sus guiones de buenos villanos y excelentes víctimas.

Yo mujer, clase media alta, blanca a tres cuadras de mi casa, vos pibe del margen -o automarginado- en moto, cubriendo tu identidad dejando ver tus manos marrones sosteniendo el poder del fuego frente a mis ojos. Si alguien quisiera llevarlo a las grandes pantallas, buscaría a los actores más estandarizados y de mi harían un mártir, mientras de vos, el más vil de los villanos, nada que escape mucho del cliché sociocultural y reiterativo que hace de la inseguridad una gran sombra que camina cual gigante detrás de los miedos sociales.

Y en este caso, a mi pesar de socióloga formada para derribar el sentido común , reflejo exacto de la realidad. Otro guiño del guionista de mi vida que no se gasta en pequeñeces.

Pero tan hijo de puta tenias que ser, tan cruel, tan desalmado que me quitaste la gloria del bronce huyendo como un gorrión apenas sonaron las primeras alarmas vecinales. No seguiste el consejo de tu cómplice que visceral reclamaba desde la bandida ronroneante que me remates en el suelo.

Te llevaste la botella de agua con la que licuaba mi sequía corporal, los únicos lentes de sol que tuve en mucho tiempo, apuntes de la facultad y uno de los pocos recuerdos materiales que me quedaban de un viaje a Colombia, una mochila tejida por los Wayúu. Todas cosas dispensables y sin valor.

Y me dejaste ahí, tirada en el piso, sintiendo la puntada en las costillas por los golpes y un eco de silencio tortuosos. Sin la gloria de las víctimas fenecidas, ni tampoco el regocijo de ver mi sangre derramada. Tan solo ganaría esa noche una receta para conseguir analgesicos para caballo y alguna que otra mirada limosnera de gente que dice quererme.

Con el tiempo desarrolle otros souvenirs como no poder salir a caminar de noche y gastar más plata de la que tengo en taxis, uber y remises. Gane también largas y tendidas conversaciones con la sombra que habita dentro de la grieta que hay sobre mi cama, justo ahí donde la madera se gira sobre dos nudos que me miran acusatorios. Adquirí ojeras entre púrpuras y negras y perdí junto con mis pertenencias las ganas de salir a la calle y la noción del tiempo.

A los días diseñe una encuesta destinada a los siguientes a vos, a mis próximos asaltantes, para que al llevarse mis cosas luego se contacten conmigo, para darme algún tipo de insumos para mi tesina de grado y en caso de ser posible, para dar con el paradero de aquella mochila colombiana.

Hasta el momento, tus colegas no han dado conmigo, pero si han venido otras desgracias. La grieta del techo parece que se ensancha y creo que esta vez no es la humedad, sino mis palabras que ya no encuentran lugar donde esconderse.

De a poco volví a salir a la calle, y pese a que casi siempre se me corta la respiración al pasar por nuestra cuadra, esa que nos unió para siempre en una fracción de segundo. De ahora en más inseparables. Por la que corrí desesperada al grito de, no, por favor no me mates, hijo de puta. Esa misma donde tus patadas me tiraron como una bolsa de arena al piso, esa, exactamente esa que salio televisada al lado de un indicador del delito en la ciudad, esa misma cuadra que queda apenas a tres de mi casa.

Y aunque ya no es lo mismo la noche, que me cubría con brillos en las esquinas mientras las estrellas iluminaban las señales de tránsito, a los autos y los transeúntes, camino aferrada al impulso que me obliga a salir de abajo de la cama y me pregunto, ¿por qué? ¿cómo podes haber sido tan hijo de puta, con un corazón tan tibio, tan enterrado en la helada que no tuviste la decencia de matarme? a mí, que nada te había hecho, a mí, que encima cargaba impune con una mochila vacía y tan fácilmente descartable, a mí, que con todos los privilegios de este sistema de mierda, la jugue de victima y victimario y encima el Iphone, el puto celular de mierda, la manzana mordida del eden de los sin patria, el anzuelo fijo de los pobres pibes como vos y yo, el yugo bajo el cual somos lo mismo, unos pobres tipos muriendo y matando por acceder a la gloria de las migajas de Steve Jobs. El único premio meritorio de esa proeza, el iPhone, el puto iPhone quedó conmigo.

Manuela Bertola

Hija y nieta de la historia de nuestro pueblo. Estudiante de sociología. Nacida y criada en la ciudad donde las diagonales tocan el sol.

Cecilio

Cecilio

TIEMPO DE LECTURA: 3 min.

Relato de Anahí Testa, participante de la convocatoria de cuentos “Hebe Uhart”.

Desde que su esposa murió; Cecilio hace el mismo recorrido día tras día; sale de su casa después del desayuno y vuelve al mediodía a descansar. Por la tarde lo mismo y así su vida ocurre en punto muerto.

Es su casa un lugar que con los años le fue quedando gigante; el único sitio que habita realmente es su dormitorio dónde íntimamente guarda las cosas que eran de Alicia.

Sus tacones, vestidos y faldones aún permanecen adormilados en el placard de roble lustrado esperando a que alguien los toque o se revista con ellos; pero eso por el momento es imposible porque la pérdida de su compañera de vida para éste hombre silencioso y rutinario ha sido uno de los dolores más grandes y todavía no es capaz de sacar sus cosas afuera de la casa y menos aún de su vida.

Con ella se fué una parte de su corazón y al principio hasta caminar solo por la calle le resultaba raro porque aunque su cuerpo ya no estaba él aún sentía que extrañaba y quería a Alicia.

Ir todos los días a la soñada del mar y ser amigo de tantos niños lo rescataba por algunas horas del llanto casi diario que amortiguaba en esos pañuelos de tela que siempre escondía entre sus ropas.

La soñada era una calesita del año 1948 que Cecilio había comprado a los hermanos Sequalino de Rosario quiénes para ese entonces desde hacía años se habían iniciado en el negocio de la fabricación artesanal de éstas plataformas giratorias.

A pesar del paso de los años aún conserva sus biombos decorados con el típico filete que ya fue retocado en varias ocasiones, tiene muchos espejos y sus caballos gravitan subiendo y bajando al compás de la música pasada de moda.

Es especial la soñada no sólo por las singularidades de su estructura sino porque se encuentra situada en la línea de la costa; frente al mar.Ella es vigía y acopiadora de los atardeceres y amaneceres más bonitos.

Pero desde que Alicia ya no está la cajita musical interna de la calesita está desfasada; las canciones suenan raras y parecen ser siempre las mismas y aunque el lugar mantiene sus luces y la sortija intactas parece estar cada día más triste.

Una mañana de esas que quedan en la memoria; porque algo pasa y atraviesa como un rayo el curso de los días; Cecilio encontró algo distinto debajo de la lona verde.

Entre los caballos, perros y patos estaba él un enano de jardín de pocos centímetros que parecía extraviado como si estuviera fuera del Edén.

Es que en realidad ya no estaba en una floresta sino en un paisaje totalmente nuevo; quizás el frente de Liberación de los Enanos de Jardín lo había llevado hasta ahí porque tenía que cumplir una misión en ese su nuevo lugar.

Su destino no era el de ser un simple objeto de decoración para ser contemplado entre las flores porque desde que Cecilio lo vio por primera vez no se apartó ni por un segundo de él

Hasta lanzó un concurso para que las niñas y niños que visitaban la calesita le pusieran un nombre; Nissa fue el nombre elegido para ella

Desde que Nissa apareció Cecilio volvió a sentirse protegido de un modo que él aún no puede explicar; quizás ésta nueva figura sea el impulso que necesita para pasar la página de Alicia o no.

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