Escribo y redacto cual vómito.
Escribo por el mismo sentimiento que tiene el fisura a la hora de expulsar el vino
fermentado en la panza a partir de una violenta y rasposa arcada que arrastra bilis,
llanto y otros rastros de humanidad que llevamos dentro de nuestro castigado cuerpo.
Escribo oscuro como el agua estancada en los miles de arroyos sin entubar que
zigzaguean entre los chaperíos del conurbano bonaerense.
Escribo profundo como seca de faso en la esquina, debajo de esa pintada en aerosol
gastada por el viento, la lluvia y las caravanas.
Escribo con la cabeza gacha, como señora arrumbada sobre una vieja caja de cartón,
que hace de aislante contra la fría vereda céntrica pidiendo una moneda.
Escribo humeante como olla popular tiznada y calentada a leña, porque la garrafa es un
lujo para estos tiempos que corren.
Escribo sacando pecho como nene que dejó la escuela rozando el final de la primaria y
que el único lenguaje que sabe hablar es el de la violencia que invita la calle.
Escribo flaco como brazo de pibe que espera el rojo del semáforo para ganar unas
chirolas.
Escribo frío como barrote de comisaría por la madrugada.
Escribo avergonzado de mí mismo, con culpa de militante berreta derrotado por el siglo
XXI, que, siendo consciente de la cotidianeidad de estas imágenes relatadas, no le
dieron los huevos siquiera para organizar un caño y por lo menos, volarle una pata a
alguno de los eternos saqueadores de nuestra nación y responsables de tanta miseria.
A los protagonistas de estas historias les pido permiso para contarlas.

La segunda Buenos Aires
Cuando uno piensa en la Provincia de Buenos Aires se le vienen destellos de imágenes
variadas. El viento húmedo de la sudestada, las costas barrosas del Río de La Plata, el
Delta interminable con sus lanchas colectivo de madera. Las ciudades balnearias con
vista al Mar Atlántico, los puertos pesqueros y graneleros, los cornalitos en Mar del
Plata y la Ruta 2 explotada en algún verano.
También puede asociarlo a la figura del paisano, el gaucho, el chacarero, las alpargatas, la bombacha de campo y el olor a aceite quemado de un viejo tractor; la carne vacuna, el maíz, el trigo, la soja, los silo bolsas y las Hilux 4×4.
El ferrocarril serpenteando por el interminable interior productivo y los cientos de pueblos que emergieron al borde de las estaciones, para luego ser aislados ante la privatización de los trenes en los años 90.
Uno puede pensar también en la Universidad Pública, la ciudad de La Plata con sus diagonales y su Catedral Gótica sin revocar. En Avellaneda, con su corazón industrial latiendo al ritmo de las Usinas de Dock Sud, el Viaducto y el Riachuelo que se adentra en el arrabal haciéndose amigo, compartiendo unos mates, con el poblado, denso y desordenado conurbano bonaerense.
El conurbano, ese anillo que abraza a la porción más rica de Argentina, la Capital Federal, y que está plagado de gigantescos galpones que supieron ser fábricas y una a una fueron bajando sus persianas ante las crisis económicas y los modelos neoliberales. El conurbano con sus monoblocks venidos abajo, planes de viviendas y chalecitos obreros.
El almacenero que fue echado de su oficio, pero tiene aún hoy un viejo torno oxidado en el fondo de su casa, esperando volver a ser usado.
El conurbano con su infinidad de rutas provinciales que lo atraviesan y en cada barrio las renombran con el mismo apodo: Camino Negro.

La Tercera Sección Electoral, la de los diecinueve municipios, el lugar donde históricamente gana el peronismo y se queja la derecha. La pequeña extensión donde viven aproximadamente once millones de personas y además de castellano se habla guaraní, quechua y aimara. El lugar de la Argentina donde más barrios populares hay.
Esa frontera difusa que tiene un frente de monoblock o plan de viviendas que rápidamente se intercala con construcciones imperfectas: una casita de ladrillo de un solo ambiente, una construcción de tres pisos con una losa sin terminar y dos bolsas de arena arriba de todo, al lado una casilla con solo una pared de material y un balde azul de doscientos litros que hace de tanque de agua; luego un pasillo que dobla a la
derecha.
El lugar que tristemente le da la razón a Rodolfo Walsh, casi cincuenta años después de escribir su Carta a la Junta Militar:
“En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de
sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos
con la miseria planificada”. Walsh, Rodolfo (1977) Carta abierta a la junta militar.
Eduardo Galeano escribió alguna vez sobre los sectores populares. Dijo algo así como que los pobres sueñan con salir de pobres, esperando que la suerte llueva de a cántaros, pero lo único que ocurre cuando el cielo se pone negro es que rebalsan rápido las napas y las cloacas, se corta la luz, suben los arroyos y la vida se vuelve color barro. Para colmo, el escritor uruguayo también dijo que las únicas veces que los pobres son noticia es para hacer correr la tinta amarillista y punitivista de los medios de comunicación.
Los sectores populares no tuvieron la suerte siquiera de ser lo primero que se nos vino a la cabeza cuando pensamos en la Provincia de Buenos Aires, antes imaginamos el pituco Delta o el Manolo de la costanera marplatense.
Vivir en la miseria planificada
Las piernas expulsan un leve ardor cálido, no dan más, están fundidas después de una jornada tan larga como todas las anteriores. La planta del pie se acalambra levemente bajo la zapatilla de lona y justo un instante después, la rueda del bondi se cae en el mismo pozo de siempre, anticipando la entrada al barrio.
El olor a barro estancado es lo primero que se mete por las fosas nasales, luego el ladrido de los perros mezclado con el escape de una moto lejana, acompañan el zigzagueo constante y los saltos cortos esquivando charcos. Un farol municipal le da a la escena un aspecto amarillo gastado.
Van pasando las cuadras y las fachadas de los viejos chalets obreros se terminan, comienzan a predominar construcciones irregulares, donde el ladrillo hueco sin revocar y medianeras con botellas de vidrio rotas toman relevancia. La calle ya no es un viejo pavimento arrasado por los años, solo es tierra, escombro y algún rastro de conchilla blanca, que de repente se topa con una ventana que pone fin al camino. Unos pasos a la izquierda un pasillo de aproximadamente dos metros de ancho se abre.
A esta altura, bajo el pantalón de jean, el calor de las piernas se mezcla con la humedad de la cava y la transpiración que levantan los músculos después de caminar unas siete u ocho cuadras; el resto del cuerpo solo quiere llegar a casa.
Paso a paso los techos y las paredes que dan la estructura al pasillo van descendiendo al igual que la fina carpeta de material que marca la senda del camino. Para esto hay una sola explicación: el barrio está edificado en un pozo.
El pasillo zigzaguea y cambia su geografía en cada curva, de repente puede aparecer una pintada en aerosol reclamando el mando de ese tramo y algunos nombres dando a entender la conformación de una banda, también se cruza algún Perón Vuelve, un pequeño santuario del Gauchito Gil o un stencil de la Virgen. Lo que nunca desaparece son los miles de cables que viajan por encima de los techos de chapa y la pequeña zanja que también zigzaguea siguiendo el ritmo interno del barrio, llevando un agua gris brillante que deja ver restos de jabón y grasa.

Al día de hoy, la página del RENABAP tiene registrados 6.467 barrios populares en toda la Argentina. 2.065 están en la Provincia de Buenos Aires.
Vivir en un humedal, vivir en un pantano, vivir sin agua natural, sin luz, sin gas, vivir entre la basura, caminar día a día entre la mierda del vecino por la falta de cloacas. Vivir en la miseria planificada, generación tras generación.
***
En el octavo país más extenso del mundo, la discusión y la lucha por la vivienda, sigue siendo hoy, una de las mayores deudas que se tiene con la dignidad del pueblo argentino.
Las causas para entender el porqué de la desigualdad a la hora de conseguir un pedazo de tierra para habitar en nuestro país son amplias, y pueden buscarse disparadores desde los tiempos de la instauración del Estado Nación hasta la actualidad. Pero fue durante la última dictadura militar cuando se consolidaron las bases de la Argentina que hasta el día de hoy sufrimos.
De la mano de Martínez de Hoz, la última dictadura cívico militar llevó adelante un plan económico que destrozó la industria nacional, se endeudó de manera fraudulenta con el FMI potenciando la deuda externa y nacionalizó la deuda privada; también devaluó y congeló los salarios.
Con una idea de controlar el territorio y disciplinar a la sociedad la dictadura volvió a darle curso, profundizando el “Plan de erradicación de las villas de emergencia de la Capital Federal y del Gran Buenos Aires. Primer programa. Erradicación y alojamiento transitorio” que había comenzado Juan Carlos Onganía, anterior gobierno dictatorial durante la década del 60 (1966-1970).
Con el Mundial 1978 a la vuelta de la esquina, mediante nuevas normas de ordenamiento del territorio, descongelamiento del precio de los alquileres, desalojo, topadora, secuestro y tortura, la dictadura extirpo a gusto a miles de familias que vivían en barrios de la Capital Federal con gran proyección para el negocio inmobiliario. Mandaron a mudar grandes fábricas al Gran Buenos Aires, buscando que con ellas
también junten sus petates y se vayan los barrios obreros cercanos a los cordones industriales.
Por último, mediante deuda externa llevaron adelante la construcción de las distintas circunvalaciones y autopistas que rodean y cruzan la capital, siempre con fin en el puerto y la aduana.
Entre la concentración de propiedades, el aumento desmedido de los alquileres y la migración de las fábricas, los barrios bonaerenses cercanos a Capital Federal aumentaron su población en poco tiempo. Con muy poca planificación territorial y urbana, se terminó de edificar el primer y segundo anillo del conurbano bonaerense.
Al mismo tiempo, a través del terror y el exterminio, desapareciendo a 30.000 personas y apropiando a más de 500 bebés, generó las bases para individualizar a la sociedad, dando paso así a la fundación del neoliberalismo en Argentina.
Para el año 1977 Rodolfo Walsh dejaba asentada en la Carta a la Junta Militar un presente nacional, que con el correr de los años no ha hecho otra cosa que empeorar.
“Basta andar unas horas por el Gran Buenos Aires para comprobar la rapidez
con que semejante política la convirtió en una villa miseria de diez millones de
habitantes. Ciudades a media luz, barrios enteros sin agua porque las industrias
monopólicas saquean las napas subterráneas, millares de cuadras convertidas
en un solo bache porque ustedes sólo pavimentan los barrios militares y
adornan la Plaza de Mayo, el río más grande del mundo contaminado en todas
sus playas porque los socios del ministro Martínez de Hoz arrojan en él su residuos industriales, y la única medida de gobierno que ustedes han tomado es prohibir a la gente que se bañe”. Walsh, Rodolfo (1977) Carta abierta a la junta militar.

La Buenos Aires bajo la alfombra
La masa impacta en un golpe seco contra el cortafierro que nuevamente afloja un pedazo de pared y hace mover otro bloque de tres, cuatro ladrillos, acto seguido se desprende un pedazo de cemento convirtiéndose en escombro que cae al piso, dejando una pequeña nube de polvo en el aire. Por el cíclico retumbe del movimiento corporal, los hombros y los antebrazos están mareados y no saben qué parte del cuerpo debería estar más cansada. Los pensamientos se fatigan y el cerebro no sabe si el agotamiento y el dolor le corresponde al brazo izquierdo que hace de pistón subiendo y bajando con prepotencia cargando el mango de la masa o le corresponde más el brazo derecho, que agarra con fuerza el cortafierro y a cada impacto de la masa, recibe un nuevo cosquilleo metálico que le sube casi hasta el hombro. Todo es cansancio y polvo que se mezcla con una amoladora de fondo que no para de chillar.
Es lunes por la mañana. A unos pares de metros, en el primer pasillo que se abre camino al corazón del barrio aún sale cumbia de un saturado parlante, mientras la Cooperativa de Trabajo encara una nueva semana, buscando achicar los tiempos y terminar el SUM escolar que quedó clavado con los fondos nacionales que nunca más giraron.
El frío húmedo hace rato que le venció los viejos botines de trabajo. El pantalón con una franja refractaria está limpio, pero ya con los primeros mazazos fueron quedando unas pintitas blancas de polvo en el azul marino, su campera de tela anti desgarro deja ver en la espalda una serigrafía blanca que dice UTEP, el nombre de la Cooperativa y el logo de la Provincia de Buenos Aires.
***
Mientras el fondo de la olla se va llenando de a poco, la bolsa de red color naranja va disminuyendo. Las manos de Felisa y el cuchillo de mango de plástico están embarradas por la tierra que queda de la papa negra, aun así, el brillo del filo despliega un pequeño destello en cada corte del tubérculo. En la mesa improvisada con un tablón y dos caballetes hay un paquete de sal, una botella de aceite por la mitad, un par de cebollas, cuatro zanahorias, tres cartones de tomate y un kg de alas de pollo; el resto de los ingredientes para el guiso serán unos cuantos litros de agua, siempre dependiendo de la cantidad de familias con tuppers que se acerquen al comedor popular.

A unos dos metros, en un pequeño refugio improvisado con unas chapas oxidadas, Laura se encarga de prender el fuego. Para esto utiliza un viejo tronco tiznado con la punta ya hecha carbón, se ayuda con un par de boletas de la campaña 2023 color celeste y un viejo cajón de pollo.
No son más de las 14 horas, ambas mujeres vienen de dejar a sus hijos en el colegio y durante el tiempo que duren las clases, ellas preparan el guiso que por la tarde noche comerá toda la cuadra.
***
Alcanza con caminar algunas cuadras por los cientos de barrios populares que tiene la Provincia de Buenos Aires, para arrojar una triste conclusión. El daño hecho por la última dictadura militar y la continuidad neoliberal de ese período, ha sido tan grande y tan atroz que los posteriores 12 años de gobierno kirchnerista no fueron capaces de rebatir la realidad. Esto no quita que durante los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández (2003-2015) el nivel de la pobreza y el crecimiento de los asentamientos y barrios populares se haya estancado en comparación con los períodos anteriores y también en algunos casos haya disminuido de la mano de la reconstrucción del empleo, la industria nacional, la obra pública y la gran batería de políticas sociales implementadas para el bienestar del pueblo argentino. Aunque no se pudo erradicar la pobreza, estas fueron las banderas y el modelo político en el que mejor le ha ido efectivamente a los sectores populares desde la vuelta de la democracia hasta hoy.
Pero haciendo una cronología hasta la actualidad, el gobierno de Mauricio Macri (2015-2019) dinamitó en poco tiempo los avances logrados por el kirchnerismo, atacando la industria nacional y endeudándose por cien años con el FMI. En poco tiempo volvió a dejar la situación de los barrios populares igual o peor que durante los años noventa.
Para colmo, el Frente de Todos (2019-2023) comenzó su gestión ocupándose de la crisis sanitaria desatada por la pandemia de COVID 19. Pero una vez superada esta, las tensiones internas, las roscas, la tibieza y un panorama regional e internacional muy distinto al de los primeros años del siglo XXI imposibilitaron hacer siquiera la mitad de lo logrado durante el período del 2003-2015.
La mala gestión del Frente de Todos y su nula capacidad de construir un proyecto, tuvieron como síntesis la continuidad en la pérdida del poder adquisitivo que el pueblo argentino ya venía sufriendo desde los tiempos del macrismo. Triste afirmación, entendiendo que el gobierno y el peronismo llevaban en su espalda la esperanza de poder salir adelante de millones de argentinos y argentinas.
Un pueblo golpeado, desorientado y cansado, que soñaba recuperar las condiciones de vida que unos años atrás había tenido. Pero la contracara de ese horizonte fue el aumento de la pobreza. Y en los barrios populares, la miseria como si fuese un manchón de humedad en la pared, emergió arriba de la vieja miseria, esa que se venía acumulando desde la última dictadura hasta acá.
Árboles genealógicos con raíces humildes. Ser el último orejón del tarro como única herencia.
***
Mi Buenos Aires querido
Cuando yo te vuelva a ver
No habrás más pena ni olvido.
Carlos Gardel. “Mi buenos Aires querido”.
Barrio, esquina, escuela pública arrasada, olla tiznada y tupper lleno de guiso. Cumbia en el aire que se mezcla con la voz rasposa del Pity en sus distintas épocas: modo fierita Viejas Locas o pibe Intoxicado buscando la redención en Dios y el Sol.
El sueño de ser Messi y Maradona, el potrero primero como escape al aburrimiento ante la falta de tele por cable y juegos de consola, luego un poquito más grandecito, el potrero como camino a la fama y la esperanza. El anhelo de comprar una casa con una pieza para cada hermano y una cocina bien grande, con muchas mesadas para mamá. El fútbol como posibilidad. La oportunidad de ingresar a un club del ascenso o de primera, esquivarle a la esquina, la vagancia y el consumo. El sueño de salir adelante
mediante taquito, gambeta y algún que otro puntinazo a la miseria.
El sueño de conocer a un hombre serio, con laburo y un oficio. Ser mamá y esquivarle al futuro en la casilla rodeada de violencia, frío y hambre.
Vivir en un barrio popular sin servicios de luz, agua potable, cloaca ni asfalto.
En verano el sol te derrite y no hay sombra, birra o “naranjú” que le dé pelea.
En invierno el frío se pega a las chapas y hiela todo a su paso, haciendo colapsar las precarias instalaciones eléctricas que vuelan por los aires quemando todo a su paso.
Tocándole los talones al cierre del primer cuarto del siglo XXI, las condiciones de vida de millones de argentinas y argentinos son más parecidas a los tiempos de los primeros conventillos arrabaleros y en muchos otros casos a la edad feudal.
Luego de dictaduras militares y la continuidad de un modelo económico neoliberal, lejos ha quedado el anhelo de la vivienda digna que alguna vez, flameó bajo las banderas de la justicia social.
La vida del pueblo humilde bonaerense se degrada y hunde en la mierda, pero la única vez que estos son noticia es para llenar las editoriales amarillistas que encubren a quienes día tras día continúan aportando a un modelo de saqueo y entrega, profundizando aún más el modelo de la miseria planificada.


Felipe Bertola
Cuando estaba en la panza, mi vieja me cantaba “Significado de Patria” para tranquilizarme. En la comunicación y organización popular encontré la clave para poder “ser la revancha de todxs aquellxs”. Como todo buen platense, sé lo que es ganar una Copa Libertadores.
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