¡Pero que nadie se espante!

¡Pero que nadie se espante!

TIEMPO DE LECTURA: 15 min.

Escribo y redacto cual vómito.

Escribo por el mismo sentimiento que tiene el fisura a la hora de expulsar el vino
fermentado en la panza a partir de una violenta y rasposa arcada que arrastra bilis,
llanto y otros rastros de humanidad que llevamos dentro de nuestro castigado cuerpo.

Escribo oscuro como el agua estancada en los miles de arroyos sin entubar que
zigzaguean entre los chaperíos del conurbano bonaerense.

Escribo profundo como seca de faso en la esquina, debajo de esa pintada en aerosol
gastada por el viento, la lluvia y las caravanas.

Escribo con la cabeza gacha, como señora arrumbada sobre una vieja caja de cartón,
que hace de aislante contra la fría vereda céntrica pidiendo una moneda.

Escribo humeante como olla popular tiznada y calentada a leña, porque la garrafa es un
lujo para estos tiempos que corren.

Escribo sacando pecho como nene que dejó la escuela rozando el final de la primaria y
que el único lenguaje que sabe hablar es el de la violencia que invita la calle.

Escribo flaco como brazo de pibe que espera el rojo del semáforo para ganar unas
chirolas.

Escribo frío como barrote de comisaría por la madrugada.

Escribo avergonzado de mí mismo, con culpa de militante berreta derrotado por el siglo
XXI, que, siendo consciente de la cotidianeidad de estas imágenes relatadas, no le
dieron los huevos siquiera para organizar un caño y por lo menos, volarle una pata a
alguno de los eternos saqueadores de nuestra nación y responsables de tanta miseria.

A los protagonistas de estas historias les pido permiso para contarlas.

 

La segunda Buenos Aires

Cuando uno piensa en la Provincia de Buenos Aires se le vienen destellos de imágenes
variadas. El viento húmedo de la sudestada, las costas barrosas del Río de La Plata, el
Delta interminable con sus lanchas colectivo de madera. Las ciudades balnearias con
vista al Mar Atlántico, los puertos pesqueros y graneleros, los cornalitos en Mar del
Plata y la Ruta 2 explotada en algún verano.

También puede asociarlo a la figura del paisano, el gaucho, el chacarero, las alpargatas, la bombacha de campo y el olor a aceite quemado de un viejo tractor; la carne vacuna, el maíz, el trigo, la soja, los silo bolsas y las Hilux 4×4. 

El ferrocarril serpenteando por el interminable interior productivo y los cientos de pueblos que emergieron al borde de las estaciones, para luego ser aislados ante la privatización de los trenes en los años 90.

Uno puede pensar también en la Universidad Pública, la ciudad de La Plata con sus diagonales y su Catedral Gótica sin revocar. En Avellaneda, con su corazón industrial latiendo al ritmo de las Usinas de Dock Sud, el Viaducto y el Riachuelo que se adentra en el arrabal haciéndose amigo, compartiendo unos mates, con el poblado, denso y desordenado conurbano bonaerense.

El conurbano, ese anillo que abraza a la porción más rica de Argentina, la Capital Federal, y que está plagado de gigantescos galpones que supieron ser fábricas y una a una fueron bajando sus persianas ante las crisis económicas y los modelos neoliberales. El conurbano con sus monoblocks venidos abajo, planes de viviendas y chalecitos obreros.

El almacenero que fue echado de su oficio, pero tiene aún hoy un viejo torno oxidado en el fondo de su casa, esperando volver a ser usado.

El conurbano con su infinidad de rutas provinciales que lo atraviesan y en cada barrio las renombran con el mismo apodo: Camino Negro.

La Tercera Sección Electoral, la de los diecinueve municipios, el lugar donde históricamente gana el peronismo y se queja la derecha. La pequeña extensión donde viven aproximadamente once millones de personas y además de castellano se habla guaraní, quechua y aimara. El lugar de la Argentina donde más barrios populares hay.

Esa frontera difusa que tiene un frente de monoblock o plan de viviendas que rápidamente se intercala con construcciones imperfectas: una casita de ladrillo de un solo ambiente, una construcción de tres pisos con una losa sin terminar y dos bolsas de arena arriba de todo, al lado una casilla con solo una pared de material y un balde azul de doscientos litros que hace de tanque de agua; luego un pasillo que dobla a la
derecha.

El lugar que tristemente le da la razón a Rodolfo Walsh, casi cincuenta años después de escribir su Carta a la Junta Militar:

“En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de
sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos
con la miseria planificada”. Walsh, Rodolfo (1977) Carta abierta a la junta militar.

Eduardo Galeano escribió alguna vez sobre los sectores populares. Dijo algo así como que los pobres sueñan con salir de pobres, esperando que la suerte llueva de a cántaros, pero lo único que ocurre cuando el cielo se pone negro es que rebalsan rápido las napas y las cloacas, se corta la luz, suben los arroyos y la vida se vuelve color barro. Para colmo, el escritor uruguayo también dijo que las únicas veces que los pobres son noticia es para hacer correr la tinta amarillista y punitivista de los medios de comunicación.

Los sectores populares no tuvieron la suerte siquiera de ser lo primero que se nos vino a la cabeza cuando pensamos en la Provincia de Buenos Aires, antes imaginamos el pituco Delta o el Manolo de la costanera marplatense.

Vivir en la miseria planificada

Las piernas expulsan un leve ardor cálido, no dan más, están fundidas después de una jornada tan larga como todas las anteriores. La planta del pie se acalambra levemente bajo la zapatilla de lona y justo un instante después, la rueda del bondi se cae en el mismo pozo de siempre, anticipando la entrada al barrio.

El olor a barro estancado es lo primero que se mete por las fosas nasales, luego el ladrido de los perros mezclado con el escape de una moto lejana, acompañan el zigzagueo constante y los saltos cortos esquivando charcos. Un farol municipal le da a la escena un aspecto amarillo gastado. 

Van pasando las cuadras y las fachadas de los viejos chalets obreros se terminan, comienzan a predominar construcciones irregulares, donde el ladrillo hueco sin revocar y medianeras con botellas de vidrio rotas toman relevancia. La calle ya no es un viejo pavimento arrasado por los años, solo es tierra, escombro y algún rastro de conchilla blanca, que de repente se topa con una ventana que pone fin al camino. Unos pasos a la izquierda un pasillo de aproximadamente dos metros de ancho se abre.

A esta altura, bajo el pantalón de jean, el calor de las piernas se mezcla con la humedad de la cava y la transpiración que levantan los músculos después de caminar unas siete u ocho cuadras; el resto del cuerpo solo quiere llegar a casa.

Paso a paso los techos y las paredes que dan la estructura al pasillo van descendiendo al igual que la fina carpeta de material que marca la senda del camino. Para esto hay una sola explicación: el barrio está edificado en un pozo.

El pasillo zigzaguea y cambia su geografía en cada curva, de repente puede aparecer una pintada en aerosol reclamando el mando de ese tramo y algunos nombres dando a entender la conformación de una banda, también se cruza algún Perón Vuelve, un pequeño santuario del Gauchito Gil o un stencil de la Virgen. Lo que nunca desaparece son los miles de cables que viajan por encima de los techos de chapa y la pequeña zanja que también zigzaguea siguiendo el ritmo interno del barrio, llevando un agua gris brillante que deja ver restos de jabón y grasa.

Al día de hoy, la página del RENABAP tiene registrados 6.467 barrios populares en toda la Argentina. 2.065 están en la Provincia de Buenos Aires.

Vivir en un humedal, vivir en un pantano, vivir sin agua natural, sin luz, sin gas, vivir entre la basura, caminar día a día entre la mierda del vecino por la falta de cloacas. Vivir en la miseria planificada, generación tras generación.

                                                                 ***

En el octavo país más extenso del mundo, la discusión y la lucha por la vivienda, sigue siendo hoy, una de las mayores deudas que se tiene con la dignidad del pueblo argentino.

Las causas para entender el porqué de la desigualdad a la hora de conseguir un pedazo de tierra para habitar en nuestro país son amplias, y pueden buscarse disparadores desde los tiempos de la instauración del Estado Nación hasta la actualidad. Pero fue durante la última dictadura militar cuando se consolidaron las bases de la Argentina que hasta el día de hoy sufrimos.

De la mano de Martínez de Hoz, la última dictadura cívico militar llevó adelante un plan económico que destrozó la industria nacional, se endeudó de manera fraudulenta con el FMI potenciando la deuda externa y nacionalizó la deuda privada; también devaluó y congeló los salarios.

Con una idea de controlar el territorio y disciplinar a la sociedad la dictadura volvió a darle curso, profundizando el “Plan de erradicación de las villas de emergencia de la Capital Federal y del Gran Buenos Aires. Primer programa. Erradicación y alojamiento transitorio” que había comenzado Juan Carlos Onganía, anterior gobierno dictatorial durante la década del 60 (1966-1970).

Con el Mundial 1978 a la vuelta de la esquina, mediante nuevas normas de ordenamiento del territorio, descongelamiento del precio de los alquileres, desalojo, topadora, secuestro y tortura, la dictadura extirpo a gusto a miles de familias que vivían en barrios de la Capital Federal con gran proyección para el negocio inmobiliario. Mandaron a mudar grandes fábricas al Gran Buenos Aires, buscando que con ellas
también junten sus petates y se vayan los barrios obreros cercanos a los cordones industriales.

Por último, mediante deuda externa llevaron adelante la construcción de las distintas circunvalaciones y autopistas que rodean y cruzan la capital, siempre con fin en el puerto y la aduana.

Entre la concentración de propiedades, el aumento desmedido de los alquileres y la migración de las fábricas, los barrios bonaerenses cercanos a Capital Federal aumentaron su población en poco tiempo. Con muy poca planificación territorial y urbana, se terminó de edificar el primer y segundo anillo del conurbano bonaerense.

Al mismo tiempo, a través del terror y el exterminio, desapareciendo a 30.000 personas y apropiando a más de 500 bebés, generó las bases para individualizar a la sociedad, dando paso así a la fundación del neoliberalismo en Argentina.

Para el año 1977 Rodolfo Walsh dejaba asentada en la Carta a la Junta Militar un presente nacional, que con el correr de los años no ha hecho otra cosa que empeorar.

“Basta andar unas horas por el Gran Buenos Aires para comprobar la rapidez
con que semejante política la convirtió en una villa miseria de diez millones de
habitantes. Ciudades a media luz, barrios enteros sin agua porque las industrias
monopólicas saquean las napas subterráneas, millares de cuadras convertidas
en un solo bache porque ustedes sólo pavimentan los barrios militares y
adornan la Plaza de Mayo, el río más grande del mundo contaminado en todas
sus playas porque los socios del ministro Martínez de Hoz arrojan en él su residuos industriales, y la única medida de gobierno que ustedes han tomado es prohibir a la gente que se bañe”. Walsh, Rodolfo (1977) Carta abierta a la junta militar

La Buenos Aires bajo la alfombra

La masa impacta en un golpe seco contra el cortafierro que nuevamente afloja un pedazo de pared y hace mover otro bloque de tres, cuatro ladrillos, acto seguido se desprende un pedazo de cemento convirtiéndose en escombro que cae al piso, dejando una pequeña nube de polvo en el aire. Por el cíclico retumbe del movimiento corporal, los hombros y los antebrazos están mareados y no saben qué parte del cuerpo debería estar más cansada. Los pensamientos se fatigan y el cerebro no sabe si el agotamiento y el dolor le corresponde al brazo izquierdo que hace de pistón subiendo y bajando con prepotencia cargando el mango de la masa o le corresponde más el brazo derecho, que agarra con fuerza el cortafierro y a cada impacto de la masa, recibe un nuevo cosquilleo metálico que le sube casi hasta el hombro. Todo es cansancio y polvo que se mezcla con una amoladora de fondo que no para de chillar.

Es lunes por la mañana. A unos pares de metros, en el primer pasillo que se abre camino al corazón del barrio aún sale cumbia de un saturado parlante, mientras la Cooperativa de Trabajo encara una nueva semana, buscando achicar los tiempos y terminar el SUM escolar que quedó clavado con los fondos nacionales que nunca más giraron.

El frío húmedo hace rato que le venció los viejos botines de trabajo. El pantalón con una franja refractaria está limpio, pero ya con los primeros mazazos fueron quedando unas pintitas blancas de polvo en el azul marino, su campera de tela anti desgarro deja ver en la espalda una serigrafía blanca que dice UTEP, el nombre de la Cooperativa y el logo de la Provincia de Buenos Aires.

                                                                    ***

Mientras el fondo de la olla se va llenando de a poco, la bolsa de red color naranja va disminuyendo. Las manos de Felisa y el cuchillo de mango de plástico están embarradas por la tierra que queda de la papa negra, aun así, el brillo del filo despliega un pequeño destello en cada corte del tubérculo. En la mesa improvisada con un tablón y dos caballetes hay un paquete de sal, una botella de aceite por la mitad, un par de cebollas, cuatro zanahorias, tres cartones de tomate y un kg de alas de pollo; el resto de los ingredientes para el guiso serán unos cuantos litros de agua, siempre dependiendo de la cantidad de familias con tuppers que se acerquen al comedor popular.

A unos dos metros, en un pequeño refugio improvisado con unas chapas oxidadas, Laura se encarga de prender el fuego. Para esto utiliza un viejo tronco tiznado con la punta ya hecha carbón, se ayuda con un par de boletas de la campaña 2023 color celeste y un viejo cajón de pollo. 

No son más de las 14 horas, ambas mujeres vienen de dejar a sus hijos en el colegio y durante el tiempo que duren las clases, ellas preparan el guiso que por la tarde noche comerá toda la cuadra.
                                                                  ***
Alcanza con caminar algunas cuadras por los cientos de barrios populares que tiene la Provincia de Buenos Aires, para arrojar una triste conclusión. El daño hecho por la última dictadura militar y la continuidad neoliberal de ese período, ha sido tan grande y tan atroz que los posteriores 12 años de gobierno kirchnerista no fueron capaces de rebatir la realidad. Esto no quita que durante los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández (2003-2015) el nivel de la pobreza y el crecimiento de los asentamientos y barrios populares se haya estancado en comparación con los períodos anteriores y también en algunos casos haya disminuido de la mano de la reconstrucción del empleo, la industria nacional, la obra pública y la gran batería de políticas sociales implementadas para el bienestar del pueblo argentino. Aunque no se pudo erradicar la pobreza, estas fueron las banderas y el modelo político en el que mejor le ha ido efectivamente a los sectores populares desde la vuelta de la democracia hasta hoy.

Pero haciendo una cronología hasta la actualidad, el gobierno de Mauricio Macri (2015-2019) dinamitó en poco tiempo los avances logrados por el kirchnerismo, atacando la industria nacional y endeudándose por cien años con el FMI. En poco tiempo volvió a dejar la situación de los barrios populares igual o peor que durante los años noventa. 

Para colmo, el Frente de Todos (2019-2023) comenzó su gestión ocupándose de la crisis sanitaria desatada por la pandemia de COVID 19. Pero una vez superada esta, las tensiones internas, las roscas, la tibieza y un panorama regional e internacional muy distinto al de los primeros años del siglo XXI imposibilitaron hacer siquiera la mitad de lo logrado durante el período del 2003-2015.

La mala gestión del Frente de Todos y su nula capacidad de construir un proyecto, tuvieron como síntesis la continuidad en la pérdida del poder adquisitivo que el pueblo argentino ya venía sufriendo desde los tiempos del macrismo. Triste afirmación, entendiendo que el gobierno y el peronismo llevaban en su espalda la esperanza de poder salir adelante de millones de argentinos y argentinas.

Un pueblo golpeado, desorientado y cansado, que soñaba recuperar las condiciones de vida que unos años atrás había tenido. Pero la contracara de ese horizonte fue el aumento de la pobreza. Y en los barrios populares, la miseria como si fuese un manchón de humedad en la pared, emergió arriba de la vieja miseria, esa que se venía acumulando desde la última dictadura hasta acá.

Árboles genealógicos con raíces humildes. Ser el último orejón del tarro como única herencia.

 

                                                                    ***
Mi Buenos Aires querido
Cuando yo te vuelva a ver
No habrás más pena ni olvido.

Carlos Gardel. “Mi buenos Aires querido”.

Barrio, esquina, escuela pública arrasada, olla tiznada y tupper lleno de guiso. Cumbia en el aire que se mezcla con la voz rasposa del Pity en sus distintas épocas: modo fierita Viejas Locas o pibe Intoxicado buscando la redención en Dios y el Sol. 

El sueño de ser Messi y Maradona, el potrero primero como escape al aburrimiento ante la falta de tele por cable y juegos de consola, luego un poquito más grandecito, el potrero como camino a la fama y la esperanza. El anhelo de comprar una casa con una pieza para cada hermano y una cocina bien grande, con muchas mesadas para mamá. El fútbol como posibilidad. La oportunidad de ingresar a un club del ascenso o de primera, esquivarle a la esquina, la vagancia y el consumo. El sueño de salir adelante
mediante taquito, gambeta y algún que otro puntinazo a la miseria.

El sueño de conocer a un hombre serio, con laburo y un oficio. Ser mamá y esquivarle al futuro en la casilla rodeada de violencia, frío y hambre.

Vivir en un barrio popular sin servicios de luz, agua potable, cloaca ni asfalto.

En verano el sol te derrite y no hay sombra, birra o “naranjú” que le dé pelea.

En invierno el frío se pega a las chapas y hiela todo a su paso, haciendo colapsar las precarias instalaciones eléctricas que vuelan por los aires quemando todo a su paso.

Tocándole los talones al cierre del primer cuarto del siglo XXI, las condiciones de vida de millones de argentinas y argentinos son más parecidas a los tiempos de los primeros conventillos arrabaleros y en muchos otros casos a la edad feudal.

Luego de dictaduras militares y la continuidad de un modelo económico neoliberal, lejos ha quedado el anhelo de la vivienda digna que alguna vez, flameó bajo las banderas de la justicia social.

La vida del pueblo humilde bonaerense se degrada y hunde en la mierda, pero la única vez que estos son noticia es para llenar las editoriales amarillistas que encubren a quienes día tras día continúan aportando a un modelo de saqueo y entrega, profundizando aún más el modelo de la miseria planificada.

Felipe Bertola

Cuando estaba en la panza, mi vieja me cantaba “Significado de Patria” para tranquilizarme. En la comunicación y organización popular encontré la clave para poder “ser la revancha de todxs aquellxs”. Como todo buen platense, sé lo que es ganar una Copa Libertadores.

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Calculada ausencia

Calculada ausencia

TIEMPO DE LECTURA: 6 min.

Con ojo sinuoso Ana Lía Torre nos trae una mirada profunda sobre la obra de Juan Fernández Marauda.

Asistimos a algunos éxitos editoriales de la ficción noire, la documental o la que quiere ser una y otra cosa al mismo tiempo, excesivos en detalles. Autores valiosos aunque sobrevaluados que habían empezado muy bien con sus cuentos y novelas cortas ceñidas a lo indispensable. Convengamos: al lector también le cabe crear la obra. Autores que instalaron de nuevo en nuestro medio la experiencia singular de la nouvelle con su escasez de forma y profusión de sentido, pero en algún momento, desplazaron a la tercera pata del hecho artístico. 

Sin embargo, persiste un movimiento intenso de escritores parcos. 

Gratitud. 

De repente, nos sentimos desafiados. Salimos de la anomia. 

UNO DE ELLOS

Empiezo a leer a quien conozco como Harry desde hace bastante más de una década. Me cuesta descubrirlo en Juan Fernández Marauda, con una voz que nos ofrece un siniestro “jardín de las delicias” de la ficción. 

El narrador está muy presente en la primera persona de sus dos pequeñas novelas. Pero nos regatea   datos de lo que ve, piensa, vive. “La verdad novelesca” se instala potente bajo la apariencia de algo que, como un fuego, finge ser solo chispa o humo.

SU PRIMERA NOVELA

En El puente de las brujas confiesa: “No tengo nombres para lo que veo” (34) en medio de “un pequeño mundo de señales”, las que él mismo nos va susurrando (apenas), mientras nos instiga a procesar con ellas la significación.

Hay una pericia particular en definir relaciones de personajes que gravitan en el ánimo del narrador, pero nunca se describen. El trabajo de ponerles rostro, voz y circunstancia a un padre o a una mujer es de nosotros. Son las grandes presencias del relato y, sin embrago, las mayores ausencias en el enunciado. Tenemos que esmerarnos en atar los cabos de sus relaciones con el protagonista. Los vínculos se insinúan solamente. 

“Constantemente buscan algo de mi padre en mí, pero ni el olor, aunque vista su ropa, aunque viva en su lugar mientras él está entre paréntesis.” (39) 

“Me levanto pensando en Romina. No la llamo. No pienso en la relación ni en los años”. (53)

A fuerza de despojado, el texto se vuelve poema:

Así empieza y termina una página de apenas cuatro renglones en que el atardecer se instala con estilo de cosmogonía en la sentencia final:

 “Aquella tarde las nubes se derramaron sobre el río como si hubieran abierto de un tajo el vientre del cielo… De esto se hizo la noche” (43)

De una maraña de impresiones y sensaciones, que apenas se aluden, surge esta síntesis: 

“Rápidamente dejan de ser los ruidos de las cosas para volverse la voz de la noche.”(44) 

Los personajes y las acciones más constantes no son humanos. Los animales y el paisaje parecen incidir en mayor medida sobre los hechos:

“La gata merodea los troncos, busca la mano con la cabeza, los ojos entornados…. Con un gesto me pide que me vaya.”… (48). 

“A veces confundo la gata con la esfinge de una gata. De a ratos peca de irreal” (64) Y aquí no podemos evitar la imagen del gato casi metafísico de “El Sur”, de Borges.

Mientras los perros van y vienen entre los dos espacios de tensión: la casa y el río, el relato ha puesto a esa gata en tal actitud que opaca la figura del protagonista. Un declarante cómplice o negligente? Nunca lo sabremos. Se elude lo escabroso en la alusión directa, pero nos sumerge en ello con su significado.  

“No hay necesidad de leer si ya dije lo que dije y lo firmé una vez.

Sí a todo, de nuevo. La cabeza  baja.

Hecho: la mano del fiscal cierra el archivo.” (83)

A estas alturas, es bueno volver al segundo epígrafe: Hay un policía dentro de cada vecino.

Y es necesario, además, dejar sentado que no por discreta, la palabra de J. F. Marauda deja de plantar su crítica a una sociedad que, en la ficción, repite el desapego y la omisión de individuos tan lejos de ser comunidad como en este otro simulacro que llamamos realidad. 

SU SEGUNDA NOVELA

El primer libro ya revela un estilo nuevo. En el segundo, esa impronta se afianza en un texto escueto que sabe instalar, aun así, la complejidad de su universo.

Se diría que hay una sola posición tomada y evidente. Aparece en la descripción del Parque industrial abandonado, que asociamos al industricidio neoliberal.

En lo demás, el narrador se las arregla casi sin referencias ideológicas para crear un clima, delinear personajes, caracterizar un vínculo o definir una situación. Conoce la observación de Luckács: la buena obra supera la ideología del autor.

Como en la primera, en esta novela el narrador protagonista es un hombre sin pasiones. No toma partido, no se arriesga ni por su propia vida, ni por la justicia de los otros, ni por un amor (si es que de eso hay algo en su mundo).

Así como en El puente de las brujas no se definen actos ni se atribuyen responsabilidades.

En La dirección del fuego así como se desvanecen los perfiles de las cosas (ya que el fuego al fin las devorará…), se eluden los riesgos de una incandescencia tolerable que, en un momento “dejó de ser miedo para  volverse otra forma de la soledad” (27) y de un humo que avanzan sin pausa.  

Ni siquiera la inocente clemencia del pastor atenúa la culpa colectiva. Imposible no asociar con el desborde depredador de un  sistema al que todos contribuimos mirando hacia otro lado.

La omnipresencia del fuego incluye su clasificación. “Los fuegos clase A ocultan una combustión interna, insidiosa”. (25) Frase que acaba siendo una declaración de principios estéticos. Casi un manifiesto. La pasión interior no encuentra registro en esta prosa. 

Enorme trabajo de recorte. 

La indefinición del protagonista en su propia historia se revela en un sueño:

“Soñé que el edificio se quemaba. El fuego… aparecía y desaparecía. Yo corría de y hacia él al mismo tiempo. En el sueño estaba solo. …rondaba entre las escaleras y el ascensor sin decidirme a bajar por ninguno”

De la relación con Lucía, mujer con quien convive, solo sabemos, antes del final revelador, que “más propio de ella es encender la mecha que pisarla.” (43) Y nos insinúa también esos desencuentros que él registra sin la menor emoción. Es muy aguda la forma como expresa que los ha asumido: “Tengo la mirada acostumbrada a estas noches de insomnio, pero acepto esa negrura como lo que es: pedazos que faltan”. (57) 

Así como se repite la figura de un protagonista desganado, en las dos novelas aparecen los eternos culpables/culpados/ de este pecado nuestro de cada día: los chicos pobres que andan sueltos, pero juntos…, cuya carencia y perjuicio los aúnan con los animales. 

Con pocas imágenes brutales y calculada ausencia de explicaciones, entendemos que son éstos quienes, injustamente sucumben en el lento cataclismo sin pausa antes que aquellos que en alguna era le robaran el fuego a los dioses.

 


Ana Lía Torre. En temprana adolescencia dejó el terruño. De Chacabuco a La Plata, de Argentina a Brasil y de regreso, fue dejando querencias, amigos, libros.

Ejerció la docencia en todos sus niveles eligiendo autores y autoras para militar. 

 


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Las epifanías del Coya Cabrera

Las epifanías del Coya Cabrera

TIEMPO DE LECTURA: 4 min.

Sebastián Martínez Daniell nació en Buenos Aires, en 1971. Entre otras ha publicado las novelas Semana (2004), Precipitaciones aisladas (2010) y Dos sherpas (2028), en editorial Entropía. En 2023 publicó Desintegración de una caja con editorial Marciana. Viene a Revista Trinchera para hablar de esa, la única, palabra que nos representa a todos, Maradona.

por Sebastián Martínez Daniell

Una atávica costumbre de la Rusia zarista, importada a la Argentina en 1907 por el presidente José Figueroa Alcorta, exige que el séptimo hijo varón de todo matrimonio consumado sobre suelo patrio se beneficie con el padrinazgo del primer mandatario de la República. Por eso, cuando en junio de 1952 una familia pobre de la provincia de Salta recibió a su más joven integrante, el mismísimo Juan Domingo Perón lo cobijó entre sus ahijados y le ofrendó la protección del Estado de bienestar. Consecuentemente, el niño fue bautizado como Juan Domingo Patricio Cabrera, pero el mundo del fútbol lo conoció como “El Coya”. Sus colegas lo describían como un temible volante central. La mitología guaraní lo sospechaba licántropo.

Conoció a Maradona una tarde de 1976 en el estadio de Argentinos Juniors. Para entonces, Cabrera, que por esos años vestía la camiseta blanquiazul de Talleres de Córdoba, ya tenía una carrera consolidada, aunque aún no le había llegado la convocatoria al seleccionado nacional, ni había emigrado a Francia, ni se había lucido en Colombia. Todo eso vendría después. Por el momento, disfrutaba de un día tranquilo: los cordobeses ganaban 1 a 0 en La Paternal y los locales no le encontraban la vuelta al partido. Cuando faltaban pocos minutos para que terminara el primer tiempo, notó movimientos en el banco de suplentes rival y vio que se preparaba para entrar un adolescente de 15 años, cuyo nombre ya había empezado a aparecer en los diarios y que, finalmente, iba a hacer su presentación en el fútbol profesional.

La primera vez que la pelota pasó por los pies de Maradona en aquel partido iniciático, Cabrera le entró fuerte y no le permitió dominarla. Cuando tuvo su segunda oportunidad, el debutante la recibió de espaldas al “Coya” y, antes de que el ahijado de Perón pudiera darse cuenta, la pelota había pasado limpiamente entre sus piernas. En ese mismo instante, mientras oficiaba de Celestina entre Maradona y el orbe, “El Coya” Cabrera tuvo su primera epifanía: comprendió, iluminado por una revelación mística, que el mundo está regido por un panteísmo selectivo. Supo que Dios está presente en todas las cosas, pero que sobre algunas derrama más entidad que en otras. 

Con los años, el título de Boca Juniors en 1981, el crimen de Andoni Goikoetxea en el Camp Nou, el gol a los ingleses, la consagración en el Azteca, las lágrimas en el San Paolo, la veneración napolitana y las muchas reencarnaciones imposibles extenderían el nuevo credo del “Coya” Cabrera hasta hacerlo universal.

Como a tantos, el retiro del fútbol profesional encontró a Cabrera en la bancarrota. Sentado en su casa, sin empleo y sin futuro, “El Coya” recibió en 1985 un llamado de larga distancia. Del otro lado de la línea, Maradona le dijo que estaba al tanto de su situación y le rogó que aceptara una pequeña ayuda económica. Algo módico, algo que le permitiera comprarse un taxi y salir a trabajar. El futbolista retirado no supo qué decir. No tanto porque fuera a rechazar la oferta, sino porque ese segundo encuentro con Maradona le deparó una nueva revelación.

Juan Domingo Cabrera | Foto de “El Grafico”

Ya maduro, quebrado y alejado del negocio deportivo, Cabrera comprendió que él había sido elegido por ese hombre que lo llamaba desde el sur de Italia para divulgar su mensaje. Ese hombre que era criticado por sus excesos, ese que había salido de las privaciones de Villa Fiorito y ahora dominaba el mundo, ese que se convertiría en el blanco predilecto de la moralina de la clase media vernácula, ese sujeto que dividía su tiempo entre la iluminación del genio y la autodestrucción siempre ineficaz, ese hombre que se resistía a mitificarse, a ser modélico o a morir, lo había elegido justo a él, al séptimo hijo varón de los Cabrera, para transmitir su legado.

“El Coya” vivió dos décadas más. Un tumor cerebral y una neumonía lo dejaron fuera del mundo en 2007. Su derrotero fue una de las tantas metáforas de la Argentina. Pobreza extrema, tutela peronista, ascenso social, migración interna y exilio francés; bancarrota financiera y solidaridad fraterna, cáncer y Plus Ultra. 

Seguramente, desde el rincón del inframundo que Caronte reserva para los hombres lobos y otras criaturas sagradas, él ratifica cada día su fe en Diego. Y con él, lo hacemos tantos otros que hemos sido bendecidos por su inspiración.

 


Sebastián Martínez se pasó por Radio Trinchera a conversar con Pástico Cruel


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Negro bocón, il morto che parla

Negro bocón, il morto che parla

TIEMPO DE LECTURA: 4 min.

Gachi Corradini vuelve a las páginas de Revista Trinchera para hablar de un Dios Bocón, un Dios de todos. 

Ilustración de Ciro Marcovecchio

¿Y qué hacés después de que el mundo se bebe a fondo blanco tu cóctel “niño villero indigente devenido en millonario  y famoso”? ¿Qué podés hacer luego de que un talento nunca antes visto te convierte en tu propia iglesia?

La lista de opciones es larga, pero en general se trata de gente dejándose dejarse arropar por el nuevo mundo y adoptando otras formas de sumisión, más confusas pero iguales de efectivas.

El problema con Maradona es que no, no hacía eso, no quería eso. Todo muy lindo con el arrope pero parece que además de no poder evitar jugar descomunalmente bien a la pelota, tampoco podía sumirse a nada, a nadie. No era premeditado ni estratégico, simplemente no podía y si desplegaba la memoria hasta que quedara tirante, los únicos recuerdos que encontraba decidiendo callar, eran ante el ceño fruncido de la Tota.

Porque Maradona hablaba. Con la boca muy abierta, hablaba. A los gritos, con una coreografía extravagante de torso, brazos y ojos, hablaba. Donde no tenía que hablar, hablaba. Lo que no tenía que decir, hablaba. Lo que no tenía que mentir, hablaba. Lo que no convenía preguntar, hablaba. Y después iba, elevaba el pecho, atravesaba con esas piernas retaconas el césped, hacía algo alevoso o inexplicable y ya cargaba crédito para seguir hablando de lo que se le cante.

Sus decires no se ordenan en un marco teórico, no hay conceptualizaciones previas ni especulaciones. Sí hay una simetría franca y transparente entre la dimensión social de su origen y las batallas discursivas que eligió dar: Vaticano, Malvinas, Havelange y su Fifa, Fidel y su Cuba, Abuelas y Madres, Cabezas, lxs jubiladxs, Lula, Correa, los Kirschner, Macri…Nadie le pregunta, pero él, hablaba, habla.

Era un negro bocón, sin límites ni educación, hablaba como corría, yendo para donde se le cante, de pecho inflado, un negro agrandado; el sistema le recomendaba silencio, con alguna indulgencia -producto de reparar en el amor desquiciado que provocaba en la gente- le hacía la seña del dedo índica en la boca, le servía más champagne y merca, lo abrazaba y lo adulaba. Maradona se dejaba, el champagne estaba bueno y la sobada de lomo ya era parte de su cotidianeidad, no le molestaba. Pero no alcanzaba para educarlo en ese silencio agraciado y conveniente que le reclamaban.

Quizás haya entendido algo que el resto no, Quizás hubo algo a lo que no temía que el resto sí, quizás prefirió el porqué mientras el resto se perdía en el paraqué ¿Cómo es eso de que un gran poder conlleva una gran responsabilidad? Quizás, algo de eso, de la forma caótica, transpirada de desbordes en la que vivió se le impregnó. Interpretó el asunto de la responsabilidad como un  ejercicio viento en contra de lo que le convenía, por eso sus decires son su gran acto de compromiso político, un futbolista con apenas 3er. año se educación secundaria boqueando sobre distribución de las riquezas, política internacional y reclamos de las minorías. Su despliegue discursivo era un arma, lo sabía, lo usaba y lejos de temer, le encantaba. Así como allá iba a compadrear de cara al arco sin miedo a nada, así habló. Podría haber disparado para cualquier lado, podría haber aceptado una tregua, pero no. Arriba o debajo de sus infiernos personales, ganando o perdiendo sus más íntimas batallas, abrazando o negando a su propia gente, nunca se extravió en eso, nunca se mudó de lado. 

Posiblemente todo fue mucho más sencillo de entender para él: hablar era una forma de devolverle al pueblo ese amor desmesurado y chillón que lo seguía a donde fuera. 

Si la estrategia de toda deidad es la ausencia -porque no estar es una forma de estar en todos lados, la fórmula estándar para ser dios- pues hasta en eso se cagó Maradona. Quizás porque era más pagano que celestial, más madera que espíritu santo, más vino y pan que ayuno, más puteada con los fariseos que perdón.  

Cuatro años después de que la muerte lo obligara a enrolarse junto al resto de divinidades  en eso de la ausencia, su santo grial es que siga hablando. 

Maradona habla. Andamos revolviendo las cajitas de sus dichos, lo recuperamos todo el tiempo y lo sentamos vivo al lado de cada lucha. Y el negro bocón se ríe, se acomoda en la silla y abre la boca.

Ay, Eva, como verás ya no sos la única morta che parla…

 

Amanda Corradini

Mujer de trincheras: Reparte su vida entre la trinchera de la Escuela Pública, la de su biblioteca y la que guarda algunas banderas que gusta agitar. Todo regado de mate dulce, Charly García y un vergonzoso apego por el humor infantil.


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Estás cambiando más que yo

Estás cambiando más que yo

TIEMPO DE LECTURA: 3 min.

Sobre Asusta un poco verte así, de Facundo Dell Aqua, editado por Malisia.

El horror tiene muchas formas y muchos nombres, aunque algunas no se puedan comprender y aunque no siempre se puedan pronunciar. Pero el horror también tiene gestos mundanos, mezquindades y máscaras. El horror no es nada si no generoso en su oferta de posibilidades. Detrás de todas estas manifestaciones hay una oscuridad primordial, muy difícil de reconocer y aún más difícil de nombrar.

Buena parte de la literatura universal, lo admita o no, se ha preocupado por ese aspecto en sombras, ya sea humano o completamente otro. Da vueltas alrededor, como un perro con hambre pero con miedo, mordisqueando los bordes, atento a la reacción. Temiendo el rechazo, no se compromete a llenarse la boca de negro. Antes sí. Algunos, hoy, todavía. Pero en general caemos en el relato de que el terror es el capitalismo y todo monstruo es metáfora. Lo cual no deja de ser cierto, ojo, pero no tiene por qué ser solo eso, tan funcional y práctico. Si fuese así, lo arbitrario, lo absolutamente imponderable y abyecto, no existiría. Y sin embargo estamos rodeados.

Asusta un poco verte así es una buena excepción a esta moda. Facundo Dell Aqua asumiendo, quizás, una forma pura del horror, se acerca a ella sin remilgos. Los cuentos que componen este libro hacen una suerte de recetario del terror, cada uno una forma de narrar con el miedo. Del slasher a la angustia existencial, pasando por el terror cósmico y el body horror. Todos los monstruos, y especialmente aquellos que habitan dentro de nosotros, los que nos invaden y crecen en la sangre, los que se vuelven tumor y nos transforman. Wendigos, vampiros, doppelgängers y escritores. Todos terribles, en especial los últimos, parásitos llamadores de la muerte.

Tal vez a modo de confesión, tal vez como exorcismo, en la figura de los escritores encuentra Facundo un canal para mostrarnos, además, esa otra cara del horror: caprichosa, egoísta, interesada y superficial. Este movimiento no es sin ironía, pero es una sensación que mayormente queda del lado del lector. Es una ironía placentera pero no gozosa. Un guiño evidente pero igualmente sutil que Facundo nos hace desde el otro lado del mostrador de la ortopedia en la que trabaja y escribe. Lo que sucede es que  su  comentario  es  menos  para  el  sujeto  escritor  que  para  el escritor-agente-cambiario-del-mercado-literario, el escritor que opera con su capital intelectual. Una crítica aparentemente honesta a un entorno vampírico, hecha por un tipo al que probablemente le chupe un huevo que haya otro tipo escribiendo sobre sus cuentos para el suplemento cultural de una revista digital.

Este es un libro, entonces, en el que tanto la escritura como el horror aspiran a una forma pura y desprejuiciada; esa que, por impredecible, a los lectores y a las víctimas nos fascina y nos preocupa tanto. Sus cuentos tienen un magnetismo primitivo, nos capturan bajo un halo de inminencia. Son un olor en el aire, una amenaza sobre el cuerpo en guardia que, cuando la noche es más oscura, retorcido y deformado, nos recuerda de su fragilidad. Siempre estamos a un paso de que algo nos destroce y que de la oscuridad del alma surja nuestra peor versión.

Juan Fernández Marauda

Nació en Lanús, en 1988, pero creció en el Valle Inferior del Río Chubut. Trabaja en el cruce entre salud mental y escritura en un hospital de día. Es escritor, editor, librero y coordina el taller de escritura PULP! en la ciudad de La Plata. El puente de las brujas, su primera novela, fue publicada por EME en 2020, Esplín Tropical (México) en 2022 y la Dirección del fuego por EME en 2023


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El hecho maldito del fútbol burgués

El hecho maldito del fútbol burgués

TIEMPO DE LECTURA: 6 min.

Una Crónica a cargo de Felipe Bertola, la voz del hincha pero también el individuo político. El eco de un binomio interminable.

El 25 de septiembre de 1968 se jugó en una Bombonera reventada de rojo y blanco,  la primera final de la Copa Intercontinental entre Estudiantes de La Plata y el  Manchester United; el partido se lo llevó el Pincha ganando por la mínima con un gol  de Marcos Conigliaro en el primer tiempo. 

Los de Manchester, además de ser los creadores del fútbol, los dueños de los  modales, el té a las cinco de la tarde y todas esas pelotudeces que les encantan en  el primer mundo, también eran la principal estructura de la selección inglesa que  apenas dos años antes, habían dejado eliminada en cuartos de final, de manera  bastante dudosa al seleccionado nacional, en el Mundial de 1966 festejado en la isla  Británica.

Por el contrario, a la estructura de la realeza y el fútbol habilitado por Europa, los  dirigidos por Osvaldo Zubeldía venían de una historia muy distinta.  

A diferencia del imponente Old Trafford, el Estadio Jorge Luis Hirschi, que había  comenzado a construirse en 1907 en los viejos terrenos del Velódromo platense, se  encontraba para la década del 60 todavía levantado con tablones de madera. Recién  para el año 1967, el Pincha salió campeón por primera vez en la historia del Fútbol  Argentino, ganando la primera edición del Torneo Metropolitano. Y apenas tres meses  antes de esa final disputada en La Bombonera contra el Manchester, Estudiantes se  había consagrado por primera vez campeón de América. Fue el 16 de mayo de 1968  cuando le ganó 2 a 0 al Palmeiras, en el Estadio Centenario de Montevideo, en el  tercer partido de desempate de la Final de la Copa Libertadores de ese año. Las  diferencias entre el equipo argentino y el equipo inglés eran abismales. 

En aquel contexto de la década del 60 donde el pincha ganó su primera Copa  Libertadores y se preparaba para enfrentar al Campeón de la Champions League,  Argentina se encontraba bajo la dictadura de Ongania. El dictador militar había  comenzado su gobierno de facto con la represión a estudiantes y profesionales  universitarios en el hecho conocido como Noche de los Bastones Largos. Al mismo  tiempo el peronismo seguía proscripto y los sectores más alineados a la vanguardia  y la izquierda peronista comenzaban a agruparse bajo la CGT de los Argentinos con  Raimundo Ongaro a la cabeza. 

A nivel internacional el mundo estaba dividido entre oriente y occidente por la Guerra  Fría y Vietnam seguía siendo ejemplo de fracaso estadounidense.  

Para seguir entrelazando al fútbol con los sucesos de su época, tan solo dos semanas  después de que Estudiantes se consagró campeón de su primera Copa Libertadores,  estalló en París el Mayo Francés. Y mientras el Manchester United ganaba la  Champions League, los ingleses se enfrentaban contra la isla vecina de Irlanda, que  buscaba sacar sus garras de encima. 

Con este contexto puesto arriba de la mesa la Copa Intercontinental tenía grandes  condimentos políticos. Y el fútbol tenía una vez más la posibilidad de arañar una  sonrisa al destino y las injusticias. 

La final entre Estudiantes y Manchester no solo era la revancha por la eliminación en  el Mundial de 1966. El partido era también la expresión viva de David contra Goliat;  la civilización contra la barbarie gaucha; la Resistencia a las Invasiones Inglesas; la  reencarnación de Vuelta de Obligado y la continuación del Operativo Cóndor llevado  adelante por la Resistencia Peronista el 28 de septiembre de 1966, cuando  secuestraron un avión de Aerolíneas Argentinas, desviaron su ruta aérea y lo pusieron  en rumbo 105 apuntando directamente a las Islas Malvinas para ejercer una vez más  la soberanía nacional en el Atlántico Sur. 

Si para algunos distraídos la Intercontinental de 1968 todavía no tenía un condimento  especial aportado por el contexto, los medios británicos que viajaron a Buenos Aires  para cubrir la primera final jugada en la Bombonera, aportaron la pimienta que faltaba.  

Las crónicas periodísticas inglesas eran más parecidas a un diario de Charles Darwin  y la Teoría de la evolución que a una crónica de fútbol. Igual es hasta comprensible;  uno es un joven periodista leal a la corona y cruza el Atlántico con ganas de venir a  conocer la tierra del tango y la extensa Pampa y a diferencia de lo que se imaginaba,  acá no lo esperaban con té ni masitas. A los ingleses se los esperaba con memoria,  fútbol, laboratorio y viveza criolla.  

El partido en Argentina fue muy cerrado, se jugó como se juegan las noches de Copa  y se destrabó por muy poco. Gol de Conigliaro a los 20 minutos, un cruce fuerte de  Carlos Bilardo con Nobby Stiles, casi que saldando con un codazo a la cara, la  gentileza del Pacto Roca Runciman llevado adelante durante la Década Infame,  respuesta en modo de puntinazo del petiso inglés y sentencia del paraguayo Sosa,  encargado de repartir justicia aquella noche, dónde posiblemente recordó La Guerra  de la Triple Alianza financiada por los británicos y le mostró la tarjeta roja al lateral de  Manchester. 1 a 0 Delirio pincha y a cobrar. 

16 de Octubre de 1968 ¡Animals!

Unos minutos antes de salir a jugar la segunda final en Inglaterra, en el vestuario de  Old Trafford, Zubeldía repitió por última vez el rol que ocuparían los defensores,  Malbernat, Aguirre Suarez, Madero, Medina y también Togneri para anular a Boby  Charlton y antes de encarar para el campo de juego, le cedió la palabra a Roberto  Marelli, Médico del Plantel y reconocido marxista opositor a la dictadura de Onganía.  El Médico platense agarró una tiza, borró los dibujos tácticos que había hecho 

Zubeldía y en el mismo pizarrón escribió para que los jugadores no se saquen esa  idea nunca más de la cabeza:  

“Somos once jugadores de carne y hueso contra una sociedad anonima”

La danza de los muertos pobres

El centro de Madero atravesó el área y cayó a la altura del segundo palo, allí se topó  con un frentazo de Ramón Verón, que rápidamente le cambió el rumbo a la pelota y  la envió al otro extremo del arco, lejano e imposible para el arquero inglés Stepney.  Se silenció el ¡Animals! y Old Trafford quedó mudo; hasta la lluvia dejó de azotar el  estadio inglés. El referee konstantin Zecevic le anotó el gol a Verón, pero lo que nunca  supo el yugoslavo, fue que ese cabezazo seco que marcaba el 2 a 0 en el global, lo  había hecho un pueblo entero, que se había tirado de palomita acá en Argentina,  cuando escucharon por la radio que el centro de Madero caía pasado al segundo palo. 

Iban apenas 5 minutos de partido y Estudiantes estiraba la ventaja. Lo que quedaba  de partido sería una eternidad dónde el Manchester se vendría con toda su vocación, en la conquista del partido. 

Del lado del Pincha se sumaron a atajar junto con Poletti,  Martín Miguel de Guemes y Manuel Belgrano. En la puerta del área se sumaron a  despejar los centros que caían como balas de cañón, Manuel Dorrego y Juan Manuel  de Rosas. Un poco más adelantado se sumó junto a Pachamé y Madero, Mariano  Moreno para poner la pelota bajo la suela y principalmente pensar un poco; desde el  centro de la cancha se proyectaba su Plan de Operaciones. Y adelante subiendo y  bajando sin detenerse nunca, San Martín y el Gaucho Rivero ayudaron a Conigliaro  y a Verón.  

Ni la lluvia, ni el “Animals” que descendía de las tribunas, ni Bobby Charlton, ni la  Reina pudieron arrebatarle la victoria esa noche a Estudiantes. El equipo de Zubeldía  se consagró Campeón del Mundo en suelo inglés y como si fuese un acto de reparación colonial, el Pincha se trajo la dorada Copa Intercontinental para América. 

 

Felipe Bertola

Cuando estaba en la panza, mi vieja me cantaba “Significado de Patria” para tranquilizarme. En la comunicación y organización popular encontré la clave para poder “ser la revancha de todxs aquellxs”. Como todo buen platense, sé lo que es ganar una Copa Libertadores.


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Para nosotros

Para nosotros

TIEMPO DE LECTURA: < 1 min.

Revista Trinchera abre el mes de Diego Armando Maradona. El muerto más naciente de todos.

Para nosotros, nosotras
Los villeros, las villeras
Parece no haber Dios
Parece que estamos destinados
A caminar sin Dios
Tal vez sea verdad
Tal vez no 

Si alguna vez tuvimos un Dios o dos o ninguno

No se sabe
Pero ahora tenemos un muerto
Un Dios muerto
¿ está muerto Dios?
¿se murió?
¿por qué llora esa mujer negra y gorda? ¿por qué se le cuelga ese negrito de pelos duros del cuello y la acaricia? ¿ por qué llora ese hombre de cara tosca, de dedos brutos y piel cuarteada?
Tal vez sea por este muerto que hoy cargamos
Este muerto que hoy cargamos
Es un muerto obstinado, como son los muertos villeros
Porque es un muerto que nace y crece, se determina. No muere
En el caserío de chapa
nace
El calle de barro y mierda

crece
En un potrero de piedra
determina
En esas balas que matan guachines
nace
En cada cabecita negra negada a agacharse
crece

En cada ausencia

determina
Este muerto que hoy tenemos, que siempre tuvimos
Está dormido 
Cuando despierte
Va a volver a gambetear
Va a volver a putear
Va a volver para equivocarse el doble
Para ser un Dios palpable
Un Dios errante
Un Dios negro
Un Dios pobre
Nuestro Dios
El comandante
Este muerto que tenemos
Es nuestro muerto
Cagado y calzado 
Descalzo
Cebollita
Pelusa
Plaza
Potrero
Barro
Piedra
Mierda

Amor 

Amor 

Amor
Es una cabeza que descansa en el pecho tibio de su vieja, allá en cada Villa…
Este muerto
Es el primer pibe de una Villa
Que se llora en el mundo entero
Hasta en eso
Este Dios
Este muerto
Es nuestro.

 


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Me siento más solo que Kung Fu

Me siento más solo que Kung Fu

TIEMPO DE LECTURA: 4 min.

Hay un fantasma que nos visita todo el tiempo, inclusive antes que muerto, antes que vivo, que todo. Una historia de resurrección. 

El cemento desprolijo que se escapa de la junta del ladrillo hueco me corta la palma de la mano izquierda y al mismo tiempo me la enfría. Esa sensación me revuelve aún más la panza y me genera un escalofrío por toda la espalda, que encorvada e impulsada por un caldo que va subiendo desde mis riñones, empieza a moverse con un andar toráxico al ritmo de la respiración.

Tengo la mirada clavada entre el piso y la pared que aún está mojada por mi propio meo de hace unos pares de vasos atrás. Con cada pequeña arcada intento inhalar poco, pero es inutil, el olor añejo del pis se me mete por las fosas nasales y se me termina alojando en la boca con el sabor dulce ácido que me dejó el vino cortado con Manaos.

En un breve lapso de microsegundos se me pasa un tren de flashes por la cabeza. Son imágenes repetidas de las últimas semanas; la barra mostrador, el baño del bar lleno de calcos con los azulejos blancos siempre con una pequeña capa de agua embarrada, el rock sonando detrás de una cumbia santafesina una y otra vez. En el medio de esa locomotora que pasa a toda velocidad, en mis pensamientos aparece el parabrisas reventado, la frenada marcada en el asfalto y la sangre brotando entre los pelos largos de Celeste. Como en esa tarde me empieza a temblar la mano y es en ese momento que desde el fondo de mis entrañas empiezo a expulsar el alcohol fermentado de mi cuerpo. Ahora sí la arcada se vuelve más fuerte y siento como en cada expulsión se me despega un pedazo de garganta. En el piso el viejo charco de meo se llena primero de un vómito espeso, para luego ir cubriéndose de una segunda capa más aguada donde prepondera la bilis.

De mis labios y dientes corren hilos de baba; me quema la garganta y los ojos me pican entre tantas lágrimas. 

Una segunda arcada y se repite el proceso.

 Cada vez expulso menos cosas sólidas, pero los gritos y el llanto aumentan.

 Noto como una parte de mí alma se desprende de mi interior.

 Paso la manga de mi campera por mi cara, como queriendo inútilmente limpiarme y esconderme al mismo tiempo.

La nariz, la boca y mi garganta se me llenaron de un olor nauseabundo mocoso. 

Como queriendo cuidarme la imaginación me saca de esa situación lamentable y me transporta a la infancia. Me veo de pibe jugando en la mecedora de madera de mamá y papá, pero de golpe aparece el tajo que va desde el pómulo, le atraviesa el ojo y se esconde por encima de la frente entre los pelos de Celeste.

Como si fuesen una repisa vieja, mis piernas se vencen y caigo encima del vómito. Siento que la humedad me atraviesa el pantalón de jean y la campera a la altura del codo.

Por la cabeza pasan las peores ideas y otro vaso de vino. Y es ahí cuando siento una mano que con ternura y precaución me acaricia el hombro y me da una palmada.

El mundo se me detiene al escuchar esa voz que solo puede ser de él. Esa voz que es de un nene y de alguien que vivió todas las vidas en una sola.

-A mí también me pasó. Me siento más solo que Kung Fu.

Giro levemente la cabeza y sobre mi hombro veo que me alcanza una  botella de agua y una toalla.

Ante la soga que me tira, yo respondo con un intento patético pero cortés por intentar levantarme.

 Después de un rato de jadeo ya tengo una rodilla apoyada en el piso y sobre la otra descansan mis manos y mi espalda encorvada. En ese momento siento nuevamente que me acarician el hombro y me dan una palmada suave.

-Me cortaron las piernas, pero no me quedó otra que seguir.

A mi cara desfigurada por el vómito y el llanto se le dibuja una sonrisa. Apresuro a levantarme y dar en encuentro con Diego, pero cuando puedo incorporarme, en ese sucio callejón no hay nadie.

Es 10 de octubre pero para mí es domingo de pascua y resurrección.

 

Felipe Bertola

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La caricia del lagarto

La caricia del lagarto

TIEMPO DE LECTURA: 3 min.

Nada más ingenuo que intentar describir una foto, dice Pedro Jalid. El texto es intimista, pequeño, voraz.

Fotografiaban extrañas especies de animales. Reptiles, más que nada. Tanto tiempo llevaban en ello, que ya ni la pregunta de si disfrutaban su trabajo se hacían. Sabían que eran buenos, y eso bastaba: les indicaban la especie, el lugar donde encontrarlas, y emprendían el viaje. Unas cuantas fotos, y luego a otra cosa. 

Si contado no suena tedioso, en carne propia se había vuelto un trabajo como cualquier otro que uno realice durante más de la mitad de su vida, y ya no recordaban la última vez que habían sentido entusiasmo por su actividad. La culpa no era solo de las cámaras y los pobres reptiles, sino que el tedio mayor, aunque no lo quisieran reconocer, lo encontraban en la mutua compañía. Enamorarse en un trabajo es algo no recomendado. Mantenerse durante tantos años en el mismo oficio y con la misma persona, pasa a ser ya algo peligroso. Se miraban como socios, se miraban como compañeros de trabajo, se miraban como jefe y empleado. En fin, tantas maneras para decir que ya no se miraban de ninguna forma.

Les había tocado Atacama. Un trabajo grande y algunas especies que debían encontrar en medio del desierto. Trabajaban en silencio, cada uno absorto en su labor; exagerando quizás la concentración que sus tareas demandaba, para evitar así la posibilidad de la conversación y el intercambio. 

Se sorprendieron cuando encontraron los dos lagartos leopardos. No por la especie, bastante común en esas tierras, si no por la compañía. Eran famosos por ser solitarios. Rara vez se veía a más de uno a la vez. Sin embargo, allí estaban los dos, como si conversaran o simplemente disfrutaran la presencia del otro. A pesar de que no estaba entre las especies que debían fotografiar, se miraron un instante y compartieron la sorpresa de ambos por la pareja encontrada, y que tal vez podrían demorarse unos minutos en una imagen. Prepararon la cámara, ajustaron la luz y quizás alguno de los dos recordó sus primeros tiempos, cuando salían a capturar especies y mientras lo hacían llenaban rollos de fotos de ellos, de paisajes, de lunas y atardeceres infinitos. 

En el momento en que vieron la caricia, ninguno dijo nada. No se animaron a sugerirle al otro lo que creían haber visto. Sin embargo, en silencio y sin mirarse, los dos se apresuraron por ver la foto capturada. Y ahí estaba. No había dudas.

Nada más ingenuo que intentar describir una foto. Alcanzará entonces, con decir que apenas publicada, se convertiría en una de las imágenes más icónicas dentro del mundo de la fotografía de animales. La caricia del lagarto, la llamarían los críticos. 

Nunca sabremos si la caricia sirvió de algo, si volvieron a mirarse como solían hacerlo. Aunque hay algo que sí podemos decir: cuando en la empresa revelaron las imágenes, las felicitaciones llegaron acompañadas de un pequeño reto: ¿por qué tantas fotos del atardecer?

 

Pedro Jalid

Profesor de Letras. Leo más de lo que escribo, trato de hacer más de lo que digo.


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