Un viaje cotidiano se transforma con la lectura. Un ir y venir de imágenes que llegan desde afuera, del poema leído, de la música y de los recuerdos propios.
Radio Desde la cocina de mi abuela se escucha una fritura y una canción alegre, suenan guitarras vibrantes, batería, armonía de voces, un idioma que fluye en la música, palabras que apenas entiendo. Mientras ponen la mesa en el comedor diario mi tía y mi mamá discuten, se quieren y discuten, no acuerdan en nada, como un ying yang, un juego que ellas juegan sin saberlo. Esta vez, por la canción que llega con el olor a comida, una dice que suenan a lata, la otra que son geniales. Mis muñecas sentadas contra la pared del pasillo, son mis alumnas por un rato, algo me hace abandonar el juego, es esa música que entra a mi cuerpo por la cabeza, hace espirales en el pecho, me mueve los pies y los brazos, soy baile desenfrenado, golpeo unos platillos imaginarios, hago sonar una guitarra de aire entre mis manos. ¡Quiero más de eso! Los de la radio que aún creo que son seres diminutos dentro del aparato me complacen y estiran varias horas con esa música enloquecida, voces de ángeles y ardillas. son los 60´y el locutor dice Beatles…Please, please me.
Subte Wislawa está sentada a la orilla de un río, yo la imagino en el mío. Mi río del sur bordeado de álamos dorados y piedras que brillan desde el fondo. La mirada vuelve gustosa sobre las palabras, se abren las puertas del subte. El libro espera un poco más entre las manos. Una coreografía de dedos se despliega sobre las pantallas mientras busco un lugar donde sentarme. Un músico, con su guitarra y su voz interpreta Ojalá de Silvio y Wislawa vuelve a estar en esa orilla pero ahora, llorando tu ausencia.

