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Relato de Santiago Divita, participante de la convocatoria de cuentos “Hebe Uhart”.

Hoy te extrañé tres minutos y veintinueve segundos. Lo que dura la canción la espina de la flor de tu costado. Increíble que la voz que me atravesaba los oídos se convirtiera en un espacio más o menos grande, alto, en un tercer piso, aunque no recuerdo cómo era el paisaje que se veía desde el balcón porque le tengo miedo a las alturas. Pude haber pausado la música, hacer otra cosa. No quise. ¿Por qué? Porque tres minutos y veintinueve segundos fue el tiempo que charlamos en esa terraza oscura, mientras el viento cálido de enero nos golpeaba de frente ¿Te acordás? Escuchábamos nuestras voces largar palabras que, aunque no lo dijeran, querían la compañía de un abrazo que no llegaba. Que nunca llegó.

Cada vez que iba a tu casa, sentía los murmullos de mis pensamientos; conversaciones nerviosas sobre lo que podríamos charlar, sobre lo que necesitaba decirte. Nunca te lo dije. No puedo reprochármelo, pero la ausencia de esas palabras, cada tanto, me dicen que te quieren.

La canción empezaba diciendo: te veo venir con la espalda pintada rompiendo la niebla de mi madrugada… Así como te vi la primera noche después de tanto tiempo sin saber uno del otro. Esa ausencia fue mi culpa, pero a vos no te importó porque me dejaste entrar a ese espacio de paredes blancas y pocos muebles, con su desorden, sus olores y las sillas de madera un poco incómodas. Esa noche, me invitaste a entrar a tu vida.

Me decías seco, porque no abrazaba, no tenía la sensibilidad de la caricia justa, del detalle que enamora. Me arrepiento de eso, no de lo que fui, porque no lo puedo cambiar, pero en estos minutos que escucho la guitarra triste que suena de fondo, sé que hubiera sido bueno compartir mi tacto con el tuyo.

El tiempo pasa para todos. Para los recién casados, los amantes, los que todavía no se

conocen y están por hacerlo. Para nosotros. El tiempo no espera y ese fue uno de mis mayores errores: pretender que me esperase, que se tomara una pausa, una licencia.
No tengo miedo de perderte, aunque tampoco te tuve. Compartimos momentos, como cuando la comida, que entre risas aseguramos saber cocinar, casi se nos prende fuego. O como el día en que nos quedamos acostados viendo no sé qué, porque siempre fui de olvidarme de las cosas sin importancia, pero no de la sensación de tenerte cerca.

¿Sexo? No hubo ¿Era necesario? No lo sé, al menos no para mí. Ahora me doy cuenta de que a veces fui injusto con tu persona. No supe quererte. Nunca aprendí a respetar las emociones que pretendían acercarnos.

La última vez que nos vimos me sorprendió la manera en que me hablaste. Diferente, lejos de las palabras que supimos compartir. De los silencios. Aunque tal vez era lo que callabas.

Extraño ser parte de tu vida, de tus secretos, las miradas y los silencios. Algunas veces quiero saber de vos. Pero nosotros, que nos quisimos sin decirlo, que nos abrazamos sin tocarnos, solo fuimos lo que dura la espina de la flor de tu costado, tres minutos y veintinueve segundos.

Santiago Divita

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