Apuntes históricos de la lucha del Movimiento Social de Mujeres

Apuntes históricos de la lucha del Movimiento Social de Mujeres

TIEMPO DE LECTURA: 7 min.

por M. Viviana Yopasa Ramírez*

Foto: Latinta.com.ar

El Movimiento Social de Mujeres (MSM), a partir de una experiencia histórica de resistencia y de cuestionamiento a las bases del modelo de sociedad vigente juega un papel preponderante en la transformación de las estructuras de poder del Estado y la sociedad. Sin lugar a dudas, a partir de los aportes realizados desde las movilizaciones de mujeres en la segunda mitad del siglo XX, ellas empiezan a cuestionar el sistema de pensamiento hegemónico patriarcal y sus formas de opresión en lo sociopolítico, económico, cultural y sexual.

Visibilizar la situación de subordinación y opresión de las mujeres constituiría los primeros eslabones de la lucha por el reconocimiento de sus derechos, cuyas demandas y exigencias de transformación, fue liderada por tres tendencias del movimiento: la primera, se considera como el movimiento feminista[1], desarrollado en Europa entre los años 60’s y 70’s, generalizándose en América Latina alrededor de los años 80’s, en contextos sociales y políticos como la restitución de la sociedad civil, la modernización del Estado y de la economía, así como la democratización política y social de la región: “En esta misma década se advierte el fracaso de las formas tradicionales de hacer política y se desdibuja el ideal revolucionario. Surgen los nuevos movimientos sociales y ello facilita, como se mencionó, la presencia del movimiento de mujeres que antecede los estudios académicos” [2]

Este feminismo perteneciente a la denominada “segunda ola del feminismo”[3], la cual define una oposición directa al modelo de sociedad patriarcalista (generalmente reproducido por el sistema económico y democrático neoliberal), entendiéndola como “la estructura básica de todas las sociedades contemporáneas, caracterizado por la autoridad impuesta desde las instituciones de los varones sobre las mujeres y las hijas-os en la familia. Para que esta autoridad se ejerza, el patriarcado domina toda la organización de la sociedad, de la producción, el consumo, la política, el derecho y la cultura. Las relaciones interpersonales, y por tanto la personalidad, están marcadas por la dominación y la violencia que se construye en la cultura y en las instituciones del patriarcado[4]

Foto: entrefachasyrojos.com

El reconocimiento de este primer espacio histórico, social y político, permitió a las mujeres de este campo, consolidar los nuevos vértices del movimiento feminista: los derechos reproductivos y la libre opción a la maternidad y la sexualidad; la participación política plena y activa de las mujeres. A su vez se develaba con mayor claridad la desigualdad existente en la división sexual del trabajo y la violencia de la que eran y son objeto mujeres de todas las clases, razas y edades. El feminismo se presentaba como una forma múltiple y simultanea de toma de conciencia sobre los nuevos desafíos que exigía la realidad social de la época y que precisaba -en el movimiento- un proceso de consolidación de estas acciones.

Al interior de este feminismo también se evidenciaron dos claros perfiles, producto de las intermitencias y el proceso histórico que movilizaba sus luchas, principalmente, en el escenario político: Las feministas militantes en los partidos (que mantenían una lucha por la liberación de los sectores más oprimidos, dividiendo la lucha de los sectores dominados sobre el problema mismo de la mujer) y las feministas autónomas (convocando a un proceso de autoconsciencia y permanente trasformación). Se reflejaba allí, la temprana diferenciación de un movimiento en formación, que ponía en el escenario político la compresión de sus opresiones desde distintos ángulos y delinea las inserciones que los colectivos, organizaciones y redes de mujeres empezarían a tejer para formar diversas estrategias de resistencia.

En concordancia con lo anterior, se diría que mientras las “feministas autónomas que consideraban la opresión sexual como sobre determinante y las feministas de partido, que postulaban el papel de la explotación económica del capitalismo como el marco privilegio de la opresión sexual (…) El capitalismo aparece como beneficiario de la postergación social de la mujer por su interés en la mano de obra barata que genera la unidad domestica[5]. Las dos apuestas políticas e ideológicas, han logrado visibilizar una fuerte tensión al interior del movimiento entre dos formas del acción: las mujeres que se relacionan y se visibilizan a partir de sus vínculos de negociación con el estado, en procesos de políticas públicas y presupuestos reivindicativos; y las que fomentan el fortalecimiento del movimiento desde la relación directa con la sociedad civil, cuestionando las democracias existentes y fortaleciendo por el contrario las alianzas con amplios movimientos sociales y de identidad, llamadas feministas radicales o mujeres autónomas.

Programa de Canal Encuentro

La segunda tendencia, que emerge para finales de los 80’s y abarca toda la década de los 90’s, se consolida en organizaciones, grupos y colectivos de mujeres que generaron procesos de autoconciencia y gestionaron un trabajo con los sectores populares. Estos grupos son reconocidos como las expresiones del movimientos urbanos-populares de mujeres, haciendo una clara división con el movimiento feminista, desde sus críticas puntuales a la desigualdad entre roles sociales, los significados de género, el maternalismo y el sistema patriarcal en general.[6]

Esta tendencia, que tuvo un desarrollo importante en América Latina, se distinguió por generar procesos de autoconciencia y un trabajo participativo con los sectores populares: se vincularon mujeres de los barrios llamados “marginales” o “excluidos”, las madres comunitarias, mujeres trabajadoras. Las actividades giraban en torno a la reflexión sobre el género y los programas de desarrollo amparados en organizaciones no gubernamentales, que facilitaron mayores recursos fiscales para su infraestructura y demandas en servicios públicos[7].  Allí, las mujeres jugaron un papel fundamental, “organizándose para la autogestión de recursos dirigidos a cubrir necesidades básicas de alimentación, seguridad y servicios, basados en el espíritu comunitario y fuertes lazos de solidaridad. Ejemplos claros de este fenómeno son los comedores de madres y los comités del vaso de leche en Perú)”.[8]

La tercera tendencia, que corresponde a las mujeres de participación institucionalizada, refiere a mujeres adscriptas a espacios formales y tradicionales de participación política como los partidos, los sindicatos. Estas comenzaron un amplio proceso de cuestionamiento y organización autónoma al interior de esos espacios de legitimidad masculina por excelencia.  Algunos de estos colectivos, al experimentar los primeros signos de subordinación, intentan modificar esos espacios o abrir nuevos caminos que les permitiera una mayor participación en la toma de decisiones a nivel local y nacional.

Foto: Perfil de Facebook “Ellos salvaron al Comunismo y a la Humanidad”

Aunque cada una de las vertientes sugiere una dinámica, unos objetivos y una base social diferentes, lo que caracteriza a este movimiento es, precisamente, que las tendencias se interconectan, comunican y que tiene múltiples puntos de coincidencia, como las plataformas, las temáticas, la cultura y las reivindicaciones en las cuales convergen[9].

El espacio de actuación se convierte en un ámbito de relaciones entre lo estructural y lo cultural: allí se da una “creación interactiva (vincúlate de nuestras acciones), intersubjetiva (relaciones que nos conectan desde planos íntimos que tocan con las mentalidades y lo psicológico socialmente constituido) y dialógica de mujeres excluidas -por principio- del pacto moderno entre los hombres[10]. Es a partir de la confluencia de la multiplicidad de identidades (o formas de concebirse de las mujeres) al interior del movimiento, que comienza el reconocimiento de esas “otras” que comparten una condición de subordinación (las mujeres negras, indígenas y lesbianas, en dónde se articulan el género, la raza y la opción sexual) y que representan una crítica a prácticas discursivas excluyentes que están presentes en la sociedad.


[1] Barbieri, Teresita; Oliveira, Orlandina. 1990 “Mujeres en América Latina: análisis de una década en crisis” Madrid, Editorial IEPALA. Pp. 40

[2] León, Magdalena. 2004. “Reflexiones para un debate sobre los estudios de género” En: Seminario memorias de género, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá  Pp. 12

[3] Entendida como el movimiento social de mujeres que se desarrollo en la década de los 60’s, durante un período de intensa protesta feminista en Europa y Estados Unidos (1968-1980). Esta etapa se caracteriza por incorporar una perspectiva subversiva, de transformación de largo aliento, y un compromiso por unir las luchas por la transformación de las subordinaciones de las mujeres con las transformaciones de la sociedad y la política. Tomado de: León, Magdalena “Reflexiones para un debate sobre los estudios de género”. En: “Género, mujer y saberes en América Latina, entre el movimiento social, la academia y el estado”. Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, 2004

[4] Sánchez G., Olga Amparo. 2006. “Nuevas formas de resistencia civil de lo privado a lo público. Movilizaciones de la Ruta Pacifica 1996-2006. Medellín; Ruta Pacifica de las Mujeres” Pp. 45

[5] Luna, Lola (1995) “Historia, Genero y Política: Movimientos de mujeres y participación política en Colombia” Pp. 178

[6]  Ibíd.

[7] Barbieri, Teresita; Oliveira, Orlandina. Op. Cit. Pp 43.

[8] Bruckmann, Mónic, Dos Santos, Theotonio. 1995. Los movimientos sociales en América Latina: un balance histórico.  Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Pp. 16.

[9] Valente, Virginia. 1993.  “Los intereses de las mujeres y los procesos de emancipación” Universidad Nacional autónoma de México. Pp. 10.

[10] Lagarde, Marcela. 2009. “Aculturación Feminista” 1998. En: Mazo López, Clara Inés “La identidad colectiva del movimiento social de mujeres” Corporación Vamos Mujer. Pp. 4


* Lic. En educación y Ciencias Sociales, Estudiante de Maestría en Sociología de la cultura y análisis cultural en Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES), UNSAM. Columnista del programa La Marea, (FM 90.5 Radio Futura), redactora de Revista Trinchera y colaboradora Agencia Timón.
Entre la crisis política, la presión social y los designios de Trump

Entre la crisis política, la presión social y los designios de Trump

TIEMPO DE LECTURA: 6 min.

POR MIRANDA CERDÁ CAMPANO*

Los cortocircuitos en el Gobierno de Jair Bolsonaro eran de esperarse. El actual presidente fue a la disputa presidencial del año pasado sin un partido político y sin la bendición manifiesta de los principales grupos de interés. Apostó a que la ruptura política que planeaba instaurar generara equilibrio para gobernar, aproximando a la escena a militares, evangélicos, ultraneoliberales y figuras públicas destacadas alineadas con su discurso de derecha.

Pero en lo que va de estos meses, sus proyecciones no se cumplieron y los militares comenzaron a diferenciarse de la familia Bolsonaro. Se trata de una fricción en curso, que ya tuvo algunos choques frontales vía redes sociales, como el de Carlos Bolsonaro y el vicepresidente Hamilton Mourão. De esta tensión, la principal causante de la grave crisis política, derivan otras: en estos cinco meses y medio, el secretario general de la Presidencia y el ministro de Educación fueron renunciados por desarreglos internos, con los militares en el medio.

Las internas en el Gabinete se alimentan de otras disputas, como las que algunos ministros tuvieron con representantes de los otros poderes públicos. Tal es el caso de los ministros de Justicia, Sergio Moro, y de Economía, Paulo Guedes, con el presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia; o el cruce entre varios miembros y voceros del Poder Ejecutivo con algunos integrantes de la Corte Suprema de Justicia. En el medio, otras cuestiones hacen ruido a nivel institucional: pedidos de juicio político de parlamentarios oficialistas al propio vicepresidente.

Las decisiones de Bolsonaro no sólo carecen de respaldo puertas adentro de su Gobierno, sino que se traducen en un descontento social cada vez mayor. Las movilizaciones contra el presidente de Brasil llegaron a un punto culminante el pasado 15 de mayo, cuando miles de estudiantes salieron en los 27 distritos del país para protestar contra los recortes en Educación. Un mes después, los sindicatos y movimientos sociales convocaron la primera huelga general desde que asumió Bolsonaro como Presidente para protestar contra la reforma del Sistema Previsional. Se pretende destruir el sistema de pensiones para su privatización y su impacto se potenciaría con la reforma laboral aprobada por el Gobierno de Michel Temer.


#LULALIVRE

En paralelo a la deconstrucción de la capacidad de Bolsonaro para orientar la escena política, fue reapareciendo la figura de Luiz Inácio Lula da Silva. Hace varios meses se lanzó la campaña “Lula Livre”, un espacio que recibió el apoyo no sólo de círculos jurídicos y organizaciones sociales a nivel nacional, sino también de organismos internacionales, como el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas que recomendó que el ex mandatario pudiera participar de las elecciones del año pasado.

Durante la gestión de Bolsonaro, cada vez más figuras del propio subsistema político-judicial comenzaron a admitir lo fraudulento de los procesos de investigación en su contra y lo injusto de su condena. Gilmar Mendes, miembro de la Corte Suprema que supo callar durante el juicio político a Dilma y que no hizo nada para que se rectificaran los procesos judiciales contra Lula, admitió en un reportaje a principios de este año que Lula no debió haber ido preso; y el propio Paulo Guedes, Ministro de Economía de Bolsonaro, reconoció en una reunión con seis presidentes de Tribunales de Cuentas estaduales en abril, que Lula “no robó ni un centavo y su patrimonio lo prueba”.

Por si no estaba clara la intencionalidad política del absurdo jurídico contra Lula, esta última semana una secuencia novedosa lo volvió a colocar en un lugar destacado. Y es que el domingo 9 de junio, el diario The Intercept Brasil divulgó tres reportajes exclusivos sobre la Operación Lava Jato en ese país y el papel político que ejercieron el actual ministro de Justicia y entonces juez, Sergio Moro, y el fiscal Deltan Dallagnol durante las investigaciones contra Lula. La opereta judicial le costó al ex presidente una pena de 12 años en prisión y la imposibilidad de participar de las elecciones de 2018. Su exclusión de la contienda electoral fue una pieza clave para abrir la senda del triunfo de Jair Bolsonaro.

Las filtraciones reveladas por el medio brasileño exponen mensajes que intercambiaban los fiscales de Lava Jato con el ex magistrado y dan cuenta de actitudes altamente controvertidas y legalmente dudosas del equipo que llevaba adelante la investigación. Los elementos señalan que se hablaba abiertamente sobre la voluntad de impedir la victoria electoral del Partido de los Trabajadores (PT) y que Moro colaboró de forma antiética con los fiscales para ayudar a montar la acusación contra Lula.    

Además, se prueba que los fiscales conspiraron para obstaculizar una entrevista preelectoral con Lula con el objetivo explícito de afectar el resultado de las elecciones; Dallagnol advertía que la entrevista “podría elegir a Haddad” o permitir “la vuelta del PT al poder”. El fiscal también se mostraba inseguro en relación al punto central de la acusación que terminó con la detención de Lula: que había recibido de regalo un apartamento triplex en la playa de Guarujá como pago de la constructora OAS por facilitar supuestos contratos millonarios con Petrobras. Nunca se pudo probar que Lula fuera propietario del inmueble y eso parecía alarmar a Dallagnol.

El reportaje demuestra en otra instancia, que Moro le proponía a Dallagnol cambiar el orden de las fases de la Operación Lava Jato, le demandaba agilizar nuevas operaciones y le brindaba consejos e indicios informales, además de anticipar algunas de sus decisiones.

Deltan Dallagnol – Sérgio Moro

El 12 de junio, The Intercept reveló una nueva conversación un grupo de procuradores. En ella, Deltan Dallagnol admitía al grupo “haber conversado una vez más con Luis Fux” (ministro del Supremo Tribunal Federal de Brasil) y señalaba que contaban con él para lo que necesitaran. En dicha conversación, el entonces Juez, Sergio Moro, respondió: “Excelente, en Fux confiamos”. Fux fue el ministro del STF que prohibió la entrevista a Lula en la campaña electoral, y en enero de este año, a pedido de Flavio Bolsonaro, concedió la suspensión a la investigación instaurada por el Ministerio Público de Río de Janeiro que investigaba los movimientos financieros de Fabricio Queiroz, ex asesor del senador Flavio Bolsonaro.

Desde hace años, diversos sectores de la sociedad denuncian los desvíos, abusos y acciones inconstitucionales cometidos en el marco de la Operación Lava Jato. Una operación que se levantó tratando de explicar que la corrupción constituía el meollo de la crisis institucional, pero que tenía un propósito claro: condenar la “ineficiencia de lo público”, “la incapacidad del Estado” y “la corrupción de los políticos”, para justificar el retorno a la senda neoliberal.

La Operación Lava Jato fue una estrategia muy bien elaborada con el objetivo de privatizar el sector para que las multinacionales (en su mayoría estadounidenses) accedan a las reservas de petróleo de Brasil en un momento de disputa por los recursos estratégicos a nivel mundial. Para legitimar esta venta de hidrocarburos, pero también de soberanía, era fundamental mostrar la ineficiencia e incapacidad de Petrobras como empresa estatal y sacar del camino la posibilidad de un gobierno popular que no cumpliera los designios de Donald Trump.

Todo el proceso de Lava Jato se hace en coordinación con el Departamento de Justicia norteamericano. Y aunque la injerencia se retruca desde un discurso en el que Estados Unidos aparece como el que viene a salvar a Brasil de la corrupción, se debe entender que cualquier intervención yanqui en Nuestra América no es ni un acto de amor por el resto de los países del continente, ni una mera casualidad: es el modo de control sobre su “patio trasero” y una clara puja por la hegemonía mundial.


*Periodista especializada en Sudamérica, redactora de Revista Trinchera y columnista del programa Marcha de Gigantes (AM 1390 Radio Universidad Nacional de La Plata) y colaboradora de Agencia Timón  
El deporte golpeado por las políticas de Cambiemos

El deporte golpeado por las políticas de Cambiemos

TIEMPO DE LECTURA: 3 min.

por Eduard Paz*

Foto: Política del Sur – Febrero 2019

Pese a que los resultados deportivos del país son más que favorables, la ayuda de diferentes empresas o grupos económicos a los deportistas argentinos es mínima y sólo para aquellos que son “exitosos” o tuvieron una buena racha.

Ahora ¿qué pasa con aquellos qué no tuvieron un buen año o que recién empiezan a incursionar en el deporte de alto rendimiento?

Bajo el gobierno de Cambiemos se observa un deporte para pocos. Hecho que no debería suceder dado que quienes representan a la Argentina, tendrían que tener el apoyo, como mínimo, del Estado. Ese punto es el reflejo de las políticas públicas (o la gran ausencia) que se tomaron en Argentina.

El destrato al deporte argentino en estos últimos años, se puede observar en el feroz recorte de becas para deportes individuales, en equipo e incluso adaptado, a sabiendas que para muchos de estos deportistas era su único ingreso o incluso tenían que trabajar en paralelo para poder costear los gastos del día a día.

Por otra parte, si el que se juega no es un deporte “hegemónico”, para el gobierno de Cambiemos no cuenta. Distintos deportistas -o equipos- que representaban a nuestro país en diferentes competencias, denunciaron que viajaban e incluso participan de certámenes gracias a la venta de diferentes cosas o a donaciones que recibían. Desde el gobierno les decía que no se harían cargo de ellos por diferentes motivos. Un claro ejemplo de ello fue lo sucedido con las integrantes de la selección de básquet sobre ruedas, a quienes les sacaron las becas y dejaron sin ayuda del Estado y un grupo de emprendedoras terminó ayudándolas.

A esto se le suma que a principio de año, mediante un DNU, el gobierno desmanteló la Secretaría de Deportes para transformarla en Agencia de Deportes. Esto generó que el ingreso económico, la cantidad de becas, la infraestructural y el material deportivo bajen considerablemente. Un grave error, dado que el nivel que alcanzado los últimos años podría derrumbarse y los deportistas en lugar de enfocarse cien por ciento en sus respectivos deportes (para rendir y obtener logros) tendrían que preocuparse por otras cosas.

El CENARD (Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo), lugar histórico que en su momento recibió a todos los deportistas de alto rendimiento de todo el país, está por cerrar sus puertas debido a la venta del predio del Estado a empresarios privados. Ante la desidia del gobierno, diferentes deportistas -indignados- marcharon para qué esto no se apruebe la venta. Cabe recordar que recién con el kirchnerismo se logró tener un lugar de tal magnitud y con un nivel de tecnología necesaria para fomentar el deporte argentino.

Como se mencionaba anteriormente, los logros del deporte argentino en el último tiempo son muchos. En su mayoría fomentados por la política deportiva de los dos gobiernos anteriores, que apostaron a la inclusión en el deporte y a que este sea una forma de vida. Se buscó que los y las deportistas del país puedan vivir su profesión, sabiendo que estaban acompañados. Algo que lamentablemente les está siendo arrebatado, algo totalmente ausente en la gestión de Mauricio Macri.


* Periodista especializado en deportes, columnista del programa La Marea (Radio Futura FM 90.5), co-conductor del programa No Se Mancha (Radio Estación Sur FM 91.7) redactora de Revista Trinchera y colaboradora de Agencia Timón.
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