El mar en que nadamos

El mar en que nadamos

TIEMPO DE LECTURA: 5 min.

Por Juan Cruz Geli

CLV-49
Los Espíritus en el Polideportivo Gimnasia La Plata

La primera vez que me encontré a Los Espíritus fue en un viejo galpón de trenes en Tolosa, reciclado en centro cultural. Fue en el 2012 y en esa oportunidad no seríamos más de treinta personas el público que los rodeábamos. Digo rodeábamos porque literalmente formábamos un semicírculo en torno a esos 6 brujos que tocaban como poseídos en el suelo. Nada de escenario. Lo más parecido a un ritual alrededor del fuego.  Y también digo me encontré porque fue eso: había ido a ver a la otra banda con la que compartían fecha, La Antropófonica, y di con ellos. Aún tocaban algunas zapadas muy extensas (busquen sus primeros EP´s), y la noche se fue desdibujando con las primeras luces del amanecer que se filtraban por los ventanales rotos en lo alto del galpón, cuando cerraron con “Noches de verano”.

Habitualmente continúan cerrando sus recitales con esa canción, pero en el reciente show que brindaron en La Plata las personas que los rodeaban éramos cerca de tres mil.

Desde aquel recital en Tolosa, pasaron cinco años y tres discos para que Los Espíritus se conviertan en una de las bandas con mayor intensidad para el rock argentino (y no sólo). Acorde a eso, fueron muchos más años los que pasaron para el reconocimiento de la sensibilidad monstruosa de Maximiliano Prietto, la potencia narrativa y lúcida de Santiago Moraes y la conjunción con los otros tremendos músicos que dan forma a Los Espíritus, un universo múltiple y enigmático, donde conviven tan bien la armonía y el caos. Fueron varios los grupos y relaciones que pasaron bajo el puente hasta llegar a Los Espíritus y de ahí a un colmado Polideportivo de Gimnasia La Plata, un escenario mítico para la ciudad más rockera del país.

Tal vez sea la tarea de buscar elementos que permitan dar con otros bordes y hacerlos jugar. Una tecla del piano que nadie antes había tocado (“¡Uy mirá que linda suena esta!”). En Los Espíritus podemos encontrar blus, bolero, afrobeat,Oscar Aleman, melancolía, balada, funk, desierto,plegaria, psicodelia, candombe, Tim Maia, copla, mar, montaña y todos los climas. Rastrearon diversos elementos que representan no sólo a un episodio musical argentino, sino que tiene horizontes en toda América. No tocaron una tecla jamás tocada, inventaron una nueva. Y esa tecla es claramente negra, como las raíces de todos los géneros en los que indagan.

La gira presentación de su tercer disco “Agua Ardiente” supuso una excusa para hacer un recital repasando toda su obra. Comenzaron con la potente “Huracanes” donde muestran la gran fuerza que empuja la banda. A continuación siguió “La Crecida”, dando a entender que esa fortaleza puede tener rasgos de nostalgia, de una sensibilidad envolvente. Es que fue un show extenso donde se fusionaron a la perfección esos dos grandes climas sonoros que laburan tan bien: las canciones que viajan por pasadizos mantricos e invitan a una leve danza de introspección (como “Perdida en el Fuego” o “Alto Valle”)  y las que ponen sobre la mesa ritmos acalorados que hacen quebrar cinturas y mover piecitos (como “Perro Viejo” o “Las Sirenas”). A su vez, las letras transitan por pasajes que van desde una visión particular, de ensoñación sobre alguna experiencia (generalmente asociadas a geografías y paisajes) hasta crónicas sociales en clave crítica y reflexiva.

La conexión que han trabajado arriba del escenario, a lo largo de estos años, permite encontrarnos con una banda que arriesga sin miedo una cuota más de lo que tiene: elaboradas a partir del blus, algunas canciones se extienden en zapadas, sin perder la frescura, invitando al trance o al baile (“El Palacio”, “Vamos a la Luna”, “Las Sirenas”). Una apuesta que permitió generar un clima particular en un show de más de dos horas.

La fórmula parece una intención: una base rítmica camorrera, con el bajo y la batería bien punzantes marcando el ritmo con puñaladas; la percusión que flota y tira destellos de sutilezas rítmicas; las tres guitarras que vuelan jugando con detalles psicodélicos sobre ese colchón; y la incorporación de un séptimo espíritu en maracas y semillas, que brinda energía a la ambientación. Estos elementos se mestizan para brindar diversos momentos con igual intensidad, como fueron “Mares”, “El Mapa Vacío”, “Vamos a la Luna”, o “Luna llena”.

El público no dejó pasar oportunidad para manifestarse en contra del gobierno y su responsabilidad en la desaparición de Santiago Maldonado. Durante gran parte del recital asomaron sobre las cabezas carteles con el rostro de Santiago y en varios momentos hubo canticos referentes (principalmente acompañando los finales de canciones como “Las armas las carga el diablo” y “La Mirada”, dos blusasos con fuerte crítica al poder). Los Espíritus no fueron menos y en su canción “Perro Viejo” cambiaron los versos para sumarse a la urgente consigna: “y me armé un tabaco pensando/ ¿dónde está Santiago?/ el Estado es responsable…” cantaron, en uno de los momentos más emocionantes de la noche, acompañados por los aplausos del público.

Cuando cerraron el show y se retiraron del escenario, el público encabezó una coreada general de “Noches de Verano”, a modo de pedido para que vuelvan. Las melodías de esa canción quedaron resonando por todo el Polideportivo pero, en esta oportunidad, no fue la canción con la que cerraron, sino que hubo una yapa más. “La rueda que gira al mundo” empezó a rodar como cierre de un recital que quedará como bisagra para una banda que empieza a pisar muy fuerte, desde un territorio artístico más cercano a la sensibilidad y autogestión que a las corporaciones (que tan al acecho están en este mudillo). Pero aquí no tiene goyete: Los Espíritus ya están formando parte de un imaginario que vino a traer nuevas olas al mar del rock argentino. Como fue el mar de personas que colmaron el Polideportivo de Gimnasia La Plata el 7 de octubre; un mar que nadó, reconoció y se contentó con, tal vez, la banda más relevante de los últimos años en nuestro rock.

A 50 años de tu querida presencia ¡la lucha continúa!

A 50 años de tu querida presencia ¡la lucha continúa!

TIEMPO DE LECTURA: 7 min.

Por: Rodrigo Ruiz Peña

Después de medio siglo de la caída del Che en la Higuera, Vallegrande, miles de personas y movimientos sociales se han congregado en Bolivia para rendir homenaje al guerrillero heroico. Este encuentro mundial nos deja desafíos y análisis que van más allá del evento, y deben responder a la disputa histórica que hoy se libra entre los pueblos y las fuerzas imperialistas de la antipatria.

 

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Peregrinación en Vallegrande, Bolivia a 50 años de la muerte del Che

 

Mucho se ha dicho sobre el error que cometió el Che al armar la guerrilla en Bolivia. Su campaña en el país ha sido tomada por muchos como un fracaso. Quizás la falta de sentido del momento histórico y una lectura muy restringida de los tiempos que toman los procesos revolucionarios, son el resultado de esos análisis simplistas que califican la muerte del Che, como la derrota de su lucha y de su proyecto revolucionario de emancipación para Nuestra América y el mundo.

Los procesos históricos toman su tiempo, y la guerra por nuestra segunda y definitiva independencia aún no ha terminado. Podrán haberse perdido batallas, pero no hay duda de que la lucha continúa. Que podrían decir hoy los denostadores de la causa del Che, cuando tan solo 50 años después, en Bolivia se vive un proceso revolucionario con un indígena a la cabeza, y con los sectores más humildes y otrora más vulnerados como actores fundamentales de este proceso.

No es casualidad que el Che, a contramano del marxismo purista y eurocéntrico, hubiese dicho ya en ese tiempo, que serían las grandes masas de indios y campesinos sin tierra quienes harían la revolución. Por supuesto esto le valió las críticas de la izquierda burguesa que nunca comprendió (por odio de clase) que el sujeto revolucionario de estas tierras es el indígena campesino.

En ese sentido el Che fue un estudioso crítico del marxismo, que entendió que las categorías marxistas sirven como herramientas para analizar, pero que no se puede aplicar a rajatabla en nuestra América las recetas europeas.

Este error que siguen cometiendo ciertos sectores anacrónicos y deshistorizados de la izquierda en nuestro continente, ha dificultado la unidad de los que luchan. Gracias a las mezquindades políticas disfrazadas de purismos, se ha imposibilitado una izquierda continental unida, a diferencia de la derecha que con mucha consciencia de clase tiene un bloque sólido en el continente y en el mundo y avanza con fuerza para destruir lo logrado en la última década.

Sobre esta unidad el Che hizo hincapié. Para el comandante la discusión entre maoístas y leninistas era estéril en la medida en la que ésta enfrentaba entre si a compañeros con un enemigo común y debilitaba al frente popular. Él sabía, como Martí y Bolívar que la unidad es la única forma de vencer a un enemigo tan poderoso como el imperialismo.

Con esa claridad, Ernesto Guevara de la Serna vino a Bolivia por varias razones que han sido discutidas en muchos casos con un simplismo supino, pero que 50 años más tarde la historia se va encargando de reivindicar. Entre esas razones habrá pesado la experiencia de aquel joven médico que en 1953 llegó a una Bolivia que atravesaba una revolución que el imperialismo yanqui se encargaría de destruir apoyado en el servil entreguismo de Víctor Paz.

Como se puede ver en las anotaciones del diario de aquel primer viaje a Bolivia, el joven Ernesto ya tenía gran capacidad de lectura y análisis político. Respecto a los conflictos internos del partido de gobierno de la revolución evaluó: “El MNR es un conglomerado en el que se notan tres tendencias más o menos netas: la derecha que está representada por Siles Zuazo, el vicepresidente y héroe de la revolución; el centro por Paz Estenssoro, más resbaladizo aunque probablemente tan derechista como el primero; y la izquierda por Lechín, que es la cabeza visible de un movimiento de reivindicación serio”

El Che desde esta primer visita sintió el sufrimiento del pueblo boliviano, pero también pudo vivenciar su potencial revolucionario. Por esto sabía que había que continuar la siembra revolucionaria que ya existía en estos suelos. Es común escuchar entre los detractores, que el Che vino imponer una ideología y que el pueblo boliviano no lo apoyó. Sin embargo este desconocimiento mal intencionado de la historia cae por su propio peso.

Bolivia ya luchaba por su liberación antes de la llegada del Che. Pretender que esto no fue así es desconocer deliberadamente la masacre a los mineros de Sora Sora el 28 de octubre del 64, el enfrentamiento de mineros con la fuerzas militares el 16 de mayo de 1965, y el bombardeo de la fuerza aérea entre el 19 y 22 de septiembre del 65 en Catavi y Siglo XX.

Todos estos hechos trágicos respondían a la decisión de EEUU de aplicar el código Davenport, que era el instrumento más eficaz para entregar el control del sector petrolero a la GulfOilCompany. Para esto, René Barrientos, dictador boliviano y agente de la CIA era el instrumento perfecto.

En ese contexto de dictadura militar e injerencia imperialista, no es casual que los mineros bolivianos expresaran su solidaridad con el movimiento guerrillero y durante una asamblea en la mina decidieran aportar con una jornada laboral e insumos a la guerrilla. No es casual tampoco que la madrugada del 24 de junio del 67 ya con la guerrilla en plena acción, los centros mineros congregados alrededor de Llallagua sufrieran una masacre que sería conocida como la masacre de San Juan.

La persecución a los mineros por parte de Barrientos respondía al mandato yanqui de erradicar cualquier atisbo de surgimiento de la izquierda. Para esto, los norteamericanos realizaron entrenamientos especiales en contrainsurgencia, enseñando los más viles métodos de tortura y exterminio a las fuerzas armadas bolivianas. De esos entrenamientos surgió la fuerza represiva conocida como rangers que tanto terror generó en el país.

Con todo este apoyo de la CIA, las fuerzas armadas pudieron capturar y matar el cuerpo de un hombre llamado Ernesto Guevara. Lo que no sabían era que el Che era más grande que un cuerpo y que en cada lucha por la liberación de cualquier pueblo en cualquier lugar del mundo volvería a nacer. Por qué será que el Che tiene esa peligrosa costumbre de seguir naciendo? decía en su poema “El nacedor” Eduardo Galeano.

El Che nos dejó un ejemplo a seguir y un “hombre nuevo” a construir. Ese hombre al que Nietzsche llamaba super hombre y sobre el que tantos otros han teorizado y filosofado, pero que solo el Che ha sabido habitar. Ese hombre que pronunciaba a cabalidad la “palabra verdadera”, un término de Paulo Freire que se resume en decir lo que se piensa y hacer lo que se dice.

En este sentido, ningún homenaje será suficiente si no se acompaña de un compromiso total a nuestro tiempo histórico, donde la lucha por la liberación de los pueblos no puede encontrarnos con divisiones mezquinas y personalistas. La consigna debe ser unidad, unidad y unidad, si queremos hacer frente a este imperialismo al que el  Che advirtió que no se le podía confiar ni tantito así.

La siembra de Ñacahuasú ha dado sus frutos, pero el enemigo sigue vivo y determinado en avanzar. El imperialismo vive su mayor crisis sistémica y está en su fase de decadencia, por tanto sus manotazos de ahogado pueden ser devastadores para el planeta entero.

Nuestra América ha demostrado en la última década que existe una alternativa a las políticas de ajuste neoliberal, y que nuestros pueblos tienen la dignidad suficiente para exigir soberanía. Chávez nos mostró un camino y el sueño de una Patria Grande para todos dejó de ser una simple utopía para pasar a ser inexorable decreto del destino nuestroamericano.

Sin embargo estos procesos han tenido sus más grandes dificultades en la batalla cultural e ideológica. Vale decir que la construcción de nuevas subjetividades, es decir de ese “hombre nuevo” no ha dado los resultados que quisiéramos. En todos los países con gobiernos progresistas se ha tenido éxito sacando a grandes cantidades de personas de la pobreza, pero la falencia en la batalla cultural ha generado que muchas de esas personas hayan votado en contra de estos gobiernos, como es el caso de Argentina, Brasil, y también Bolivia como pudimos ver en el último referéndum.

Con nuestro continente en disputa y en un contexto de guerra de cuarta generación donde los medios de comunicación hegemónicos son los nuevos ejércitos de ocupación, las trincheras han cambiado pero la lucha es la misma y el enemigo también.

Para rendir tributo al heroico combatiente, no basta con grandilocuencias y homenajes de colores. Es la organización y la unidad de los pueblos que luchan por su emancipación la clave del mayor honor que podamos rendirle al Che. Con nuestros errores y aciertos, pero con la convicción de que la única lucha que se pierde es la que se abandona, podemos aseverar que si el presente es de lucha, el futuro es nuestro. Hasta la victoria siempre.

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