Por Juan Cruz Geli

La primera vez que me encontré a Los Espíritus fue en un viejo galpón de trenes en Tolosa, reciclado en centro cultural. Fue en el 2012 y en esa oportunidad no seríamos más de treinta personas el público que los rodeábamos. Digo rodeábamos porque literalmente formábamos un semicírculo en torno a esos 6 brujos que tocaban como poseídos en el suelo. Nada de escenario. Lo más parecido a un ritual alrededor del fuego. Y también digo me encontré porque fue eso: había ido a ver a la otra banda con la que compartían fecha, La Antropófonica, y di con ellos. Aún tocaban algunas zapadas muy extensas (busquen sus primeros EP´s), y la noche se fue desdibujando con las primeras luces del amanecer que se filtraban por los ventanales rotos en lo alto del galpón, cuando cerraron con “Noches de verano”.
Habitualmente continúan cerrando sus recitales con esa canción, pero en el reciente show que brindaron en La Plata las personas que los rodeaban éramos cerca de tres mil.
Desde aquel recital en Tolosa, pasaron cinco años y tres discos para que Los Espíritus se conviertan en una de las bandas con mayor intensidad para el rock argentino (y no sólo). Acorde a eso, fueron muchos más años los que pasaron para el reconocimiento de la sensibilidad monstruosa de Maximiliano Prietto, la potencia narrativa y lúcida de Santiago Moraes y la conjunción con los otros tremendos músicos que dan forma a Los Espíritus, un universo múltiple y enigmático, donde conviven tan bien la armonía y el caos. Fueron varios los grupos y relaciones que pasaron bajo el puente hasta llegar a Los Espíritus y de ahí a un colmado Polideportivo de Gimnasia La Plata, un escenario mítico para la ciudad más rockera del país.
Tal vez sea la tarea de buscar elementos que permitan dar con otros bordes y hacerlos jugar. Una tecla del piano que nadie antes había tocado (“¡Uy mirá que linda suena esta!”). En Los Espíritus podemos encontrar blus, bolero, afrobeat,Oscar Aleman, melancolía, balada, funk, desierto,plegaria, psicodelia, candombe, Tim Maia, copla, mar, montaña y todos los climas. Rastrearon diversos elementos que representan no sólo a un episodio musical argentino, sino que tiene horizontes en toda América. No tocaron una tecla jamás tocada, inventaron una nueva. Y esa tecla es claramente negra, como las raíces de todos los géneros en los que indagan.
La gira presentación de su tercer disco “Agua Ardiente” supuso una excusa para hacer un recital repasando toda su obra. Comenzaron con la potente “Huracanes” donde muestran la gran fuerza que empuja la banda. A continuación siguió “La Crecida”, dando a entender que esa fortaleza puede tener rasgos de nostalgia, de una sensibilidad envolvente. Es que fue un show extenso donde se fusionaron a la perfección esos dos grandes climas sonoros que laburan tan bien: las canciones que viajan por pasadizos mantricos e invitan a una leve danza de introspección (como “Perdida en el Fuego” o “Alto Valle”) y las que ponen sobre la mesa ritmos acalorados que hacen quebrar cinturas y mover piecitos (como “Perro Viejo” o “Las Sirenas”). A su vez, las letras transitan por pasajes que van desde una visión particular, de ensoñación sobre alguna experiencia (generalmente asociadas a geografías y paisajes) hasta crónicas sociales en clave crítica y reflexiva.
La conexión que han trabajado arriba del escenario, a lo largo de estos años, permite encontrarnos con una banda que arriesga sin miedo una cuota más de lo que tiene: elaboradas a partir del blus, algunas canciones se extienden en zapadas, sin perder la frescura, invitando al trance o al baile (“El Palacio”, “Vamos a la Luna”, “Las Sirenas”). Una apuesta que permitió generar un clima particular en un show de más de dos horas.
La fórmula parece una intención: una base rítmica camorrera, con el bajo y la batería bien punzantes marcando el ritmo con puñaladas; la percusión que flota y tira destellos de sutilezas rítmicas; las tres guitarras que vuelan jugando con detalles psicodélicos sobre ese colchón; y la incorporación de un séptimo espíritu en maracas y semillas, que brinda energía a la ambientación. Estos elementos se mestizan para brindar diversos momentos con igual intensidad, como fueron “Mares”, “El Mapa Vacío”, “Vamos a la Luna”, o “Luna llena”.
El público no dejó pasar oportunidad para manifestarse en contra del gobierno y su responsabilidad en la desaparición de Santiago Maldonado. Durante gran parte del recital asomaron sobre las cabezas carteles con el rostro de Santiago y en varios momentos hubo canticos referentes (principalmente acompañando los finales de canciones como “Las armas las carga el diablo” y “La Mirada”, dos blusasos con fuerte crítica al poder). Los Espíritus no fueron menos y en su canción “Perro Viejo” cambiaron los versos para sumarse a la urgente consigna: “y me armé un tabaco pensando/ ¿dónde está Santiago?/ el Estado es responsable…” cantaron, en uno de los momentos más emocionantes de la noche, acompañados por los aplausos del público.
Cuando cerraron el show y se retiraron del escenario, el público encabezó una coreada general de “Noches de Verano”, a modo de pedido para que vuelvan. Las melodías de esa canción quedaron resonando por todo el Polideportivo pero, en esta oportunidad, no fue la canción con la que cerraron, sino que hubo una yapa más. “La rueda que gira al mundo” empezó a rodar como cierre de un recital que quedará como bisagra para una banda que empieza a pisar muy fuerte, desde un territorio artístico más cercano a la sensibilidad y autogestión que a las corporaciones (que tan al acecho están en este mudillo). Pero aquí no tiene goyete: Los Espíritus ya están formando parte de un imaginario que vino a traer nuevas olas al mar del rock argentino. Como fue el mar de personas que colmaron el Polideportivo de Gimnasia La Plata el 7 de octubre; un mar que nadó, reconoció y se contentó con, tal vez, la banda más relevante de los últimos años en nuestro rock.