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Por: Rodrigo Ruiz Peña

Después de medio siglo de la caída del Che en la Higuera, Vallegrande, miles de personas y movimientos sociales se han congregado en Bolivia para rendir homenaje al guerrillero heroico. Este encuentro mundial nos deja desafíos y análisis que van más allá del evento, y deben responder a la disputa histórica que hoy se libra entre los pueblos y las fuerzas imperialistas de la antipatria.

 

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Peregrinación en Vallegrande, Bolivia a 50 años de la muerte del Che

 

Mucho se ha dicho sobre el error que cometió el Che al armar la guerrilla en Bolivia. Su campaña en el país ha sido tomada por muchos como un fracaso. Quizás la falta de sentido del momento histórico y una lectura muy restringida de los tiempos que toman los procesos revolucionarios, son el resultado de esos análisis simplistas que califican la muerte del Che, como la derrota de su lucha y de su proyecto revolucionario de emancipación para Nuestra América y el mundo.

Los procesos históricos toman su tiempo, y la guerra por nuestra segunda y definitiva independencia aún no ha terminado. Podrán haberse perdido batallas, pero no hay duda de que la lucha continúa. Que podrían decir hoy los denostadores de la causa del Che, cuando tan solo 50 años después, en Bolivia se vive un proceso revolucionario con un indígena a la cabeza, y con los sectores más humildes y otrora más vulnerados como actores fundamentales de este proceso.

No es casualidad que el Che, a contramano del marxismo purista y eurocéntrico, hubiese dicho ya en ese tiempo, que serían las grandes masas de indios y campesinos sin tierra quienes harían la revolución. Por supuesto esto le valió las críticas de la izquierda burguesa que nunca comprendió (por odio de clase) que el sujeto revolucionario de estas tierras es el indígena campesino.

En ese sentido el Che fue un estudioso crítico del marxismo, que entendió que las categorías marxistas sirven como herramientas para analizar, pero que no se puede aplicar a rajatabla en nuestra América las recetas europeas.

Este error que siguen cometiendo ciertos sectores anacrónicos y deshistorizados de la izquierda en nuestro continente, ha dificultado la unidad de los que luchan. Gracias a las mezquindades políticas disfrazadas de purismos, se ha imposibilitado una izquierda continental unida, a diferencia de la derecha que con mucha consciencia de clase tiene un bloque sólido en el continente y en el mundo y avanza con fuerza para destruir lo logrado en la última década.

Sobre esta unidad el Che hizo hincapié. Para el comandante la discusión entre maoístas y leninistas era estéril en la medida en la que ésta enfrentaba entre si a compañeros con un enemigo común y debilitaba al frente popular. Él sabía, como Martí y Bolívar que la unidad es la única forma de vencer a un enemigo tan poderoso como el imperialismo.

Con esa claridad, Ernesto Guevara de la Serna vino a Bolivia por varias razones que han sido discutidas en muchos casos con un simplismo supino, pero que 50 años más tarde la historia se va encargando de reivindicar. Entre esas razones habrá pesado la experiencia de aquel joven médico que en 1953 llegó a una Bolivia que atravesaba una revolución que el imperialismo yanqui se encargaría de destruir apoyado en el servil entreguismo de Víctor Paz.

Como se puede ver en las anotaciones del diario de aquel primer viaje a Bolivia, el joven Ernesto ya tenía gran capacidad de lectura y análisis político. Respecto a los conflictos internos del partido de gobierno de la revolución evaluó: “El MNR es un conglomerado en el que se notan tres tendencias más o menos netas: la derecha que está representada por Siles Zuazo, el vicepresidente y héroe de la revolución; el centro por Paz Estenssoro, más resbaladizo aunque probablemente tan derechista como el primero; y la izquierda por Lechín, que es la cabeza visible de un movimiento de reivindicación serio”

El Che desde esta primer visita sintió el sufrimiento del pueblo boliviano, pero también pudo vivenciar su potencial revolucionario. Por esto sabía que había que continuar la siembra revolucionaria que ya existía en estos suelos. Es común escuchar entre los detractores, que el Che vino imponer una ideología y que el pueblo boliviano no lo apoyó. Sin embargo este desconocimiento mal intencionado de la historia cae por su propio peso.

Bolivia ya luchaba por su liberación antes de la llegada del Che. Pretender que esto no fue así es desconocer deliberadamente la masacre a los mineros de Sora Sora el 28 de octubre del 64, el enfrentamiento de mineros con la fuerzas militares el 16 de mayo de 1965, y el bombardeo de la fuerza aérea entre el 19 y 22 de septiembre del 65 en Catavi y Siglo XX.

Todos estos hechos trágicos respondían a la decisión de EEUU de aplicar el código Davenport, que era el instrumento más eficaz para entregar el control del sector petrolero a la GulfOilCompany. Para esto, René Barrientos, dictador boliviano y agente de la CIA era el instrumento perfecto.

En ese contexto de dictadura militar e injerencia imperialista, no es casual que los mineros bolivianos expresaran su solidaridad con el movimiento guerrillero y durante una asamblea en la mina decidieran aportar con una jornada laboral e insumos a la guerrilla. No es casual tampoco que la madrugada del 24 de junio del 67 ya con la guerrilla en plena acción, los centros mineros congregados alrededor de Llallagua sufrieran una masacre que sería conocida como la masacre de San Juan.

La persecución a los mineros por parte de Barrientos respondía al mandato yanqui de erradicar cualquier atisbo de surgimiento de la izquierda. Para esto, los norteamericanos realizaron entrenamientos especiales en contrainsurgencia, enseñando los más viles métodos de tortura y exterminio a las fuerzas armadas bolivianas. De esos entrenamientos surgió la fuerza represiva conocida como rangers que tanto terror generó en el país.

Con todo este apoyo de la CIA, las fuerzas armadas pudieron capturar y matar el cuerpo de un hombre llamado Ernesto Guevara. Lo que no sabían era que el Che era más grande que un cuerpo y que en cada lucha por la liberación de cualquier pueblo en cualquier lugar del mundo volvería a nacer. Por qué será que el Che tiene esa peligrosa costumbre de seguir naciendo? decía en su poema “El nacedor” Eduardo Galeano.

El Che nos dejó un ejemplo a seguir y un “hombre nuevo” a construir. Ese hombre al que Nietzsche llamaba super hombre y sobre el que tantos otros han teorizado y filosofado, pero que solo el Che ha sabido habitar. Ese hombre que pronunciaba a cabalidad la “palabra verdadera”, un término de Paulo Freire que se resume en decir lo que se piensa y hacer lo que se dice.

En este sentido, ningún homenaje será suficiente si no se acompaña de un compromiso total a nuestro tiempo histórico, donde la lucha por la liberación de los pueblos no puede encontrarnos con divisiones mezquinas y personalistas. La consigna debe ser unidad, unidad y unidad, si queremos hacer frente a este imperialismo al que el  Che advirtió que no se le podía confiar ni tantito así.

La siembra de Ñacahuasú ha dado sus frutos, pero el enemigo sigue vivo y determinado en avanzar. El imperialismo vive su mayor crisis sistémica y está en su fase de decadencia, por tanto sus manotazos de ahogado pueden ser devastadores para el planeta entero.

Nuestra América ha demostrado en la última década que existe una alternativa a las políticas de ajuste neoliberal, y que nuestros pueblos tienen la dignidad suficiente para exigir soberanía. Chávez nos mostró un camino y el sueño de una Patria Grande para todos dejó de ser una simple utopía para pasar a ser inexorable decreto del destino nuestroamericano.

Sin embargo estos procesos han tenido sus más grandes dificultades en la batalla cultural e ideológica. Vale decir que la construcción de nuevas subjetividades, es decir de ese “hombre nuevo” no ha dado los resultados que quisiéramos. En todos los países con gobiernos progresistas se ha tenido éxito sacando a grandes cantidades de personas de la pobreza, pero la falencia en la batalla cultural ha generado que muchas de esas personas hayan votado en contra de estos gobiernos, como es el caso de Argentina, Brasil, y también Bolivia como pudimos ver en el último referéndum.

Con nuestro continente en disputa y en un contexto de guerra de cuarta generación donde los medios de comunicación hegemónicos son los nuevos ejércitos de ocupación, las trincheras han cambiado pero la lucha es la misma y el enemigo también.

Para rendir tributo al heroico combatiente, no basta con grandilocuencias y homenajes de colores. Es la organización y la unidad de los pueblos que luchan por su emancipación la clave del mayor honor que podamos rendirle al Che. Con nuestros errores y aciertos, pero con la convicción de que la única lucha que se pierde es la que se abandona, podemos aseverar que si el presente es de lucha, el futuro es nuestro. Hasta la victoria siempre.

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