La historia que no es historia

La historia que no es historia

TIEMPO DE LECTURA: 6 min.

Aprovechando la significativa cantidad de fechas emblemáticas que se conmemoran en estas semanas, compartimos con ustedes una interesantísima reflexión acerca de las construcciones simbólicas a las cuales estamos sometidos desde hace décadas, por no decir siglos.

Este próximo 9 de mayo se cumplirán 80 años de lo que en Rusia se conmemora como el “Día de la victoria” de lo que ellos llaman la “Gran Guerra Patria”. En concreto, la derrota definitiva del nazismo (en 1945) a manos del Ejército Rojo. Lo que en occidente se conoció como el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Y si bien los desfiles conmemoratorios en un primer momento se hicieron en fechas específicas, desde 1995, esta fecha es un día patrio en que cada año se rinde homenaje a los, al menos, 26 millones de soviéticos muertos en aquella conflagración.

Y por qué nos parecía importante darle la dimensión que se merece a éste hecho. Básicamente, porque el llamado Occidente Colectivo lo ha intentado invisibilizar prácticamente desde el momento en que sucedió. Uno intuye que, en principio, fue porque quienes habían asestado tal derrota a Hitler habían sido los comunistas. Y sólo hablando del aporte soviético, podríamos indagar en los más de 30 millones de chinos que murieron (como nos señalaba el ex embajador argentino en China, Sabino Vaca Narvaja, hace algunas semanas), o la infinidad de pueblos ofrecieron sus vidas en aquellos años.

Lo interesante es que, si miramos el panorama completo, más allá del hecho puntual, veremos que el control sobre las narrativas y cómo se cuenta lo que sucede (o lo que no), siempre ha sido algo que Europa, y después EEUU, controlaron puntillosamente. Desde Hollywood y su infinidad de series y películas, hasta los manuales de historia, pasando por los medios de comunicación y las diversas formas de construcción de narrativas occidentalocéntricas, incluida la academia.

En este sentido, nos pareció más que oportuno compartirles un texto escrito por el académico colombiano, Manuel Fernando González Villamil, sobre la base de un pensador argentino, radicado en México hasta su paso a la inmortalidad, y al que estamos convencidos que deberíamos leer más seguido: Enrique Dussel.

El texto de está titulado como “La mentira que llamamos historia” y dice así:

Cómo Europa escribió el guion del mundo y borró a quien lo había inventado. Nos enseñaron que venimos de Grecia que pensamos como europeos que progresamos gracias a su luz; nos contaron que América empezó a existir en 1492; que la filosofía nació en Atenas; y que la historia solo vale si pasa por Londres París o Berlín; pero no era verdad, nunca lo fue.

La historia oficial no fue un espejo, fue una amputación. Europa no fue el centro del mundo, fue una periferia mal adaptada que durante siglos miró con envidia a las civilizaciones que realmente sostenían el comercio, la ciencia, la cultura y la Vida: China, India, Egipto, la Mesopotamia, las culturas amerindias, los bantúes.

Europa no inventó el mundo, lo saqueó y luego escribió los libros. El Mediterráneo no era el centro, era un charco pequeño, insignificante, frente al océano del comercio real: El Pacífico. Los mapas escolares nos enseñaron a dibujar a Europa en el medio, agrandada, arrogante, como si de allí hubiera brotado todo, pero antes de que los europeos aprendieran a leer y a fundir acero los chinos ya imprimían libros, construían puentes, navegaban océanos. El renacimiento que tanto celebramos no fue un milagro creativo, fue una copia, una transferencia furtiva de saberes árabes, chinos y africanos que Europa absorbió sin dar crédito. Leonardo Da Vinci no inventó sus máquinas, replicó libros chinos que llegaron a Florencia. La imprenta, el papel moneda, la pólvora, los sistemas agrícolas modernos, todo existía mucho antes de que Europa soñara con dominar algo más que sus propios pantanos.

No somos hijos de Europa, somos nietos de civilizaciones que Europa apenas alcanzó a copiar. La modernidad no empezó con la ilustración, ni con la revolución industrial, empezó con el saqueo, con la invasión de América, con la destrucción de mundos enteros bajo el pretexto de traer civilización.

La verdadera modernidad se fundó sobre el exterminio, el trabajo forzado y el robo de tierras, de saberes, de cuerpos. Nos enseñaron a hablar de descubrimiento como si América hubiera estado escondida, esperando ser encontrada. Nos dijeron que la historia es una línea recta que va del este al oeste, de la barbarie a la razón, del mito al progreso. Nos domesticaron para repetir esas tonterías como si fueran certezas: la Edad Antigua, la Edad Media, la Edad Moderna ¿Quién decidió esas etapas? ¿Desde qué arrogancia se nombró así la historia? Esas categorías no explican el mundo, lo reducen. Son la gramática de un romanticismo europeo que convirtió su marginalidad en mito.

La verdad es más incómoda. Mientras Europa balbuceaba, China producía más acero que Inglaterra y Estados Unidos juntos. Mientras los castillos feudales se caían a pedazos, Bagdad tenía bibliotecas que harían sonrojar a cualquier universidad moderna. Mientras Europa olía a letrina, Córdoba brillaba con luces públicas y hospitales abiertos. Y América… América no era un vacío esperando a ser llenado, era un continente vivo, diverso, plagado de culturas, de ciencias, de astronomías, de filosofías que no caben en los manuales escolares. Los mayas tenían observatorios cuando en Europa todavía creían que la Tierra era plana, pero contar eso no convenía, así que, Europa inventó otra historia, una donde ellos son los protagonistas eternos, los padres fundadores, los civilizadores universales. Una mentira que repetimos hasta olvidarla. Europa venció militarmente, pero fracasó moralmente. Ganó guerras, pero perdió la memoria.

Hoy seguimos repitiendo sus relatos como loros bien entrenados. Seguimos creyendo que ser modernos es parecerse a París, que ser exitosos es consumir como Londres, que ser civilizados es pensar como Berlín. El eurocentrismo no es solo una mentira académica, es una amputación espiritual. Nos arrancaron la memoria y con ella la posibilidad de pensarnos de otro modo. Nos domesticaron para creer que la historia empieza donde ellos llegan y termina donde ellos deciden.

¿Quién estudió la historia mundial con otro esquema? Nadie. Ni en Berlín, ni en Bogotá, ni en Santiago. Seguimos esclavizados a un calendario ajeno a unas edades inventadas, a un centro falso, pero, tal vez, sea hora de romper el espejo; tal vez, sea hora de recordar que antes de Europa hubo otras luces, otras civilizaciones que no necesitaron conquistar para construir, que no midieron su grandeza por la sangre derramada, ni por los libros quemados.

La historia no necesita vencedores, necesita administradores lúcidos. Tal vez, el futuro no sea escribir nuevos imperios. Tal vez, sea recuperar las memorias robadas, las voces calladas, las raíces enterradas. Porque quien no recuerda de dónde viene, no solo pierde su historia, pierde su alma y nosotros ya perdimos demasiado. Este texto es un eco modesto de la lucidez de Enrique Dusel quien nos enseñó que para ser libres primero debemos recordar quiénes fuimos”.

Hoy la disputa por las narrativas se sigue observando en el conflicto en Ucrania, en lo que sucede respecto de los aranceles y la guerra de divisas, en la propaganda sionista respecto de Irán y su industria nuclear, del rol del Papa Francisco y su posible sucesor, entre muchos otros etcéteras.

Tal como lo hemos mencionado en otras oportunidades, los pueblos del sur global, los “rezagados”, los saqueados y rapiñados por el Occidente Colectivo, tenemos la tarea titánica de redescubrir nuestra propia historia. Esa que como describe Dussel nos fue arrebatada. Sólo entonces podremos construir de un futuro digno de ser vivido. Pongamos manos a la obra de una buena vez, porque la historia que nos contaron, no es la única historia.

Nicolás Sampedro

Prefiero escucha antes que hablar. Ser esquemático y metódico en el trabajo me ha dado algún resultado. Intento encontrar y compartir ideas y conceptos que hagan pensar. Me irritan las injusticias, perder el tiempo y fallarle en algo a les demás.

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África y la búsqueda de la descolonización de su historia

África y la búsqueda de la descolonización de su historia

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El modelo lineal de la historia del progreso tenía un ámbito de exclusión, tal vez más importante: la de todos los pueblos que no pertenecen a la cultura dominante de origen europeo, cuyas sociedades y culturas se solía presentar como dormidas en el tiempo hasta el momento en que la colonización las introdujo en la dinámica de la modernización. Esto afectaba a África y a su historia.

El tránsito de una historia colonial a otra nacionalista resultaba especialmente complejo en el caso de África, ya que los viejos modelos interpretativos coloniales comenzaban por excluirla de la historia. Inmediatamente después de la independencia, los historiadores africanos se vieron empujados a escribir una especie de historia “resistente”, opuesta a la del imperialismo. En los últimos tiempos la preocupación por el saber del pasado humano en el continente africano ha dado sus frutos y de a poco una con conciencia histórica africana se va forjando para salirse de los prejuicios racistas, eurocentristas y reduccionistas.

Especialistas africanos y no africanos se han unido para descolonizar al pasado africano con el objetivo de rescatar culturas ignoradas y destacar sus legados aún en los tiempos presentes. Ya pasaron de moda las quejas que se referían a que África subsahariana, por ejemplo, no podía ser considerada parte de la historia porque las fuentes escritas eran escasas o casi nulas en varias de sus regiones de selvas, sabanas y montañas.

El patriota africano y congoleño Patrice Lumumba.

La historia, la antropología, la paleoantropología, la arqueología, la filología, la sociología, la politología, la economía política y hasta la psicología han aportado sus metodologías de estudio para revalorizar el pasado de las numerosas culturas africanas que fueron negadas en los tiempos del colonialismo europeo y que no eran demasiado protagonistas en los textos escolares y universitarios acerca de “historia universal”.

Cierto que en las primeras planas de los periódicos del mundo salían a la luz los informes impactantes sobre los hallazgos paleoantropológicos de los ancestros remotos y fósiles de la humanidad en varias regiones africanas. También es cierto que se le ha dado mucha importancia a la arqueología y la historia del antiguo Egipto faraónico, el primer reino surgido en tierras africanas. Tampoco se puede negar el gran aporte del Islam en África Septentrional, ya que de allí han surgido eruditos y relaciones comerciales del orbe musulmán que dejó fuentes escritas sobre culturas de África Subsahariana. Otros hallazgos como el de los reinos de la antigua Nubia, Axum, el reino de Ghana, el reino de Malí, el reino Songhay, el reino de Benín, el Gran Zimbabwe y de las proezas militares del rey zulú Chaka el Grande fueron motivos de estudios sobre el pasado de África subsahariana que asombraron a muchos acerca del desarrollo cultural complejo de una parte del globo que se creía “empobrecida”, “ahistórica” y “atrasada”.

Los nacionalismos modernos que emergieron en la primera mitad del siglo XX en África influyeron en eruditos de varios países del continente como el senegalés Cheik Anta Diop o el burkinés Joseph Ki Zerbo, como así también a especialistas del Occidente. Teorías racistas y europeístas fueron abandonadas por postulados nacionalistas de claros africanismos militantes que intentaban reivindicar “pasados gloriosos” de reyes y reinos poderosos de tierras subsaharianas y de “pueblos negros”. Las tradiciones orales empezaron a ser muy valorizadas tanto como las fuentes escritas para reconstruir historias de ciudades, dinastías y expansionistas imperios que eran consideraron como de más “evolucionados” que el que desarrollaron los blancos en Europa.

Panafricanismo en esta postal en la que se ve a Sankara y Gadafi.

El afrocentrismo quizás haya sido exagerado con la escritura y reescritura de la historia africana antes de la llegada del mundo colonial blanco. Los nacionalismos modernos africanos quizás se aprovecharon de ciertas tergiversaciones que no ayudarían en nada a reivindicar el legado complejo de todas las culturas humanas que surgieron en el continente desde hace más de 2 millones de años.

Es verdad que las culturas humanas más antiguas aparecieron en África, pero también florecieron reinos, imperios, grandes centros urbanos y comerciales, religiones complejas, migraciones etnolingüísticas de grandes amplitudes, manifestaciones artísticas admirables e invenciones tecnológicas tanto como en Asia, Europa y las Américas antes de la invasión capitalista mundial de mediados del siglo XIX.

Para algunos se trataba de reivindicaciones extremas de los valores africanos (como la de la “negritud” del antiguo Egipto), que sobrevaloraba el estado de civilización y desarrollo, en términos europeos, de África en los inicios de la “edad moderna”.

Pero no se puede dudar de que la historia africana esté ganando su lugar. Y hoy en día debe ser de suma utilidad, porque las realidades del continente deben también buscar su pasado. Por ello la descolonización del pasado africano debe ser una herramienta de trabajos académicos, pero también de una lucha internacionalista para darle su lugar a la Patria Humana.

Mauricio Piñero
Mauricio Piñero

Cuentan las crónicas que nació como el hijo de nadie. Luchando por la Patria Grande, como Internacionalista y antiimperialista. Tripero de alma y cuerpo, siempre junto a la patriada barrial. La historia descolonizada es mi pasión como docente de la Escuela Pública y de los barrios. Las noticias sobre los pueblos que luchan como forma de viajar hacia una verdadera justicia social global.

El sistema educativo estatal e inclusivo de la República Popular Democrática de Corea

El sistema educativo estatal e inclusivo de la República Popular Democrática de Corea

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La República Popular Democrática de Corea (RPDC) es un pequeño país de casi 30 millones de habitantes, ubicado en la parte norte de la península coreana. Al sur está Surcorea, región convertida en colonia estadounidense de facto desde 1945. En la parte norte, las guerrillas comunistas, lideradas por Kim Il Sung, combatieron al invasor japonés (que invadió toda la península en 1895) y en 1945, con ayuda de la Unión Soviética, lograron instalar una república libre, que se efectuó en 1948, cuando se proclamó a la República Popular Democrática.

Kim il Sung se convirtió en el máximo jefe de la RPDC y rápidamente se adoptó al marxismo leninismo como sistema de ideas en el país. Pero los yanquis se quedaron en el sur, y decidieron boicotear a la RPDC. Los soviéticos siguieron respaldándola, pero se retiraron del país. En 1949 la República Popular China recién fundada también brindó ayuda a la RPDC y en 1950 estalló la guerra de Corea.

En 1953 se firmó un armisticio entre la RPDC y Surcorea, pero los yanquis dejaron estacionados unos 30.000 soldados en la frontera de Panmujón y en Seúl.  La RPDC siguió su curso pese a los ataques imperialistas y socializó todos los medios de producción, decretó una reforma agraria, estatizó el comercio exterior, aplicó planes de desarrollo industrial y un programa muy ambicioso de alfabetización con ayuda de los soviéticos y los chinos.

Entre 1953 y 1970 el país logró tener un alto desarrollo social y económico, convirtiendo a la nación en un emporio industrial importante en Asia Oriental. Además, toda la población quedó alfabetizada. Hacia 1961-1966 la RPDC recibió ayuda educativa de la Cuba socialista (de hecho, hubo un viaje del Che Guevara a Pyongyang, capital de la RPDC, en 1960). 

Uno de los aspectos de los que más se enorgullece el gobierno revolucionario de la RPDC es su sistema educativo, responsable de haber erradicado el analfabetismo en el seno de la población del país. La educación en la RPDC se basa en un sistema universal de enseñanza financiado en su totalidad por el Estado. Dicho de otro modo, la educación en cien por cien pública y la educación privada no existe e incluso está prohibida.

Antes de la Revolución de 1948, el sistema educativo en la parte norte de Corea era desastroso. En la parte norte la educación siempre estuvo más atrasada que en el Sur, que se encontraba más desarrollado social, económica y culturalmente. En 1945 no existían en el Norte escuelas de educación secundaria a partir de los doce años, ni instituciones de enseñanza superior: solo existían un millar de centros de Primaria y unas pocas escuelas de enseñanza vocacional o especializada.

En septiembre de ese año, fecha de la rendición japonesa, se calcula que dos tercios de los niños en edad escolar no atendían siquiera a la escuela primaria y que 2,3 millones de adultos eran analfabetos, esto es, la inmensa mayoría de la población. Eso sin contar con la escasa formación del profesorado y en especial su conocimiento del idioma coreano, muy perjudicado tras medio siglo de dominio japonés (1895-1945), periodo en el que la enseñanza se dio exclusivamente en lengua nipona.

Desde su llegada al poder en 1945-1948, los comunistas norcoreanos, primero liderados por Kim Il Sung (1948-1994), más tarde por su hijo Kim Jong Il (1994-2011) y finalmente por el hijo de este y nieto de aquel, Kim Jong Un (desde 2011), han otorgado una gran prioridad al ámbito de la educación por razones políticas y económicas.

En total, la RPDC ha llevado a cabo cinco grandes reformas educativas: 1946-1950, 1959, 1967, 1975 y 2012-2013. Estas reformas no solo han extendido la enseñanza a todo el país (infraestructuras, materiales, medios, etc.), sino que han afectado también al currículum del sistema escolar. Estas reformas de los últimos 60 años han culminado en un sistema educativo universal obligatorio y prácticamente casi la totalidad de los ciudadanos norcoreanos hoy tiene al menos estudios secundarios.

Para ello, una de las primeras decisiones en materia educativa fue decretar la enseñanza de la lengua coreana y eliminar los centenarios libros de texto que utilizaban todavía los caracteres chinos y su sustitución por el hangul, el alfabeto coreano, prohibido durante tiempo por ser considerado inferior culturalmente a la escritura china.

Una segunda decisión fue la de diseñar un sistema educativo obligatorio que abarcara al conjunto de la población. El primer paso era consolidar una educación primaria obligatoria lo antes posible y bajo control estricto del nuevo Estado, así como la creación de escuelas técnicas con el fin de formar a trabajadores especializados que contribuyeran a los objetivos de desarrollo económico.

No menos importante, fue la necesidad de crear un centro superior y en octubre de 1946 nacía oficialmente la Universidad Kim Il Sung, compuesta en ese momento de siete facultades (Ingeniería, Agricultura, Medicina, Ciencia, Literatura, Derecho e Ingeniería de Ferrocarriles) y 1610 estudiantes. Un tercer elemento fue la campaña de alfabetización de adultos, intensificada después de la fundación de la RPDC en septiembre de 1948. El éxito de esta última permitió que el analfabetismo quedara reducido en pocos años a la franja de edad más anciana.

La educación primaria universal, declarada obligatoria en 1950, no se alcanzó plenamente hasta 1958. Un año más tarde, una nueva reforma decretó que todas las escuelas del país pasaran a formar parte de una educación universal financiada por el Estado (por tanto, pública). El Estado se encargaría no solo de la enseñanza y de los recintos habilitados para ello, sino que también proveería los textos escolares, los uniformes y alojamiento y comidas escolares sin coste para el ciudadano.

Al mismo tiempo, se puso en marcha un sistema educativo de educación primaria y secundaria de siete años de duración. Según este último, el alumno ingresaba en Primaria a los siete años de edad tras su paso por guardería y cuatro años más tarde pasaba a Secundaria, de tres años de duración. A los catorce años de edad, una vez graduado, tenía la oportunidad de realizar dos cursos de dos años cada uno en una escuela técnica y podía optar a acceder, si era adecuado, a la universidad. Otro elemento de la reforma educativa fue el énfasis puesto en la formación técnica de los estudiantes.

Este modelo educativo no tardó en ser reformado y en 1967 se impulsó una educación obligatoria de nueve años, abarcando desde los siete años de edad hasta los dieciséis. Las autoridades norcoreanas habían percibido que los cambios de la reforma de 1959 eran todavía insuficientes a la hora de formar trabajadores especializados y personal cualificado para las demandas de modernización que requería el país. Sin embargo, este sistema pasó a ser considerado insuficiente al cabo de poco tiempo.

Ya en 1973 Kim Il Sung declaró la necesidad de extender la duración educativa y dos años más tarde se puso en marcha un sistema educativo obligatorio de once años. Entre 1975 y 2012 la enseñanza obligatoria comprendía un año de preescolar (entre los cinco y los seis años de edad), cuatro años de educación primaria (entre los seis y los diez, en la llamada Escuela del Pueblo) y seis de educación secundaria (entre los diez y los dieciséis), que incluye el bachillerato. Todo ello está recogido en los artículos 40 y 41 de la primera versión de la Constitución de 1972. Este modelo educativo ha sido el más duradero de todos pese a los diversos cambios en el currículum a lo largo de sus casi cuarenta años de existencia.

El sistema educativo obligatorio de once años de duración estuvo en vigor hasta 2012. Ese año el líder norcoreano Kim Jong Un señaló la necesidad de extender la educación obligatoria un año más (hasta los diecisiete años de edad) y en septiembre se aprobó un proyecto de ley en este sentido. Una enmienda a la Constitución de 1972, de fecha 1 de abril de 2013, elevaba a rango de ley la educación obligatoria de doce años de duración, según consta en el Artículo 45 del texto constitucional.

Una vez finalizada la enseñanza obligatoria, los alumnos se gradúan y se examinan para acceder a la universidad o estudios superiores especializados. Aunque el Estado ofrece dos años de enseñanza preescolar (a partir de los cuatro años de edad), solo el segundo (llamado Nivel Superior de Preescolar) es obligatorio (Artículo 45).

La pedagogía socialista de la RPDC facilita al mismo tiempo la incorporación de los jóvenes estudiantes en organizaciones políticas como los Jóvenes Pioneros en el caso de Primaria y la Liga de Juventud Socialista Trabajadora en Secundaria. Dichas organizaciones, consideradas muy importantes a ojos de los dirigentes norcoreanos, refuerzan la labor ideológica de las escuelas organizando de manera regular (por ejemplo, los sábados) actividades como sesiones de crítica y autocrítica, reuniones de adoctrinamiento y lecturas sobre disciplina organizativa y pensamiento ideológico.

La pedagogía socialista trasciende incluso el espacio escolar propiamente pues incluye también lo que se conoce como ‘educación social’. Esta última comprende las actividades extracurriculares, la vida familiar y las relaciones humanas en el contexto de la sociedad. El objetivo es controlar la influencia del entorno social sobre el niño y determinar el desarrollo de su carácter. Dicho de otro modo, el objetivo de esta educación social es proveer al niño de ambiente social controlado donde el niño esté a salvo de influencias negativas o no planificadas, esto es, que se asocie a ideas o aspectos contrarios a la ideología oficial.

Las actividades extraescolares buscan organizar la vida del estudiante de manera colectiva mediante la participación en actividades deportivas, musicales, culturales, etc. Las visitas en grupos a museos, monumentos y emplazamientos históricos constituyen un ejemplo de ello. El objetivo final es acabar con todo tipo de pensamiento individualista que pueda llevar a mostrar deslealtad con el sistema político existente. Kim Il Sung dejó muy claro este aspecto al declarar que “debemos educar a los estudiantes en el espíritu del colectivismo”, considerado la base de la vida social socialista y comunista.

La educación superior se divide en dos ámbitos: las universidades y las escuelas profesionales o especializadas (técnicas) están bajo supervisión del Ministerio de Educación Superior, a diferencia de las guarderías y escuelas de primaria y secundaria que están tuteladas por el Ministerio de Educación Pública. La entrada en la universidad o en la escuela especializada viene determinada por los logros académicos en secundaria.

Algo queda claro. La RPDC es uno de los pocos países que tiene 100 % de educación pública total, inclusiva y realmente para todos. No hay escuelas y universidades privadas, están prohibidas. Los norcoreanos hablan de que los sistemas capitalistas tienen sistemas educativos que replican una especie de apartheid en las escuelas y universidades, al existir el sistema mixto estatal-privado dentro de sus tierras. Y tienen razón. La RPDC es un ejemplo de escuela pública estatal de verdad. Y eso no se lo perdonan los imperialistas.

Mauricio Piñero
Mauricio Piñero

Cuentan las crónicas que nació como el hijo de nadie. Luchando por la Patria Grande, como Internacionalista y antiimperialista. Tripero de alma y cuerpo, siempre junto a la patriada barrial. La historia descolonizada es mi pasión como docente de la Escuela Pública y de los barrios. Las noticias sobre los pueblos que luchan como forma de viajar hacia una verdadera justicia social global.

Apuntes históricos de la lucha del Movimiento Social de Mujeres

Apuntes históricos de la lucha del Movimiento Social de Mujeres

TIEMPO DE LECTURA: 7 min.

por M. Viviana Yopasa Ramírez*

Foto: Latinta.com.ar

El Movimiento Social de Mujeres (MSM), a partir de una experiencia histórica de resistencia y de cuestionamiento a las bases del modelo de sociedad vigente juega un papel preponderante en la transformación de las estructuras de poder del Estado y la sociedad. Sin lugar a dudas, a partir de los aportes realizados desde las movilizaciones de mujeres en la segunda mitad del siglo XX, ellas empiezan a cuestionar el sistema de pensamiento hegemónico patriarcal y sus formas de opresión en lo sociopolítico, económico, cultural y sexual.

Visibilizar la situación de subordinación y opresión de las mujeres constituiría los primeros eslabones de la lucha por el reconocimiento de sus derechos, cuyas demandas y exigencias de transformación, fue liderada por tres tendencias del movimiento: la primera, se considera como el movimiento feminista[1], desarrollado en Europa entre los años 60’s y 70’s, generalizándose en América Latina alrededor de los años 80’s, en contextos sociales y políticos como la restitución de la sociedad civil, la modernización del Estado y de la economía, así como la democratización política y social de la región: “En esta misma década se advierte el fracaso de las formas tradicionales de hacer política y se desdibuja el ideal revolucionario. Surgen los nuevos movimientos sociales y ello facilita, como se mencionó, la presencia del movimiento de mujeres que antecede los estudios académicos” [2]

Este feminismo perteneciente a la denominada “segunda ola del feminismo”[3], la cual define una oposición directa al modelo de sociedad patriarcalista (generalmente reproducido por el sistema económico y democrático neoliberal), entendiéndola como “la estructura básica de todas las sociedades contemporáneas, caracterizado por la autoridad impuesta desde las instituciones de los varones sobre las mujeres y las hijas-os en la familia. Para que esta autoridad se ejerza, el patriarcado domina toda la organización de la sociedad, de la producción, el consumo, la política, el derecho y la cultura. Las relaciones interpersonales, y por tanto la personalidad, están marcadas por la dominación y la violencia que se construye en la cultura y en las instituciones del patriarcado[4]

Foto: entrefachasyrojos.com

El reconocimiento de este primer espacio histórico, social y político, permitió a las mujeres de este campo, consolidar los nuevos vértices del movimiento feminista: los derechos reproductivos y la libre opción a la maternidad y la sexualidad; la participación política plena y activa de las mujeres. A su vez se develaba con mayor claridad la desigualdad existente en la división sexual del trabajo y la violencia de la que eran y son objeto mujeres de todas las clases, razas y edades. El feminismo se presentaba como una forma múltiple y simultanea de toma de conciencia sobre los nuevos desafíos que exigía la realidad social de la época y que precisaba -en el movimiento- un proceso de consolidación de estas acciones.

Al interior de este feminismo también se evidenciaron dos claros perfiles, producto de las intermitencias y el proceso histórico que movilizaba sus luchas, principalmente, en el escenario político: Las feministas militantes en los partidos (que mantenían una lucha por la liberación de los sectores más oprimidos, dividiendo la lucha de los sectores dominados sobre el problema mismo de la mujer) y las feministas autónomas (convocando a un proceso de autoconsciencia y permanente trasformación). Se reflejaba allí, la temprana diferenciación de un movimiento en formación, que ponía en el escenario político la compresión de sus opresiones desde distintos ángulos y delinea las inserciones que los colectivos, organizaciones y redes de mujeres empezarían a tejer para formar diversas estrategias de resistencia.

En concordancia con lo anterior, se diría que mientras las “feministas autónomas que consideraban la opresión sexual como sobre determinante y las feministas de partido, que postulaban el papel de la explotación económica del capitalismo como el marco privilegio de la opresión sexual (…) El capitalismo aparece como beneficiario de la postergación social de la mujer por su interés en la mano de obra barata que genera la unidad domestica[5]. Las dos apuestas políticas e ideológicas, han logrado visibilizar una fuerte tensión al interior del movimiento entre dos formas del acción: las mujeres que se relacionan y se visibilizan a partir de sus vínculos de negociación con el estado, en procesos de políticas públicas y presupuestos reivindicativos; y las que fomentan el fortalecimiento del movimiento desde la relación directa con la sociedad civil, cuestionando las democracias existentes y fortaleciendo por el contrario las alianzas con amplios movimientos sociales y de identidad, llamadas feministas radicales o mujeres autónomas.

Programa de Canal Encuentro

La segunda tendencia, que emerge para finales de los 80’s y abarca toda la década de los 90’s, se consolida en organizaciones, grupos y colectivos de mujeres que generaron procesos de autoconciencia y gestionaron un trabajo con los sectores populares. Estos grupos son reconocidos como las expresiones del movimientos urbanos-populares de mujeres, haciendo una clara división con el movimiento feminista, desde sus críticas puntuales a la desigualdad entre roles sociales, los significados de género, el maternalismo y el sistema patriarcal en general.[6]

Esta tendencia, que tuvo un desarrollo importante en América Latina, se distinguió por generar procesos de autoconciencia y un trabajo participativo con los sectores populares: se vincularon mujeres de los barrios llamados “marginales” o “excluidos”, las madres comunitarias, mujeres trabajadoras. Las actividades giraban en torno a la reflexión sobre el género y los programas de desarrollo amparados en organizaciones no gubernamentales, que facilitaron mayores recursos fiscales para su infraestructura y demandas en servicios públicos[7].  Allí, las mujeres jugaron un papel fundamental, “organizándose para la autogestión de recursos dirigidos a cubrir necesidades básicas de alimentación, seguridad y servicios, basados en el espíritu comunitario y fuertes lazos de solidaridad. Ejemplos claros de este fenómeno son los comedores de madres y los comités del vaso de leche en Perú)”.[8]

La tercera tendencia, que corresponde a las mujeres de participación institucionalizada, refiere a mujeres adscriptas a espacios formales y tradicionales de participación política como los partidos, los sindicatos. Estas comenzaron un amplio proceso de cuestionamiento y organización autónoma al interior de esos espacios de legitimidad masculina por excelencia.  Algunos de estos colectivos, al experimentar los primeros signos de subordinación, intentan modificar esos espacios o abrir nuevos caminos que les permitiera una mayor participación en la toma de decisiones a nivel local y nacional.

Foto: Perfil de Facebook “Ellos salvaron al Comunismo y a la Humanidad”

Aunque cada una de las vertientes sugiere una dinámica, unos objetivos y una base social diferentes, lo que caracteriza a este movimiento es, precisamente, que las tendencias se interconectan, comunican y que tiene múltiples puntos de coincidencia, como las plataformas, las temáticas, la cultura y las reivindicaciones en las cuales convergen[9].

El espacio de actuación se convierte en un ámbito de relaciones entre lo estructural y lo cultural: allí se da una “creación interactiva (vincúlate de nuestras acciones), intersubjetiva (relaciones que nos conectan desde planos íntimos que tocan con las mentalidades y lo psicológico socialmente constituido) y dialógica de mujeres excluidas -por principio- del pacto moderno entre los hombres[10]. Es a partir de la confluencia de la multiplicidad de identidades (o formas de concebirse de las mujeres) al interior del movimiento, que comienza el reconocimiento de esas “otras” que comparten una condición de subordinación (las mujeres negras, indígenas y lesbianas, en dónde se articulan el género, la raza y la opción sexual) y que representan una crítica a prácticas discursivas excluyentes que están presentes en la sociedad.


[1] Barbieri, Teresita; Oliveira, Orlandina. 1990 “Mujeres en América Latina: análisis de una década en crisis” Madrid, Editorial IEPALA. Pp. 40

[2] León, Magdalena. 2004. “Reflexiones para un debate sobre los estudios de género” En: Seminario memorias de género, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá  Pp. 12

[3] Entendida como el movimiento social de mujeres que se desarrollo en la década de los 60’s, durante un período de intensa protesta feminista en Europa y Estados Unidos (1968-1980). Esta etapa se caracteriza por incorporar una perspectiva subversiva, de transformación de largo aliento, y un compromiso por unir las luchas por la transformación de las subordinaciones de las mujeres con las transformaciones de la sociedad y la política. Tomado de: León, Magdalena “Reflexiones para un debate sobre los estudios de género”. En: “Género, mujer y saberes en América Latina, entre el movimiento social, la academia y el estado”. Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, 2004

[4] Sánchez G., Olga Amparo. 2006. “Nuevas formas de resistencia civil de lo privado a lo público. Movilizaciones de la Ruta Pacifica 1996-2006. Medellín; Ruta Pacifica de las Mujeres” Pp. 45

[5] Luna, Lola (1995) “Historia, Genero y Política: Movimientos de mujeres y participación política en Colombia” Pp. 178

[6]  Ibíd.

[7] Barbieri, Teresita; Oliveira, Orlandina. Op. Cit. Pp 43.

[8] Bruckmann, Mónic, Dos Santos, Theotonio. 1995. Los movimientos sociales en América Latina: un balance histórico.  Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Pp. 16.

[9] Valente, Virginia. 1993.  “Los intereses de las mujeres y los procesos de emancipación” Universidad Nacional autónoma de México. Pp. 10.

[10] Lagarde, Marcela. 2009. “Aculturación Feminista” 1998. En: Mazo López, Clara Inés “La identidad colectiva del movimiento social de mujeres” Corporación Vamos Mujer. Pp. 4


* Lic. En educación y Ciencias Sociales, Estudiante de Maestría en Sociología de la cultura y análisis cultural en Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES), UNSAM. Columnista del programa La Marea, (FM 90.5 Radio Futura), redactora de Revista Trinchera y colaboradora Agencia Timón.
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