Aprovechando la significativa cantidad de fechas emblemáticas que se conmemoran en estas semanas, compartimos con ustedes una interesantísima reflexión acerca de las construcciones simbólicas a las cuales estamos sometidos desde hace décadas, por no decir siglos.
Este próximo 9 de mayo se cumplirán 80 años de lo que en Rusia se conmemora como el “Día de la victoria” de lo que ellos llaman la “Gran Guerra Patria”. En concreto, la derrota definitiva del nazismo (en 1945) a manos del Ejército Rojo. Lo que en occidente se conoció como el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Y si bien los desfiles conmemoratorios en un primer momento se hicieron en fechas específicas, desde 1995, esta fecha es un día patrio en que cada año se rinde homenaje a los, al menos, 26 millones de soviéticos muertos en aquella conflagración.
Y por qué nos parecía importante darle la dimensión que se merece a éste hecho. Básicamente, porque el llamado Occidente Colectivo lo ha intentado invisibilizar prácticamente desde el momento en que sucedió. Uno intuye que, en principio, fue porque quienes habían asestado tal derrota a Hitler habían sido los comunistas. Y sólo hablando del aporte soviético, podríamos indagar en los más de 30 millones de chinos que murieron (como nos señalaba el ex embajador argentino en China, Sabino Vaca Narvaja, hace algunas semanas), o la infinidad de pueblos ofrecieron sus vidas en aquellos años.
Lo interesante es que, si miramos el panorama completo, más allá del hecho puntual, veremos que el control sobre las narrativas y cómo se cuenta lo que sucede (o lo que no), siempre ha sido algo que Europa, y después EEUU, controlaron puntillosamente. Desde Hollywood y su infinidad de series y películas, hasta los manuales de historia, pasando por los medios de comunicación y las diversas formas de construcción de narrativas occidentalocéntricas, incluida la academia.
En este sentido, nos pareció más que oportuno compartirles un texto escrito por el académico colombiano, Manuel Fernando González Villamil, sobre la base de un pensador argentino, radicado en México hasta su paso a la inmortalidad, y al que estamos convencidos que deberíamos leer más seguido: Enrique Dussel.
El texto de está titulado como “La mentira que llamamos historia” y dice así:
“Cómo Europa escribió el guion del mundo y borró a quien lo había inventado. Nos enseñaron que venimos de Grecia que pensamos como europeos que progresamos gracias a su luz; nos contaron que América empezó a existir en 1492; que la filosofía nació en Atenas; y que la historia solo vale si pasa por Londres París o Berlín; pero no era verdad, nunca lo fue.
La historia oficial no fue un espejo, fue una amputación. Europa no fue el centro del mundo, fue una periferia mal adaptada que durante siglos miró con envidia a las civilizaciones que realmente sostenían el comercio, la ciencia, la cultura y la Vida: China, India, Egipto, la Mesopotamia, las culturas amerindias, los bantúes.
Europa no inventó el mundo, lo saqueó y luego escribió los libros. El Mediterráneo no era el centro, era un charco pequeño, insignificante, frente al océano del comercio real: El Pacífico. Los mapas escolares nos enseñaron a dibujar a Europa en el medio, agrandada, arrogante, como si de allí hubiera brotado todo, pero antes de que los europeos aprendieran a leer y a fundir acero los chinos ya imprimían libros, construían puentes, navegaban océanos. El renacimiento que tanto celebramos no fue un milagro creativo, fue una copia, una transferencia furtiva de saberes árabes, chinos y africanos que Europa absorbió sin dar crédito. Leonardo Da Vinci no inventó sus máquinas, replicó libros chinos que llegaron a Florencia. La imprenta, el papel moneda, la pólvora, los sistemas agrícolas modernos, todo existía mucho antes de que Europa soñara con dominar algo más que sus propios pantanos.
No somos hijos de Europa, somos nietos de civilizaciones que Europa apenas alcanzó a copiar. La modernidad no empezó con la ilustración, ni con la revolución industrial, empezó con el saqueo, con la invasión de América, con la destrucción de mundos enteros bajo el pretexto de traer civilización.
La verdadera modernidad se fundó sobre el exterminio, el trabajo forzado y el robo de tierras, de saberes, de cuerpos. Nos enseñaron a hablar de descubrimiento como si América hubiera estado escondida, esperando ser encontrada. Nos dijeron que la historia es una línea recta que va del este al oeste, de la barbarie a la razón, del mito al progreso. Nos domesticaron para repetir esas tonterías como si fueran certezas: la Edad Antigua, la Edad Media, la Edad Moderna ¿Quién decidió esas etapas? ¿Desde qué arrogancia se nombró así la historia? Esas categorías no explican el mundo, lo reducen. Son la gramática de un romanticismo europeo que convirtió su marginalidad en mito.
La verdad es más incómoda. Mientras Europa balbuceaba, China producía más acero que Inglaterra y Estados Unidos juntos. Mientras los castillos feudales se caían a pedazos, Bagdad tenía bibliotecas que harían sonrojar a cualquier universidad moderna. Mientras Europa olía a letrina, Córdoba brillaba con luces públicas y hospitales abiertos. Y América… América no era un vacío esperando a ser llenado, era un continente vivo, diverso, plagado de culturas, de ciencias, de astronomías, de filosofías que no caben en los manuales escolares. Los mayas tenían observatorios cuando en Europa todavía creían que la Tierra era plana, pero contar eso no convenía, así que, Europa inventó otra historia, una donde ellos son los protagonistas eternos, los padres fundadores, los civilizadores universales. Una mentira que repetimos hasta olvidarla. Europa venció militarmente, pero fracasó moralmente. Ganó guerras, pero perdió la memoria.
Hoy seguimos repitiendo sus relatos como loros bien entrenados. Seguimos creyendo que ser modernos es parecerse a París, que ser exitosos es consumir como Londres, que ser civilizados es pensar como Berlín. El eurocentrismo no es solo una mentira académica, es una amputación espiritual. Nos arrancaron la memoria y con ella la posibilidad de pensarnos de otro modo. Nos domesticaron para creer que la historia empieza donde ellos llegan y termina donde ellos deciden.
¿Quién estudió la historia mundial con otro esquema? Nadie. Ni en Berlín, ni en Bogotá, ni en Santiago. Seguimos esclavizados a un calendario ajeno a unas edades inventadas, a un centro falso, pero, tal vez, sea hora de romper el espejo; tal vez, sea hora de recordar que antes de Europa hubo otras luces, otras civilizaciones que no necesitaron conquistar para construir, que no midieron su grandeza por la sangre derramada, ni por los libros quemados.
La historia no necesita vencedores, necesita administradores lúcidos. Tal vez, el futuro no sea escribir nuevos imperios. Tal vez, sea recuperar las memorias robadas, las voces calladas, las raíces enterradas. Porque quien no recuerda de dónde viene, no solo pierde su historia, pierde su alma y nosotros ya perdimos demasiado. Este texto es un eco modesto de la lucidez de Enrique Dusel quien nos enseñó que para ser libres primero debemos recordar quiénes fuimos”.
Hoy la disputa por las narrativas se sigue observando en el conflicto en Ucrania, en lo que sucede respecto de los aranceles y la guerra de divisas, en la propaganda sionista respecto de Irán y su industria nuclear, del rol del Papa Francisco y su posible sucesor, entre muchos otros etcéteras.
Tal como lo hemos mencionado en otras oportunidades, los pueblos del sur global, los “rezagados”, los saqueados y rapiñados por el Occidente Colectivo, tenemos la tarea titánica de redescubrir nuestra propia historia. Esa que como describe Dussel nos fue arrebatada. Sólo entonces podremos construir de un futuro digno de ser vivido. Pongamos manos a la obra de una buena vez, porque la historia que nos contaron, no es la única historia.

Nicolás Sampedro
Prefiero escucha antes que hablar. Ser esquemático y metódico en el trabajo me ha dado algún resultado. Intento encontrar y compartir ideas y conceptos que hagan pensar. Me irritan las injusticias, perder el tiempo y fallarle en algo a les demás.
¡Sumate a la Comunidad Trinchera y aportá a la Comunicación Popular!
Tu aporte es esencial para que el Multimedio Trinchera pueda continuar con la construcción de una comunicación por y para el pueblo. Agradecemos el apoyo de nuestra comunidad y te invitamos a suscribirte para afianzar día a día nuestra Trinchera y disfrutar de un montón de beneficios.














