En 1936, mientras las mujeres argentinas aún no tenían el derecho al voto, Victoria Ocampo fundó la Unión Argentina de Mujeres para enfrentar la violencia jurídica y los discursos regresivos. Desde su pluma, su militancia y la revista Sur, trazó un feminismo crítico, intelectual y profundamente político que desafiaban la hegemonía liberal y abría camino a la lucha que todavía resuena en los presentes.
Figura emblemática de la cultura argentina del siglo XX, Victoria Ocampo fue mucho más que una escritora brillante. Fue editora, intelectual pública, gestora incansable y pionera en la lucha por los derechos de las mujeres. Nacida en 1890 en el seno de una de las familias fundadoras de argentina, Victoria fue la primogénita de seis hermanas, fundadora de la revista Sur, plataforma clave para la circulación del pensamiento moderno de América Latina, supo articular el mundo de las ideas con el compromiso político, en tiempos donde pocas mujeres ocupaban lugares de enunciación pública.
En 1936, se convirtió en una de las voces más firmes contra el retroceso institucional en derechos civiles al fundar la Unión Argentina de Mujeres. Desde allí enfrentó proyectos regresivos que pretendían limitar la autonomía femenina, y reclamó el sufragio universal y el reconocimiento de las mujeres como ciudadanas plenas. Su mirada feminista –critica del patriarcado, la tutela masculina y el silenciamiento de las mujeres– se entrelazó con su proyecto cultural, que acercó a Borges, Woolf, Camus y Tagore a la escena local.
Victoria Ocampo no solo desafió los límites impuestos por su clase, su género y su época. Los reescribió y lo hizo desde la palabra, la edición y la acción política.
Victoria escribe, nace un derecho
En 1931 creó la revista Sur y años más tarde, se transformó en editorial para dar a conocer nuevos autores nacionales y publicar autores extranjeros en Argentina. En su casa de la calle Rufino de Elizalde se inauguró la redacción.
Fue el pensamiento de Victoria el que le dio a la publicación su toque de originalidad y vanguardismo. Esta revista fue un espacio clave en donde el discurso daba paso a la polémica y el debate de ideas de los problemas de la sociedad argentina y universal.
Sur fue un enlace con la intelectualidad y el pensamiento entre Argentina con Hispanoamérica, Europa y Estados Unidos, tuvo un impacto determinante en la cultura mundial entre las décadas de 1930 y 1970. Tomada como un verdadero faro cultural que iluminó el pensamiento argentino.
La Unión Argentina de Mujeres (UAM) fue fundada en 1936, se creó con el firme objetivo de defender los derechos civiles de las mujeres. Inició con Victoria Ocampo como presidenta, Ana Rosa Schlieper de Martinez Guerrero como vicepresidenta y Perla Berg a cargo de la secretaría.
Constituida a partir de un grupo de amigas a las cuales les preocupaba el anteproyecto Bibiloni, el cual buscaba restringir los derechos civiles de las mujeres casadas. A través de una conferencia radial que se escuchó en Buenos Aires y Madrid, logró que no se votara la reforma de la ley de Derechos Civiles. Se publicó además en el diario La Prensa el artículo “A las mujeres argentinas”.
Conformado por mujeres activistas de distinta extracción partidaria, las cuales se plantearon la idea de informarse sobre las condiciones sociales vigentes, estudiar las leyes laborales y mantener lazos sobre las condiciones de las mujeres de otros países.
En los comienzos se fue entretejiendo una cadena de solidaridad alrededor de la aclamada editora. Victoria Ocampo contó con el respaldo de un grupo de mujeres que le prestaron valiosa colaboración, dando sus primeros pasos con el apoyo de Sylvia Beach, Adrienne Monnier y la propia Virginia Woolf.
A lo largo de su vida dejó en claro cuánto valoraba ese apoyo entre mujeres, porque sentía que sus miradas no estaban condicionadas por prejuicios o expectativas masculinas. Leídas a través de este contexto, las reiteradas expresiones de gratitud de Victoria Ocampo hacía las escritoras editoras puso de manifiesto la real importancia que tuvo para ella contar con el apoyo de estas mujeres.
Más allá del aliento sororo, la directora de Sur encontró en estas colegas un espejo donde mirarse en un momento en que era casi imposible agenciarse un lugar como mujer en un campo intelectual argentino “muy masculino”.
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Las mujeres y las disidencias se encuentran en una encrucijada hace años, pero que se recrudeció al asumir Javier Milei como presidente junto a un gabinete de funcionarios que deslegitima, criminaliza y excluye a estos sectores desde el cierre de organismos de prevención de violencia de género hasta en declarar que las personas gays son pedófilas.
Este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, devenido también en Día de las Mujeres y Disidencias Trabajadoras, encuentra a estos grupos inmersos en el juego del “vale todo” propuesto por el oficialismo, por fuera de los llamados “consensos democráticos”, y que una parte de la sociedad pareciera avalar.
¿Cómo se llega al 8M? ¿Cómo se da vuelta el rumbo de esta sociedad que pareciera buscar la destrucción del otro/otra/otrx? ¿Se puede llamar “batalla cultural” a la persecución y hostigamiento desde las arcas del Estado contra grupos históricamente vulnerabilizados? ¿Cómo construir una resistencia sin ser cautivo de sus espejitos de colores?
El feminismo, enemigo del gobierno
Desde el primer día del gobierno de La Libertad Avanza en alianza con el PRO y sectores de la UCR, el feminismo y la militancia LGBTQ+ han sido declaradas enemigas.
Se cerró la Subsecretaría de Protección contra la Violencia de Género, luego de reducir la categoría de Ministerio en primera instancia, que implicaba mucho más que el abordaje de las violencias de género. Es la primera vez en 37 años que el país no cuenta con un organismo especializado en la temática. Al mismo tiempo, el ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona, pretende eliminar del código penal como agravante el término femicidio.
El programa AcompañAr que otorga ayuda económica a víctimas de violencia de género fue reducido en un 98,63%. La línea 144 perdió el 28% de su presupuesto y el 42% de su personal. El 93,9% del presupuesto para programas de prevención del embarazo adolescente se redujo.
Se eliminó el Fondo de Asistencia Directa a Víctimas de Trata y el Programa Acercar Derechos que facilitaba el acceso a la justicia y el acompañamiento psicológico.
El presupuesto nacional en programas de salud sexual y reproductiva es el más bajo en nueve años: no hubo entregas de medicamentos para las interrupciones voluntarias de embarazos ni fue correcto el abastecimiento y distribución de métodos anticonceptivos.
Podemos continuar en la enumeración de políticas desguazadas del Estado, pero también resulta esencial ver el plano discursivo-ideológico para profundizar en el tema.
Más allá del ataque directo que sufrieron las mujeres y las disidencias en el discurso de Milei en Davos y que despertó una gran movilización histórica antifascista y antirracista el 1 de febrero en todos los rincones del país, la erosión de los vínculos de respeto hacia las mujeres y diversidades y sus reivindicaciones históricas también radica en la destrucción en términos generales y masivos del tejido social, de las redes comunitarias de contención. Leer el ataque y la avanzada de violencia hacia los sectores mencionados solo desde los lenguajes y discursos burdos de un presidente espectacularizado podría ser un error.
La violencia
El intelectual italiano Franco “Bifo” Berardi explica que el caso argentino como el resto de casos de extremas derechas a nivel global “no son elegidas a pesar de la violencia, sino por esa violencia que pregonan”, según una nota del medio feminista LATFEM. Allí se desglosa cómo desde la campaña, Javier Milei esgrime su motosierra haciéndola pública y explícita, toma la destrucción violenta como bastión de su plataforma política, haciendo gala de “la violencia al estilo gore”.
¿Quién apareció primero? ¿El huevo o la gallina? ¿Milei y su motosierra o una sociedad apropiada de las reglas de la violencia?
Para librar la batalla cultural, la Libertad Avanza pone sus armas sobre la mesa, agrede a las mujeres y las diversidades sexuales sin tapujos y reafirma su promesa electoral con sus fieles seguidores. Si bien no hay que desconocer que su agresividad hizo replantearse su voto a una parte de su electorado, no es la gran mayoría: la pérdida de su imagen positiva fue en una parte por sus medidas económicas y/o por el escándalo de la estafa cripto.
La violencia se esparció ya no solo en los lugares donde no llegaba el Estado y que los espacios comunitarios, las organizaciones sociales y las instituciones intentaban contener, sino que también se apropió de las herramientas del Estado para destruir a los espacios comunitarios, las organizaciones sociales y las instituciones. ¿El resultado? Una sociedad atravesada por la violencia y los lazos comunitarios destruidos sin capacidad de contención.
En su nota de El Cohete a La Luna, Esteban Rodriguez Alzueta explica que algunos funcionarios “se olvidan que la comunidad no es un organismo natural sino una construcción política. Le corresponde también al Estado vigorizar la trama comunitaria, y le conviene que sea así porque las instituciones comunitarias pueden llegar donde las agencias estatales no llegan o tardan en llegar. En vez de organizar a la comunidad se dedicaron a ‘desintermediarla’”.
Los números hablan por sí solos. En los primeros dos meses del 2025 hubo un femicidio cada 29 horas según el Observatorio Nacional MuMaLá, 48 en total. Otro dato a tener en cuenta es que hubo 182 intentos de femicidios, es decir, uno cada ocho horas. No solo la violencia de género se acrecentó, sino que las herramientas estatales y las redes de contención y acción comunitaria no dan abasto para prevenir las agresiones.
Entre la última semana de enero y la primera de febrero hubo por lo menos cuatro ataques a lesbianas que mostraban abiertamente su orientación sexual. Un hombre prendió fuego la casa de una pareja de lesbianas y su familia, ellas habían decidido irse porque el hombre las venía hostigando hace tiempo. Una pareja que caminaba de la mano a plena luz del día en el barrio porteño de Recoleta fue golpeada por un hombre después de que les preguntará: “¿Por qué se visten como hombres si son mujeres?”. En La Plata, una mujer fue perseguida por un hombre luego de haber participado de la Asamblea Antifascista, el mismo hombre había apuñalado a una mujer de 63 años en la vía pública momentos antes. Una militante reconocida de la comunidad LGBTIQ+ en Orán (Salta) fue agredida en su propia casa por un hombre que intentó asfixiarla mientras dormía y luego intentó asesinarla con siete puñaladas.
Lo discursivo traspasa lo plano y toma otra dimensión material gracias al aval presidencial.
¿Y ahora qué?
Como mencionamos, Milei puso sus armas sobre la mesa: ¿qué acciones vamos a desenfundar para resistir pero también avanzar desde el movimiento feminista?
La pregunta radica en si vale la pena obnubilarse con los discursos provocadores del presidente, cuyo objetivo es reafirmar las ideas de su electorado o si somos capaces de salir de esa espectacularización de la imagen de Milei y sus aliados. Ojo, no quiero decir que hay que obviar ni minimizar las agresiones, hay que mencionarlas para denunciarlas pero tal vez, acompañadas de acciones que permitan salir de la “calle online” al verdadero escenario de disputa: las calles reales, los espacios de encuentro, las denuncias y los reclamos colectivos, la organización de la resistencia.
El gobierno ubica a quienes agredió en un lugar de pasividad, y no sólo a los movimientos feministas y de la comunidad LGBTIQ+, sino también a jubilados y jubiladas, a estudiantes, a trabajadores y trabajadoras. Todos estos sectores se encuentran amenazados directa o indirectamente porque también son parte de un colectivo u otro, se entrelazan. Es así que la transversalidad de la lucha también es fundamental para hacer frente a la desintegración social.
En este 8M cabe preguntarse ¿Cuál es el siguiente paso?
Agustina Flores
Hija de los vientos patagónicos. Compañera (in)esperada de la militancia para la liberación. Entusiasta del puño y la letra. Lo personal es político, el periodismo también.
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El último encuentro, realizado en el año 2019 en la ciudad de La Plata, incluyó en su sistema de debate el replanteamiento del nombre que llevaría en adelante el mismo, a raíz de la necesidad de incluir distintos colectivos de géneros.
Luego de dos años sin su realización, debido a la crisis sanitaria del Covid-19, se llevó adelante el trigésimo quinto (35º) Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, Intersexuales, Bisexuales y No Binaries (MLTTBINB), en la ciudad de San Luis, territorio Huarpe, Comechingón y Ranquel, entre los días 8 y 10 de octubre.
La propuesta implicó la re problematización, debate, escucha y planeamiento de estrategias y políticas públicas para transformar las realidades de abuso sexual, violación, discriminación, represión y otras violaciones a los derechos humanos que sufren en la actualidad tanto mujeres como disidencias, a través de más de 100 talleres. La concurrencia fue aproximadamente de 150 mil implicadas e implicades.
“Estamos con mucha alegría de volver a estos espacios de encuentro, discusión, talleres y debate político, lo cual nos hacía falta, nos costó mucho avanzar en la idea del encuentro plurinacional, pero era algo súper necesario en este contexto de avasallamiento contra los pueblos originarios”, declaró la Diputada Nacional Mónica Macha, ante las comunicadoras del medio Trinchera, que realizó la cobertura del Encuentro.
“Conversando con las distintas compañeras me fui encontrando con que dentro de las comisiones, las discusiones se fueron dando en torno a un debate muy honesto, sosteniendo la unidad, pero sin que esto ponga un freno de profundidad en lo que se puede hablar y en lo que no, y eso me parece una buena medida”, desarrolló la Diputada Nacional.
Desde la perspectiva legislativa, la escucha en carne propia de las problemáticas que pueden trascender a las víctimas es un gran material para el trabajo a realizar: “Hay muchas cosas que surgen de las propias compañeras que nos sirven para pensar las políticas públicas, ya que son las protagonistas de distinta situaciones problemáticas, y que dentro de las mismas siempre plantean un horizonte de salida, por lo que, para mí, es un espacio de mucha escucha y aprendizaje”.
Por otro lado, Macha hizo hincapié en la necesidad de la creación de una política que brinde protección y reparación a las víctimas de violencia intrafamiliar, un terreno difícil de penetrar judicialmente: “Ayer hicimos la primera asamblea de madres protectoras, donde había cientas de compañeras contando su experiencia, lo cual me parece súper importante para la creación de políticas públicas de contención para quienes sufren abusos sexuales en un contexto intrafamiliar, así como para la crítica al poder judicial en la tratativa de estos casos, que es un horror”.
El último encuentro, realizado en el año 2019 en la ciudad de La Plata, incluyó en su sistema de debate el replanteamiento del nombre que llevaría en adelante el mismo, a raíz de la necesidad de incluir distintos colectivos de géneros y la interseccionalidad que abraza la plurinacionalidad. Además, en ese entonces, se decidió que el próximo encuentro sería ejecutado en San Luis, así como en el presente se eligió la ciudad de Bariloche en Río Negro para la próxima edición, en solidaridad con la represión ejercida sobre el Pueblo Mapuche en esa provincia.
En la misma línea, Sol Castillo, referenta del Frente de Géneros y Diversidades de Corriente NuestraPatria, relató algunas vivencias de lo acontecido durante el fin de semana para Radio Trinchera: “No nos encontrábamos desde 2019, cuando se debatió el cambio de nombre en pos de repensar qué luchas iban a ser representadas desde el encuentro, y que sin dudas fue una decisión acertada según lo visto en esta jornada”.
“Una de las consignas más trascendentales del encuentro fue el repudio a la represión al pueblo mapuche en la ciudad de Villa Mascardi, y en ese sentido se hicieron distintas reivindicaciones a casos que aún exigen justicia e investigaciones como el de Guadalupe Lucero, una niña de 6 años que desapareció cuando jugaba con sus primos en la calle, y de la que no se sabe nada a pesar de los más de 400 allanamientos y más de 100 celulares intervenidos en el caso”, desarrolló la militante de la Corriente Nuestra Patria, a la hora de recopilar los hechos más importantes.
Otro de los reclamos que se extendió a todo el movimiento feminista en los distintos talleres, fue el pedido de justicia por Emilia Uscamayta Curi, estudiante de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata y militante de los derechos de las mujeres y los pueblos originarios, que murió el 1 de enero de 2016, en una fiesta ilegal, organizada por empresarios de la noche platense y garantizada por funcionarios del intendente del PRO, Julio Garro. Causa que aún permanece impune, próxima al comienzo del juicio el siguiente 17 de octubre.
En esecontexto, la integrante de Generos y Diversidades aseguró: “Nosotras desde la Corriente Nuestra Patria llevamos como bandera el caso de Emilia Uscamayta Curi, y lo planteamos en los distintos talleres de los que participamos”.
Finalmente, Castillo confirmó la decisión de realizar el próximo encuentro plurinacional en la provincia de Río Negro, y explicó los motivos que lo decantaron: “El trigésimo sexto encuentro se hará en Bariloche, en solidaridad con las hermanas mapuches que están detenidas y en con la represión en general hecha en este suelo, donde se está desplegando hace tiempo un operativo de militarización a favor de privatización de los terrenos”.
¿Dónde están las mujeres antes, durante y después de las guerras? La pregunta dispara el análisis de la politóloga española Irene Zugasti, especializada en género y conflictos bélicos, en diálogo con Trinchera.
Las guerras fueron históricamente leídas desde la lupa masculina: ellos, los que empuñan las armas, los heridos, los caídos, los que batallan, los que ponen el cuerpo. ¿Dónde están las mujeres en los conflictos armados? ¿Solo sufren, curan y esperan en silencio? Irene Zugasti Hervás es politóloga y periodista española, se especializa en género y conflictos bélicos, en particular en la región de Ucrania. En diálogo con Trinchera, asegura la importancia de “despatriarcalizar” las guerras desde “una mirada anticolonial, antirracista y antiimperialista”.
Mujeres víctimas y mujeres verdugas. Las que se militarizan, para ejércitos imperialistas o de liberación nacional. La construcción de las mujeres como “amenaza de subversión” por parte de la OTAN y el rol del feminismo ante estos conflictos. “No se me ocurre una guerra híbrida más antigua, más vigente y que más víctimas se ha cobrado como la guerra contra las mujeres”, afirma Zugasti al otro lado de la videoconferencia desde Madrid.
—¿Qué implica hacer una lectura con perspectiva de género, o incluso feminista, de los conflictos bélicos?
—Para empezar, creo que aplicar esa mirada de género es muy sencillo. Cynthia Enloe, una teórica de los feminismos decoloniales lo explicaba muy bien en los ‘90. Decía que es tan fácil como preguntarse: ¿dónde están las mujeres? Porque con este debate me han dicho muchas veces “las feministas ya están hablando de mujeres en algo tan masculinizado como es una guerra, donde la mayoría de las bajas, al menos en el frente de batalla, son masculinas”. Pero yo replico: somos el 50% de la población, también somos el 50% de las guerras.
Si queremos dar un paso más en la perspectiva feminista implica feministizar o despatriarcalizar los conflictos, es decir, usar las herramientas del feminismo crítico, anticolonial, de base, para intentar que conflictos como el de Ucrania o muchos otros que hay en el mundo no generen las consecuencias que tienen en la vida de las personas antes, durante y después de su desarrollo.
—¿Cuál es tu análisis respecto a los distintos roles que ocupan las mujeres en los conflictos bélicos?
—Carol Cohn, otra investigadora, habla de dos formas en las que son vistas las mujeres: víctimas o verdugas, dependiendo mucho del contexto. Por un lado, la victimización de mujeres en las guerras es muy tramposa. Las mujeres sufrimos violencias específicas de género en las guerras, como son la trata con fines de explotación sexual, el tráfico de mujeres y niñas, la violencia sexual como arma de guerra, la violencia económica, la multiplicación de la violencia de género en el seno de los hogares, entre otras. Sin embargo, muchas veces esa victimización se hace sin nosotras: somos víctimas en tanto servimos para atacar al enemigo: “es que este ejército viola mujeres…, es que este país trafica mujeres…”. Pero no se les pregunta a ellas cuáles son esas violencias, quiénes están en el terreno trabajando. De poco sirve reivindicar que esas violencias existen, si no tenemos capacidad para que las mujeres tomen agencia y puedan combatirlas.
Sobre el rol de verdugas, hay que entender que si bien las relaciones internacionales, la guerra y la diplomacia son terrenos muy masculinizados, no quiere decir que no haya mujeres con posiciones importantes a la hora de definir los conflictos en los que mueren millones de personas. Un conflicto como el de Ucrania no se entendería sin personajes como Madeleine Albright -ex secretaria de Estado de Estados Unidos-, Victoria Nuland -ex vocera del Departamento de Estado y actual subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos de EEUU- o Hillary Clinton. Además, las cinco CEOs de las principales empresas armamentísticas de Estados Unidos son mujeres.
Pero hay otros roles por fuera de estos dos: las activistas pacifistas, las que se movilizan contra el conflicto armado, o incluso a favor del mismo, las figuras políticas; todas ellas también están allí.
—Hace poco más de un mes, Boris Johnson aseguró que si Putin fuera mujer, la guerra no habría sucedido, y que esto era ejemplo de su “masculinidad tóxica”. Putin le recordó la guerra por las Islas Malvinas, impulsada por Margaret Thatcher a la cabeza de Gran Bretaña. ¿Qué supone leer como triunfo la ocupación de esos roles de poder, así como la feminización de los ejércitos, en el marco de guerras imperialistas?
—Madrid tuvo el dudoso honor de acoger la cumbre de la OTAN. Estaban todos los caballeros reunidos y a las primeras damas se las llevó a comprar, a cenar, a ver un pueblito, un museo, lo que mostró la limitación que tiene la OTAN para legitimarse incluso desde este punto de vista. También hubo una mesa sobre Mujer y Conflicto, en la que se propuso la idea esencialista de que “la incorporación de mujeres a los ejércitos va a ser una garantía de paz”, que “las mujeres somos pacíficas por naturaleza”. Falsedades que están demostradas porque hay países con un alto nivel de feminización de sus ejércitos, como Hungría, y eso no asegura que tenga más valores democráticos, ni igualdad de oportunidades. Más mujeres no significa ni más feminismo, ni más democracia, ni mucho menos más paz.
En todo esto hay una buena noticia: pese a que la OTAN lanzó hace relativamente poco una línea de Mujer, Paz y Seguridad para lavar su imagen masculinizada y patriarcal, los últimos informes indican que las mujeres en general, que son en torno al 12 y 15% de los ejércitos de los países miembro de este organismo, no están queriendo enrolarse a ejércitos imperialistas. Esto no significa un enfoque esencialista, no creo que seamos pacíficas por naturaleza. De hecho, hay ejemplos de mujeres que han tomado las armas por causas políticas diferentes y han demostrado que pueden ser estupendas estrategas militares, como las kurdas, las palestinas, las zapatistas, las mujeres en la guerra civil española.
—¿Qué mirada existe sobre aquellas que se militarizan en ejércitos de liberación nacional o de milicias populares?
—Cuando la propaganda es a favor de la guerra y las mujeres se militarizan para ejércitos imperialistas, entonces aparece la imagen de la mujer como amazona, fetichizada, idealizada; unas soldados bellísimas. En cambio, cuando las mujeres toman las armas por iniciativa propia en ejércitos o levantamientos populares y tienen autonomía decisoria, empieza a incomodar, la propaganda es contraria, y se las brutaliza, masculiniza, afea; se las deshumaniza.
En esta última cumbre, la OTAN contempló a las mujeres como “amenazas híbridas” entre sus líneas estratégicas. Esto es muy peligroso: las mujeres que reclamen por sus derechos de liberación nacional, de género, indígenas, etc., a través de la lucha armada pueden estar dentro de las estrategias de seguridad nacional e internacional. Nos obliga a estar atentas en este contexto en que estamos viendo cómo, por ejemplo, en gran parte de América Latina, el movimiento feminista es un motor de transformación social y política interesante, y cuán fácil puede ser convertir esto en una “amenaza de subversión”.
Última Cumbre de la OTAN en Madrid, España.
—Vuelve a aparecer el doble estándar respecto a las guerras que supuestamente se hicieron en nombre de los derechos humanos, para liberar a las mujeres.
—Un ejemplo muy claro de esto es Estados Unidos en Afganistán: después de los atentados del 11 de septiembre, hubo una campaña terrible por los derechos humanos de las mujeres bajo el régimen talibán, pero se les olvidó decir que ellos mismos habían provocado esta situación. Y ahora han abandonado Afganistán, en la peor situación posible y ya no les importan las condiciones en las que viven las mujeres, y han olvidado a aquellas que están en el terreno.
Lo mismo sucede con Ucrania: de repente se rasgan las vestiduras porque hay trata de mujeres, vientres de alquiler, pero esos problemas no crecen en una noche. Si hay trata y tráfico de mujeres, si hay violencia sexual, es porque durante décadas las mujeres han sido vulnerables y carne de cañón en la crisis económica.
—En este mismo sentido aparecen las ayudas humanitarias y las violencias de género en supuestas épocas de paz.
—En los últimos años hemos visto el “Me Too” de la Cooperación Internacional. Sin embargo, se señala la violencia sexual siempre en el enemigo y no se asume que pueden ser los propios los que la ejercen. Por ejemplo, OXFAM o el ejército francés en República Centroafricana tuvieron denuncias de violencia sexual en ayudas humanitarias. Esto hasta hace muy poco estuvo silenciado, y aún así, los testimonios no son cuestionados solo cuando el enemigo es el agresor. Tu testimonio va a valer lo que valga el bando en el que estás situada.
—¿Cuál crees que debe ser el posicionamiento del feminismo ante estos conflictos?
—Una visión feminista para estos conflictos debería tener una mirada anticolonial, antirracista y antiimperialista. Entender que estas guerras son parte de las dinámicas del capitalismo, y que debemos tener un papel muy activo porque, al igual que lo personal es político, lo internacional es político, y lo internacional es personal. En este sentido, el activismo pacifista me parece muy interesante: en él podemos ubicar a las Madres y Abuelas de Plaza Mayo, las Madres rusas contra la guerra, y otras corrientes políticas. Es curioso que suelen ser mujeres quienes lo encabezan.
Además, las feministas hemos demostrado que somos el movimiento político transformador más importante al día de hoy. Nuestros cuerpos sufren estos conflictos en todas las dimensiones, incluso en aquellos en los que creemos justos.No se me ocurre una guerra híbrida más antigua, más vigente y que más víctimas se ha cobrado como la guerra contra las mujeres. Por eso, si conquistamos espacios como los ejércitos o las relaciones internacionales o la diplomacia, que sea para ejercer una mirada feminista y pacifista, y no para seguir engordando la industria militarista o el capitalismo destructivo que está prendiendo en llamas al mundo.
Delfina Venece
Nací en el interior de Buenos Aires: los porteños nos confunden con Parque Chacabuco. De crianza gorila, devenida en pseudo-troska por contraste, hoy peronista por convicción. Mi canción favorita a los 10 años era Los Salieris de Charly, de León Gieco.
El debate sobre la situación de la mujer en el mundo islámico tomó fuerza en los últimos años, aunque está contaminado por clichés y prejuicios colonialistas e islamófobos, que dificultan significativamente su análisis.
Para aproximarnos y comprender, al menos un poco, el feminismo islámico, es fundamental dejar de pensar al Islam como una religión, y comenzar a entenderlo como una cosmovisión, un proyecto ideológico que interpreta la realidad en su totalidad: económica, social, cultural, ética, política y, entre ellas, espiritualmente.
En este contexto, no se puede abordar al Islam, a “los países islámicos”, “los musulmanes” o “las musulmanas”, como un todo homogéneo o un modo de vida monolítico, como se intentó construir históricamente desde el mundo occidental, ya que incluye una población diversa y heterogénea de 1.900 millones de personas en latitudes geográficas y sociales muy diversas, y por lo que sería imposible que se viva y exprese de igual forma en todos lados y en cada persona.
No es lo mismo ser una mujer musulmana en los países árabes o islámicos, que en Europa, Estados Unidos o Latinoamérica. Y, a su vez, no es igual serlo al interior del mundo musulmán, donde cada país ha implementado políticas, leyes e ideas distintas, que van desde un Túnez con aborto legal establecido en 1973, hasta un Arabia Saudí que aún permite la lapidación y donde recién hace unos pocos años se autorizó a las mujeres a conducir autos.
Lo que siempre entra en juego ante la concepción monolítica y superficial de las mujeres musulmanas, es la mirada del hemisferio occidental y de los feminismos occidentales sobre estas mujeres: una mirada racista, islamófoba y paternalista.
La imagen de la mujer occidental libre se ha construido en el imaginario social como oposición a la mujer árabe o musulmana, que parece estar velada, encerrada, oprimida, pasiva, con su voz y su capacidad de agencia totalmente anuladas. Por lo que “hay que salvarlas”, “sacarlas” de sus países, de su religión o de su cosmovisión con tal de adaptarlas a los parámetros de vida, y de perspectiva feminista, de Occidente.
Para el feminismo islámico, la crítica vale tanto para el patriarcado entre los musulmanes y las leyes islámicas, como para el feminismo hegemónico occidental. Entienden que es un discurso colonialista y excluyente de las mujeres del llamado Tercer Mundo: la mujer musulmana les significa un mero objeto de estudio, nunca un sujeto en sí misma, concebida como subdesarrollada, analfabeta, pasiva, sexualmente reprimida. El estigma alentado por occidente ha decidido que la vida de las mujeres musulmanas que viven en el mundo islámico está sobredeterminada por el Islam.
Y entonces se pregunta, ‘¿cómo puede una mujer musulmana, que sigue “una religión machista”, que usa hiyab, ser feminista? ¿Cómo puede serlo si el feminismo no se condice con el Corán, las leyes islámicas y sus tradiciones? ¿Cómo las salvamos si ellas no tienen voz, no pueden hacer nada, sufren pasivamente?’.
El feminismo islámico vino a dar una vuelta a este debate. No solo puedo ser feminista -dicen estas mujeres-, sino que también puedo construir una trasformación feminista desde la religión, con o sin velo, pero particularmente desde y con el Islam y el Corán.
Antes de sumergirnos de lleno en la propuesta de este feminismo tan poco reconocido en el mundo, es necesario comprender que la cuestión de género en el mundo islámico no surge sin raíces ni cimientos. El feminismo islámico se nutre de la tradición feminista de las mujeres en el mundo árabe de los siglos XIX y primeras décadas del XX, fundamentalmente en Egipto, Líbano y Siria, donde comienza la Nahda o “despertar cultural árabe”.
En ese momento, muchas mujeres se posicionaron en torno a una ideología feminista, que era secular, laica y nacionalista, ya que nacía en el marco de los procesos de los movimientos nacionalistas árabes, que intentaban desprenderse del colonialismo europeo y de la dominación del Imperio Otomano. También la idea de modernidad social y política estaba latente e invitaba a igualar feminismo a modernidad, y religión a tradición y atraso. Por esta razón, el feminismo árabe supo ir en contra de la religiosidad al interior del movimiento, con una concepción en la que ‘ser moderno’ equivalía a sacarse el velo o el hiyab, y en la que esencialmente feminismo e Islam eran incompatibles.
Las mujeres árabes, a quienes les llevó tiempo definirse feministas porque entendían este concepto como propio del colonialismo y ajeno a sus luchas, obtuvieron avances significativos al calor de la resistencia. Por ejemplo, en Egipto aumentó el número de mujeres universitarias, se consiguió el derecho a voto y a elección en el país y, por primera vez, una mujer fue ministra.
Una figura clave de estos logros fue la egipcia Huda Sha’arawi, pionera del movimiento feminista egipcio y árabe, quien realizó uno de los actos más simbólicos y revolucionarios para la época: en 1923 se quitó públicamente el velo frente a cientos de mujeres que habían ido a recibirla a la estación de El Cairo tras asistir a un congreso de la Alianza Internacional de Mujeres en Roma.
“El velo arrancado”, Huda Sha’arawi – Archivo
Shaarawi luchó por la educación de las mujeres y su derecho a la vida pública. Reivindicó el voto feminino, acceso al mundo laboral, prohibición de la poligamia, aumento en la edad de matrimonio de las niñas, entre otras causas. Consiguió el permiso para realizar reuniones de mujeres en la Universidad Egipcia, fundó en 1920 el Comité Central de Mujeres del Partido Wafs (primera organización política de mujeres de la región) y en 1923 la Unión Feminista Egipcia (primera organización feminista del país), desde donde se planteaba la necesidad de facilitar el acceso a la universidad y la función pública, pero también cuestiones relativas al velo, el divorcio o la poligamia.
Partiendo de estas bases de organización de las mujeres, el movimiento feminista islámico emerge cerca de los años 90, pero en otro contexto totalmente distinto: en el escenario árabe se consolidaba la reislamización de los países y las sociedades, un proceso que había comenzado en los años 70. Las sociedades y los Estados árabes atravesarían un giro hacia el conservadurismo, motivado por varios acontecimientos, como la victoria de Israel en la guerra de los Seis Días -en 1967- y el consecuente fracaso del proyecto de unidad de todos los pueblos árabes, y el enriquecimiento de los países del Golfo, que aprovecharían las necesidades económicas y el descontento popular presente en diversos Estados árabes para difundir un modelo de islam tradicional de corte conservador. Con esto, se promoverían acciones patriarcales, restringiendo la presencia de las mujeres y su posibilidad de interferir en la esfera pública.
En este marco, las mujeres musulmanas empezaron a construir una identidad feminista como respuesta a esta opresión. Sin embargo, contrario a lo que se podría suponer si no nos interiorizamos en el tema, no se originó como resistencia a la islamización que se materializaba en sus territorios, sino para aportar una perspectiva feminista que pise fuerte en ese proceso de cambio. Reconociendo las estructuras brutalmente patriarcales en las sociedades de mayoría árabe o musulmana, pero sosteniendo que no son una problemática ni exclusiva ni intrínseca de estas realidades.
La organización feminista Sisters In Islam (Hermanas en el Islam) fue creada por referentas como Zainah Anwar y Amina Wadud, entre otras, en 1988 con la impronta de responderse: “Si Dios es justo como el Islam, ¿por qué las leyes y políticas hechas en nombre del Islam crean injusticia?”, y comenzó una búsqueda perseverante de soluciones al problema de la discriminación contra las mujeres musulmanas en nombre del Islam.
Este feminismo piensa y lucha desde el Islam: la fuente de su emancipación, de la igualdad de género y la liberación femenina, la encuentran en el Corán y en la tradición del Profeta Mahoma. Las mujeres musulmanas plantean que para transformar las problemáticas de género y las violencias contra las mujeres en estas sociedades, no debe excluirse su religión y su modo de entender el mundo, porque el Islam no es intrínsecamente patriarcal: el patriarcado dentro de los países islámicos es el resultado de la forma en que los intérpretes masculinos han leído los textos islámicos.
Es decir, sostiene que la opresión de las mujeres tiene que ver con la lectura e interpretación sesgadaque los hombres han hecho hace siglos de los textos sagrados. Y, por lo tanto, para luchar contra el patriarcado deben deconstruirse las interpretaciones machistas y encontrar en las palabras y pasajes del Corán y de la tradición del Profeta, la igualdad y la libertad de las mujeres.
Una tarea que se vuelve esencial teniendo en cuenta que la interpretación del Corán afecta la forma en que se redactan e implementan las leyes islámicas o la Sharía.Y una tensión entre texto sagrado e interpretación que es fundamental para que muchas mujeres musulmanas, que en reiterados casos pasan su vida creyendo que hay violencias justificadas por la tradición islámica, den con la posibilidad de pensar que la ley islámica no es divina, sino que puede estar sujeta a discusiones.
En este sentido, como ha dicho Zainah Anwar, “Invocar a la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW) no es suficiente para convencer a estas mujeres (musulmanas en Malasia) de sus derechos, porque no tiene ninguna resonancia para ellas. El Islam, por otro lado, es una fuente de valores y principios”. Anwar camina las aldeas de Malasia para contarles a las mujeres sobre sus derechos, donde se enfrenta a preguntas sobre la ley islámica del tipo ‘¿No dice el Islam que un hombre tiene derecho a golpear a una mujer? ¿No dice el Islam que una mujer debe obedecer a su marido? ¿No dice el Islam que un hombre tiene derecho a tener cuatro esposas?’. La difusión de la re-interpretación y re-apropiación del Islam se vuelve también tarea urgente para este feminismo.
Frente al feminismo islámico, resurge el escandaloso fantasma que tanto preocupa al feminismo hegemónico y, por qué no, al árabe: feministas con hiyab. El velo no resulta un símbolo de la opresión para muchas de las mujeres musulmanas identificadas con este feminismo. La dicotomía entre mujer cubierta como sinónimo de sumisa y descubierta como equivalente de empoderada recae en un reduccionismo solo basado en estereotipos externos. Más bien -explican las feministas islámicas- el problema radica en el criterio de libertad que lo rodea: su imposición, en países como Arabia Saudí e Irán, o su prohibición, en países que se pretenden voceros de la libre elección.
Muchas mujeres entienden al velo o hiyab como una identidad política, a través de una espiritualidad que le da un significado liberatorio. Y, lejos de encontrarlo un modo de opresión, ven en el velo un caballo de Troya que Occidente ha utilizado muchas veces para esconder sus agendas socio-políticas coloniales, en las que el discurso feminista -o que se propone como tal- no queda excluido.
Huseyin Aldemir / REUTERS
Algunas activistas del feminismo islámico dirán que en el Corán hay ciertos rastros machistas que han sido “sobredimensionados” por la tradición islámica y que son reflejo de la cultura patriarcal dominante en Medio Oriente al momento de su interpretación. Otras investigadoras del tema, como la referente sirio-española Sirin Adlbi Sibai, dirán “El feminismo islámico es una redundancia. El islam es igualitario”, y en realidad lo patriarcal es el colonialismo -también al interior del feminismo-, por lo que hay que ir más allá, hacia un pensamiento islámico decolonial.
En este punto es importante destacar que el feminismo islámico no se articula concretamente como un activismo territorial, al menos hasta ahora, como sí lo hizo y hace el árabe, sino más bien se construye como un pensamiento académico e intelectual, que encuentra su motor no tanto en los países islámicos, sino en mujeres musulmanas que viven en Estados Unidos o Europa, donde han tenido mayor acceso a la lectura y la reflexión a partir de los textos sagrados. A diferencia del feminismo árabe, que se reconocía nacionalista, este nace al mismo tiempo en el mundo islámico y en Occidente -a partir del crecimiento de las sociedades musulmanas-, por lo que se trata de un movimiento mundial.
Del mismo modo, debe resaltarse que la lucha de las mujeres musulmanas contra las violencias en los Estados islámicos existe: contra la mutilación genital femenina, la poligamia, los crímenes de honor, las pruebas de virginidad, los matrimonios forzados o infantiles, por el divorcio, derechos de familia, entre otros. Aunque aún no logra articularse en torno al denominado feminismo islámico y, necesario aclarar, varía muchísimo de acuerdo al país, las experiencias de las mujeres allí, la organización política, las intervenciones extranjeras, la militarización del territorio, etcétera.
Hace poco más de una década el feminismo está en ascenso en los países del mundo islámico. Durante las protestas conocidas como la Primavera Árabe (2010 – 2012), la participación de las mujeres árabes y musulmanas en el proceso político ganó una nueva visibilidad y marcó un nuevo punto de inflexión en el movimiento de mujeres, que se constituyó como un actor político. La mirada atónita de Occidente ante la resistencia feminista en la región no se corresponde con la larga historia de defensa activa de las mujeres árabes y musulmanas por sus derechos y su emancipación.
Sin embargo, los avances que resultaron de la Primavera Árabe han estado más vinculados a cambios en la cultura y la conciencia social de las mujeres, que con progresos en el ámbito de los derechos y las libertades. Asimismo, en un momento de cambio y agitación dentro del mundo islámico, las mujeres se están articulando cada vez más en una visión del futuro que incluye la igualdad de género y la justicia social de la mano de su fe. Más aún, tiene el feminismo islámico un gran camino por recorrer ahora que son cada vez más las mujeres musulmanas con acceso a la lectura del Corán, y que ya no dependen de interpretaciones mediadas por hombres.
Nací en el interior de Buenos Aires: los porteños nos confunden con ParqueChacabuco.De crianza gorila, devenida en pseudo-troska por contraste, hoyperonista por convicción.Mi canción favorita a los 10 años era Los Salierisde Charly, de León Gieco.
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