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¿Dónde están las mujeres antes, durante y después de las guerras? La pregunta dispara el análisis de la politóloga española Irene Zugasti, especializada en género y conflictos bélicos, en diálogo con Trinchera.

Las guerras fueron históricamente leídas desde la lupa masculina: ellos, los que empuñan las armas, los heridos, los caídos, los que batallan, los que ponen el cuerpo. ¿Dónde están las mujeres en los conflictos armados? ¿Solo sufren, curan y esperan en silencio? Irene Zugasti Hervás es politóloga y periodista española, se especializa en género y conflictos bélicos, en particular en la región de Ucrania. En diálogo con Trinchera, asegura la importancia de “despatriarcalizar” las guerras desde “una mirada anticolonial, antirracista y antiimperialista”.

Mujeres víctimas y mujeres verdugas. Las que se militarizan, para ejércitos imperialistas o de liberación nacional. La construcción de las mujeres como “amenaza de subversión” por parte de la OTAN y el rol del feminismo ante estos conflictos. “No se me ocurre una guerra híbrida más antigua, más vigente y que más víctimas se ha cobrado como la guerra contra las mujeres”, afirma Zugasti al otro lado de la videoconferencia desde Madrid.

—¿Qué implica hacer una lectura con perspectiva de género, o incluso feminista, de los conflictos bélicos?

—Para empezar, creo que aplicar esa mirada de género es muy sencillo. Cynthia Enloe, una teórica de los feminismos decoloniales lo explicaba muy bien en los ‘90. Decía que es tan fácil como preguntarse: ¿dónde están las mujeres? Porque con este debate me han dicho muchas veces “las feministas ya están hablando de mujeres en algo tan masculinizado como es una guerra, donde la mayoría de las bajas, al menos en el frente de batalla, son masculinas”. Pero yo replico: somos el 50% de la población, también somos el 50% de las guerras.

Si queremos dar un paso más en la perspectiva feminista implica feministizar o despatriarcalizar los conflictos, es decir, usar las herramientas del feminismo crítico, anticolonial, de base, para intentar que conflictos como el de Ucrania o muchos otros que hay en el mundo no generen las consecuencias que tienen en la vida de las personas antes, durante y después de su desarrollo.

—¿Cuál es tu análisis respecto a los distintos roles que ocupan las mujeres en los conflictos bélicos?

Carol Cohn, otra investigadora, habla de dos formas en las que son vistas las mujeres: víctimas o verdugas, dependiendo mucho del contexto. Por un lado, la victimización de mujeres en las guerras es muy tramposa. Las mujeres sufrimos violencias específicas de género en las guerras, como son la trata con fines de explotación sexual, el tráfico de mujeres y niñas, la violencia sexual como arma de guerra, la violencia económica, la multiplicación de la violencia de género en el seno de los hogares, entre otras. Sin embargo, muchas veces esa victimización se hace sin nosotras: somos víctimas en tanto servimos para atacar al enemigo: “es que este ejército viola mujeres…, es que este país trafica mujeres…”. Pero no se les pregunta a ellas cuáles son esas violencias, quiénes están en el terreno trabajando. De poco sirve reivindicar que esas violencias existen, si no tenemos capacidad para que las mujeres tomen agencia y puedan combatirlas.

Sobre el rol de verdugas, hay que entender que si bien las relaciones internacionales, la guerra y la diplomacia son terrenos muy masculinizados, no quiere decir que no haya mujeres con posiciones importantes a la hora de definir los conflictos en los que mueren millones de personas. Un conflicto como el de Ucrania no se entendería sin personajes como Madeleine Albright -ex secretaria de Estado de Estados Unidos-, Victoria Nuland -ex vocera del Departamento de Estado y actual subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos de EEUU- o Hillary Clinton. Además, las cinco CEOs de las principales empresas armamentísticas de Estados Unidos son mujeres.

Pero hay otros roles por fuera de estos dos: las activistas pacifistas, las que se movilizan contra el conflicto armado, o incluso a favor del mismo, las figuras políticas; todas ellas también están allí.

Hace poco más de un mes, Boris Johnson aseguró que si Putin fuera mujer, la guerra no habría sucedido, y que esto era ejemplo de su “masculinidad tóxica”. Putin le recordó la guerra por las Islas Malvinas, impulsada por Margaret Thatcher a la cabeza de Gran Bretaña. ¿Qué supone leer como triunfo la ocupación de esos roles de poder, así como la feminización de los ejércitos, en el marco de guerras imperialistas?

—Madrid tuvo el dudoso honor de acoger la cumbre de la OTAN. Estaban todos los caballeros reunidos y a las primeras damas se las llevó a comprar, a cenar, a ver un pueblito, un museo, lo que mostró la limitación que tiene la OTAN para legitimarse incluso desde este punto de vista. También hubo una mesa sobre Mujer y Conflicto, en la que se propuso la idea esencialista de que “la incorporación de mujeres a los ejércitos va a ser una garantía de paz”, que “las mujeres somos pacíficas por naturaleza”. Falsedades que están demostradas porque hay países con un alto nivel de feminización de sus ejércitos, como Hungría, y eso no asegura que tenga más valores democráticos, ni igualdad de oportunidades. Más mujeres no significa ni más feminismo, ni más democracia, ni mucho menos más paz. 

En todo esto hay una buena noticia: pese a que la OTAN lanzó hace relativamente poco una línea de Mujer, Paz y Seguridad para lavar su imagen masculinizada y patriarcal, los últimos informes indican que las mujeres en general, que son en torno al 12 y 15% de los ejércitos de los países miembro de este organismo, no están queriendo enrolarse a ejércitos imperialistas. Esto no significa un enfoque esencialista, no creo que seamos pacíficas por naturaleza. De hecho, hay ejemplos de mujeres que han tomado las armas por causas políticas diferentes y han demostrado que pueden ser estupendas estrategas militares, como las kurdas, las palestinas, las zapatistas, las mujeres en la guerra civil española. 

—¿Qué mirada existe sobre aquellas que se militarizan en ejércitos de liberación nacional o de milicias populares?

—Cuando la propaganda es a favor de la guerra y las mujeres se militarizan para ejércitos imperialistas, entonces aparece la imagen de la mujer como amazona, fetichizada, idealizada; unas soldados bellísimas. En cambio, cuando las mujeres toman las armas por iniciativa propia en ejércitos o levantamientos populares y tienen autonomía decisoria, empieza a incomodar, la propaganda es contraria, y se las brutaliza, masculiniza, afea; se las deshumaniza.

En esta última cumbre, la OTAN contempló a las mujeres como “amenazas híbridas” entre sus líneas estratégicas. Esto es muy peligroso: las mujeres que reclamen por sus derechos de liberación nacional, de género, indígenas, etc., a través de la lucha armada pueden estar dentro de las estrategias de seguridad nacional e internacional. Nos obliga a estar atentas en este contexto en que estamos viendo cómo, por ejemplo, en gran parte de América Latina, el movimiento feminista es un motor de transformación social y política interesante, y cuán fácil puede ser convertir esto en una “amenaza de subversión”. 

Última Cumbre de la OTAN en Madrid, España.

Vuelve a aparecer el doble estándar respecto a las guerras que supuestamente se hicieron en nombre de los derechos humanos, para liberar a las mujeres.

Un ejemplo muy claro de esto es Estados Unidos en Afganistán: después de los atentados del 11 de septiembre, hubo una campaña terrible por los derechos humanos de las mujeres bajo el régimen talibán, pero se les olvidó decir que ellos mismos habían provocado esta situación. Y ahora han abandonado Afganistán, en la peor situación posible y ya no les importan las condiciones en las que viven las mujeres, y han olvidado a aquellas que están en el terreno.

Lo mismo sucede con Ucrania: de repente se rasgan las vestiduras porque hay trata de mujeres, vientres de alquiler, pero esos problemas no crecen en una noche. Si hay trata y tráfico de mujeres, si hay violencia sexual, es porque durante décadas las mujeres han sido vulnerables y carne de cañón en la crisis económica.  

En este mismo sentido aparecen las ayudas humanitarias y las violencias de género en supuestas épocas de paz.

—En los últimos años hemos visto el “Me Too” de la Cooperación Internacional. Sin embargo, se señala la violencia sexual siempre en el enemigo y no se asume que pueden ser los propios los que la ejercen. Por ejemplo, OXFAM o el ejército francés en República Centroafricana tuvieron denuncias de violencia sexual en ayudas humanitarias. Esto hasta hace muy poco estuvo silenciado, y aún así, los testimonios no son cuestionados solo cuando el enemigo es el agresor. Tu testimonio va a valer lo que valga el bando en el que estás situada. 

¿Cuál crees que debe ser el posicionamiento del feminismo ante estos conflictos?

—Una visión feminista para estos conflictos debería tener una mirada anticolonial, antirracista y antiimperialista. Entender que estas guerras son parte de las dinámicas del capitalismo, y que debemos tener un papel muy activo porque, al igual que lo personal es político, lo internacional es político, y lo internacional es personal. En este sentido, el activismo pacifista me parece muy interesante: en él podemos ubicar a las Madres y Abuelas de Plaza Mayo, las Madres rusas contra la guerra, y otras corrientes políticas. Es curioso que suelen ser mujeres quienes lo encabezan.

Además, las feministas hemos demostrado que somos el movimiento político transformador más importante al día de hoy. Nuestros cuerpos sufren estos conflictos en todas las dimensiones, incluso en aquellos en los que creemos justos. No se me ocurre una guerra híbrida más antigua, más vigente y que más víctimas se ha cobrado como la guerra contra las mujeres. Por eso, si conquistamos espacios como los ejércitos o las relaciones internacionales o la diplomacia, que sea para ejercer una mirada feminista y pacifista, y no para seguir engordando la industria militarista o el capitalismo destructivo que está prendiendo en llamas al mundo.

Delfina Venece
Delfina Venece

Nací en el interior de Buenos Aires: los porteños nos confunden con Parque Chacabuco. De crianza gorila, devenida en pseudo-troska por contraste, hoy peronista por convicción. Mi canción favorita a los 10 años era Los Salieris de Charly, de León Gieco.

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