Una noche inolvidable en la historia argentina: frente a una multitud expectante, Eva Perón renunció a la candidatura vicepresidencial en un acto cargado de lágrimas, fervor popular y simbolismo político. Aquella decisión marcaría para siempre el rumbo del peronismo y del imaginario colectivo.
El 31 de agosto de 1951, Evita anunció por cadena nacional que renunciaba a la candidatura a la vicepresidencia de la Nación, propuesta por la CGT y aclamada por una multitud en el Cabildo Abierto el 22 de agosto.
La CGT había decidido impulsar la fórmula Perón-Perón, poniendo a Eva en el cargo de la vicepresidencia. El acto del 22 de agosto reunió a más de dos millones de personas en la Avenida 9 de julio, en lo que sería un momento histórico: las mujeres votarían por primera vez en las elecciones de noviembre de ese año.
Fórmula Perón–Perón
No se habían cumplido cinco años desde que había asumido Juan Perón a la presidencia de la república, aquel 4 de junio de 1946, cuando comenzó a gestarse una inédita movilización popular para imponer el cargo de la vicepresidencia del próximo periodo.
En febrero de 1951, faltando nueve meses para las elecciones presidenciales, los sindicatos se movilizaron con mayor ímpetu. La CGT hizo un planteo oficial hacia Perón para proclamar la candidatura de Evita, logrando así la fórmula Perón–Perón. El Partido Peronista Femenino y centenares de agrupaciones políticas se sumaron al pedido cegetista.
En 1951, por primera vez en la historia argentina, la mujer podía ejercer su derecho al voto y el pueblo podía elegir en forma directa la fórmula de Juan D. Perón para la presidencia y Eva Perón para la vicepresidencia. Con esto se preveía un triunfo arrollador del peronismo y un clima cada vez más tenso se acentúa en la oposición.
A las 5 de la tarde, en la Avenida 9 de julio algo más de dos millones de personas formaron una marea humana que aguardaba entre cánticos y consignas ver aparecer en el palco a Perón y Evita.
Finalmente Eva salió al balcón y habló ante la multitud, pero lejos de confirmar lo que todos buscaban escuchar, pidió algunos días para decidir una cuestión tan importante. Aunque realmente los recelos de sectores importantes de la alianza coincidían con Perón, esa no era la mejor fórmula para gobernar por aquellos años.
A pesar de las horas de vigilia, las y los millares de movilizados no volvieron a escuchar a Evita aquel día, ni la semana siguiente. Recién nueve días más tarde, el 31 de agosto, la mujer de los “descamisados”, por cadena nacional de radiodifusión, anunció su “irrevocable decisión”, renunciaba al honor que los trabajadores y el pueblo de su patria quisieron conferirle.
“Compañeros, quiero comunicar al Pueblo Argentino mi decisión irrevocable y definitiva de renunciar al honor con que los trabajadores y el pueblo de mi patria quisieron honrarme en el histórico cabildo abierto del 22 de agosto.
Ya en aquella misma tarde maravillosa, que nunca olvidarán ni mis ojos ni mi corazón, yo advertí que no debía cambiar mi puesto de lucha en el Movimiento Peronista por ningún otro puesto.
Desde aquel momento, después de aquel diálogo entre mi corazón y mi pueblo, he meditado mucho en la soledad de mi conciencia y reflexionando fríamente he tomado mi propia decisión en forma irrevocable y definitiva, presentada ya ante el Consejo Superior del Partido Peronista y en presencia de nuestro jefe supremo el general Perón.
…poniendo estas palabras bajo la invocación de mi dignidad de mujer argentina y peronista y de mi amor por la causa de Perón, de mi patria y de mi pueblo, declaró que esta determinación surge de lo más íntimo de mi conciencia y por ello es totalmente libre y tiene toda la fuerza de mi voluntad definitiva.
Evita quería ser cuando me decidí a luchar codo a codo con los trabajadores y puse mi corazón al servicio de los pobres, llevando siempre como única bandera el nombre del general Perón a todas partes.
Si con ese esfuerzo mío, conquisté el corazón de los obreros y de los humildes de mi patria, eso ya es una recompensa extraordinaria que me obliga a seguir con mis trabajos y con mis luchas. Yo no quiero otra cosa que este cariño”.
La “segunda cabeza” y el renunciamiento
Después de que Perón asumió la presidencia en 1946, Evita comenzó a recorrer las fábricas y lugares de trabajo. Atendiendo personalmente una gran cantidad de delegaciones y de a poco fue insertándose en la estructura de poder del peronismo no sólo desde la Fundación Eva Perón, sino también desde su relación con los trabajadores en sus propios lugares de trabajo.
De esta manera Eva se volvió el nexo más directo entre estos y Perón, lo que le permitió al General lograr una relación más estrecha con la clase obrera. La construcción de Evita como Segunda Cabeza del gobierno estuvo relacionada con mantener una relación estrecha con los sindicatos y el trabajo de los sectores más empobrecidos de los trabajadores a través de la fundación.
Eva organizó el Partido Peronista Femenino, a partir de 1949 y logró fortalecer la base política y social del movimiento al incorporar a las mujeres y preparar su participación en las elecciones de 1951, en las que votarían por primera vez.
Para entender el renunciamiento de Eva Perón, es importante observar las tensiones de un regimen nacionalista burgues sostenido por intereses de clase contrapuestos. Por un lado, una clase obrera con mucha fuerza; por otro, sectores del poder económico y político con objetivos distintos.
Las Fuerzas Armadas, actor clave en la gobernabilidad de entonces, miraban con desconfianza el avance de Eva y su estilo confrontativo, fuertemente identificado con los sectores obreros. El mismo Juan Perón, aunque públicamente apoyaba a su esposa, sabía que su candidatura podría generar divisiones internas. Por eso, el renunciamiento de Evita puede entenderse no sólo como un gesto emocional, sino como una maniobra política para preservar la unidad del poder.
Apenas unos meses después, se produciría una serie de conflictos que reafirmaron el desgaste del régimen. Entre ellos, las huelgas ferroviarias de fines de 1950 y principios de 1951, y el fallido levantamiento del general retirado Benjamin Menéndez y el entonces capitán Alejandro Lanusse.
El renunciamiento fue, en definitiva, el primer síntoma visible del giro conservador que se consolidaba en el segundo mandato peronista. Evita renunció, pero su figura no hizo más que crecer. Aquel acto se convirtió en un mito de entrega y sacrificio, pero también en un emblema de las tensiones de poder que definieron una etapa crucial en la historia argentina.
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