En agosto abordaremos la obra de Manuel Puig, un escritor fundamental de la lengua hispana. Controversial, innovador, intuitivo, con un talento descomunal para escuchar y escribir.
Ricardo Piglia suele decir, porque Piglia sigue diciendo una y otra vez, que la literatura es el tipo de voz de alguien. Bajo esta definición entra Manuel Puig. En estos términos Puig es literatura.
Manuel Puig nació en General Villegas, este dato no es menor porque en un ejercicio de justicia va a escribir una y otra vez contra su pueblo, va a decir que él logro huir de Villegas pero que sus libros nunca pudieron salir de ahí. Definió a la llanura como La ausencia total de paisaje.
El escape de un entorno que no lo comprendía fue el cine, ir al cine en compañía de su madre para ver las grandes películas de Hollywood, lo que va a inmunizarlo para sobrevivir los años treinta y cuarenta en un pueblo machista y conservador de la provincia de Buenos Aires. Fue intuitivo en términos estéticos y culturales respecto a una época que no estaba parida. La obra de Puig le va a dar voz a mujeres que desean, desencápsula el termino deseo de su connotación más literal que es la física. El deseo, en cuerpo femenino, prevalece por encima de todas las violencias posibles y es violencia.
Nominado al Premio Nobel de literatura en 1982, provocó el enojo de Mario Vargas Llosa que dijo ese argentino que escribe como Corín Tellado, el premio le fue otorgado a Gabriel García Márquez.
Muchos de los de libro que escribió Manuel Puig forman parte fundamental de la literatura argentina. Títulos como Boquitas pintadas, El beso de la mujer araña, The Buenos Aires Affair.
Muere en Cuernavaca, México el 22 de julio de 1990. La causa de su muerte fue motivo de prejuicios y estigmas que no lo dejarían tranquilo ni aun muerto. En Argentina se rumoreó que era ser portador de VIH, cuando los motivos reales fue una peritonitis.
A su velorio solo asistieron seis personas.
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Juan Machado nació en Carhué, provincia de Bueno Aires, en 1992. Poeta, escritor, también se desempeña como conductor y productor de Plástico Cruel en radio Trinchera. Publicó los libros, Pájaros Punk ( Malisia, 2022), Como corderos (Azul Francia, 2024) y Tres Lagunas (Cuero,2024). Obtuvo una mención meritoria, por su cuento Una canción desesperada, en el 10° Concurso de cuento Haroldo Conti, 2023
Los fantasmas del futuro, el fantasma de Fisher. La necesidad de la lectura y relectura de las ideas de Mark Fisher, qué es el capitalismo y la necesidad de pensarse por fuera de él. Acá una carta de presentación y una invitación a encontrarnos, pensarnos y debatir.
Por Santiago Stavale
Mark Fisher, en la introducción inconclusa a “Comunismo Ácido” (proyecto que quedó suspendido debido a su muerte) nos plantea que uno de los objetivos centrales del neoliberalismo, que llevó a la consolidación de lo que él denomina como Realismo Capitalista (la certeza de que “no hay alternativa”), fue conjurar el “fantasma de un mundo que puede ser libre”, extirpando la idea de que era posible construir un socialismo democrático o un comunismo libertario. Para Fisher, una de las claves del éxito de ese proyecto, cuyo origen ubica en los años ’70, estuvo en la fractura que se produjo entre la contracultura de aquellos años, que albergaba el sueño de un mundo más allá del trabajo y de una revolución psíquica sin precedentes, y la izquierda revolucionaria. Es que, a partir de ese desencuentro, el capitalismo profundizó la fractura posicionándose como el único sistema que podía satisfacer el espíritu libertario que anidaba en la contracultura, mutilándola de sus elementos anticapitalistas y reduciéndola a un puñado de imágenes icónicas, estilos estéticos y recuerdos nostálgicos, mientras que la izquierda perdía su prometeísmo y su atractivo, divorciándose cada vez más del deseo. Mas allá de su éxito, el capitalismo, sin embargo, debe sofocar constantemente los futuros perdidos que siguen en latencia, ya que el potencial que prometía aquella fusión sigue allí esperando ser retomados. En ese sentido, Mark nos pregunta ¿Qué habría pasado si esta fusión de la contracultura y la política de izquierda hubiera sido más exitosa y se hubiera desarrollado en el tiempo? ¿Y si el éxito del neoliberalismo no fuera la demostración de la inevitabilidad del capitalismo, sino un testamento de la magnitud de la amenaza planteada por el fantasma de una sociedad que podía ser libre? Y, consecuentemente, nos invita a que realicemos un contra-exorcismo constante de ese espectro.
Fantasmas del Futuro es una respuesta a aquella invitación. Convocades por sus escritos y preocupaciones, un pequeño grupo de amigues y camaradas comenzamos a reunirnos en el año 2021, en la Ciudad de La Plata, para leerlo y debatirlo entre músicas y bebidas espirituosas. Pero rápidamente nos dimos cuenta que no éramos los únicos. Es que Fisher toca fibras sensibles. Su diagnóstico sobre el Realismo Capitalista, sobre la crisis anímica, la impotencia reflexiva y la deflación de nuestras expectativas, conecta con el corazón de la crisis civilizacional y personal que sufrimos actualmente (que nos desespera, desalienta, desmoraliza y deprime). Con experiencias y/o frustraciones militantes en nuestro haber, o con politizaciones que no hablan el lenguaje de las izquierdas tradicionales, Fisher interpela a quienes buscamos explicaciones políticas alternativas al malestar, que no nos conformamos ni resignamos a vivir en los límites miserables del capitalismo, pero que aún no encontramos las herramientas que nos permitan salir de este atolladero.
Aquellos encuentros, entonces, fueron creciendo rápidamente y la coyuntura nos fue invitando a ampliar nuestros horizontes. Fisher nos abrió puertas y nos tendió puentes. Así, lo que comenzó como un grupo de lectura, devino en un grupo político-cultural de debate y ocio que se dispone a montar un pequeño laboratorio de utopías para aportar, desde nuestro lugar, a la construcción de la alternativa.
Función Fisher
“Deseo poscapitalista” es el título del último libro que publicó la editorial Caja Negra, donde reúnen las últimas clases de Fisher. Cuando creíamos que ya conocíamos toda su obra, que disponíamos de su arsenal completo, nos sorprende una vez más. En sus clases nos revela su laboratorio, nos brinda acceso al ritmo de su pensamiento y al diálogo abierto con sus alumnes, y nos (re)plantea interrogantes: ¿Hay deseo por fuera del capital? ¿Qué hay por detrás del deseo por las mercancías? ¿es posible redirigir la energía libidinal producida en el capitalismo hacia un horizonte poscapitalista? ¿Podemos imaginar y producir nuevas formas de deseo? ¿Qué papel juega la clase, la conciencia de clase, el feminismo y la conciencia de grupo en todo esto? ¿Hay alternativa?
Fisher revela, una vez más, su obsesión por la promesa latente que dejó la fusión fallida entre contracultura e izquierda. Como si viniera a saldar una deuda por haber dejado inconcluso su Comunismo Ácido, y como si leyera nuestros movimientos e intenciones, volvió para dejarnos una ruta de lecturas e influencias intelectuales para pensar el mundo más allá del capitalismo, para desarmar y comprender (en un ejercicio de ingeniería inversa) la maquina libidinal, y construir una propia que nos permita reconciliar el comunismo con el deseo.
Así fue que decidimos continuar con esa ruta y organizar múltiples iniciativas que nos permitan averiguar colectivamente adonde puede llevarnos. En La Plata, junto a les compañeres del colectivo CAOS, impulsamos un nuevo ciclo de lecturas al que llamamos Función Fisher, en donde quincenalmente, todos los miércoles en Villa Elvira (7 y 78), nos proponemos retomar las clases de nuestro profesor ausente. Mientras tanto, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, iniciamos con una serie de actividades que comenzaron a generar hermosas expectativas.
La promesa
Fantasmas del Futuro arriba a Revista Trinchera con una promesa: acercar reflexiones y lecturas que nos ayuden a (re)pensar y recuperar los futuros perdidos que anidan en nuestro pasado y en nuestro presente; acercar artefactos (políticos, literarios, musicales, etc.) para imaginar y crear mundos nuevos; repensar la contracultura, el under y sus potenciales transformadores; aportar balances para pensar la impotencia actual de los proyectos de las izquierdas; y politizar el malestar cuestionando el estigma individualizante que pesa sobre la depresión, la angustia y el estrés que sufrimos todes para poder pensarla como un problema social inherente a este sistema. Todo esto puede hacerse, y una vez que ocurra ¿Quién sabe qué es posible?
Sobre Como corderos, de Juan machado. Libro de cuentos publicado por la editorial “Azul Francia”
Machado viene del campo, conoce la tradición. Sabe que en los pueblos es costumbre elegir quienes son los otros a los que hay que odiar, que todo el mundo conoce a los monstruos y que la inocencia dura lo que la dejan durar. Así construye una familia más poblada de muertos que de vivos, los Funes, y un pueblo, La Cuenca, donde el diablo perdió el poncho pero no su influencia. Todo lo que suceda aquí será terrible, porque el mal, como los muebles y los muertos, también se hereda.
Tradición. Sarmiento dijo “el mal que aqueja a la República Argentina es la extensión: el desierto la rodea por todas partes, y se le insinúa en las entrañas…esta inseguridad de la vida, que es habitual y permanente en las campañas, imprime, a mi parecer, en el carácter argentino, cierta resignación estoica para la muerte violenta”. Barbarie, dijo. El campo es barbarie. Muerte violenta y resignación. De eso está lleno Como corderos y los Funes son su máxima expresión.
Vamos a presentarlos: “El viejo se veía que era malo a la legua y a la vieja le sentías el olor a chupe desde antes de que llegaran al pueblo”. De los varones, “Cuatro de los seis ya habían muerto, incluso antes de que naciéramos los más chicos”. Accidente, enfermedad, suicidio, linchamiento, cada uno con su altar. Después están Nicandro, Martín y Haydee. Los Funes, entreverados con la muerte. Machado les da vida, les insufla un resentimiento viejo y los suelta en el campo, para que cada uno se encuentre con el final que le toca.
Y sin embargo ¿Dónde está la civilización, entonces? ¿En la demoníaca presencia del Padre Macario? ¿En la perversidad abusiva de los Muller? ¿En la velocidad del juicio de los decentes, de su mano que castiga y mata al inocente sin querer escuchar voz o réplica? ¿En la heredada sentencia de que el indio, por indio, es escoria y no merece perdón ni despertar remordimiento, siquiera? Sarmiento también dijo que no tenía sentido intentar educarlos, que aquí también deberían haber hecho como en Estados Unidos, y barrer con todos.
El texto está lleno de sentencias como ésta. Máximas inquebrantables que resuenan en la sangre, que son indiscutibles porque limitan el universo de lo posible. Los niños de la familia pueden repetirlas de memoria porque casi que es lo único que tienen. Son heredadas como los muebles, como los muertos y como el mal. Por estas sentencias se vive y se muere, se dura,
se aguanta, se queda, se mata. Ponen a cada uno en su lugar. Muchas de estas frases son las más hermosas del libro. “Padre nos enseñó que hacia un miedo se camina rápido. El miedo es algo que uno se tiene que sacar de encima lo más antes posible”. Tienen un brillo tenebroso y seductor, son como huesos que emergen limpios y brillantes en una huerta.Tientan. El resto de su mundo es un silencio tangible, separado en segmentos por disparos como signos de puntuación, a veces de exclamación, nunca de pregunta. Aquí nunca se mata sin decisión.
Tradición. Borges dijo que el cuento es la idea y la novela el personaje. Machado no sólo le robó a Borges un nombre, Funes, sino que también puso en jaque esta idea. Cada una de las historias que componen este libro es un cuento, pero no. Cada una de las historias es un capítulo de una novela, la de los Funes, pero no. Son los personajes: la brutalidad de su devenir, la soledad de su existencia, la taciturna violencia de sus modos y de su muerte. Son sus ideas: el debate sobre la tradición, la ambigüedad de la barbarie y el peso de las sentencias. Como corderos camina una fina línea entre los géneros, no me importa cómo lo vendan. Usa los personajes para machacar una idea y forja a los Funes al fuego de las discusiones que incita.
Este libro es como una silla tallada entera desde una sola pieza de madera, con un cuchillo heredado, mango de asta de ciervo y hoja naranja de óxido. No es un trabajo fino ni elegante, no imposta formas inútiles ni extranjeras, pero está hecho con habilidad y decisión por las manos de alguien que conoce la madera y conoce el cuchillo. Quién lo vea lo identificará no por su belleza, sino por la brutalidad de sus líneas. Quien se siente en esta silla no estará cómodo, pero tendrá de dónde agarrarse. Luego recordará por semanas las astillas hundidas en la carne. Este es un libro que sabe doler.
Juan Fernández Marauda
Nació en Lanús, en 1988, pero creció en el Valle Inferior del Río Chubut. Trabaja en el cruce entre salud mental y escritura en un hospital de día. Es escritor, editor, librero y coordina el taller de escritura PULP! en la ciudad de La Plata. El puente de las brujas, su primera novela, fue publicada por EME en 2020 y Esplín Tropical (México) en 202
Entender al peronismo a partir de José Pablo Feinmann es entenderlo fenomenológico, inexplicable y sólo a veces tangible.
Para cuando alguien lea esto, la cosa estará definida. Pero hoy aún no y escribo mi columna mientras se me enfría el agua del mate por tercera vez, mientras doy la vuelta al perro sobre mi propia angustia política.
A punto de discurrir sobre una buena cuentista argentina, releo su biografía para entrar en clima y me encuentro con una cita que habla de su aventura de juventud participando de los hechos de Ezeiza en esa coyuntural vuelta de Perón a la Argentina de 1973. Y no es que cambió de opinión, necesito desmesuradamente hacerlo, quizás para detener mi vuelta al perro, quizás sólo por eso, puede ser.
Es que recuerdo de golpe un libro que me permitió entender el fenómeno peronista desde todos sus planos, y que sobre todo, instaló para siempre en mi cabeza a los sucesos de Ezeiza como la configuración genética del peronismo.
José Pablo Feinmann se propone escribir la historia del peronismo en dos tomos de más de 800 páginas cada uno, los llamó Peronismo, Filosofía de una Persistencia Argentina. El tomo I desarma las primeras vidas del movimiento, desde 1.943 hasta los inicios de la década del 70, el segundo toma la posta desde acá hasta el golpe cívico militar. Este es un dato duro y parece indicar que se trata sólo de otro libro sobre alguna costilla de la historia argentina, pero lo que hace Feinmann es otra cosa, quizás porque su capacidad para la obsesión sólo rivalizaba y a pleno con su desmesurada preparación académica y su riqueza cultural. Lo que hay dentro de estos armatostes de libros es el peronismo en todo su espectro, cruzando el relato todo el tiempo con soportes extra de interpretación que vienen desde el cine, la filosofía y hasta la música. El peronismo aparece en estos libros -ante los ojos de quien los lea- en los huesos, es el peronismo más allá y más acá de su líder, algo parecido a como si se apoyara el ojo izquierdo en un microscopio y se pudiera ver el accionar de cada microorganismo y luego se corriera a un telescopio para contemplar la bestia en toda su dimensión. No hay forma de volver entenderlo igual luego de esta lectura.
Y como les contaba hay un capítulo largo en Peronismo, Filosofía de una Persistencia Argentina II, sobre los hechos de Ezeiza, lo que finalmente se iba a reconocer en términos históricos como la Masacre de Ezeiza, esas páginas que releo ahora y encuentro subrayadas y acotadas con lápiz negro son las que me convocan a virar de tema en esta columna.
Rapidito el contexto de los hechos: Dieciocho años de exilio luego del golpe de estado de 1955. Perón había amagado con volver en dos oportunidades a Argentina: en 1964 -lo dejan llegar hasta Brasil nada más- y en 1972 donde tantea brevemente el clima argento y vuelve con avión y todo a su puerta de hierro. Pero el 20 de junio de 1973 regresa definitivamente a la Argentina, un hecho largamente planificado y mucho más largamente esperado.
Lo que hace Feinmann es montar una heterogeneidad compositiva de los hechos de Ezeiza: la narrativa se sostiene sobre dos escenarios simultáneos pero antagonistas: el del lado del palco, allí estaban quienes habían comandado la organización del acto, un raro equipo compuesto por líderes de la CGT, la UOM y la derecha peronista, este grupo iba a llevarse además la cucarda de ser lxs responsables de la masacre; el otro escenario está lejos del palco. Avanzando en interminables columnas por autopista Ricchieri y ruta 205 estaba todo lo demás…Lxs Montos, sí; el espectro total de las organizaciones peronistas movilizadas orgánicamente, sí. Pero en ese tren humano iba además y sobre todo…la gente, la que sostuvo por casi dos décadas las fotos de Evita y Perón apoyadas en el aparador, la juventud conquistada por un amor platónico por lo que había sido, un amor sostenido por las anécdotas relacionadas con cómo tuvo su primer juguete al viejo, la primera jubilación de la nona, las primeras vacaciones de enero en un hotel limpio y cómodo, en una pileta comunitaria.
El chiflado de Feinmann va desovillando los hechos de Ezeiza saltando entre esos dos escenarios, no deja cosa sin analizar y si tuviera que recrearlo, esta columna mediría dos metros de largo. No importa, no es lo que la inspira hoy, no es de lo que necesito hablarles hoy.
Les decía que en uno de los escenarios que sostiene el relato pasmosamente realista del autor, está contada la devoción por Perón. Columnas y columnas de gente yendo a ver llegar a la Patria a su líder…es verdad, todo termina mal, pero lo que lográs entender después de leer este largo capítulo del libro es que el 70% de las personas que avanzaban desde los cuatro puntos cardinales rumbo al palco en Ezeiza era la gente, el pueblo con sus banderas y sus pancartas, con sus porfiadas melancolías, con sus curiosidades. “…Lo del 20 de junio no era una acto político, aunque hayan ido las distintas agrupaciones, el motivo del acto fue otra cosa” dice José Pablo.
Acá planto. Se calcula que casi 2 millones de personas caminaron hacia Ezeiza…2 millones. Todo termina mal, los 13 muertos, las decenas de heridxs, y el discurso posterior de Perón soltándoles la mano a las organizaciones que más se habían comprometido con mantener viva su memoria política, que era mantenerlo vivo a él. Pero algo pasa durante, después…algo pasa, intangible y fenomenológico. La lealtad, la opción por el pueblo y por el líder que corporizó esa opción son grandes líneas ideológicas y doctrinarias que se gestaron en la experiencia misma del pueblo peronista y no constituyen un sistema teórico producido con antelación por ideólogos de gabinete ni por científicxs de fenómenos sociales.
La subjetividad premeditada que intenta plasmar el autor en esta parte del relato aparece y comunica. El movimiento es siempre más poderoso que el referente. No es la fe en su líder, es la fe en lo que representa. No es el amor al viejo patriarca, es el amor al declamado amor del patriarca al pueblo. El amor por el amor.
El movimiento peronista, que ni siquiera es potestad de lxs peronistas, tiene ese efecto histórico. Las masas van a seguir avanzando por Ezeiza siempre, por Juan Perón, leal o traidor; por Eva plena o cobijada en las banderas; por Néstor, vivo o eternauta; por Cristina inmensa o acorralada, incluso por el oscuro Menem o el desabrido Alberto…El pueblo es el peronismo, derrotado o pasmosamente victorioso, el peronismo es un fantasma de Canterville que persigue a sus líderes, los encuentra, los abraza o los atropella y sigue por la Richieri y sigue…
Está columna fue escrita el 20/10/23
Amanda Corradini
Mujer de trincheras: Reparte su vida entre la trinchera de la Escuela Pública, la de su biblioteca y la que guarda algunas banderas que gusta agitar. Todo regado de mate dulce, Charly García y un vergonzoso apego por el humor infantil.
Fermín Eloy Acosta nació en Olavarría en 1990. Es escritor y guionista. Su primera novela es Bajo lluvia, relámpago o trueno, premio del jurado de novela Bienal Arte Joven Buenos Aires 2019, publicada por editorial Entropía en 2019. Comparte con revista Trinchera un fragmento de Las Visiones, una novela inédita.
Introducción
Yo no tenía a nadie que me dijera no vayas. Solo tuve que hacer una valija, guardar lo importante, echar dos vueltas de llave a una casa. Al rato ya estaba en viaje, porque a mí me habían llamado varias noches. Pienso en todo eso mientras miro el techo a esta hora de la madrugada: aquel momento preciso en que una luz, la primera, pinchará la oscuridad, hará ver la proyección temblorosa de las sombras de unos árboles contra la pared y los relumbrones móviles recordarán los primeros días en esta quinta cuando unos hilos finos, dorados, descendían de los árboles, como telarañas. Bostezo y sé, de a poco, que esa misma luz cubrirá la pared, el linóleo, alcanzará las colchas, las cobijas, trepará por la madera podrida hasta llegar al techo, enseñará el hueco por el que alguna vez asomó la cara terrible de una comadreja. Siempre fue de esa manera y seguirá siendo así hasta que la pieza se alumbre por completo.
Por ese mismo agujero alguna vez se filtró la lluvia, llegó el rugido del viento que entraba por el tiro de la chimenea y nosotras, que pensábamos en cierta cosa misteriosa, que poníamos a temblar los dientes y las manos, sentíamos el golpeteo de bichos contra el farol del jardín, el siseo de uno de ellos, como acercándose, y entonces nos cubríamos con las colchas hasta la cabeza. Esas veces, para apaciguar el miedo, alguien encendería una lámpara y diría aún no sucede, aun este mundo y su silencio remansado, aún nosotras, acostadas, aún cuatro chicas solas en invierno de 1968.
Vuelvan a dormirse, aún no vienen.
Casa vacía
Cuando me fui de la casa era el fin del verano, mis padres estaban muertos y yo había cumplido los veintiún años. Sólo tuve que abrir una valija, echar lo mío: tres pares de medias, mi cuaderno, dos vestidos, una blusa, un sweater, dos mudas de ropa, los anteojos, dos revistas, los libros Cómo triunfar en la vida y Cómo hacer cosas útiles con las manos, una foto, la única foto que guardo. Debo hacer un esfuerzo para recordar el puñado de cosas importantes que dejé en ese lugar: el frente de una casa inglesa, prefabricada, un Renault Dauphine estacionado en la puerta, un conjunto de portarretratos junto a los bibelots, con nuestras caras, Dora, Ricardo, la Pimpollo, el yorkshire terrier. Imagino, ahora, todo eso juntará el polvo y qué. Nada más recuerdo de mi vida anterior y qué.
No importa.
Silencio.
Ahora puedo decir que yo, que nunca había tenido demasiada suerte, que no guardo recuerdos felices—salvo un conjunto de momentos que aún resplandecen, luminosos, contra cierto lugar de mi cabeza— cuando ellos mandaron llamar, de alguna forma, supe que, finalmente, tenía algo para hacer con mi vida.
Por eso hice una valija, guardé lo importante, me fui.
Quinta
En medio de un parque que habrá arañado la hectárea, la hectárea y media, si se caminaba de lejos, desde la montaña, por ejemplo, o en dirección a ella y se daba vuelta la cabeza, — como si hubiese sido posible deshacerse de la espesura de esa niebla— entonces se nos mostraba de a poco una casa de dos plantas.
Allí el alambrado con un agujero escondido que levantaban cuando querían salir y cuando querían entrar y que disimulaban, por si llegara a venir alguno, atrás de una pila de ramas. Más atrás había la línea de árboles que distinguían el adentro del afuera y de algún modo, nos separaba de la idea de Ellos. Todas las cosas en la quinta parecían tener una posición asignada y esa posición, de alguna forma secreta u oblicua, guardaba relación estrecha con la distancia que les correspondía respecto de Ellos.
También había la pileta de agua estancada donde nadaba la podredumbre, un cuartucho escondido atrás de las ramas de espino negro que usábamos para lavar la ropa y sacar el agua, cierta galería donde se sentaban a mirar, al principio, por si aparecía algo nuevo y donde también yo llegué a sentarme. En ese mismo lugar ubicaban dos poltronas floreadas que miraban al bosque.
En todo el parque crecía la paja y en ciertos rincones, árboles, cortaderas, crataegus, alcanzaban a escondernos de la visión ajena. A veces levantaba el viento polvoroso de la montaña y a veces costaba mirar alrededor, sobre todo hacia la línea del bosque, antes del arroyito o a una distancia larga, porque los ojos se llenaban de tierra o de una pelusa que flotaba con insistencia en el aire.
Adentro de esa casa aprendimos la serie de movimientos que exige el ejercicio del sigilo: andábamos por la cocina, la pieza con las camas, el cuartito de arriba —donde hacíamos las vigilias— la galería de afuera, la terraza o el sótano, hablábamos muy bajo y nos arrimábamos con cuidado a las ventanas. A todos esos lugares aprendimos a armarles nuestros propios recovecos, esquinas donde cada quién cultivó una forma del misterio: el agujero donde Belita escondía los cuadernos, por ejemplo, el rincón de arriba donde había aquel colchón para tirarnos, el punto exacto en la terraza donde Graciela se paraba a señalar el lugar del que vendría la señal, las tablas sueltas del cielorraso por las que entraban y salían algunos animales, el mueble en el sótano donde escondían un fusil.
Alrededor, el puñado de árboles que hacían reparo del viento, la línea oscura donde empezaba el bosque y terminaba nuestro dominio del panorama, el portón de madera que interrumpía el alambrado. A un costado de la galería, a medio ocultar entre el espino negro, el misodendrum, el tomillo, un cartel pintado a mano donde podía leerse, en letras cursivas blancas sobre un fondo verde: Susana. Aquel el nombre que alguien había puesto a la quinta.
Santiago Craig nació en Buenos Aires en 1978. Publicó el poemario Los Juegos, los libros de relatos El Enemigo, Las Tormentas, 27 maneras de enamorarse y Animales. Su primera novela es Castillos. Fue finalista del premio hispanoamericano de cuento Gabriel García Márquez, tuvo una mención en el Premio Nacional de Letras y mención especial en el Premio Iberoamericano Cortés de Cádiz
Habló con Radio Trinchera en el marco del programa Plástico Cruel, sobre su libro de cuentos Las Tormentas (2017) y su primera novela Castillos (2020) ambas publicadas por editorial Entropía.
¿Cuál es la ruta lectora que te trajo hasta acá?
En casa había mucha música. Siempre digo eso y mi papá se enoja, me dice, che loco parece que yo no he leído un libro. Pero había más discos que libros, no teníamos una biblioteca grande, en casa, ni nada por el estilo. Yendo al recorrido que me preguntas, empecé primero por la música, yo escuchaba lo que escuchaban mis viejos una música más de los sesenta y setenta. Primero fueron The Beatles y los Rolling Stones, pero después fui descubriendo algunos que estaban a un costadito. Ahí empecé a escuchar a The Doors, Jim Morrison que era un tipo que le gustaban poetas, filósofos y empecé a seguir, empecé a leer a Nietzsche, a Rimbaud, Williams Blake. Entre por ese lado, un lado medio raro, obviamente que yo venía del palo del cómic y la novela de aventura. El impacto más grande que tuve fue leer a Rimbaud, no entendía pero había algo ahí que me capturaba y me fue llevando a otras lecturas. Así conocí, más en la adolescencia, a Pizarnik, Girondo, después a Borges y a Cortázar. Fui enganchado lecturas con lecturas. Pero mi primera aproximación fue la poesía, leer y tratar de escribir poesía. Tenía una manera muy voraz de leer, me metía con un autor y lo leía íntegro, hasta agotarlo.
Tu primera publicación es Los Juegos, un poemario. En tus cuentos, incluso en tu novela Castillos, hay un desborde de la poesía en la narrativa. ¿Cómo trabajas la poesía en tu narrativa?
La poesía para mi tiene una condición que es que uno se permite poder escribir sin dar cuenta demasiado de lo que escribe, desde la racionalidad, sin tener que explicar. Es muy raro que alguien termine de leer un poema y pregunté si se entendió, no importa, el problema es otro. El intento de comunicación de la poesía tiene que ver con hacer algún tipo de vínculo emocional entre lo que se dice y quien recibe eso, o uno mismo. Uno racionaliza, lo piensa después, mientras escribo no pienso en nada de esto. Para mí hay algo esencial en la forma, me interesa de qué manera está dicho lo que está dicho. Como lector soy así, tal vez por haber empezado por la poesía, a mí me interesa cómo escribe alguien además de qué dice alguien. A lo mejor la poesía tiene que ver con que, lo que yo escribo tiene que ver más con las formas que con las ideas. Más que nada sigo palabras, por más de que siempre tengo una idea de qué quiero escribir. En ese sentido se desdibujan los bordes entre la poesía y la prosa, más allá de cuestiones formales. En lo esencial estas dos formas de escritura son parecidas para mí.
¿El cuento, más que la idea, es el tono?
En un punto si. Una fruta es como una mentira, un engaño de la naturaleza para llevar de un lado a otro una semilla y pareciera que toda esa parafernalia que es la pulpa de la fruta estuviera puesta ahí solo para que esa idea sea llevada de un lugar a otro y eventualmente crezca en otro lado. Creo que la forma, el tono, la manera, el cuidado de cómo uno trata de escribir algo, yo no lo pongo en función de poder decirle a otro una idea que tengo. En general es todo lo contrario, esa forma que va adquiriendo la literatura, o la fruta, es finalizar algo en sí mismo que yo no sé qué es porque el punto de partida es otro y mientras escribo voy descubriendo otras cosas. No hay una idea que sostenga eso, no hay una idea que yo diga, bueno si no capturó esta idea no capturó lo que quise decir. La literatura permite una conversación en la que en ese pacto esté en claro que a lo mejor, lo que yo te estoy diciendo, no sé bien qué es.
En tu libro de cuentos Las Tormentas, hay una atmósfera en común que ronda los cuentos. Desde ciertas temáticas, de estas relaciones intrafamiliares, esta cotidianeidad. ¿Esa atmósfera fue buscada o es algo que apareció durante la escritura?
Hay una cosa inevitable que es, ser uno mismo. Es la manera que uno tiene de ver las cosas y esos cuentos lo que tiene en común es esa atmósfera media siniestra, misteriosa, de deslumbrarse frente a cosas que son muy mínimas. Era también lo que me pasaba en ese momento de mi vida, mientras escribía, las cosas se me hacían un poco raras. En el momento que uno une eso y empieza a atar cabos, la parte de la corrección del libro, quedaron cuentos afuera porque no tenían esa impronta. Hay una recurrencia en los temas, en la atmósfera que una vez puesto los cuentos ahí uno lo advierte, mirá está esto, y después la buscás y acomodás el orden de los cuentos, darse cuenta si tienen algo en común para formar un libro o no. Ese es un trabajo posterior, mientras uno escribe no se da cuenta de que estoy cayendo en recurrencias. Uno es uno y no se da cuenta que se repite.
Venimos haciendo una serie de entrevistas sobre La Nueva Ficción Extraña en Latinoamérica, con esta colección que dirigen Juan Mattio, Flor Canosa y Marcelo Acevedo en Indómita Luz. Nos gusta pensar algunos de tus cuentos, Formosa o Guaminí, como parte de este género. ¿Te sentís cercano a este género?
Esto de Wierd me gusta, es como una definición que fue variando, también lo fantástico, son maneras de decirle a algo que está ahí que puede adoptar formas más o menos contemporáneas pero que siempre estuvo. Está bueno hacer la genealogía de textos, como hicieron ustedes al principio preguntándome qué leía, de ahí viene esto raro. Por ejemplo Kelly Link que es una autora contemporánea que escribe Wierd, en general rastreas a quienes escribirnos o escriben esto y seguro la leyeron, lo mismo con Lorrie Moore, hay un montón de autores de afuera que mucho fuimos leyendo y se nos pegaron cosas, ahí se va armando esto. Lo mismo que le pasa al realismo mágico o a Kafka, cosas muy diversas que creo que terminan cuajando en esto del enrarecimiento. En ese sentido puede ser que esté dentro de eso, yo no escribo con un género en la cabeza, a veces para entretenerme, cosas que por ahí ni siquiera publiqué, digo bueno voy a escribir un cuento de terror. A mí me gusta el género, me parece un buen marco una buena manera de escribir o entretenerse, ir para un lado con la escritura. A lo mejor esto de lo raro puede ser, yo no intento ir para ahí. Samanta Schweblin, Luciano Lamberti, Marina Closs, hay un montón de autores que me gustan mucho lo que escriben y terminan siempre bordeando esos lugares, evidentemente algo de eso me atrae. Entiendo ese género y en general las cosas que están dentro de esa nominación me terminan cautivando.
En tu cuento Formosa noté cosas de Casa tomada, de Menos Julia, ¿Hay algo del ejercicio de reescritura?
Bueno, son dos cuentos geniales. Cortazar y Felisberto me encantan. No lo tenía presente en el momento de escribir, pero pasa un montón. Lo decís vos y me parece evidente, pero no los tenía en el momento de la escritura, para serte sincero. Tal vez tenía otras referencias más obvias. Yo solo tenía escrito el diálogo cómo final de ese cuento, una especie de interrogatorio. Porque sí, no me acuerdo porque había escrito eso. Después empecé a tratar de escribir algo en donde pudiera incluir eso. Yo pensaba que pasa, más en el sentido de Kafka, de El proceso, de El castillo, cuando con cierta pasividad se va arrinconando a alguién hasta llevarlo a ese punto. ¿Qué pasa si algo se queda y no se va? La insistencia de algo era lo que me iba guiando en la escritura. Hay un cuento de Kafka, Las preocupaciones de un padre de familia, el problema es algo que se queda, y eso es lo que molesta. Si tenía algo en mi cabeza, estaba más por ese lado.
Contanos un poco sobre tu cuento Guaminí
No conocía Guaminí, ni a Salamone, nada de eso. Un amigo me contó que su abuelo era de ahí, y algunas cosas que pasan en el cuento son verdad, algo de romper una vidriera, no me acuerdo mucho la anécdota, pero me quedé con eso que me contó. No me habló de nada que tuviera que ver con alguna particularidad. Para mí era un pueblo más, que tenía las características habituales de un pueblo, pero cuando empecé a ver fotos me pareció una locura. A partir de ahí construí el Guaminí que inventé.
Es el cuento más onírico, quizá ese tono te lo dió el hecho de no conocerlo.
Si, de hecho me pasó que me mandaban fotos, videos, personas que habían leído el cuento, y me iba enterando después. Con Castillos me pasó lo mismo, yo solo estuve una noche, y después lo inventé. Eso me entretiene mucho: tomar un lugar real y transformarlo en un lugar imaginado. Voy a hacer una confesión, una vez gané un concurso de poesía, y había que hablar sobre el lugar. Yo nunca había ido, y gané. Tuve que ir a la plaza con el intendente y me preguntaban sobre cuál era mi vínculo con el lugar. Creo que mentí, pero me entretiene hacer eso.
Leyendo en simultáneo, sentimos que Castillos era un cuento que se derramaba de Las tormentas, un cuento que dejaste crecer. ¿Cómo se delimita un cuento de una novela?
Hay algo de eso, de dejar crecer un cuento. Yo escribo siempre cuentos. Hasta incluso cuando escribo poesía termina siendo un poco narrativa. La forma de pensar es el cuento. Lo veo como interesante porque es algo que no me pasa a mi solo, porque lo que me pasa a mí no lo veo interesante, trato de pensar lo que le pasa a otra persona también. Es tratar de asociar una cosa a la otra hasta que hay algo que cuaja o se parte hacia adelante. No solamente la estructura del cuento tradicional, esa cosa de hay un arma en el primer acto y se dispara en el tercero, eso no me va mucho.
Castillos siempre fue una novela en mi cabeza, lo pensaba como algo largo, sobre todo porque lo tenía dividido en dos partes. El cuento Tormentas podría haber sido más largo, pero no me animé, pensaba que era alguien que no escribía novelas. Podría tener más desarrollo de algunas cosas, pero fuí para donde finalmente terminó.
Borges decía que el cuento es la idea, y la novela el personaje. Sos un autor que discute muy bien eso, tus cuentos son más de personajes que de idea. Invertís el rol del cuento clásico y eso atrapa.
El cuento como esta cosa de la ciencia, qué tiene que tener un cuento para ser un cuento, yo me la paso leyendo eso, y me encanta leer las definiciones, sobre todo porque en general son contradictorias. Le dan la razón a Borges y después viene Chejov diciendo lo contrario y también tiene razón. Yo no tengo elaborada una teoría del cuento. Las definiciones están buenas para pensar, pero no para escribir. Yo no creo en esas tramas super cerradas que se comen todo. A veces lees cuentos que son así, redondos, armados de esa manera, y funcionan bárbaro. A mi no me sale a hacer eso, y a lo mejor me convencí de que no me gusta, porque no me sale.
Esto de seguir al personaje, la forma, el tono, el ritmo, las palabras, un tipo de clima, todo eso después va cuajando en la historia. Para mí escribir se parece más a salir a caminar, a mi me gusta mucho Robert Walser que era muy de caminar, entre otras cosas, y sus cuentos y novelas parecen derivas, cosas que no van a ningún lado. Stephen King en Mientras Escribo, el libro este que habla de su forma de escribir y sobre la escritura, dice que no sabe porque se preocupan tanto por cuál va a ser el final, si en algún momento va a terminar el cuento. Se le va a acabar el papel, o las ganas. Pienso un poco así, la historia va a surgir, y para eso tiendo a seguir al personaje, o a los personajes.
La lectura de Castillos nos llevó a La Masacre de Kruger de Luciano Lamberti, con esa idea de que el terror nos está rodeando, está llegando ¿Tomás a tu novela Castillos como una novela de terror, del siniestro?
Si, puede ser. Yo a Luciano lo conozco personalmente y charlamos bastante, nos leemos antes de publicar y nos hicimos bastante amigos. Yo no había leído La Masacre cuando escribí Castillos. Mi novela tiene elementos de terror, pero hay gente que está más abocada y más en eso, es meterme en un terreno que no sé si soy muy ortodoxo. Puede ser que sea leída de ese lugar, hay algo ominoso, hay algo siniestro, hay algo que puede ir por el lado del terror. No me propuse escribir una novela de terror, de género, sino que tenía más bien la idea de escribir sobre estar en un lugar y no poder irse.
Lo que haces en 27 maneras de enamorarse y en Animales es muy diferente a lo que haces en Las Tormentas y Castillos ¿Buscas esa versatilidad?
Me sale, de hecho tengo esas dos maneras de escribir que las tengo incorporadas. No lo sé definir pero yo me doy cuenta que hay cosas que son del tono A y cosas que son del tono B. Esas dos maneras me quedaron divididas en dos editoriales, entonces pienso esto es para una editorial y esto para la otra. Animales y 27 maneras son libros que están concebidos desde vamos como libros. Parto de la idea de escribir un libro sobre tal tema, por ejemplo, sobre animales, un libro de instrucciones sobre el amor, entonces esa escritura es mucho más rápida y más lúdica.
¿Qué se viene?
Se viene una novela bastante larga sobre la vida de una mujer, se llama Vida en Marta, para hacerla simple, es toda su vida con episodios más o menos arbitrarios que van dando cuenta de eso. Tardé bastante tiempo en escribir esa novela, unos seis años. Sale por editorial Tusquets, a principios del año que viene.
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Nació en Carhué, provincia de Buenos aires, en 1992. Actualmente reside en La Plata. Escritor, también se desempeña como conductor de radio. Dicta talleres y encuentros literarios. Publicó el libro de cuentos, microrelatos y poesías, No hay que jugar en la casa vieja y otros relatos (2020) Pájaros Punk (Malisia 2022)
Nació en Mar del Plata, en 1997. Actualmente reside en La Plata. Estudia la licenciatura y el profesorado en Música Popular en la UNLP. Conductor del programa de radio Plástico Cruel.
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