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Entender al peronismo a partir de José Pablo Feinmann es entenderlo fenomenológico, inexplicable y sólo a veces tangible.

Para cuando alguien lea esto, la cosa estará definida. Pero hoy aún no y escribo mi columna mientras se me enfría el agua del mate por tercera vez, mientras doy la vuelta al perro sobre mi propia angustia política.

 A punto de discurrir sobre una buena cuentista argentina,  releo su biografía para entrar en clima y me encuentro con una cita que habla de su aventura de juventud participando de los hechos de Ezeiza en esa coyuntural vuelta de Perón a la Argentina de 1973. Y no es que cambió de opinión, necesito desmesuradamente hacerlo, quizás para detener mi vuelta al perro, quizás sólo por eso, puede ser.

Es que recuerdo de golpe un libro que me permitió entender el fenómeno peronista desde todos sus planos, y que sobre todo, instaló para siempre en mi cabeza a los sucesos de Ezeiza como la configuración genética del peronismo.

José Pablo Feinmann se propone escribir la historia del peronismo en dos tomos de más de 800 páginas cada uno, los llamó Peronismo, Filosofía de una Persistencia Argentina. El tomo I desarma las primeras vidas del movimiento, desde 1.943 hasta los inicios de la década del 70, el segundo toma la posta desde acá hasta el golpe cívico militar. Este es un dato duro y parece indicar que se trata sólo de otro libro sobre alguna costilla de la historia argentina, pero lo que hace Feinmann es otra cosa, quizás porque su capacidad para la obsesión sólo rivalizaba  y a pleno con su desmesurada preparación académica y su riqueza cultural. Lo que hay dentro de estos armatostes de libros es el peronismo en todo su espectro, cruzando el relato todo el tiempo con soportes extra de interpretación que vienen desde el cine, la filosofía y hasta la música. El peronismo aparece en estos libros -ante los ojos de quien los lea- en los huesos, es el peronismo más allá y más acá de su líder, algo parecido a como si se apoyara el ojo izquierdo en un microscopio y se pudiera ver el accionar de cada microorganismo y luego se corriera a un telescopio para contemplar la bestia en toda su dimensión. No hay forma de volver entenderlo igual luego de esta lectura.

Y como les contaba hay un capítulo largo en  Peronismo, Filosofía de una Persistencia Argentina II, sobre los hechos de Ezeiza, lo que finalmente se iba a reconocer en términos históricos como la Masacre de Ezeiza, esas páginas que releo ahora y encuentro subrayadas y acotadas con lápiz negro son las que me convocan a virar de tema en esta columna. 

Rapidito el contexto de los hechos: Dieciocho años de exilio luego del golpe de estado de 1955. Perón había amagado con volver en dos oportunidades a Argentina: en 1964 -lo dejan llegar hasta Brasil nada más-  y en 1972 donde tantea brevemente el clima argento y vuelve con avión y todo a su puerta de hierro. Pero el 20 de junio de 1973 regresa definitivamente a la Argentina, un hecho largamente planificado y mucho más largamente esperado.

Lo que hace Feinmann es montar una heterogeneidad compositiva de los hechos de Ezeiza: la narrativa se sostiene sobre dos escenarios simultáneos pero antagonistas: el del lado del palco, allí estaban quienes habían comandado la organización del acto,  un raro equipo compuesto por líderes de la CGT, la UOM y la derecha peronista, este grupo iba a llevarse además la cucarda de ser lxs responsables de la masacre;  el otro escenario está lejos del palco. Avanzando en interminables columnas por autopista Ricchieri y ruta 205 estaba todo lo demás…Lxs Montos, sí; el espectro total de las organizaciones peronistas movilizadas orgánicamente, sí. Pero en ese tren humano iba además y sobre todo…la gente, la que sostuvo por casi dos décadas las fotos de Evita y Perón apoyadas en el aparador, la juventud conquistada por un amor platónico por lo que había sido, un amor sostenido por las anécdotas relacionadas con cómo tuvo su primer juguete al viejo, la primera jubilación de la nona, las primeras vacaciones de enero en un hotel limpio y cómodo, en una pileta comunitaria.

El chiflado de Feinmann va desovillando los hechos de Ezeiza saltando entre esos dos escenarios, no deja cosa sin analizar y si tuviera que recrearlo, esta columna mediría dos metros de largo. No importa, no es lo que la inspira hoy, no es de lo que necesito hablarles hoy.

Les decía que en uno de los escenarios que sostiene el relato pasmosamente realista del autor, está contada la devoción por Perón. Columnas y columnas de gente yendo a ver llegar a la Patria a su líder…es verdad, todo termina mal, pero lo que lográs entender después de leer este largo capítulo del libro es que el 70% de las personas que avanzaban desde los cuatro puntos cardinales rumbo al palco en Ezeiza era la gente, el pueblo con sus banderas y sus pancartas, con sus porfiadas melancolías, con sus curiosidades. “…Lo del 20 de junio no era una acto político, aunque hayan ido las distintas agrupaciones, el motivo del acto fue otra cosa” dice José Pablo.

Acá planto. Se calcula que casi 2 millones de personas caminaron hacia Ezeiza…2 millones. Todo termina mal, los 13 muertos, las decenas de heridxs, y el discurso posterior de Perón soltándoles la mano a las organizaciones que más se habían comprometido con mantener viva su memoria política, que era mantenerlo vivo a él. Pero algo pasa durante, después…algo pasa, intangible y fenomenológico. La lealtad, la opción por el pueblo y por el líder que corporizó esa opción son grandes líneas ideológicas y doctrinarias que se gestaron en la experiencia misma del pueblo peronista y no constituyen un sistema teórico producido con antelación por ideólogos de gabinete ni por científicxs de fenómenos sociales.

La subjetividad premeditada que intenta plasmar el autor en esta parte del relato aparece y comunica. El movimiento es siempre más poderoso que el referente. No es la fe en su líder, es la fe en lo que representa. No es el amor al viejo patriarca, es el amor al declamado amor del patriarca al pueblo. El amor por el amor.

El movimiento peronista, que ni siquiera es potestad de lxs peronistas, tiene ese efecto histórico. Las masas van a seguir avanzando por Ezeiza siempre, por Juan Perón, leal o traidor; por Eva plena o cobijada en las banderas; por Néstor, vivo o eternauta;  por Cristina inmensa o acorralada, incluso por el oscuro Menem o el desabrido Alberto…El pueblo es el peronismo, derrotado o pasmosamente victorioso, el peronismo es un fantasma de Canterville que persigue a sus líderes, los encuentra, los abraza o  los atropella y sigue por la Richieri y sigue…

                                                            Está columna fue escrita el 20/10/23

Amanda Corradini

Mujer de trincheras: Reparte su vida entre la trinchera de la Escuela Pública, la de su biblioteca y la que guarda algunas banderas que gusta agitar. Todo regado de mate dulce, Charly García y un vergonzoso apego por el humor infantil.

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