Kike Ferrari: “La literatura sucede únicamente cuando hay alguien leyendo, ahí se completa el relato”

Kike Ferrari: “La literatura sucede únicamente cuando hay alguien leyendo, ahí se completa el relato”

TIEMPO DE LECTURA: 11 min.

Kike Ferrari nació en Buenos Aires en 1972. Formó parte del fanzine literario Juguetes Rabiosos y de la revista La Granada. Colabora con diversas revistas y portales, entre ellos Acoplando, la revista cultural del sindicato de trabajadores del subterráneo de la ciudad de Buenos Aires, donde trabaja.

Habló con Radio Trinchera en el marco del programa Plástico Cruel, sobre su libro Territorios Sin Cartografiar, que es parte de la colección Arqueologías del Futuro, sobre la nueva ficción extraña latinoamericana, de Indómita Luz, dirigida por Juan Mattio, Flor Canosa y Marcelo Acevedo. 

¿Cómo es tu ruta lectora? Sabemos que sos fanático de Salgari, ¿Cómo fue el paso de la literatura de aventura a otro tipo de lecturas?

Hubo una pequeña transición en el medio, un momento en el cuál leí menos literatura. Coincide cuando termino la escuela primaria y empiezo la secundaria, y tiene que ver directamente con el descubrimiento del marxismo. Entro a la vida política al comenzar la secundaria, y durante un año, año y medio, prácticamente no leo más literatura, leo únicamente historia y teoría política. 

Cuando vuelvo a la ficción, ya había crecido. Entonces, casi naturalmente, se da la transición que va de la novela de aventuras del siglo XIX, los piratas, las espadas, los venenos tropicales, a los géneros populares, las novelas policiales, y los rusos que me agarraron muy fuerte, como Dostoyevski.

En esa madurez literaria y en tu orientación marxista, ¿Encontraste algo en el policial que te interesaba más desde el lado social?

Eso estaba un poco presente en la vieja novela de aventuras también. Tengo la sensación de que los géneros populares tienen cierta tendencia general a la crítica social más o menos velada, depende el caso. Me gusta pensar que todas las cosas que yo después iba a pensar políticamente estaban más o menos prefiguradas en Salgari.

Por supuesto que el género policial negro tiene cierto componente social, en muchos de los casos menos explícitos, porque los autores eran ideologicamente de izquierda, en la cuál hay una fuerte crítica al capitalismo. no en su faceta legalmente criminal, como si el relato del crimen nos permitiera contar el sistema todo. 

Igual, honestamente, cuando entro al género negro, entro porque me parecian muy entretenidas las novelas. El resto es un armazón que se construye con el paso del tiempo.

En todo esto, ¿Cuando aparece Borges?

Lo empecé a leer cuando tenía 13, 14 años, sin ningún éxito. Yo todavía estaba muy pegado al malditismo, a los autores borrachos, que vomitaban en el piso, que querían romper cosas y morían más o menos jóvenes de enfermedades venéreas. Borges era un señor muy mayor que además, cuando yo era chico, salía en la tele, era como el Grandes Valores del Tango pero de la literatura. Entonces llego a él con muchísimo perjuicio, y por supuesto no lo puedo leer. 

En una lectura posterior, más ligada a mi descubrimiento de Onetti, que no habla bien de Borges pero lo hace con mucho respeto, lo cuál es muy raro, lo fuí a buscar con otras lecturas, más cargado del bagaje del conocimiento técnico, esto que trae Onetti, malditismo en el contenido pero mucha habilidad en la forma. Borges lo tiene mejor que nadie, y después hace un camino que es inagotable. Borges no termina nunca. 

Sarlo decía que el día que se termine la era Borges, iba a arrancar la era Saer.

Yo no lo veo próximo. Puede ser que suceda. No lo veo cerca. Tengo la sensación que el universo Borges también agota a Saer. Saer es un escritor de la órbita. Es lo que dice Piglia en Las tres vanguardias, tratan de irse a un lugar que Borges no haya tocado. Walsh se va a la no-ficción, Saer se va a esas novelas tormentosas, sobrecargadas, Puig se va al imaginario de lo kish y lo popular. Pero todos orbitan alrededor de Borges, aunque sea para alejarse. Creo que cuando se acabe Borges lo que vamos a ver es liquidada la literatura del siglo XX, y no creo que eso sea pronto.

Metiéndonos en tus libros, ¿Cómo es lidiar con un clásico, con un libro de culto, que es Que de lejos parecen moscas?

Trato de escribir en contra de las cosas, así que escribí en contra de las moscas. Es un libro que yo quiero mucho, que me dió cierto nombre, un lugar en la literatura. Viéndola con distancia es una novela que me parece que está muy bien, no tengo aprensiones. Pero ya la escribí, así que trato de ir a buscar otras cosas. A veces esas otras cosas eran alejarme, y a veces, como hice con El significado del fuego, retomar la historia pero ir para otro lado.

En cualquier caso, el trabajo luego de Las moscas, parece ser un foco gravitacional de mi literatura posterior. Parezco estar escribiendo, en mayor medida, para acercarme o alejarme de esta novela. Estoy pensando en voz alta, no tenía masticado esto. Pero me da la sensación de que un libro que está tan fuertemente ligado a tu nombre, como si el escritor y el libro fueran la misma cosa, tiende a generar eso, un polo de atracción en la cuál uno se aleja o se acerca de eso que por alguna razón le salió bien una vez. 

Lo mismo que orbitar a través de Borges.

Sí, es eso. A diferencia de otros libros míos anteriores, que no me gustan, me parecen trabajos mal realizados, un poco apurado. Siempre fuí partidario de publicar igual, escribo el mejor libro que puedo en el momento y después no importa si no me gusta, porque después soy otro, no tiene importancia. Pero Las moscas es un libro que todavía a mi me parece que está bien trabajado, bien logrado, que encontró ciertos puntos de síntesis en lo que yo suelo querer trabajar. Entonces sí, es eso que vos decís, orbito tratando de alejarme, en la medida de lo posible, usando lo mejor que le encuentro, y dejando el resto. Como hacen Walsh y Saer con Borges. 

En Territorios sin cartografiar te alejas del policial negro más crudo, ¿Cómo empezas a meterte en otros géneros? ¿Cómo aparece la historia y la manera de narrarla?

Considero varias cosas para mi alejamiento del género, bastante paulatino. La primera es que ya lo había escrito. Una novela negra, con todas las reglas del caso, es Las moscas, y un libro de cuentos bastante pegados al género. Entonces, para que la caja de herramientas como escritor se amplíe, tenía que visitar otros lugares. Ya Todos nosotros es un pasito de alejamiento, se arrima más a la ciencia ficción.

Territorios se fue armando, coincidieron varias cosas. La primera es que leí a China Mieville, que me modificó la forma de leer como hacía muchos años no pasaba. Creo que Paco Taibo II fue la última vez que un autor me había movido tanto la estantería como escritor. Entonces decidí tomar la serie de desafíos que la literatura de Mieville traía, y la serie de novedades (para mí por lo menos, que no era un lector muy asiduo de fantástico) y tratar de aplicarlas a mi trabajo.

Lo otro que pasó, fue que la realidad se fue enrareciendo. Yo que venía hace muchos años pegado al realismo, empezó a no alcanzar para lo que tenía que contar. La semana pasada, con la entrevista que le hicieron a Juan Mattio, apareció una nota de que en China hay una plataforma que está permitiendo a la gente dialogar con los avatares de las personas que murieron, con la información que les quedó. Es … de Materiales de Juan. La realidad se enrarece y la literatura nuestra también se va enrareciendo, pero finalmente la realidad nos alcanza.

Me parece que Territorios es el libro mío en el cuál la forma y el contenido están más cerca. De hecho, yo no sabría decir de qué trata el libro. Eso está incluido en la forma en que es contado, desde muchos lados. Muchas veces trabajo las novelas desde colecciones de relatos, y en este caso lo que hice fue el camino opuesto. Articulé un montón de cuentos para que den una forma que podría ser una novela, pero que no llega a serlo. Es una inestabilidad buscada. Mi literatura y el momento en el que estaba viviendo no permitía estabilidad de ninguna especie.

No hay la primacía de un personaje, por lo menos en la distinción tradicional entre principal y secundario. El personaje principal es el mundo roto que se crea ahí, es la piedra angular. Lo que une los cuentos es el mundo creado, no los personajes, ni las historias propias.

Es exactamente eso lo que quería contar. Digamos, la versión que yo podía contar de la ciudad y la ciudad, donde el protagonista es ese mundo disociado. Que el eje del relato sean los mundos superpuestos.

Leí en Acoplando que el último de los cuentos ya estaba escrito, un relato de la pandemia. ¿Cómo pensaste la construcción entera en base a este mundo?

Si. De hecho hubo cosas que entraron después, por ejemplo, el cuento de una versión de mi mismo que mata a Ricardo Iorio lo había escrito hace varios años para una antología, La mano maldita.

El cuento que cierra fue en primera instancia una nota que me pidió Clarín que era sobre cómo iba a ser el día después de la pandemia, según mi buen imaginar. Esto era al principio cuando la pandemia apenas tenía un mes y medio o dos. Reescribí ese mismo texto para Acoplando y después lo reescribí para cerrar el libro. el cuento de Batman también ya estaba escrito. 

Es raro cómo se arma, porque el que yo creo que es el texto que aglutina el libro, el que le da sentido al relato, es el texto de la inundación de Buenos Aires, y lo escribí al final. El libro pareciera que no tuviera sentido sin ese relato, pero apareció último. Por eso te digo: es muy inestable, es un material muy inestable Territorios, como lo que quiere contar. 

Conocemos cuentos tuyos, en este libro y por fuera de él también. Pensamos en El Cazador de Ratas, en Territorios sucede con Batman. ¿Cómo es el ejercicio de la reescritura?

Es un ejercicio que me gusta un montón, me parece que es un ejercicio que me lo traje de la música, en la literatura no se usa mucho. En la música es muy habitual; las bandas que hacíamos metal en argentina teníamos un cover. dos o tres preparados para cuando el show se caía. Un poco es eso, son relatos que uno conoce mucho y entonces le podes dar alguna vuelta de tuerca, encontrar de qué manera va a sonar como vos sonás una cancioncita que es de otro. Es un ejercicio que yo empecé a articular muy al principio. Lo hago hace mucho tiempo y viene de un libro que se llama Vacío Perfecto que es de Stanislaw Lem, un libro que son críticas de novelas que no existieron. En ese libro hay una crítica a una novela de un autor italiano que es una reescritura de El Idiota de Dostoiesvki, contada desde la óptica de la prostituta. Me pareció una gran idea. Esto que dice Piglia, correr el foco del relato.  

Esto que decías de reescribir esos clásicos que conocemos hace tanto y correr el foco es un poco lo que hace Gabriela Cabezón Cámara en La China Iron.

No me canso de decir que Gabi es la mejor de todos nosotros. Desde su primer libro (La virgen cabeza) había una cosa, lo que yo llamo una promesa incumplida. Cuando apareció ya se intuía, estaba potencialmente ahí la mejor autora argentina. No estaba pagado ahí pero ese libro era mucho mejor que la primer novela de todos. Con Le viste la cara a Dios se fue acercando más. Yo creo que La China Iron viene a cumplir todas las promesas que Gabi nos había hecho.

Nombraste a Paco Ignacio Taibo. Vos tenes gran cercanía con él. ¿Cómo es el antologador de un homenaje? 

Hermoso fue. Todo lo que pasa conmigo alrededor de Paco es el gran momento mágico de mi relación con la literatura. Lo admiro muchísimo. 

Lo estaban atacando muy duro porque había entrado a dirigir el Fondo de Cultura Económica, y es una persona bastante barrabrava para declarar, entonces toda la reacción mexicana le estaba pegando muy fuerte. Como digo en el prólogo estoy harto de los tributos post mortem. El momento de festejar a la gente es cuando está acá para poder festejar con ellos, abrazarlos y decirle lo importante que fueron para nosotros. Y si hay un momento para abrazar a los compañeros es cuando los malos lo están atacando. Entonces, en el más estricto de los secretos, porque a Paco no le gustan mucho los homenajes, contacte como a cincuenta autores, de los que quedaron treinta y pico, por los tiempos de publicación, que eran medios ajustados, y la gente tiene que laburar. Es una lastima. Si hubiéramos tenido un año más de tiempo hubiera sido un libro mucho más complejo en relación a la mucha gente que lo quiere.

Finalmente lo pudimos presentar en México, con él, que no sabía. Le dijimos que íbamos a hacer otra cosa. Fue muy lindo, muy emocionante, muy lindas las respuestas. A uno de los primeros autores que yo les pedí un texto fue a Andreu Martín, escritor catalan, bastante mayor. Me dijo que estaba retirado, que lo disculpara pero que no escribía más, y fue el primero que me envió un relato, diez días después. Eso es lo que todos le deben a Paco.

¿La literatura se completa con el lector?

La literatura es ese momento, no es antes. Antes lo que hay es escritura. Es una noticia que nos trajo Borges en 1949, cuando escribió Pierre Menard, autor del Quijote. La literatura sucede únicamente cuando hay alguien leyendo, ahí se completa el relato.

Luciano Montoya

Nació en Mar del Plata, en 1997. Actualmente reside en La Plata. Estudia la licenciatura y el profesorado en Música Popular en la UNLP. Conductor del programa de radio Plástico Cruel.


Juan Machado

Nació en Carhué, provincia de Buenos aires, en 1992. Actualmente reside en La Plata. Escritor, también se desempeña como conductor de radio. Dicta talleres y encuentros literarios. Publicó el libro de cuentos, microrelatos y poesías, No hay que jugar en la casa vieja y otros relatos (2020) Pájaros Punk (Malisia 2022)

Los papeles

Los papeles

TIEMPO DE LECTURA: 7 min.

Kike Ferrari compartió con Trinchera el primer capítulo de “Si estás leyendo esto”. Esta novela aun inédita en la que decide rondar a Borges, pero que también, decide intervenir la literatura, nuestra literatura, por medio de un recorrido por algunos de los autores más importantes la literatura argentina.

“Estoy escribiendo una novela que se va a llamar “Si estás leyendo esto”, que orbita un mito sobre Borges. Es una novela, pero también es un ensayo, mi aporte a la crítica literaria va a ser en forma de ficción, de novela. Si logro hacer lo que quiero hacer, voy a dar cuenta en la novela, más o menos, de toda la historia de la literatura argentina, en torno a un objeto que tuvo Borges.” 

Kike Ferrari


 Los papeles / 13 de mayo de 2022

Afuera puede ser julio o enero. Puede ser diciembre. Abril. Ser media mañana o tarde en la noche. Afuera. Puede diluviar, arreciar el sol. La luna puede brillar en cuarto menguante. O no. Pero afuera. Acá, como siempre, el quinto subsuelo de la Biblioteca Nacional, es –la luz blanca y un poco enfermiza de los tubos fluorescentes, los interminables anaqueles de metal en que se amontonan los libros, las ráfagas de aire fresco que mantienen la temperatura necesaria para conservarlos sanos, el piso de cemento gris, el enrarecido aroma del encierro– un inframundo de papel y tinta. 

Adrián mordisquea un lápiz negro. Una vuelta más, piensa. No quiere resignarse a terminar la jornada. Puede ser hoy. Siempre está esa idea. Y si justo ahí, en ese estante o en el de arriba, hay un manuscrito escondido, una anotación perdida en los márgenes de cualquier libro –ese, aquel– que, por no quedarme un poco más, por irme ahora –¿a qué?, ¿a la cena recalentada y uno o dos whiskys y el ronroneo Emma y un capitulo de una serie policial en Netflix?–, dejo de encontrar.

Consulta el celular. Puede ser cualquier día de cualquier mes a cualquier hora y con cualquier clima. Pero son las ocho y cuarto de la noche del viernes negro de este mayo desangelado y afuera, según San Google, la temperatura ronda los quince grados. Cielo despejado toda la noche, anuncia el Servicio Meteorológico Nacional. 

Le molesta el pelo sobre los ojos, a Adrián. Se hace un rodete y lo sostiene con el lápiz negro. Encara uno de los pasillos que conoce de memoria con la repetida sensación –hay algo que no vi– y los dedos rozando los lomos de los libros. 

Hay días en que el desasosiego puede más. Mal que le pesara al Viejo, las bibliotecas no son infinitas y la tarea que Adrián se propuso ahí tiende a agotarse. Cada mínima anotación que encuentra –como las últimas pepitas de oro en una mina en la que ya nadie excava– lo acercan un paso más al final de su búsqueda. De su búsqueda ahí. La que empezó hace tantos años y tantas maravillas le trajo. Porque, como canta su amado Nick Cave, las estrellas tienen su momento y luego mueren. 

Se consuela pensando que el cielo está lleno de estrellas. 

Siempre habrá praderas vírgenes, piensa, estantes en los que nadie haya mirado. Pero para llegar a ellas necesitamos otro milagro. Pasa al plural el pensamiento de Adrián, aunque está solo ahí abajo, en el quinto subsuelo de la Biblioteca Nacional, porque en esto, y sólo en esto, el no es una individualidad sino la mitad de ese equipo que completa Paula; es una de la cabezas de un monstruo bicéfalo donde no hay uno sin el otro. 

Un milagro, piensa. 

Que María –le decimos por el nombre de pila, se sorprende como si fuera algo nuevo– nos dé acceso a la Babel guardada en la Fundación. O conseguir los mecenas que pongan el dinero para comprar algunas de las pocas colecciones que no se llevó alguna universidad gringa.

Un milagro, se repite. 

Pero ellos no creen en milagros. 

Creen en el empecinamiento del trabajo, el agua que horada la piedra. 

Así que, pese a todo, esta noche, como casi siempre, gana la idea de que más importante que encontrar es buscar. Que es ahí, en el laburo, donde reside el sentido. Un juego de repetición. Recorrer una estantería, que pasen las horas, dos, cuatro, seis, y ante el cansancio o la desazón repetir, como una letanía: una vuelta más. 

Una búsqueda frenética vestida con las ropas de la paciencia.  

Se detiene frente a un estante y saca uno de los ejemplares a los que siempre regresa. 

Pertinax Libris, los llama. 

Este, por ejemplo, tiene algunas las características –primera edición, en alemán, tipografía gótica– de los libros en los que el Viejo anotaba. Pero no hay nada. Lo revisa de nuevo, como ya lo hizo cientos de veces, convencido de que algo se le tiene que haber pasado por alto las anteriores oportunidades y, al mismo tiempo, seguro de que no. Y es por esa certeza contradictoria que vuelve a éste –y a otra docena de libros– cada unos pocos días, como si se tratara de un ritual, a pasar las hojas buscando el subrayado, la anotación, la marca que lo desmienta y le dé sentido a la búsqueda.

Unos pasos más allá hay otro. “Adventures of Tom Sayer”, de 1886, edición en rustica de American Publishing Company. Hay apenas cuatro marcas en todo el libro. Cuatro líneas verticales a un lado de cuatro párrafos sin más anotación que un signo de admiración junto a la tercera de ellas. Pueden ser del Viejo o de cualquiera. Adrián cree que son de él. No sabe –en verdad no sabe– si reconoce el trazo en esas líneas verticales y el signo o sólo imagina reconocerlo. 

Vuelve a los párrafos marcados, como cada vez que toma el libro. 

WhenTom awoke in the morning, he wondered where he was. He sat up and rubbed his eyes and looked around. Then he comprehended. It was the cool gray dawn, and there was a delicious sense of repose and peace in the deep pervading calm and silence of the woods. Not a leaf stirred; not a sound obtruded upon great Nature’s meditation. Beaded dewdrops stood upon the leaves and grasses. A white layer of ashes covered the fire, and a thin blue breath of smoke rose straight into the air.

Gradually the cool dim gray of the morning whitened, and as gradually sounds multiplied and life manifested itself. The marvel of Nature shaking off sleep and going to work unfolded itself to the musing boy. A little green worm came crawling over a dewy leaf, lifting two-thirds of his body into the air from time to time.

They gradually wandered apart, dropped into the dumps, and fell to gazing longingly across the wide river to where the village lay drowsing in the sun.

They had paddled over to the Missouri shore on a log, at dusk on Saturday, landing five or six miles below the village; they had slept in the woods at the edge of the town till nearly daylight, and had then crept through back lanes and alleys and finished their sleep in the gallery of the church among a chaos of invalided benches.

 

Puede no querer decir nada. Alguien más puede haberlas marcado. No es claro que señalan exactamente. Pero Adrián no puede dejar de relacionar los cuatro párrafos con la semblanza de Twain de “Introducción a la literatura norteamericana”, en la que el Viejo escribió: “este gran libro abunda en admirables evocaciones de la mañana y de los atardeceres”.

Deja a Tom Sawyer en su estante y avanza un poco más, hasta otro de sus Pertinax Libris. Una primera edición, de 1934, en inglés, de tapa blanda y en bastante mal estado, de “A Question of Revenge” de Felix Lane, seudónimo del poeta Frank Cairnes. En la primera página todavía se lee el sello azul que dice Cirene Book Store, una librería del barrio sur de la que el Viejo era habitué en aquella época. La tapa, de una azul lavado muestra una mano escribiendo título y el nombre del autor, más abajo se ven siete redondelitos decrecientes, uno dentro del otro. La novela trata de la búsqueda de venganza de un hombre al que le mataron al hijo. 

Adrián pasa las páginas, una a una, como tantas otras veces. Pero, a diferencia de todas esas otras, esta vez al llegar a la página 34, se detiene. Algo. Vuelve a la anterior y lee: 31. Nunca había reparado en esa página pegada. Palpa el grosor y la intuición hace el resto: abre el libro un poco más, separando las páginas pegadas del resto, y mira a trasluz.

Adrián reconoce la sensación. ¿Qué es ese rectángulo opaco entre las páginas?, piensa. La misma sensación que tuvo cuando, seis años atrás, halló el ejemplar de tapas anaranjadas del número 122 de la revista Sur con el cuento corregido. ¿Algo que me estaba esperando? Una corriente eléctrica ataca su cuerpo pequeño. ¿Y, desde cuándo me espera? ¿Cuántas veces tuve este mismo ejemplar en mis manos?

Su corazón es un caballo desbocado mientras las manos se le transforman en las de un cirujano. Con la pequeña navaja que lleva en el bolsillo del saco de pana negro separa las hojas. Precisión y cuidado. Hay un papel, doblado a la mitad, que continúa pegado a la página 33. Repite la operación, el cirujano Adrián. Cuando libera el papel, éste se trae adheridas el reverso de parte las letras de molde de la página. Tiene también algunas manchas de tinta, otras de humedad, un tachón. Y cuatro palabras manuscritas. 

Cuatro palabras.

Cuatro palabras en una letra que Adrián conoce muy bien. 

Las lee una y otra vez. No quiere llegar a ninguna conclusión todavía, pero le cae una lágrima que seca rápido con la manga del saco.  

Oro puro en una mina casi abandonada, piensa.

Respira profundo una, dos, tres veces. 

Después hace una pausa. 

Y abre el papel. 

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