Afganistán bajo fuego

Afganistán bajo fuego

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Efectivamente, en la nororiental provincia de Kunduz, el día8 de octubre pasado, un atentado explosivo reivindicado por la facción afgana de Daesh hizo estallar una bomba, en la mezquita principal de la ciudad, ocasionando 120 muertos y decenas de heridos. Una semana después, el viernes 15 de octubre el mismo grupo takfiri, a través de un ataque suicida ocasionó la muerte de 62 fieles chiitas y 88 heridos en una mezquita central de la sureña ciudad de Kandahar, en el concurrido rezo de los viernes, el más importante de la semana.

Los atentados ejecutados contra la comunidad chiita llevan a la conclusión que se persigue, no sólo propiciar un campo de acción para los grupos terroristas takfirí que han sido derrotados en Siria e Irak y son trasladados a Afganistán bajo apoyo estadounidense y saudí, principalmente. Sino que generar división entre los creyentes, tratar de generar un ambiente de discordia y presentar que el problema de Afganistán es religioso y así ocultar las raíces políticas, económicas y de dominio extranjero que ha tenido el país. Objetivos que llevan consigo el desestabilizar al naciente gobierno Talibán y hacerlo aparecer como negligente, sin preparación y una alternativa de incertidumbre en contraste a la ocupación occidental. Y, finalmente, generar un clima de inestabilidad en la región generando opiniones favorables a otra invasión o presencia de tropas extranjeras[1].

La salida apresurada e interesada de las tropas de ocupación estadounidense y británicas, el pasado mes de agosto de tierras afganas, dejó atrás armas, vehículos y bases militares intactas. Una clara demostración que el proceso de salida tiene propósitos y objetivos destinados a seguir generando inestabilidad en Afganistán y mantener una región donde la desestabilización de sus sociedades sea pan de cada día. Un escenario que le permite alos países occidentales aliados de Washington el avalar la presencia de decenas de bases militares y así vender las armas que producen sus complejos militares industriales y al mismo tiempo presionar, política, diplomática y militarmente a la República Islámica de Irán, la República Popular China y la Federación Rusa.

En este escenario, donde las manos occidentales tienen sus herramientas regionales en el sionismo y el régimen saudí, la República Islámica de Irán es un actor clave para lograr la estabilidad y seguridad en su vecino país (Afganistán) pero también para la región. La nación persa tiene poderío, prestigio y la voluntad para poder garantizar la seguridad en el país centroasiático y brindar apoyo a los países vecinos, tal como lo está haciendo actualmente, tras la salida del escenario principal de Washington y sus cómplices, decisión que permitió dar curso a variados problemas:

  1. Vacío de poder con dificultades de reconocimiento de la fuerza Talibán, por presiones, principalmente, de aquellos que ocuparon el país durante dos décadas y sus aliados.
  2. Crisis económica derivado de la salida de todos aquellos organismos que recibían apoyo de organismos internacionales, para llevar adelantes los programas de salud, educación, alimentación y agricultura, entre otras. Incluyendo el pago de remuneraciones de las Fuerzas Armadas y funcionarios del aparato estatal.
  3. Aumento en el flujo de refugiados donde Irán es uno de los destinos y que acoge cerca de 800 mil ciudadanos afganos, según cifras reconocidas por la Alta Comisionada para los Refugiados ACNUR, organismo dependiente de las Naciones Unidas, que además ha felicitado al gobierno iraní por el trato dado a esos refugiados en materia sanitaria, alimenticia y educativa.
  4. Inseguridad tras la llegada de extremistas takfiri desde otras zonas en conflicto.

Más allá de las lógicas preocupaciones frente al nuevo gobierno Talibán, no olvidemos que las fuerzas invasoras, que ocuparon durante dos décadas, no quieren perder influencia en la zona. El interés de Estados Unidos y sus aliados incondicionales, entre ellos Gran Bretaña, es seguir teniendo presencia en una zona del mundo con una descomunal importancia geopolítica, económica, estratégica, de influencia en vastas zonas de Asia central, occidental, el Cáucaso sur y el extremo oriente que genera en Washington la ambición de conservar poder e influencia, cada día más y más cuestionada, pero aún presente[2]. Afganistán está presionado por los intereses occidentales sobre su territorio, que explican las políticas destinadas a generar mayores grados de inestabilidad e incluso apoyar a aquellos que hoy combaten a los Talibán y son apoyados política, comunicacional y militarmente para ello. Bajo ese marco, los gobiernos de la región que trabajan por la paz esgrimen sus razones y que explican el interés por lograr, primero, que se estabilice el país y de esa forma entrar a generar el reconocimiento del gobierno talibán, sindicado en gran parte de los países occidentales como un movimiento terrorista. Estas razones son:

  1. Afganistán es un país dotado de enormes recursos naturales y paso estratégico para la “Nueva Ruta de la Seda”. Un país riquísimo en minerales y piedras preciosas. Dotado de las mayores reservas de litio del mundo, además de uranio, bauxita, cobre, cobalto, carbón, hierro, mármol, talco, a lo que sumamos petróleo y gas. En este punto su vecino, Turkmenistán tiene interés en que Afganistán se estabilice en función de concretar el llamado proyecto TAPI[3] que une los nombres de Turkmenistán, Afganistán, Paquistán y la India, en la construcción de un gasoducto que llevaría gas desde Turkmenistán a la India. La esperanza es que el triunfo Talibán concrete la paz y la estabilidad que permitan tender la tubería con tranquilidad.
  2. La lucha contra el terrorismo, sobre todo contra aquellos grupos que están siendo trasladados por los antiguos invasores, con apoyo saudí. A ellos se une el propio trabajo de oposición desarrollado en el valle de Panshir por el Frente de Resistencia Nacional al mando de Ahmad Massoud, el hijo de uno de los señores de la guerra contra los Talibán en los años 90 del siglo XX, Aham Shah Massoud, conocido como el “León de Panjshir”
  3. La regulación de la ayuda humanitaria que suele traer consigo multimillonarias cifras y con ello la entrada de organismos, pantalla de objetivos políticos más allá del apoyo solidario.

Irán es un actor clave en toda esta situación. Esto, por una serie de consideraciones, avaladas por su poderío, el prestigio y la voluntad de llevar adelante las ideas y propuestas encaminadas a dar mayores grados de estabilidad, no sólo a Asia Central sino también el área de Asia Occidental, donde la presencia y apoyo de la nación persa al eje de la resistencia hay sido fundamental en la lucha contra el terrorismo agresor de El Líbano, Siria e Irak. Ello implica enfrentar a la triada conformada por el imperialismo, el sionismo y el wahabismo. Con una República Islámica de Irán participando en la búsqueda de soluciones en Afganistán es posible:

  1. Garantizar la seguridad de Afganistán,coordinando acciones de cooperación y estabilidad regional.
  2. Establecer políticas que permitan no caer en los deseos de división religiosa impulsada por los enemigos y lograr así la Unidad entre chiíes y sunníes, para no dejarse provocar por aquellos que bajo la excusa de la religión dividen a los pueblos.
  3. Exigir el apoyo internacional en materia de atención a los refugiados. Acción efectiva, concreta y oportuna de los Organismos internacionales como Unicef (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia), FAO (Organización de las naciones Unidas Para la Alimentación y la Agricultura). La Unión Europea y la Organización de Cooperación Islámica.

El gobierno talibán está sujeto a enormes presiones internas y externas y en ello es clave el reconocimiento que logre, principalmente, de los países vecinos. China, por ejemplo, ha dado pasos enormes en esta dirección. Recordemos que el gobierno de Beijing, de la mano de su ministro de Relaciones Exteriores se ha reunido en un par de ocasiones con la máxima dirigencia talibán advirtiendo que no tolerara influencias en la zona de Xinjiang (donde se ubica la minoría Uigur de creencia musulmana con 12 millones de habitantes) y al mismo tiempo ofrecer su cooperación e inversiones. La Federación Rusa, por su parte, ha dicho que se tomará su tiempo, en orden a exigir ciertas garantías relacionadas con su propia seguridad fronteriza.

Irán ha señalado que su prioridad es un Afganistán sólido, en todos los planos, señalado por diversos cargos de la nación persa, entre ellos, Alí Shamjani, secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional iraní “Ignorar la necesidad de establecer un gobierno inclusivo, la intervención extranjera y el uso de medios militares en lugar del diálogo, para satisfacer las demandas de los grupos étnicos y sociales son las principales preocupaciones de los amigos del pueblo afgano”. Hace un mes atrás en una reunión cuadrilateral, al margen de la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) celebrada el 17 de septiembre en la capital de Tayikistán, Duchanbé, los cancilleres de Irán, Rusia, China y Paquistán, Husein Amir Abdolahian, Sergei Lavrov, Wang Yi y Shah Mahmoud Qureshi, respectivamente, llamaron a formar un gobierno inclusivo en Afganistán, consolidando un país libre de terrorismo y narcóticos, que no signifique amenazas a sus vecinos.

Irán ha advertido, en función de los atentados cometidos contra la comunidad chiita en Afganistán y que ha implicado una intensificación de la acción extremista de la facción local del grupo takfirí Daesh, que no aceptará dichas acciones. En una entrevista dada al medio francés Le Monde el portavoz del ministerio de relaciones exteriores de la nación persa, Said Jatibzade señaló “Las líneas rojas más importantes de nuestro país son que Afganistán esté libre del extremismo y no sea el paraíso de Daesh, no amenace a sus vecinos y al mundo (…) y no vuelve a ser la base de ningún país extranjero”. Además, Jatibzade afirmó que el reconocimiento de los Talibán por parte de Irán dependerá de si el grupo armado, que tiene bajo su control el territorio afgano, cumple con sus promesas.

Las opiniones, afirmaciones y deseos están lanzados por los países vecinos de Afganistán, en especial la república islámica de Irán. El gobierno talibán debe avanzar por las líneas trazadas so pena de ser también responsable de un agravamiento de la inestable situación de la región, catalizada por la acción de grupos terroristas cuyos apoyos los encontramos en la triada conformada por el imperialismo, sionismo y el wahabismo. Igualmente, Washington y sus aliados deben tomar buena nota, que el actual estado de situación es muy distinto al que significó el año 2001 la invasión del país centroasiático. El poderío ruso, chino e iraní permite escenificar y concretar, una correlación de fuerzas incomparablemente distinta y favorable a posiciones, que pueden enfrentar positivamente, las amenazas occidentales como también la de sus socios israelíes y saudíes.

Artículo publicado originalmente en SegundoPasoConoSur


[1] En un artículo anterior publicado en segundopaso.es sostuve que el país centroasiático vive hoy el ataque político y mediático de los mismos que durante dos décadas sumergieron al país en muerte y dolor. Hoy, las potencias occidentales, fundamentalmente Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Europea pretenden hacernos creer que el triunfo de los Talibán representa un peligro para la democracia y las sociedades de Asia, Europa y el mundo. https://www.segundopaso.es/news/1915/Afganist%C3%A1n-Busca-Su-Destino

[2] https://www.segundopaso.es/news/1915/Afganist%C3%A1n-Busca-Su-Destino

[3] El Proyecto TAPI, como se conoce el plan de gasoducto por las iniciales de los cuatro países implicados, es considerado un proyecto esencial y una oportunidad que permita estabilizar Afganistán a través del desarrollo económico que este proyecto conlleva, en el marco, además de la Nueva Ruta de la Seda. Un gasoducto de 1.814 kilómetros de extensión, que uniría el yacimiento de Galkynsysh, ubicado en Turkmenistán con el Punjab indio.

Pablo Jofré Leal
Pablo Jofré Leal

Periodista y escritor chileno. Analista internacional, Máster en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid. especialista en temas de Latinoamérica, Oriente Medio y el Magreb. Es colaborador de varias cadenas de noticias internacionales. Creador de revista digital www.politicaycultura.cl

Ningún esfuerzo será estéril en esta lucha

Ningún esfuerzo será estéril en esta lucha

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En muchas ocasiones se han analizado los movimientos de fichas en el tablero mundial. En infinidad de oportunidades se han escuchado relatos de uno y otro lado, justificando o denigrando lo acontecido. Lo concreto es que siempre quienes terminan padeciendo las consecuencias de la guerra son los pueblos donde ocurre.

Sobre el 11S

De más está analizar la ya voluptuosa cantidad de obras periodísticas, investigaciones y ensayos respecto de los acontecimientos de aquel 11 de septiembre de 2001. Un manto de sospecha nace con cada irregularidad o falta de veracidad en los relatos oficiales que explicaron aquella jornada.

¿Se sabía de antemano que podía pasar y no hicieron nada adrede? Si no sabían, ¿cómo una superpotencia militar como Estados Unidos no podía derribar esos aviones supuestamente secuestrados antes de que impactaran? ¿Cómo en menos de 24 horas ya sabían quiénes habían sido los perpetradores? ¿Cómo se explica la forma en la que se derrumbaron las dos torres del World Trade Center de New York? Y la lista continúa.

Sobre la “Guerra contra el Terrorismo”

Desde aquella jornada hasta la actualidad, lo único que sucedió es que EE. UU. y las potencias occidentales rejuntadas en la OTAN han hecho desastres. Primero en Afganistán, después en Irak y luego en Libia, Siria, Yemen, etc, etc, etc.

Una intervención que cambiaría el paradigma: ahora el enemigo no era algo tangible, alguien a quien se le conocía el rostro. Circunstancialmente podía tener un nombre u otro, una fisonomía u otra, pero cuando ese “terrorista” era abatido, aparecía otro que lo reemplazaba. Algunos señalamos desde aquel entonces que la guerra del imperio norteamericano y las potencias occidentales se había convertido en una guerra a perpetuidad contra los pueblos del mundo. Ya no importaba quién era o de dónde venía, si se oponía a los planes trazados por el imperio, era suficiente para ser automáticamente caracterizado por la prensa hegemónica como “terrorista”.

Según un informe del proyecto Cost of War de la Universidad de Brown, la “Guerra global contra el terrorismo” costó más de 8 billones de dólares (trillones según los norteamericanos). La espeluznante cifra que lleva un 8 y 18 ceros detrás (casi 18 veces el PBI anual argentino medido en dólares). Como si fuera poco, costó la vida de más de 900 mil personas, muchas de ellas civiles.

Las cifras son espeluznantes, pero más atroz es el cinismo y el negocio de la elite norteamericana y occidental que hizo cuantiosos negocios con estas guerras. Todo ese dinero fue a parar a las arcas de grandes corporaciones del Complejo Industria Militar (CIM) como lo señaló recientemente el sociólogo puertorriqueño Ramón Grosfoguel: “Más del 50% del presupuesto federal de los EEUU va al departamento de Defensa que luego subcontrata a estas compañías. EEUU es una economía de guerra. ¿Cómo haces para tener ganancias en el Complejo Industrial Americano? Si no hay guerra, te la inventas”.

Según el sociólogo y docente en la Universidad de Berkeley, estas corporaciones encontraron en el fisco norteamericano (y de la OTAN) “la gallina de los huevos de oro”. El estado imperial tiene una deuda de cerca de 30 trillones de dólares y una gran porción de ello es producto de su política de guerra a perpetuidad.

La retirada de Afganistán

Lo anterior da cuenta de que lo que está de fondo es perpetrar las guerras, porque lo importante para el CIM norteamericano y su lobby dentro del gobierno americano es seguir generando rentabilidad para sus empresas. Ahora quizás no con el ejército estadounidense en territorio afgano o iraquí, pero sí vendiéndoles armamento a unos y otros grupos. El negocio continúa.

Más allá de que algunes analistas lo hayan planteado como una derrota política del imperio norteamericano y de sus lacayos europeos, ¿realmente perdieron o se retiraron para que el trabajo sucio lo hagan otros mientras siguen sumando dólares a sus abultadas arcas? Tampoco puede desconocerse el dolor de cabeza que podrían significar los Talibanes para potencias emergentes como China e Irán (países fronterizos a Afganistán), o Rusia, país que militarmente resurgió como actor a escala global. De hecho, así lo afirmó el propio presidente norteamericano Joe Biden.

Aquí toman mayor relevancia los análisis del director del portal RedVoltaire, Thierry Meyssan, quien asegura que lo que está sucediendo es parte central de la estrategia trazada por Rumsfeld-Cebrowski según la cual EEUU no debe enfrentarse a potencias como Rusia y China, sino que por el contrario debe convertirlas en “clientes”. “‎Hay que ayudarlas a explotar los recursos de Afganistán, Irak, Libia, Siria y de muchos países más… ‎pero sólo bajo la protección del ejército de Estados Unidos”. Para el analista, el objetivo de Washington es “dominar al mundo desde las sombras y obtener el máximo de capitales”.

La repartija de Medio Oriente

Siguiendo con la línea argumental de Meyssan, las potencias globales se están distribuyendo Medio Oriente en una especie de pacto de Yalta II, donde Francia empieza a jugar un papel nuevamente de ocupante ilegal e ilegítimo en el Líbano, Irak pasa a convertirse en la figurita mediadora en la región (entre Arabia Saudí e Irán), y los EEUU y Rusia reparten fichas.

El problema es que mientras tanto las guerras continúan, el saqueo de esos países sigue intacto (o cambia de manos o de formas), y el sufrimiento y padecimiento de esos pueblos se sigue perpetrando. Hasta que el deseo de libertad de esos pueblos se termine imponiendo.

Cómo repercute el escenario descripto en Nuestra América

Se ha advertido en varias oportunidades que EEUU, para seguir siendo una potencia a nivel global, necesita del control de Nuestra América. Sin el control de lo que consideran su “patio trasero” le sería prácticamente imposible. Y precisamente la retirada de Medio Oriente puede significar una señal de que vuelven a enfocar sus cañones (pero potenciados) sobre nuestro continente.

Como dirían les chilenes, “arto” problema tendrán, porque en Nuestra América no solo los pueblos están demostrando niveles de cansancio espeluznantes sobre las políticas neoliberales, sino porque China y Rusia (fundamentalmente la primera) también comienzan pisar fuerte en estas tierras.

El objetivo sigue siendo el mismo en todos los casos: llevarse los bienes estratégicos de nuestros pueblos al menor costo posible para tener mayores niveles de rentabilidad en sus empresas y poder sostener los niveles de consumo y producción del norte global. Sea en África, en Medio Oriente, en Asia o en Nuestra América el objetivo es el saqueo y la rapiña.

La unidad continental es la única esperanza

Es por ello que el momento histórico que vivimos es crucial. La propuesta de Andrés Manuel López Obrador de sustituir a la OEA con la CELAC o algún otro órgano institucional regional no es ni más ni menos que soltarle la mano a un imperio que históricamente miró por encima del hombro al resto del continente, que saqueó a más no poder a cada país, que fomentó intervenciones militares y que presiona permanentemente mediante distintos mecanismos (como podrían ser las deudas externas).

Lo advirtió el ex vicepresidente boliviano Álvaro García Linera en un reciente artículo publicado: “Vivimos la articulación imprevista de cuatro crisis que se retroalimentan mutuamente: una crisis médica, una crisis económica, una crisis ambiental, y una crisis política. Una coyuntura de enorme perplejidad y angustia”.

Existen enormes desafíos para los pueblos y las fuerzas progresistas y/o revolucionarias del continente: hay que democratizar la política y la economía, luchar contra la explotación, desracializar y descolonizar las relaciones sociales y los vínculos entre los pueblos, despatriarcalizar nuestras sociedades, comprender que somos interdependientes del ambiente donde vivimos, y comprender que solo en unidad y con una mirada internacionalista, solidaria y colectiva podremos salir adelante.

Como diría ese gran compañero llamado John William Cooke: “Cuando culmine el proceso revolucionario argentino (podríamos agregarle “nuestroamericano”), se iluminará el aporte de cada episodio y ningún esfuerzo será en vano, ningún sacrificio estéril, y el éxito final redimirá todas las frustraciones”.

Nicolás Sampedro
Nicolás Sampedro

Prefiero escuchar antes que hablar. Ser esquemático y metódico en el trabajo me ha dado algún resultado. Intento encontrar y compartir ideas y conceptos que hagan pensar. Me irritan las injusticias, perder el tiempo y fallarle en algo a les demás.

Nuevos tambores de guerra en Afganistán

Nuevos tambores de guerra en Afganistán

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“Que aquellos que llevaron a cabo este ataque, así como cualquiera que desee [hacer] daño a América (EE.UU.), sepan esto: No perdonaremos. No olvidaremos. Los cazaremos y les haremos pagar”, declaró durante un discurso desde la Casa Blanca el anciano presidente estadounidense.

Las críticas le llueven a Biden por sus actuaciones en Afganistán desde que los talibanes tomaron Kabul y fundaron de nuevo el Emirato Islámico. Hasta salió a hablar Donald Trump, diciendo que lo de la cuestión afgana no le sucedería a él.

El ataque en el aeropuerto de Kabul fue llevado a cabo por dos terroristas suicidas considerados del Daesh y que se conocen como ISIS-K (Estado Islámico de Khorasán).

Biden ordenó “desarrollar planes operativos para atacar los activos, el liderazgo y las instalaciones” del Estado Islámico. “Responderemos con fuerza y precisión cuando queramos, en el lugar que elijamos y de la manera de nuestra elección”, destacó.

Además, prometió aprobar un aumento del contingente militar de su país en Afganistán si es necesario. “He dotado al Ejército con todo lo necesario, si necesita fuerza adicional, se la otorgaré”, reiteró.

Así que los yanquis una vez más a las andanzas militares. Lo que se sospechaba: crear caos en Asia Central para volver a ver estos episodios trágicos. Y para que el mundo occidental y occidentalizado desinformado vea que el Islam es caos, atentados terroristas y muerte.

El ataque en el aeropuerto de Kabul fue llevado a cabo por dos terroristas suicidas considerados del Daesh deja mucho que sospechar. La prensa occidental lo llama “ISIS-K” y es el más extremo y violentode todos los grupos terroristas que se dicen islámicos y que operan en Afganistán. Fue creado en enero de 2015 en el apogeo del poder del Daesh en Irak y Siria, antes de que su autoproclamado califato fuera derrotado y desmantelado por una coalición liderada por Washington. Y aquí está lo peligroso. ¿Dónde atacará Estados Unidos para someter a ese “ISIS-K”?

Joseph Biden no sale del cuadro afgano y ahora promete enviar soldados yanquis si es necesario a Afganistán.

El grupo recluta tanto a afganos como pakistaníes, especialmente miembros desertores de los talibanes afganos que no ven su propia organización como “suficientemente extremista”. Fuentes de inteligencia han atribuido al grupo algunas de las peores atrocidades que han tenido lugar en Afganistán en los últimos años como ataques dirigidos a escuelas de niñas, hospitales e incluso una sala de maternidad donde, según informes, mataron a tiros a mujeres embarazadas y enfermeras. A diferencia de los talibanes, cuyo interés se limita a Afganistán, esta sucursal del Daesh o “ISIS-K” es parte de la red global del “Califato Islámico” que busca llevar a cabo ataques contra objetivos occidentales, internacionales y humanitarios donde sea que puedan alcanzarlos.

Este Daesh tiene su sede en la provincia oriental de Nangarhar en Afganistán, cerca de las rutas de tráfico de drogas y personas que entran y salen de Pakistán. En su momento de máximo poder, el grupo contaba con unos 3000 combatientes, pero ha sufrido bajas significativas en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad estadounidenses y afganas, y también con los talibanes. Tiene grandes diferencias con los talibanes, a los que acusa de abandonar la yihad y el campo de batalla a favor de un acuerdo de paz con Estados Unidos negociado en Doha, Catar.Existen fuertes vínculos entre “ISIS-K” y la llamada red Haqqani, que a su vez está estrechamente vinculada a los talibanes. Todo un barro.

Lugar de Afganistán donde se encuentra el Daesh local.

Los militantes del Daesh representan ahora un gran desafío de seguridad para el gobierno talibán entrante, una preocupación que dicen compartir las agencias de inteligencia occidentales. Pero todo está muy turbio. Estados Unidos, tras la toma del poder de los talibanes el pasado 15 de agosto, dijo que el peligro terrorista real estaba en Siria y no en Afganistán. El Daesh es mencionado. Y surge este atentado. La inestabilidad afgana sigue en ascenso.

Estados Unidos no dudó en anunciar que volvería a Afganistán, pero no descartemos un ataque (otro de los tantos) a Siria. Washington ya teme los acercamientos de los talibanes con China, Rusia e Irán. Se le puede salir de las manos. Sigue el triste final abierto en Afganistán. Biden se responsabilizó de todo, y ahí se puede coincidir de que es el imperio el que arma semejante tragedia para el pueblo afgano. Y desde hace cuatro décadas.

Mauricio Piñero
Mauricio Piñero

Cuentan las crónicas que nació como el hijo de nadie. Luchando por la Patria Grande, como Internacionalista y antiimperialista. Tripero de alma y cuerpo, siempre junto a la patriada barrial. La historia descolonizada es mi pasión como docente de la Escuela Pública y de los barrios. Las noticias sobre los pueblos que luchan como forma de viajar hacia una verdadera justicia social global.

El rico pastel afgano

El rico pastel afgano

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El conflicto afgano parece no tener un final. Los talibanes se consolidan en Kabul y zonas del sur del país (muy cerca de Pakistán e Irán) e imponen su emirato misógino. Grupos rebeldes surgen en otras regiones para tratar de detenerlos, pero nada indica que haya paz total. Los talibanes prometieron un “gobierno inclusivo” pese a reinstaurar la Sharía (Ley Islámica) y hasta han abierto lazos diplomáticos por China, Rusia y Catar. Estados Unidos no ve con buenos ojos estas osadas jugadas diplomáticas de los talibanes y busca reimponer su influencia histórica en el país de Asia Central.

Si bien Estados Unidos está con ese plan de “evacuación” de sus tropas en el país, busca también no romper del todo con los talibanes. Después de todo, fueron parte de su creación anticomunista en el decenio de 1980. En cuanto a la cifra total de yanquis evacuados, el Secretario de Estado Antony Blinken afirmó el miércoles 25 de agosto que han sacado a más de 82.000 personas desde el pasado 14 de agosto. Sobre lo que pueda pasar tras el 31 de agosto, fecha establecida para culminar la retirada, Blinken dijo que seguirán esforzándose para que cualquiera que quiera irse del país pueda hacerlo, y que esperan que los talibanes cumplan sus compromisos en ese sentido.

Pero lo más significativo que dijo fue:

“Adoptaremos una posición hacia cualquier gobierno talibán en Afganistán basándonos en una simple propuesta: nuestros intereses y si nos ayudan a promoverlos o no… Si relacionarnos con el gobierno fomenta los intereses duraderos que tenemos en la lucha contra el terrorismo, y sirve para tratar de ayudar al pueblo afgano que necesita asistencia humanitaria y para la protección de los derechos de todos los afganos —especialmente mujeres y niñas—, entonces lo haremos”.

Ya sabemos lo que sucede cuando emergen este tipo de declaraciones de los burócratas políticos del imperialismo. No sólo el temor de que los talibanes se acerquen a Rusia o a China es lo que mantiene en alerta a Estados Unidos, sino la gran riqueza mineral que tiene Afganistán.

Yendo a la geografía económica actualizada, Afganistán se asienta sobre depósitos con valor estimado de un billón de dólares o más, incluyendo lo que podrían ser las mayores reservas mundiales de litio, un componente crucial pero escaso de las baterías recargables y otras tecnologías vitales para combatir la crisis climática. El litio, ese “oro blanco”, parece ser la estrella del futuro en luchas geopolíticas de gran intensidad. ¿Se imaginan a los talibanes haciendo acuerdos de inversión y comerciales con Moscú y Pekín ante la mirada de Washington? Todo un problema. De hecho, Rusia ha dicho que no intervendrá en Afganistán, y lo mismo aclara China, fieles a sus actuales políticas de no intervencionismo centroasiático.

A China, por su parte, solo le interesa hacer negocios, como lo hace en varias partes de Asia, África y América Latina. De hecho, ya en 2008, en tiempos del presidente Hamid Karzai, China creó un consorcio que formó un contrato a 30 años para desarrollar la explotación de cobre, el mayor proyecto de extracción de minerales de la historia afgana.

Pero Afganistán puede ofrecer hierro, oro, uranio, zinc, plomo, carbón, petróleo, lapislázuli, esmeraldas y rubíes. Y no olvidemos las reservas de gas natural. Ya en 2017 se estimó que toda la riqueza mineral afgana, incluyendo los combustibles fósiles, tendría un valor de 3 billones de dólares. “Nuestro país podría ser más rico si le ayudan a explotar los minerales”, declaró el expresidente Hamid Karzai en 2010.

Los talibanes se afianzan en Kabul y buscan mantener vínculos con China para explotar los yacimientos minerales como el tan codiciado litio afgano.

La fama de los recursos naturales afganos viene de lejos. En el siglo XIX se realizaron las primeras exploraciones y en 1930 ya se habían registrado 571 yacimientos, lo que fue muy codiciado por Gran Bretaña y el antiguo imperio ruso zarista. Las tropas soviéticas en 1980-1986 también participaron en las investigaciones, descubriendo un tipo de cobre de calidad superior en Aynak.

Los años de guerra e inestabilidad han dificultado que los minerales y recursos se exploten y se gestionen de una manera apropiada. Además, algunos de los conflictos internos del país se han acentuado por este gran tesoro mineral, lo que convirtió a muchos grupos de muhayidines en “señores de la guerra” al estilo de los conflictos de los diamantes en África Occidental y Central.

Sin embargo, los problemas de seguridad y la falta de infraestructura han impedido que se extraigan de una forma correcta estos recursos. El futuro incierto que presenta el país desde la llegada de los talibanes al poder puede evitar que muchas empresas extranjeras inviertan en el país ante la falta de un marco legal y seguridad. No obstante, hay algunos países que aspiran a controlar los recursos afganos ahora que la OTAN ya no tiene presencia en el país. China juega un papel clave en este aspecto, ya que es el mayor inversionista extranjero en Afganistán.

China busca controlar los yacimientos todavía sin explotar, como los de litio y “tierras raras”, un paso que le supondría una gran ventaja en la competencia que mantiene con Estados Unidos y Europa. El gigante asiático ya produce el 40% del cobre mundial, casi el 60% de litio y más del 80% de las tierras raras, según datos de la Agencia Internacional de Energía (AIE).

Abdul Ghani Baradar, dirigente talibán, ha dado su visto bueno a las declaraciones de China, asegurando que espera que “juegue un papel importante en la futura reconstrucción y el desarrollo económico de Afganistán”.

Uno de los materiales más importantes que presenta Afganistán es el litio, material imprescindible para coches eléctricos, teléfonos móviles y ordenadores portátiles. De acuerdo con la AIE, China, la República Democrática del Congo y Australia representan el 75% de la producción mundial de litio y cobalto.

Pakistán, otro vecino de Afganistán, también podría comenzar a invertir en las minas del país. Islamabad, que ya estableció relaciones con los talibanes en 1996, ha mantenido lazos con los insurgentes.Durante estas dos últimas décadas, los talibanes han acudido en varias ocasiones a Pakistán a entrenarse militarmente o a recibir atención médica. Incluso se ha acusado al gobierno pakistaní de proporcional ayuda militar a los islamistas, aunque Islamabad lo niega.

Por otra parte, encontramos a Rusia, que podría buscar recuperar su influencia en Afganistán. Aunque Moscú considere a los talibanes como un grupo terrorista desde 2003, autoridades rusas han organizado conversaciones con el movimiento y con otras fuerzas de la oposición.

Ante este panorama, Estados Unidos y la Unión Europea tendrán que tomar una decisión en lo que respecta al potencial económico afgano. Occidente deberá elegir entre ver como otros países se reparten los valiosos recursos del país, o iniciar relaciones económicas con los talibanes, algo que sin duda causará críticas en la opinión pública y cuestionará su compromiso con los derechos humanos. Pero ya sabemos que, a Washington y Bruselas, mucho no les preocuparía pagar un “costo moral”. El litio es muy rico para perderlo. Y es por ellos que Blinken dijo lo que dijo sobre los talibanes el 25 de agosto, sorprendiendo a la prensa mundial. Lo cierto es que Afganistán se está convirtiendo en un pastel muy suculento para las potencias regionales y globales.

Mauricio Piñero
Mauricio Piñero

Cuentan las crónicas que nació como el hijo de nadie. Luchando por la Patria Grande, como Internacionalista y antiimperialista. Tripero de alma y cuerpo, siempre junto a la patriada barrial. La historia descolonizada es mi pasión como docente de la Escuela Pública y de los barrios. Las noticias sobre los pueblos que luchan como forma de viajar hacia una verdadera justicia social global.

Afganistán y otra vez los talibanes

Afganistán y otra vez los talibanes

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El 14 de agosto los talibanes anuncian al mundo que lograron el control de toda la nación de Afganistán. Como en el año 1996, luego de una larga guerra civil entre las facciones de los mujaidines islámicos (iniciada en 1992), este grupo paramilitar de tendencias islámicas sunna conservadoras y cercanas a un tipo de wahabismo del Asia Central (conocido como ghazi), toma las riendas del país y abre un nuevo capítulo en su historia y en la región que va desde las puertas de Asia Central desde el Cercano Oriente, muy cerca de las dos repúblicas islámicas que hay allí, Pakistán e Irán.

Si bien los talibanes se jactan de una victoria total, la cuestión no parece sencilla. Cierto es que Estados Unidos parece que se está retirando ante la llegada de los talibanes nuevamente a las cercanías de la capital Kabul. También hay ciertas críticas, por parte del gobierno británico a Joseph Biden por no hacer mucho en el conflicto afgano. Tras una reunión de emergencia del Gabinete británico sobre los recientes acontecimientos en Afganistán, el prmier ministro Boris Johnson dijo a a la prensa de su país que el statu quo en el país centroasiático es bastante grave. A su juicio, los avatares en Afganistán son el resultado inevitable de la decisión del gobierno de Biden, de retirar las tropas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) del territorio afgano.

Los talibanes han capturado 29 de las 34 capitales provinciales, a pocas semanas de que Estados Unidos complete la retirada total de sus tropas, luego de permanecer en el territorio afgano desde 2001, con el pretexto de luchar contra el terrorismo.En este marco y mediante un mensaje de vídeo, el debilitado presidente de Afganistán, Ashraf Qani, ha sostenido amplias consultas dentro de su gobierno y con los socios internacionales.

El líder del movimiento talibán en Doha (capital de Catar) señaló que su grupo ordenó a los combatientes que se abstengan de cometer actos violentos en Kabul, que permitan el paso seguro a quien decida salir y que pidan a las mujeres que se dirijan a zonas protegidas. Por su parte, el ministro del Interior interino de Afganistán, Abdul Sattar Mirzakwal, descartó la posibilidad de un asalto a la capital del país, Kabul, y prometió que el cambio de gobierno se realizará de manera pacífica. Pero el medio Al Arabiya citó a unas fuentes que indican que el presidente afgano renunciará a su cargo para que se forme una especie de gobierno interino.

Por su parte, Biden movió sus fichas ante tanta confusión. “Hemos comunicado a los representantes de los talibanes en Doha (Catar) que cualquier acción, de su parte sobre el terreno en Afganistán, que ponga en peligro a nuestro personal o a nuestra misión, se enfrentará con una respuesta rápida y contundente de Estados Unidos”, dijo el anciano Biden en un comunicado. Al ampliar sus declaraciones, el mandatario estadounidense aseveró que había autorizado el despliegue de 5000 tropas en el país centroasiático, con el objetivo de “llevar a cabo una retirada ordenada y segura del personal estadounidense y otros aliados (…) que corren un riesgo especial ante el avance de los talibanes”. Asimismo, señaló que había dado instrucciones al secretario de Estado, Antony Blinken, para que apoye al presidente afgano Qani, y a otros dirigentes afganos en su intento por evitar un mayor derramamiento de sangre y buscar un acuerdo político. Pero Biden, pese a las críticas de Londres, defendió la salida de las tropas estadounidenses de Afganistán, argumentando que las fuerzas afganas eran las llamadas a luchar contra los talibanes en el país.

Así está el mapa político de Afganistán, 2021

Los talibanes (“seminaristas del Islam” en idioma pashtun, una de las lenguas más habladas entre los grupos étnicos de Afganistán y que toma prestado vocablos del árabe tradicional) surgieron al calor de la guerra contra la intervención soviética de 1979-1989, combatiendo como uno de los tantos grupos de mujaidines para derrocar al gobierno socialista de Kabul. Si bien los soviéticos se retiraron de Afganistán, el país se vio sumido en una guerra civil en la que los talibanes cobraron importancia. Lo que hay que tener en cuenta es que Afganistán es un país plurinacional. A lo largo de la historia, la región de la moderna Afganistán fue invadida por varios pueblos, que incluyen a los persas, griegos, árabes, turcos y mongoles. Pero desde hace casi el II milenio a.C., viven allí diversos grupos iranios pertenecientes a la gran familia de las lenguas indo-europeas asiáticas. De esta gran familia surgieron los grupos pashtun, que son más del 40 % de la población afgana, y luego le siguen los tayikos, que son casi el 30 %. También están los hazara, pueblo que habla persa, y que representan el 9 % de la población afgana. También viven en Agfanistán los aimak (4 %) y los baluchíes (un 2 %), con sus dialectos iranios muy antiguos, aunque han adoptado préstamos del pashtun moderno. De las invasiones turcas y mongolas quedaron sus herederos, como el caso de los uzbekos (un 9 %), los turcomanos (un 3 %) y algunas antiguas tribus tártaras (1 %).  Los idiomas oficiales de Afganistán son el persa afgano o dari (derivado del persa moderno, emparentado con el de Irán y con el parsis de India), hablado por el 50 % de la población, y el pashtun, hablado por el 35 % de la población. También hay unas 30 lenguas menores, como las habladas por los grupos tribeños como los gutiums, los tokarii y los lullubii. Algunos creen rastrear en algunas poblaciones legados lingüísticos del antiguo elamita y de las lenguas dravidianas pre-arias. El bilingüismo es común, y esta es una de las razones por las cuales los porcentajes resultan variables.

El Islam se convirtió en la religión predominante desde el 1000 d.C. Hoy, los afganos son predominantemente musulmanes (de los cuales aproximadamente 80-89 % son sunníes y 10-19 % son chiíes). Hay también minorías budistas, hinduistas y sijs. Una minoría judía milenaria se ha reducido desde hace algunos años. Entre los tribeños más montañeses incluso se adoran a deidades muy antiguas, que recuerdan al politeísmo de la antigua Mesopotamia. Es decir, estamos ante un mapa muy complejo en Afganistán.

De hecho, los talibanes han querido insertarse entre los grupos musulmanes sunna para fomentar sus ideas islámicas radicales. El movimiento talibán está compuesto fundamentalmente por miembros pertenecientes a minorías étnicas del grupo de los pashtunes,​ junto con voluntarios uzbekos y tayikos. Pero han importado mercenarios del Punjab indo-pakistaní, de Arabia Saudí, de Chechenia y hasta de Bosnia.

Los servicios de inteligencia de Arabia Saudí y Pakistán han creado a este grupo de los talibanes en combate contra la Unión Soviética, y con el apoyo de Estados Unidos, en los tiempos de las presidencias de Jimmy Carter (1977-1981) y Ronald Reagan (1981-1989). Eran considerados “soldados de la libertad” en la lucha contra el “comunismo ateo”. En realidad, se fueron formando al calor de la guerra y recién entre 1987 y 1992 se presentaron al mundo como los talibanes. El movimiento, predominantemente pashtun, apareció por primera vez en seminarios religiosos, en su mayoría pagados con dinero de Arabia Saudí, en los que se predicaba una forma de línea dura del Islam sunna.

Los talibanes logran gran control en casi todo el país y anuncian que se apoderaron de la nación centroasiática.

Hacia 1992 empezó una larga guerra civil en el país. La promesas hechas por los talibanes, en las áreas pashtun que se encuentran entre Pakistán y Afganistán, fueron restaurar la paz y la seguridad y hacer cumplir su propia versión austera de la sharia, o ley islámica, una vez en el poder. Desde el suroeste de Afganistán, los talibanes ampliaron rápidamente su influencia. En septiembre de 1995 capturaron la provincia de Herat, fronteriza con Irán, y exactamente un año después capturaron la capital afgana, Kabul, derrocando al régimen del presidente Burhanuddin Rabbani, uno de los padres fundadores de los mujaidines afganos que resistieron la ocupación soviética. En 1998, los talibanes controlaban casi el 90% de Afganistán.

Cansados ​​de los excesos de los mujaidinesy de las luchas internas después de la expulsión de los soviéticos, la población afgana en general recibió con buenos ojos a los talibanes, cuando estos aparecieron por primera vez. Su popularidad inicial se debió en gran parte a su éxito erradicando la corrupción, frenando la anarquía y trabajando para que las carreteras y las áreas bajo su control fueran seguras, impulsando así el comercio. No obstante, los talibanes también introdujeron y apoyaron castigos acordes a su estricta interpretación de la ley islámica: ejecutando públicamente a asesinos y adúlteros que habían sido condenados y amputando a los que habían sido declarados culpables de robo.Asimismo, los hombres debían dejarse crecer la barba y las mujeres tenían que llevar un burka que les cubría todo.Los talibanes también prohibieron la televisión, la música, el cine, el maquillaje y desautorizaron que las niñas de 10 años o más fueran a la escuela. Los talibanes fueron acusados ​​de diversos abusos culturales. Un ejemplo notorio fue en 2001, cuando los talibanes siguieron adelante con la destrucción de las famosas estatuas del Buda de Bamiyán en el centro de Afganistán, a pesar de la condena e indignación que esto causó en todo el mundo científico y arqueológico.

Pakistán ha negado repetidamente las acusaciones de que ayudó a darle forma a los talibanes, pero son pocas las dudas de que muchos afganos que inicialmente se unieron al movimiento fueron educados en madrasas (escuelas religiosas) en ese país. Pakistán también fue uno de los únicos tres países, junto a Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos (EAU), que reconocieron a los talibanes cuando tomaron el poder en 1996. Los talibanes se convirtieron en uno de los focos de atención en todo el mundo tras los ataques al World Trade Center de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001. Fueron acusados ​​de servirles de santuario a los principales sospechosos de los ataques: Osama bin Laden y su movimiento al Qaeda.El 7 de octubre de 2001, una coalición militar liderada por Estados Unidos lanzó ataques en Afganistán y, para la primera semana de diciembre, el régimen talibán ya se había derrumbado.

El entonces líder del grupo, Mullah Mohammad Omar, y otras figuras importantes, incluido Bin Laden, eludieron la captura a pesar de haber sido una de las persecuciones más grandes del mundo. Según informes, muchos altos dirigentes talibanes se refugiaron en la ciudad paquistaní de Quetta, desde donde guiaron al grupo. Pero Islamabad negó la existencia de lo que se bautizó como el Quetta Shura en Pakistán, un grupo de veteranos del régimen talibán. Sin embargo, durante las recientes conversaciones de paz con Estados Unidos, los talibanes aseguraron que no albergarían de nuevo a al Qaeda, organización que se encuentra muy disminuida.

Abdul Ghani Baradar, líder de la delegación talibán, y Zalmay Khalilzad, enviado de Estados Unidos para la paz en Afganistán, se dan la mano después de firmar un acuerdo en una ceremonia en Doha, Qatar, el 29 de febrero de 2020.

Pero los talibanes nunca se fueron de Afganistán pese a la invasión yanqui. Luego de varias luchas internas dentro del movimiento, hacia el 2010-2011 se fueron reagrupando y ganando terreno. Mawlawi Hibatullah Akhundzada fue nombrado comandante supremo de los talibanes el 25 de mayo de 2016, después de que Mullah Akhtar Mansour muriera en un ataque con aviones no tripulados estadounidenses. En la década de 1980, participó en la resistencia islamista contra la campaña militar soviética en Afganistán, pero su reputación es más la de un líder religioso que la de un comandante militar. Akhundzada trabajó como jefe de los Tribunales de la Sharia en los años 1990.Se cree que tiene unos 60 años y ha vivido la mayor parte de su vida dentro de Afganistán. Sin embargo, según expertos, mantiene estrechos vínculos con la llamada Quetta Shura, los líderes talibanes afganos que dicen tener su base en la ciudad paquistaní de Quetta.

Biden, anunció en abril de 2021 que todas las tropas estadounidenses habrían abandonado el país para el 11 de septiembre, dos décadas después de los ataques al World Trade Center. Mientras tanto, los talibanes lograron ampliar su fuerza militar y no dudaron en actuar para ser de nuevo un actor de peso en Afganistán.

Se cree que el grupo ahora es más fuerte en número que en cualquier otro momento desde que fueron derrocados en 2001, con hasta 85.000 combatientes a tiempo completo, según estimaciones recientes de la OTAN. Su control del territorio es más difícil de estimar, ya que los distritos van y vienen entre ellos y las fuerzas gubernamentales, pero estimaciones recientes lo sitúan entre un tercio y una quinta parte del país. El avance es más rápido de lo que muchos creían.

Y así lo fue el 15 de agosto del año 2021. El presidente de Afganistán, Qani, mantuvo una conversación telefónica con funcionarios de seguridad y se habló “sobre cómo brindar seguridad a los ciudadanos de Kabul”. En el medio del caos de un cambio de gobierno, hasta el papa Francisco ha instado a poner fin al conflicto en Afganistán. “Me uno a la preocupación unánime por la situación en Afganistán. Les pido que recen conmigo al Dios de la paz para que cese el estruendo de las armas y se encuentren soluciones en torno a una mesa de diálogo”, dijo ese domingo 15 de agosto ante fieles congregados en la plaza de San Pedro, en la Ciudad del Vaticano.

En las últimas horas, la segunda y la tercera ciudades más grandes del país — Herat, en el occidente y Kandahar, en el sur — han caído en manos de los talibanes, así como la capital de la provincia sureña de Helmand, en donde los militares estadounidenses, británicos y de la OTAN libraron algunas de las batallas más sangrientas durante el conflicto.

Para algunos observadores, lo que sucede en el país centroasiático no es mera coincidencia. De hecho, dicen que Washington, cuya presencia en Afganistán causó un inmenso sufrimiento al pueblo afgano, está reforzando a los talibanes para encontrar una justificación a futuras misiones en pro de sus intereses.

El ministro de Asuntos Exteriores chino, Wand Yi, ha recibido a fines de julio pasado a una delegación talibán de alto nivel.

Por su parte, los talibanes no son unos militaristas osados. Han aprendido a hacer diplomacia y hasta pactan con Qani formar una especie de gobierno de coalición nacional. Una vez más se presentan como garantes de la paz. Sabiendo que Washington podrá hacer una nueva jugada en Afganistán, pese al supuesto retiro de tropas, los talibanes no dudan en charlar con la República Popular China. De hecho, a fines de julio pasado hubo una reunión cumbre. El líder de la oficina política de los talibanes en Catar, el mulá Baradar, se reunió el 28 de julio con el ministro de Exteriores chino, Wang Yi, y con otros altos funcionarios del gigante asiático. El portavoz político de los insurgentes, Naeem Wardak, afirmó en un comunicado que Baradar llegó a China al frente de una delegación compuesta por nueve miembros tras ser invitado oficialmente por Pekín. Se intercambiaron puntos de vista sobre las problemáticas de ambos países en materia política, económica y de seguridad, así como sobre la situación en curso en Afganistán y el proceso de paz.  China, según la versión de los talibanes, afirmó la expansión y la continuidad de su ayuda a la nación afgana y que no interferirá en los asuntos de Afganistán. Pekín también se comprometió a ayudar a resolver problemas y traer la paz a Afganistán. Es todo un clímax de pragmatismo talibán. Siempre han cuestionado a China por los tratos a grupos musulmanes de Sinqiang, donde viven los uigures, pueblo túrquico que practica el Islam sunna, y que ha formado también un grupo paramilitar talibanezco para combatir a Pekín y buscar la autonomía de la región de Umqi. Pero los talibanes dejaron de lado su solidaridad umma y negociaron con los chinos algunas ayudas por si acaso…

Pekín, que comparte unos 60 kilómetros de frontera con Afganistán, por su parte, busca evitar verse afectada por las hostilidades en Afganistán y ya recibió en 2019 a una delegación talibán. Este viaje a China es uno más de la serie de visitas realizadas por los talibanes a diversos países vecinos de Afganistán, la última el pasado 7 de julio cuando una delegación insurgente visitó Irán para tratar “asuntos bilaterales”. Es decir, saben los talibanes que Occidente no se quedará quieto. Lo saben en Teherán también. Todo está muy tenso, y las potencias regionales juegan sus fichas para que no pase a mayores. China e Irán están jugando para endulzar a los talibanes y que sean una especie de aliado para evitar una nueva desintegración fitnaen Afganistán, y que sea aprovechada por grupos extraños como el Daesh para justificar nuevas intervenciones o crear inestabilidad en fronteras ya calientes en la historia moderna. Hay que recordar que Irán comparte grupos étnicos con Afganistán, como el caso de los baluchíes, de donde surgió un extraño grupo paramilitar contra Teherán y que se proclama admirador del Daesh. Los talibanes controlan a raya a los baluchíes afganos y eso puede ser garantía de estabilidad fronteriza.

En febrero de 2020, Estados Unidos y sus aliados de la OTAN firmaron un acuerdo en su momento declarado “histórico” en el que pactaron el retiro de sus tropas si los talibanes se aferraban a este. Por eso los talibanes saben que la guerra no termina aquí. Tras no reconocer el convenio firmado hace un año, tampoco es previsible que el grupo tema a la última advertencia de Washington. Los talibanes regresaron con todo, pero no sin dificultades. Aún Afganistán es un tablero turbio. Nada está fijo. Hay un tenso final abierto. La Ruta de la Seda está que arde.

Mauricio Piñero
Mauricio Piñero

Cuentan las crónicas que nació como el hijo de nadie. Luchando por la Patria Grande, como Internacionalista y antiimperialista. Tripero de alma y cuerpo, siempre junto a la patriada barrial. La historia descolonizada es mi pasión como docente de la Escuela Pública y de los barrios. Las noticias sobre los pueblos que luchan como forma de viajar hacia una verdadera justicia social global.

Afganistán y la olvidada Revolución Socialista de 1978

Afganistán y la olvidada Revolución Socialista de 1978

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Afganistán es un país que siempre ha sido caracterizado como “indomable”. Se dice que resistió a los ejércitos del macedonio Alejandro Magno, que no pudo ser invadido por grandes imperios antiguos. Pero desde el siglo VII  sus diversos pueblos montañeses y rurales no pudieron resistir a la islamización, y pronto surgieron ramas sunna y shiíes por el país. Luego emergieron diversos estados islámicos hasta que en el siglo XIX Afganistán estaba presionado por el imperio de los persas de los Shah y el imperialismo británico que molestaba desde el Indostán. También la Rusia de los Zares quería tener influencia sobre los afganos desde el norte.

Luego de intensas guerras contra las intenciones imperialistas de Gran Bretaña, los afganos lograron ser independientes. Y se proclamó la independencia, y se consagró el pleno reconocimiento de la soberanía de Afganistán con el armisticio de Rawalpindi (8 de agosto de 1919) y el importante tratado de Kabul (22 de noviembre de 1921). El líder independentista Aman Allah Khan inició la modernización del país: se promulgó una constitución (1922) y un código administrativo (1923); se dio comienzo de la instrucción femenina (1924) y luego se proclamó una nueva constitución (1928). Khan viaja a Europa y se hace coronar rey. La reacción conservadora no tardó mucho. El soberano fue derrocado, y un aventurero, Habib Allah Khan, ejerció durante seis meses una sangrienta dictadura.

Nadir Shah, pariente de Aman Allah Khan, elimina al usurpador y se hace proclamar rey en 1929. Instruido por la experiencia, reemprendió con prudencia las reformas, pero fue asesinado en 1933. Le sucedió su hijo Mohammed Zahir Shah, quien hizo que su país entrara en la Sociedad de Naciones (1934) y abrió progresivamente el país a la influencia exterior.

Zahir se mantuvo al margen de la Segunda Guerra Mundial y en los primeros tiempos de la Guerra Fría quiso convertirse en un campeón del no alineamiento. Bajo su reino “progresista” se firmaron tratados de amistad con Estados Unidos, Alemania Federal, Gran Bretaña y la Unión Soviética. También estaba en buenas amistades con el Shah de Persia. Hubo roces fronterizos con Pakistán. Resueltos los problemas exteriores, Zahir dio una nueva prueba de voluntad reformadora al hacer aprobar, en 1964, por la Asamblea Constituyente, una nueva constitución y al estimular la escolarización de las mujeres, a las que en 1959 se había concedido el derecho de no llevar velo. Todo esto generó un revuelo en los mullah del interior rural del país, que querían impulsar la Sharía islámica.

Mujamad Najibullah, hombre fuerte de la Revolución Afgana

Al mismo tiempo surgieron diversos movimientos revolucionarios e izquierdistas, que recibían apoyo de la Unión Soviética. Mucho de sus líderes eran admiradores de Lenin y también de la Revolución Cubana de 1959 y del Che. En 1965 se creó por un grupo de intelectuales de Kabul, la capital afgana,, del Partido Democrático del Pueblo (PDP), una escisión dentro del partido gobernante, que acabó por dividirse, en 1967, en dos partidos, el Khalq y el Parcham, que se enfrentaron violentamente en movimientos de agitación estudiantil (1969), dando como resultado un parlamento incapaz de legislar.

Además, en 1970 y 1971, las cosechas fueron catastróficas y el hambre asoló el país. Esto provocó un cambio de gobierno, aunque la inestabilidad continuó. También hubo enfrentamientos entre las etnias rurales del país. Los conservadores musulmanes del campo declararon la Yihad bélica contra los “ateos comunistas”. Afganistán, desde hace tiempo, era un crisol de etnias y lenguas. Al estar en un cruce de caminos de múltiples rutas comerciales e imperios, la cultura afgana es rica y multilingüe, con herencias de todas las etnias y pueblos que arribaron a su territorio, donde el islam tiene una importancia predominante, pero hay influencias budistas y nómadas. La mayoría de afganos (cerca del 99 por ciento) son musulmanes, de los cuales el 80 % son sunna y solo el 19 % son shiíes. Existe una pequeña minoría de sikhs en la nación. La población de Afganistán está dividida en un gran número de grupos étnicos. Más del 40 % es de la etnia pashtún; el 30 % es de la etnia de los tayikos; el 10 % pertenece a la de los antiguos hazaras. Los idiomas oficiales de Afganistán son el persa afgano o dari (“persa afgano”), hablado por el 50 % de la población, y el pashtún (en inglés, Pashtun), hablado por el 35 % de la población.​ Otras lenguas incluyen idiomas turcos, entre ellos, el uzbeko y el turcomano (este último, hablado por el 10 % de los habitantes), así como 30 lenguas menores.

Bajo todo este panorama, se estaba gestando una conflictividad social. En Kabul los comunistas estaban liderando las protestas y los mullah estaban fundando pequeños emiratos islámicos para resistir a los “modernizadores ateos”. El 16 y 17 de julio de 1973, un golpe de estado militar, dirigido por Sardar Muhammad Daud, primo y cuñado del rey, y apoyado por los dos partidos de la oposición derrocó a Zahir, quien salió hacia el exilio hacia Roma. Fue proclamada una república, con promesas más progresistas. Pero la reforma agraria que obtuvo poco apoyo y el autoritarismo del presidente condujo al derrocamiento de este en abril de 1978. Empezó la Revolución de Saur.

Dirigida por el PDP de Afganistán contra el mandato de Daud, esta Revolución estaba dispuesta a radicalizarlo todo.  Saur es el nombre del segundo mes del año en el calendario persa utilizado en Afganistán. Pero los revolucionarios de Kabul adoptaron el calendario gregoriano para demostrar que eran herederos de Lenin. Al tomar el poder, los comunistas enfrentaban un difícil panorama. En 1979 en Afganistán alrededor del 97% de las mujeres y del 90% de los hombres eran analfabetos; alrededor del 5% de los propietarios poseían más del 50% de las tierras fértiles;​ sobre 17 millones de habitantes había 35 mil obreros pero 250 mil mullah; escasas industrias y carreteras; la esperanza de vida era de 42 años, la mortalidad infantil era la más alta del mundo; la mitad de la población sufría tuberculosis, una cuarta parte malaria, etc.​

La Revolución Afgana de 1978 le dió derechos sociales y civiles a las mujeres frente al conservadurismo Islámico del país.

Lo singular del comunismo afgano es que tenía sus seguidores entre las filas de las fuerzas armadas, que venían recibiendo mucho asesoramiento militar de la Unión Soviética en tiempos de Daud. Una alianza cívico-militar hizo fuerte a los comunistas afganos. En la noche del 27 al 28 de abril de 1979 unidades militares irrumpieron en el palacio presidencial, en el corazón de Kabul. Con la ayuda de la fuerza aérea las tropas sublevadas vencieron la resistencia de la Guardia Presidencial. Daud murió durante el ataque. El coronel Abdul Qadir tomó el mando del país, hasta el día 30 de abril, cuando se lo traspasó voluntariamente al imponente líder comunista Muhammad Taraki. Cientos de miles de personas festejaron en las calles la victoria de la Revolución de Abril.

A los revolucionarios comunistas afganos no se les hizo fácil. Luchas internas (y étnicas) llegaron al poder nuevo de Kabul. Taraki fue asesinado. Le sucedió Hafizullah Amin. Este líder hizo que el Consejo Revolucionario le nombrara presidente y también se convirtió en líder del PDPA. Fue uno de los primeros que expuso la idea de la necesidad de una intervención soviética en Afganistán ante la presión de los mullah del campo. A Amín se le estaba escapando la situación crítica de las manos y buscó romper con Moscú. Se lo acusó de ser agente de la CIA y fue asesinado. Por Radio Kabul se informó que era decisión del Consejo Revolucionario, el destituir y condenar a muerte a Amín y llevar a cabo de la pena. Babrak Karmal, el nuevo líder, se dirigió al pueblo con un discurso prosoviético a fines de 1979.

La “Operación Tormenta-333” fue el nombre en clave de la intervención de tropas especiales soviéticas que el 27 de diciembre de 1979 llegaron a Afganistán para apoyar al nuevo gobierno comunista de Karmal. Este gobernó hasta 1986, y luego vino el hombre fuerte del gobierno comunista afgano Muhammad Najibullah, que lideró el país hasta 1992. En los Juegos Olímpicos de 1980, celebrados en Moscú, casi 60 países se negaron a presentarse a raíz del conflicto. Cuatro años después los países comunistas harían lo mismo en los Juegos Olímpicos celebrados en Los Ángeles en 1984.

La Revolución Afgana nacionalizó toda la economía y con ayuda del bloque soviético instauró un régimen socialista de economía estatal planificada. El nuevo gobierno inició un programa de reformas que eliminó la usura, inició una campaña de alfabetización,​ eliminó el cultivo del opio, legalizó los sindicatos, estableció una ley de salario mínimo y rebajó entre un 20 y un 30 por ciento los precios de artículos de primera necesidad.​ A través de sus sindicatos, los obreros podían concertar contratos colectivos con la administración de las empresas, lo cual permite mejorar las condiciones de vida y trabajo. 

La Unión Soviética 🚩 le dió una gran apoyo a la Revolución Afganadesde diciembre de 1979, cuando envío tropas a defender al país aliado comunista de Asia Central

En cuanto a los derechos de la mujer, el régimen socialista otorgó permiso de no usar velo, abolió la dote, promovió la integración de mujeres al trabajo (245.000 obreras y el 40% de los médicos fueron mujeres) y a la educación (el analfabetismo femenino fue reducido del 98% al 75%, el 60% del profesorado de la Universidad de Kabul eran mujeres, 440.000 mujeres más trabajaban en educación y 80.000 participaban en la campaña de alfabetización),​ así como a la vida política. El Decreto Nº 7 del 17 de octubre de 1978 otorgó a las mujeres iguales derechos que los varones.​ El período de la República Democrática fue en el que más mujeres profesionales hubo en Afganistán.

Inicialmente se separó la religión del Estado, manteniendo la libertad de culto. Posteriormente, se creó un fondo estatal para la reparación y construcción de mezquitas y se anuló la expropiación del excedente de tierras a los clérigos. La constitución provisional de 1980 definía a la República Democrática de Afganistán como “de todo el pueblo musulmán trabajador”. Pero en 1987, el Islam fue restaurado como religión oficial del Estado.

Esta última concesión al Islam local está relacionada con la guerra civil y la intervención soviética en Afganistán. Desde el principio, la república tuvo conflictos con los integristas locales, conocidos como muyahidines. Los “soldados de Dios” llevaron a cabo una guerra de guerrillas y atentados terroristas, mientras recibían armamento y recursos de Estados Unidos, a través de Pakistán (que incluso en algunas ocasiones envió directamente a su Ejército a participar de las batallas) y también de Arabia Saudí, Gran Bretaña e Israel. En los últimos días de 1979 la Unión Soviética entró en el país para ayudar al gobierno, pero se retiraron en 1989 después de nueve años de guerra.

La Revolución siguió hasta 1992, año en que cayó el régimen socialista. Ganaron terreno los aliados islámicos de Occidente. La guerra ha sido reiteradas veces calificada por la prensa norteamericana como “el Vietnam de la Unión Soviética”. La población de Afganistán cayó de 13,41 millones en 1979 a 11,61 millones en 1990 como consecuencia de la violencia de la guerra y la crisis de refugiados. Luego llegaron los talibanes en 1996. Los talibanes irrumpieron en la capital afgana, castrando y asesinando públicamente a Najibullah. Hoy Afganistán es uno de los países más castigados por los pretorianos de Occidente.

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