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En el mes de mayo de 1974 el entonces Presidente de los argentinos, Tte. Gral. Juan Domingo Perón, dio a conocer el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional. Uno de los temas abordados en ese trabajo es el del ámbito ecológico. Desde entonces la cosa no ha hecho más que empeorar. Veamos qué decía:

Ya el hombre ha tomado conciencia de su capacidad para alterar el medio en que vive, como así también del uso indebido del avance tecnológico respecto de dicho medio. El tema no es nuevo. La concientización mundial, sí.

Factores tales como la polución, el sobrecultivo, la deforestación, la acumulación de desperdicios, entre otros, indican claramente el perjuicio que ocasionan a los seres vivos.

El ser humano, como simple eslabón del ciclo biológico, está condicionado por un determinismo geográfico y ecológico del cual no puede sustraerse.

Estamos, pues, en un campo nuevo de la realidad nacional e internacional, en el que debemos comprender la necesidad —como individuos y como nación— de superar estrechas miras egoístas y coordinar esfuerzos.

Hace casi 30 años, cuando aún no se había iniciado el proceso de descolonización contemporánea, anunciamos la «tercera posición» en defensa de la soberanía y autodeterminación de las pequeñas naciones frente a los bloques en que se dividieron los vencedores de la segunda guerra mundial.

Hoy, cuando aquellas pequeñas naciones han crecido en número y constituyen el gigantesco y multitudinario «tercer mundo», es un riesgo mayor, que afecta a toda la humanidad y pone en peligro su misma supervivencia, nos obliga a plantear la cuestión en nuevos términos que van más allá de lo estrictamente político, que superan las divisiones partidarias e ideológicas, y entran en la esfera de las relaciones de la humanidad con la naturaleza.

Creo que ha llegado la hora en que todos los pueblos y gobiernos del mundo cobren conciencia de la marcha suicida que la humanidad ha emprendido a través de la contaminación del medio ambiente y la biósfera, la dilapidación de los recursos naturales, el crecimiento sin freno de la población y la sobreestimación de la tecnología, y de la necesidad de invertir de inmediato la dirección de esa marcha, a través de una acción mancomunada internacional.

El ser humano no puede ser concebido independientemente del medio ambiente que él mismo ha creado. Ya es una poderosa fuerza biológica, y si continúa destruyendo los recursos vitales que le brinda la Tierra, sólo puede esperar verdaderas catástrofes sociales para las próximas décadas.

La humanidad está cambiando las condiciones de vida con tal rapidez que no llega a adaptarse a las nuevas condiciones; va más rápido que su captación de la realidad y no ha llegado a comprender, entre otras cosas, que los recursos vitales para él y sus descendientes derivan de la naturaleza y no de su poder mental. De todos modos, a diario, su vida se transforma en una interminable cadena de contradicciones.

En el último siglo ha saqueado continentes enteros y le han bastado un par de décadas para convertir a ríos y mares en basurales, y al aire de las grandes ciudades en un gas tóxico y espeso. Inventó el automóvil para facilitar su traslado, pero ahora ha erigido una civilización del automóvil que se asienta sobre un cúmulo de problemas de circulación, urbanización, seguridad y contaminación en las ciudades, y que agrava las consecuencias de su vida sedentaria.

Las mal llamadas «sociedades de consumo» son, en realidad, sistemas sociales de despilfarro masivo, basados en el gasto, porque el gasto produce lucro. Se despilfarra mediante la producción de bienes innecesarios o superfluos y, entre éstos, a los que deberían ser de consumo duradero, con toda intención, se les asigna corta vida, porque la renovación produce utilidades. Se gastan millones en inversiones para cambiar el aspecto de los artículos, pero no para reemplazar los bienes dañinos para la salud humana, y hasta se apela a nuevos procedimientos tóxicos para satisfacer la vanidad humana. Como ejemplo, bastan los automóviles actuales que debieran haber sido reemplazados por otros [con motor eléctrico], o el tóxico plomo que se agrega a las naftas simplemente para aumentar la velocidad inicial de los mismos.

No menos grave resulta el hecho de que los sistemas sociales de despilfarro de los países tecnológicamente más avanzados funcionan mediante el consumo de ingentes recursos naturales aportados por el «tercer mundo». De este modo, el problema de las relaciones dentro de la humanidad es paradójicamente doble: algunas clases sociales —las de los países de baja tecnología en particular— sufren los efectos del hambre, el analfabetismo y las enfermedades, pero, al mismo tiempo, las clases sociales y los países que asientan su exceso de consumo en el sufrimiento de los primeros, tampoco están racionalmente alimentados ni gozan de una auténtica cultura o de una vida espiritual o físicamente sana. Se debaten en medio de la ansiedad, el tedio y los vicios que produce el ocio mal empleado.

Lo peor es que, debido a la existencia de poderosos intereses creados o por la falsa creencia generalizada de que los recursos naturales vitales para el hombre son inagotables, este estado de cosas tiende a agravarse. Mientras un fantasma —el hambre— recorre el mundo devorando 55 millones de vidas humanas cada 20 meses, afectando hasta [a] los países que ayer fueron graneros del mundo y amenazando expandirse de modo fulmíneo en las próximas décadas, en los centros de más alta tecnología se anuncia, entre otras maravillas, que pronto la ropa se cortará con rayos láser y que las amas de casa harán sus compras desde sus hogares por televisión y las pagarán mediante sistemas electrónicos. La separación dentro de la humanidad se está agudizando de modo tan visible que parece que estuviera constituida por más de una especie.

El ser humano, cegado por el espejismo de la tecnología, ha olvidado las verdades que están en la base de su existencia. Y así, mientras llega a la luna gracias a la cibernética, la nueva metalurgia, combustibles poderosos, la electrónica y una serie de conocimientos teóricos fabulosos, mata al oxígeno que respira, el agua que bebe y el suelo que le da de comer, y eleva la temperatura permanente del medio ambiente sin medir sus consecuencias biológicas. Ya en el colmo de su insensatez, mata al mar que podía servirle de última base de sustentación.

En el curso del último siglo, el ser humano ha exterminado cerca de doscientas especies de animales terrestres. Ahora, ha pasado a liquidar las especies marinas. Aparte de los efectos de la pesca excesiva, amplias zonas de océanos, especialmente costeras, ya han sido convertidas en cementerios de peces y crustáceos, tanto por los desperdicios arrojados como por el petróleo involuntariamente derramado. Sólo el petróleo liberado por los buques cisterna hundidos ha matado, en la última década, cerca de 600.000 millones de peces. Sin embargo, seguimos arrojando al mar más desechos que nunca, perforamos miles de pozos petrolíferos en el mar o sus costas y ampliamos al infinito el tonelaje de los petroleros, sin tomar medidas de protección de la fauna y la flora marinas.

La creciente toxicidad del aire de las grandes ciudades es bien conocida, aunque muy poco se ha hecho para disminuirla. En cambio, todavía ni siquiera existe un conocimiento mundialmente difundido acerca del problema planteado por el despilfarro del agua dulce, tanto para el consumo humano como para la agricultura. La liquidación de aguas profundas ya ha convertido en desiertos extensas zonas otrora fértiles del globo, y los ríos han pasado a ser gigantescos desagües cloacales más que fuentes de agua potable o vías de comunicación. Al mismo tiempo, la erosión provocada por el cultivo irracional o por la supresión de la vegetación natural se ha convertido en un problema mundial, y se pretende reemplazar con productos químicos el ciclo biológico del suelo, uno de los más complejos de la existencia.

Para colmo, muchas fuentes naturales han sido contaminadas, las reservas de agua dulce están pésimamente repartidas por el planeta, y cuando nos quedaría como último recurso la desalinización del mar, nos enteramos que una empresa de este tipo, de dimensión universal, exigiría una infraestructura que la humanidad no está en condiciones de financiar y armar en este momento.

Por otra parte, a pesar de la llamada revolución verde, el «tercer mundo» todavía no ha alcanzado a producir la cantidad de alimentos que consume; y, para llegar a su autoabastecimiento, necesita un desarrollo industrial, reformas estructurales y la vigencia de una justicia social que todavía está lejos de alcanzar. Para colmo, el desarrollo de la producción de alimentos sustitutivos está frenado por la insuficiencia financiera y las dificultades técnicas.

Por supuesto, todos estos desatinos culminan con una tan desenfrenada como irracional carrera armamentista que le cuesta a la humanidad 200.000 millones de dólares anuales.

A este complejo de problemas, creados artificialmente, se suma el crecimiento explosivo de la humanidad. El número de seres humanos que puebla el planeta se ha duplicado en el último siglo y volverá a duplicarse para fines del actual o comienzos del próximo, de continuar el mismo ritmo de crecimiento. De seguir por este camino, en el año 2500 cada ser humano dispondrá de un solo metro cuadrado sobre el planeta. Esta visión global está lejana en el tiempo, pero no difiere mucho de la que ya corresponde a las grandes urbes, y no debe olvidarse que, dentro de veinte años, más de la mitad de la humanidad vivirá en ciudades grandes y medianas.

Es indudable, pues, que la humanidad necesita una política demográfica. Debe tenerse en cuenta que una política demográfica no produce los efectos deseados si no va acompañada de una política económica y social correspondiente. De todos modos, mantener el actual ritmo de crecimiento de la población humana no es tan suicida como mantener el despilfarro de los recursos naturales en los centros altamente industrializados donde rige la economía de mercado, o en aquellos países que han copiado sus modelos de desarrollo. Lo que no debe aceptarse es que la política demográfica esté basada en la acción de píldoras que ponen en peligro la salud de quienes las toman o de sus descendientes.

Si se observan en su conjunto los problemas que se nos plantean y que hemos enumerado, comprobaremos que provienen tanto de la codicia y la imprevisión humanas como de las características de algunos sistemas sociales, del abuso de la tecnología, del desconocimiento de las relaciones biológicas y de la progresión natural del crecimiento de la población humana. Esta heterogeneidad de causas debe dar lugar a una heterogeneidad de respuestas, aunque, en última instancia, tengan como denominador común la utilización de la inteligencia humana. A la irracionalidad del suicidio colectivo, debemos responder con la racionalidad del deseo de supervivencia.

Estos conceptos, que tienen su origen en reflexiones en torno al problema mundial de la ecología, son válidos también para nuestro país. Sin embargo, afortunadamente, tenemos una enorme ventaja. Nuestro extenso territorio, con enormes reservas naturales aún no explotadas, nos permite albergar la esperanza de salvarnos de muchos de los peligros mencionados a poco que evitemos cometer los mismos errores en que incurrieron las grandes naciones.

De hecho, la solución no surgirá solamente de lo que realicemos en el orden interno, sino que tendrá mucho que ver con lo que hagan los demás países en la materia. Es por esto que deberemos insistir denodadamente ante el mundo para que se ponga freno a esta carrera que nos llevará inexorablemente a nuestra autodestrucción”.

Como señalábamos al inicio de estas líneas, la reflexión de Perón fue escrita en 1974. Cambiaron los números, las proporciones, las tecnologías, pero no la lógica autodestructiva a la que nos está llevando el capitalismo devenido en tecnofeudalismo del que nos haba el ex ministro de economía griego, Yanis Varoufakis. Parte de lo que también describía el fundador de la filosofía de la liberación, el argentino-mexicano, Enrique Dussel: El carácter dualista-cartesiano de la modernidad (como sistema mundo), escinde lo humano de la naturaleza; en consecuencia, toda la producción del sistema (incluido el desarrollo tecnológico) reproduce una lógica que mata al ambiente en el que vivimos con mayor o menor velocidad. Por consiguiente, la modernidad como sistema, reproduce una lógica de producción “de muerte”.

Hace tan solo unos días se realizó en la ciudad brasileña de Belém do Pará, la Conferencia de las Partes Nº 30. Para quienes no lo sepan, la COP es el mayor evento global organizado por las Naciones Unidas para discutir y negociar políticas relacionadas al cambio climático, con todo lo que ello implica. Y quizás quien mejor expresó el peligroso camino por el que transita la humanidad, fue el presidente colombiano, Gustavo Petro.

Las elites y los gobernantes de las potencias globales nos están llevando hacia el abismo, sin frenos, sin conciencia y sin límites. ¿Será porque son quienes portan esa codicia de la que nos hablaba Perón? ¿Será porque son quienes lucran con el padecimiento ajeno? Lo que está claro es que no serán ellos quienes solucionen el problema. Como siempre lo afirmamos, también parafraseando al general, “sólo la organización vence al tiempo”. El problema es que el tiempo se nos termina.

Nicolás Sampedro

Prefiero escucha antes que hablar. Ser esquemático y metódico en el trabajo me ha dado algún resultado. Intento encontrar y compartir ideas y conceptos que hagan pensar. Me irritan las injusticias, perder el tiempo y fallarle en algo a les demás.

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