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En un país y un contexto en donde las mujeres obreras eran invisibles y los sindicatos algo del territorio masculino, María Bernabitti de Roldán se convirtió en una figura irrepetible. Delegada sindical en el frigorífico Swift, parte organizadora de la histórica movilización del 17 de octubre de 1945, y voz de miles de trabajadoras que exigían dignidad. Roldán no solo desafío las estructuras laborales de su tiempo: ayudó a moldear el nacimiento de un movimiento político que cambiaría la historia argentina. 

La mujer que lideró el 17 de octubre 

En la historia oficial de aquel 17 de octubre de 1945, la jornada que dio origen al peronismo como movimiento popular, los nombres que suelen resonar suelen ser masculinos. Sin embargo, entre aquellas columnas obreras que marcharon hacia Plaza de Mayo exigiendo la liberación de Juan Domingo Perón, hubo una mujer que no solo caminó: lideró. Su nombre era Natalia María Bernabitti de Roldán, trabajadora del frigorífico Swift en Berisso, y primera delegada sindical mujer en América Latina.  

Roldán encabezó una de las columnas más emblemáticas que partieron desde el conurbano bonaerense. Su liderazgo no fue algo casual: venía de enfrentar a la patronal inglesa del frigorífico, organizando a sus compañeras y compañeros en defensa de sus derechos laborales. En una época en la que el sindicalismo era territorio masculino, ella se convirtió en referente, símbolo y pionera. 

La historia de María Roldán ha sido silenciada durante décadas. Su figura no aparece en los manuales escolares ni en los actos oficiales. Pero en los últimos años, movimientos feministas y archivos sindicales han comenzado a recuperar su legado. No como una excepción, sino como parte de una genealogía de mujeres que hicieron del sindicalismo un espacio de lucha, cuidado y pacto colectivo. 

Roldán no marchó solo por Perón. Marchó por todas las mujeres que querían ser escuchadas, votadas y representadas. Su caminata fue un gesto de lealtad, pero también de desafío. Su nombre vuelve a resonar como símbolo de una ética obrera que no separa lo sindical de lo femenino. 

Sindicalismo con cuerpo, coraje y memoria. 

María Bernabitti fue mucho más que una figura del 17 de octubre. Su trayectoria como sindicalista revela una ética obrera profundamente comprometida con la justicia, la lealtad y la organización colectiva. Nacida en 1908 en San Martín, se trasladó de niña a Berisso, donde luego trabajó en el frigorífico Swift. Allí en un ambiente dominado por la patronal inglesa y por estructuras gremiales masculinas, se convirtió en la primera mujer delegada sindical de América Latina. 

Su militancia sindical se articuló con el liderazgo de Cipriano Reyes, referente del movimiento obrero que luego daría origen al Partido Laborista. Junto a él y otros compañeros, Roldán organizó huelgas, enfrentó despidos y desafió el poder patronal. Su activismo le valió la expulsión del frigorífico, pero no el silencio: el 17 de octubre, a pesar de estar despedida, se presentó en la puerta del establecimiento y encabezó la columna obrera que marchó hacia Plaza de Mayo para exigir la liberación de Perón. 

 

Tenía prohibida la entrada al Swift de Berisso. La habían despedido tras una huelga y los capataces no querían verla ni en pintura. Pero en los últimos minutos del día anterior al 17 de octubre, con la convicción que nace cuando se vence el miedo, decidió entrar de todos modos.

María, con 37 años, organizando una distracción en la puerta del frigorífico para burlar a los vigilantes, le pidió a su esposo, Vicente Roldán, que agarrara cuatro o cinco hombres y que simularan una pelea frente a la puerta de Swift, para luego irrumpir entre las secciones al grito de:

—¡Lo van a matar a Perón! ¡Tenemos que movilizarnos!

Los obreros, sorprendidos, la escuchaban con respeto. Sabían bien quién era. Había sido una de las mujeres más combativas del sindicato, cercana a Cipriano Reyes, delegada del Swift y voz encendida en cada asamblea. En cuestión de minutos, la fábrica se transformó en una marea de trabajadores decididos a marchar.

Caminaron más de 15 kilómetros hasta la Plaza de Mayo. María fue la única mujer que se dirigió al pueblo trabajador desde el palco de la Casa Rosada: “Acá tiene que llegar el Coronel, porque ya nosotros en el sindicato de la carne nos hemos juramentado todos que si él a las 12 de la noche no esta aca en el palco con nosotros seguiremos sin trabajar, paralizando el pueblo argentino. Pase lo que pase, la vida por Perón.” 

Edelmiro Farrell, sorprendido por esa voz femenina que escuchó, le preguntó quién era. María le dijo: “Yo soy una mujer del frigorífico Swift que corta carne con una cuchilla mucho más grande que yo.”

Del campo a la lucha

Cómo la de tantos obreros y obreras de Berisso, la historia de María Bernabitti comenzó lejos de los frigoríficos. En 1933, junto a su esposo Vicente, dejaron atrás el campo, huyendo del hambre y la miseria de las cosechas itinerantes. La decisión fue definitiva: tras presenciar la muerte por inanición de un niño en una de las estancias cercanas a la Vedia, juraron no volver a vivir bajó la indiferencia de los patrones rurales. 

La ciudad les ofreció trabajo, pero no el alivio que buscaban. En los frigoríficos Swift y Armour encontraron otra forma de explotación. Jornadas extenuantes por apenas siete centavos la hora —menos aún para las mujeres—, condiciones laborales durísimas y una lógica despiadada: los trabajadores eran simples números en un cartel, y quién no alcanzaba el mínimo de producción era despedido sin miramientos. 

Fue en esa rutina implacable donde se templó el carácter de María. En los conventillos de la calle Nueva York, compartiendo piezas de madera, baños comunes y ollas colectivas, se forjó una militante obrera que no tardaría en convertirse en una de las voces más combativas del movimiento sindical de la época. 

Su historia, estuvo marcada por la lucha, la dignidad y una convicción inquebrantable. Mujer de acción, su compromiso con la causa obrera trascendió los discursos: lo suyo era el cuerpo en la calle, la palabra directa y la exigencia concreta. 

Durante una de las visitas de Juan Domingo Perón a Berisso, cuando todavía era coronel y secretario de Trabajo. Mientras la mayoría lo rodeaba con respeto y distancia, María se le acercó sin rodeos. Lo miro a los ojos y le dijo: 

—Coronel, nosotros vivimos en un conventillo. No tenemos donde bañarnos. 

Perón, con tono conciliador, le respondió: 

—Ya va a haber un baño, María. 

Pero ella no se achicó: 

—No queremos baños, queremos casas. 

Esa frase, simple y contundente, resumía el reclamo de miles de familias obreras que vivían hacinadas en los conventillos, en condiciones precarias, compartiendo baños y cocinas, con techos de chapas y paredes de madera que apenas los protegían del frío y la lluvia

 Pocos días después, Perón volvió a Berisso. Está vez no fue solo, llevaba una bandera y un proyecto. En un descampado, donde antes se hacían  carreras cuadreras, se anunció la construcción del Barrio Obrero de Berisso. Las casas, de material, con baño propio y patio, marcaron un antes y un después en la vida de cientos de familias trabajadoras. 

Una llama que sigue encendida

En la Argentina de 2025, marcada por la fragmentación política, el avance de discursos individualistas y el retroceso de derechos laborales conquistados con décadas de lucha, la figura de María Bernabitti de Roldán resurge como un faro ético y colectivo. Su historia no es solo memoria: es advertencia, inspiración y propuesta.

Mientras se debaten reformas que afectan a los trabajadores, se recortan políticas de cuidado y se intenta desarticular el tejido sindical, recordar a María es recordar que hubo una vez una mujer que, desde un conventillo, exigió casas dignas; que irrumpió en una fábrica para encender la marcha del 17 de octubre; que desafió a la patronal inglesa y al machismo gremial con la misma convicción. Su cuerpo en la calle, su palabra directa, su gesto de pacto, siguen siendo lecciones urgentes.

María no fue una excepción. Fue parte de una genealogía de mujeres que hicieron del sindicalismo un espacio de lucha, cuidado y reparación. Hoy, cuando el país vuelve a preguntarse por el sentido de lo colectivo, su nombre se convierte en símbolo de una ética obrera que no separa lo sindical de lo femenino, lo político de lo afectivo.

Recordarla no es solo un acto de justicia histórica. Es una invitación a volver a mirar el país desde abajo, desde las ollas compartidas, los baños comunes, las marchas improvisadas y los pactos que nacen del coraje. María Roldán encendió la chispa del peronismo, pero también la de una Argentina que aún puede ser justa, digna y profundamente humana.

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