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Gachi Corradini vuelve a las páginas de Revista Trinchera para hablar de un Dios Bocón, un Dios de todos. 

Ilustración de Ciro Marcovecchio

¿Y qué hacés después de que el mundo se bebe a fondo blanco tu cóctel “niño villero indigente devenido en millonario  y famoso”? ¿Qué podés hacer luego de que un talento nunca antes visto te convierte en tu propia iglesia?

La lista de opciones es larga, pero en general se trata de gente dejándose dejarse arropar por el nuevo mundo y adoptando otras formas de sumisión, más confusas pero iguales de efectivas.

El problema con Maradona es que no, no hacía eso, no quería eso. Todo muy lindo con el arrope pero parece que además de no poder evitar jugar descomunalmente bien a la pelota, tampoco podía sumirse a nada, a nadie. No era premeditado ni estratégico, simplemente no podía y si desplegaba la memoria hasta que quedara tirante, los únicos recuerdos que encontraba decidiendo callar, eran ante el ceño fruncido de la Tota.

Porque Maradona hablaba. Con la boca muy abierta, hablaba. A los gritos, con una coreografía extravagante de torso, brazos y ojos, hablaba. Donde no tenía que hablar, hablaba. Lo que no tenía que decir, hablaba. Lo que no tenía que mentir, hablaba. Lo que no convenía preguntar, hablaba. Y después iba, elevaba el pecho, atravesaba con esas piernas retaconas el césped, hacía algo alevoso o inexplicable y ya cargaba crédito para seguir hablando de lo que se le cante.

Sus decires no se ordenan en un marco teórico, no hay conceptualizaciones previas ni especulaciones. Sí hay una simetría franca y transparente entre la dimensión social de su origen y las batallas discursivas que eligió dar: Vaticano, Malvinas, Havelange y su Fifa, Fidel y su Cuba, Abuelas y Madres, Cabezas, lxs jubiladxs, Lula, Correa, los Kirschner, Macri…Nadie le pregunta, pero él, hablaba, habla.

Era un negro bocón, sin límites ni educación, hablaba como corría, yendo para donde se le cante, de pecho inflado, un negro agrandado; el sistema le recomendaba silencio, con alguna indulgencia -producto de reparar en el amor desquiciado que provocaba en la gente- le hacía la seña del dedo índica en la boca, le servía más champagne y merca, lo abrazaba y lo adulaba. Maradona se dejaba, el champagne estaba bueno y la sobada de lomo ya era parte de su cotidianeidad, no le molestaba. Pero no alcanzaba para educarlo en ese silencio agraciado y conveniente que le reclamaban.

Quizás haya entendido algo que el resto no, Quizás hubo algo a lo que no temía que el resto sí, quizás prefirió el porqué mientras el resto se perdía en el paraqué ¿Cómo es eso de que un gran poder conlleva una gran responsabilidad? Quizás, algo de eso, de la forma caótica, transpirada de desbordes en la que vivió se le impregnó. Interpretó el asunto de la responsabilidad como un  ejercicio viento en contra de lo que le convenía, por eso sus decires son su gran acto de compromiso político, un futbolista con apenas 3er. año se educación secundaria boqueando sobre distribución de las riquezas, política internacional y reclamos de las minorías. Su despliegue discursivo era un arma, lo sabía, lo usaba y lejos de temer, le encantaba. Así como allá iba a compadrear de cara al arco sin miedo a nada, así habló. Podría haber disparado para cualquier lado, podría haber aceptado una tregua, pero no. Arriba o debajo de sus infiernos personales, ganando o perdiendo sus más íntimas batallas, abrazando o negando a su propia gente, nunca se extravió en eso, nunca se mudó de lado. 

Posiblemente todo fue mucho más sencillo de entender para él: hablar era una forma de devolverle al pueblo ese amor desmesurado y chillón que lo seguía a donde fuera. 

Si la estrategia de toda deidad es la ausencia -porque no estar es una forma de estar en todos lados, la fórmula estándar para ser dios- pues hasta en eso se cagó Maradona. Quizás porque era más pagano que celestial, más madera que espíritu santo, más vino y pan que ayuno, más puteada con los fariseos que perdón.  

Cuatro años después de que la muerte lo obligara a enrolarse junto al resto de divinidades  en eso de la ausencia, su santo grial es que siga hablando. 

Maradona habla. Andamos revolviendo las cajitas de sus dichos, lo recuperamos todo el tiempo y lo sentamos vivo al lado de cada lucha. Y el negro bocón se ríe, se acomoda en la silla y abre la boca.

Ay, Eva, como verás ya no sos la única morta che parla…

 

Amanda Corradini

Mujer de trincheras: Reparte su vida entre la trinchera de la Escuela Pública, la de su biblioteca y la que guarda algunas banderas que gusta agitar. Todo regado de mate dulce, Charly García y un vergonzoso apego por el humor infantil.


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