TIEMPO DE LECTURA: 4 min.

Juan Fernández Marauda trae un relato breve, un cuento que deambula entre lo olvidado, lo triste y lo muerto.

Hache

I

Encontraron al chileno merodeando cerca del pueblo, en la zona de chacras. Había robado y acogotado una gallina y se la estaba comiendo a la vera del río. Era medio indio, oscuro, con el pelo lacio y los ojos apretados. Comía con las manos, desesperado, todo manchado de sangre y grasa. Lo agarraron por sorpresa. Después descubrieron que tenía un pedido de captura por varios crímenes en el territorio, que venía bajando desde la cordillera y que había que subirlo al vapor que iba a Buenos Aires para que lo guardaran ahí o lo mandaran de vuelta a Chile. Estaba sucio y no quería hablar, el indio. Solo gritaba que lo suelten. Y mordía.

II

Lo tuvieron dos días encerrado en una despensa hasta que se decidió que iban a escoltarlo hasta el puerto. Se reunieron a la noche, en el vestry de la capilla. Aaron Jenkins se ofreció a llevarlo y avisaron por telégrafo a Buenos Aires. Todavía no había empezado el invierno, pero ya se sentía fuerte en el valle. Esa mañana, los charcos y las zanjas juntaban escarcha y una fina capa de hielo que todavía aguantaba un rato incluso después de que la tierra hubiese absorbido el agua. Jenkins iba a caballo y el indio a pie, suelto. Jenkins era chacarero y cazador, viudo y vuelto a cazar, padre de algunos hijos vivos y otros tantos hijos muertos de fiebre en el corazón del valle. Hace algunos años había encontrado en el monte los huesos de un chico que desapareció apenas desembarcaron. Los juntó y los trajo al pueblo para enterrarlos. Era un hombre confiado, entregado a los designios divinos, que no le ató las manos al indio para el viaje. Iba tarareando una canción en galés.

III

En una vuelta del camino, el indio dejó que Aaron se adelantara unos metros y de un salto le arrebató el cuchillo que llevaba cruzado en el cinturón. La funda de cuero quedó tirada en la tierra y después, cuando salieron a buscarlo, la encontraron entre los yuyos que enmarcaban la senda. Aaron no llegó a darse vuelta. Apenas gritó ¡Oi! El indio le hundió el cuchillo en la espalda, abajo del omóplato derecho. Después lo sacó y lo hundió de vuelta, un poco más al costado, arriba de la cintura. Y lo sacó y lo hundió de vuelta. Y lo sacó y lo hundió de vuelta. Y lo sacó y Aaron se cayó del caballo y ni bien tocó el suelo el indio hundió el cuchillo otra vez y enseguida de nuevo, del otro lado. Y lo sacó y lo hundió arriba, cerca del cuello. Y lo sacó y lo hundió de nuevo mientras el galés intentaba darse vuelta para parar el cuchillo con las manos. No pudo, entonces el indio sacó el cuchillo y lo hundió de vuelta, bien en el centro de la espalda. La hoja dio contra la columna y la rodeó. El indio sacó el cuchillo y lo hundió de vuelta. Y lo sacó y lo hundió de vuelta. Y lo sacó y lo hundió de vuelta. Y lo sacó y lo hundió de vuelta. Aaron Jenkins era grande y todavía le quedaban fuerzas para tratar de alejarse y se arrastró como pudo por la tierra fría, con el indio encima, con una pierna de cada lado de su cuerpo. El indio sacó el cuchillo y lo hundió de vuelta, de costado, lo retorció, lo sacó y lo hundió de vuelta. Cuando volvió a sacar el cuchillo el cuerpo se desinfló y cuando volvió a hundirlo sintió como golpeaba tierra del otro lado.

IV

El indio se llevó el facón y el caballo, que casi no se movió y parecía que lo esperaba abajo de un sauce llorón. Las ramas flojas se llovían sobre el lomo del animal y lo acariciaban. Más adelante y más atrás había gente, así que el sendero no era una opción. El indio encaró entre los árboles, lento, apartando con un brazo las ramas del camino.

V

La siguiente vez que encontraron al chileno estaba durmiendo abajo de un mimbre, bien profundo en el valle. Era muy tarde cuando se despertó, ya tenía los cañones de varios rifles encima y una bala adentro. Sentía la pólvora en el paladar. Los chacareros gritaron en galés y enseguida tiraron todos, demasiadas veces. Llevaban varios días buscándolo, estaban enardecidos. Recorrían la zona hablando de la cola del diablo y el puño justo de dios. Cuando pudieron, avisaron a Buenos Aires que ya no iba a llegar nada. Al indio lo enterraron ahí nomás, dónde no llegó a levantarse, para no tener que verlo pudrirse. También sacrificaron al caballo que se fue con él. Para Aaron Jenkins levantaron un monolito cerca de la capilla, en Glyn Du.

 

Juan Fernández Marauda

Nació en Lanús, en 1988, pero creció en el Valle Inferior del Río Chubut. Trabaja en el cruce entre salud mental y escritura en un hospital de día. Es escritor, editor, librero y coordina el taller de escritura PULP! en la ciudad de La Plata. El puente de las brujas, su primera novela, fue publicada por EME en 2020, Esplín Tropical (México) en 2022 y la Dirección del fuego por EME en 2023


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