Nuncamásolvido

Nuncamásolvido

TIEMPO DE LECTURA: 2 min.

Poemas de Valeria Di Cicco, participante de la convocatoria de poemas “Daniel Omar Favero”.

Nunca conocí a Daniel. Siempre fue el relato, el recuerdo, la culpa, el dolor, el llanto sobre Daniel. Supe de él a través de la palabra de Luisito, su hermano, a través, también de la memoria reconstruida con ladrillos de impunidad, con la cal, las llagas, el sudor, la amargura de unas manos vacías, que se quedaron sin nada. De unos padres, de unos hermanos, de una ciudad, de unos amigos que no lo vieron nunca más. La Plata se quedó sin Daniel.

El poema está dedicado a ambos, a Daniel y a Luis, y a todos aquellos cuyos nombres intentan borronearse de a poco, medio siglo mediante, de la mano del desgaste, la manipulación, el cansancio y el entierro del día a día. Una cotidianidad aplastante, una vorágine aplanadora.

Recordar, paulatinamente, se vuelve una cuestión de honor, de principios. Una cuestión de amor.

Valeria Di Cicco


para los dos, Luisito y Daniel
había un sol oscuro
           o una noche brillante
                       de autos verdes y sirenas disonantes


enmarcando impíos
        la sangre coagulada y ese vacío 
        grasiento los pies escapando 
        desarmados
        los libros deshojándose
                                             en los pasillos de humanidades


fuego y violencia 
silenciamiento y 
agresión humillación y 
tortura

un tejido deshilachado
          de igualdades desparejas
          y libertades de puños cerrados


un paño vencido e infernal
         que no alcanzó para 
arropar el frío paralizado en 
los cuerpos

                                              flacos, desnudos y rígidos


¿qué idea disímil
         empuñó el arpón
                         que cercenó 
impune la pluma poética de tus alas?

¿qué música sombría
       cavó una fosa de 
       hielo y ahorcó tu 
       nombre
                                              bajo la ciudad de níquel y plata?


    hay memorias que 
        resucitan
                           incólumes
                  durante el día



son las peligrosas
    las que extienden sus voces


a los pozos sin fondo



de llanto y brea

                                    del
                               nuncamásolvido
ULISES ULBRICHT
México, 26 de abril de 2023
Un trans en la corte isabelina

Un trans en la corte isabelina

TIEMPO DE LECTURA: 3 min.

El primer transexual de la literatura escondido entre los oropeles de la corte inglesa

Advierto que esta columna comienza con un tono innecesariamente autorreferencial. Le debía hacía mucho a mi biblioteca “una Virginia Woolf”. Sospecho que mi insistencia tuvo algo que ver con que un amigo -con el que nos pasamos revoleándonos libros de regalo- me obsequiara Orlando. Una Biografía (¡Gracias, Juan!)
Lo leí en medio de ese sopor insoportable del último verano. A la altura de unas 4 o 5 páginas estaba claro por qué esta anglosajona de principios de siglo XX había logrado quebrar los mal disimulados reparos en que una mujer que escribe escape de las persistentes temáticas de amor romántico. Y a la altura de un cuarto de libro recuerdo que me incorporé de la silla, cerré el libro y dije algo muy trascendente: ¡Jodeme…!
Voy a los bifes que explican lo expuesto:
Orlando es un aristócrata inglés del siglo XVII. Es hermoso, soltero, culto y tremendamente rico. No sueña con otra cosa que con ser un poeta digno. Hasta acá parece apenas una novela (con un tenue tono paródico) de aventuras de un caballero de la corte isabelina: accede a mucho poder político gracias al impacto que provoca su belleza en la reina Isabel; luego cae en desgracia y se aleja de la corte; se enamora de una princesa rusa que lo deja plantado cuando estaban a punto de huir; Orlando vaga con el corazón roto por su inmenso castillo tras la pérdida de su gran amor; viaja a Turquía como embajador, huyendo de las pretensiones de matrimonio de un grupo notable de mujeres.
¿Y por qué mi impacto? Una noche Orlando se duerme y a partir de un inesperado hecho fantástico despierta a la madrugada convertido en mujer. Nadie, menos aún él –ella-, se espanta por lo ocurrido. Al estilo del fantástico rioplantense Orlando y su entorno toman con absoluta naturalidad la conversión de identidad sexual.
No es la única transgresión fantástica de esta novela, Orlando además vivirá casi 3 siglos sin nunca superar los 36 años.

La autora “usa” a Orlando ¿Para qué? Parece una parodia, pero en realidad es una novela de fuerte contenido político que está sostenido por una multiplicidad de pequeños símbolos. Woolf castra alegremente a su personaje como una forma de tesis que expone que las diferencias entre los dos sexos no afectan a la psique ni al alma de las personas. La transformación de Orlando no altera sus anhelos y deja en evidencia la estupidez de la repartición binaria de deseos y cualidades. La aguda crítica queda expuesta con la infinidad de posibilidades que Orlando pierde luego de su transición. El protagonista está azorado al registrar impensadas formas de opresión desde su nueva identidad sexual. Las siente en el cuerpo, en la cabeza, en algo parecido al alma; la cultura, la libertad corporal, la sensualidad e incluso toda forma de diversión le son restringidas de golpe.
Mientras tanto, desde la otra parte del hecho fantástico –una especie de inmortalidad del protagonista que le permitirá vivir más de trescientos años- Virginia Woolf explica el carácter sistémico de la hegemonía política, cultural y económica europea, siempre en las mismas manos.
Y como si todo esto no fuera suficiente, aparece de vez en cuando un hermoso ganso salvaje que a todas luces representa el estado creativo que quienes abrazamos alguna de las formas del arte perseguimos y que llega y se va sin que podamos retenerlo.
La gran carga simbólica de todas estas alegorías nos hacen percibirlas no como hechos literales sino como alegatos poéticos sobre la vida, la muerte, la identidad, la libertad y la literatura.
Si acaso aún tuviesen alguna duda sobre leer Orlando. Una Biografía, agrego que un tal Jorge Luis Borges hizo la primera traducción de esta novela y que en la contratapa usó la palabra “originalísima”

Amanda Corradini

Mujer de trincheras: Reparte su vida entre la trinchera de la Escuela Pública, la de su biblioteca y la que guarda algunas banderas que gusta agitar. Todo regado de mate dulce, Charly García y un vergonzoso apego por el humor infantil.

Tres minutos y veintinueve segundos

Tres minutos y veintinueve segundos

TIEMPO DE LECTURA: 3 min.

Relato de Santiago Divita, participante de la convocatoria de cuentos “Hebe Uhart”.

Hoy te extrañé tres minutos y veintinueve segundos. Lo que dura la canción la espina de la flor de tu costado. Increíble que la voz que me atravesaba los oídos se convirtiera en un espacio más o menos grande, alto, en un tercer piso, aunque no recuerdo cómo era el paisaje que se veía desde el balcón porque le tengo miedo a las alturas. Pude haber pausado la música, hacer otra cosa. No quise. ¿Por qué? Porque tres minutos y veintinueve segundos fue el tiempo que charlamos en esa terraza oscura, mientras el viento cálido de enero nos golpeaba de frente ¿Te acordás? Escuchábamos nuestras voces largar palabras que, aunque no lo dijeran, querían la compañía de un abrazo que no llegaba. Que nunca llegó.

Cada vez que iba a tu casa, sentía los murmullos de mis pensamientos; conversaciones nerviosas sobre lo que podríamos charlar, sobre lo que necesitaba decirte. Nunca te lo dije. No puedo reprochármelo, pero la ausencia de esas palabras, cada tanto, me dicen que te quieren.

La canción empezaba diciendo: te veo venir con la espalda pintada rompiendo la niebla de mi madrugada… Así como te vi la primera noche después de tanto tiempo sin saber uno del otro. Esa ausencia fue mi culpa, pero a vos no te importó porque me dejaste entrar a ese espacio de paredes blancas y pocos muebles, con su desorden, sus olores y las sillas de madera un poco incómodas. Esa noche, me invitaste a entrar a tu vida.

Me decías seco, porque no abrazaba, no tenía la sensibilidad de la caricia justa, del detalle que enamora. Me arrepiento de eso, no de lo que fui, porque no lo puedo cambiar, pero en estos minutos que escucho la guitarra triste que suena de fondo, sé que hubiera sido bueno compartir mi tacto con el tuyo.

El tiempo pasa para todos. Para los recién casados, los amantes, los que todavía no se

conocen y están por hacerlo. Para nosotros. El tiempo no espera y ese fue uno de mis mayores errores: pretender que me esperase, que se tomara una pausa, una licencia.
No tengo miedo de perderte, aunque tampoco te tuve. Compartimos momentos, como cuando la comida, que entre risas aseguramos saber cocinar, casi se nos prende fuego. O como el día en que nos quedamos acostados viendo no sé qué, porque siempre fui de olvidarme de las cosas sin importancia, pero no de la sensación de tenerte cerca.

¿Sexo? No hubo ¿Era necesario? No lo sé, al menos no para mí. Ahora me doy cuenta de que a veces fui injusto con tu persona. No supe quererte. Nunca aprendí a respetar las emociones que pretendían acercarnos.

La última vez que nos vimos me sorprendió la manera en que me hablaste. Diferente, lejos de las palabras que supimos compartir. De los silencios. Aunque tal vez era lo que callabas.

Extraño ser parte de tu vida, de tus secretos, las miradas y los silencios. Algunas veces quiero saber de vos. Pero nosotros, que nos quisimos sin decirlo, que nos abrazamos sin tocarnos, solo fuimos lo que dura la espina de la flor de tu costado, tres minutos y veintinueve segundos.

Santiago Divita

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