Un abrazo como un fusil

Un abrazo como un fusil

TIEMPO DE LECTURA: 2 min.

Poema de Yaz Reynoso, participante de la convocatoria de poemas “Daniel Omar Favero”.

Allí donde las palabras pasan del beso colectivo a la poesía escrita se encuentran estos cuatro poemas como un intento de eternizar aquello que surge del encuentro entre compañeres. La palabra como acción nos invita a repensarnos dentro de lo que decimos pero también de lo que callamos, la escritura es compañera en las manos que hacen la revolución


a mis compañeras


en los ojos emocionados de una hermana
veo los ojos de otra hermana
cuanto nos robaron vieja
pero que fuerte somos vieja
y que todo el dolor se cura en un abrazo
es tan simple como eso
estar aqui y ahora, erizandose la piel
sintiendo y reinvidicando
no encuentro otro camino
ni me interesa encontrarlo
la militancia es vida
amor, lucha y unidad
la militancia te arma de amor
y te llena de orgullo el pecho
con compañeras yendo a ver a otra compañera
mujeres militantes reinvidicando una mujer militante
no hay otro camino hermanas, este es
y por suerte nos encuentra juntas
celebrar la organización y abrazarnos porque estamos luchando y porque nos encontramos en
estas luchas
el destino esta marcado desde antes, hay encuentros que son reencuentros
y ahora el mounstro avanza pero nosotras también
y tiemblen porque quien ama este pueblo dará hasta el suspiro de su vida para defenderlo y
eso les duele porque el mounstro nunca sintió el amor popular.

sobre la liberación


como si uno pudiera elegir la sangre
las cosas pasan
los días pasan
los dias pasaron
cuando lo que apronta es el dia a dia
está prohibido mirar atrás
cuando lo que apronta es la frustracion
está prohibido no mirar atrás
convertimos lanzas en guirnaldas
decoramos todas las mañanas
y reimos, aunque sea un rato,
todas las noches
nosotres que usamos las manos
para hacer el amor y la revolución.

enredarse se parece a besarse


todas nuestras lenguas están conectadas
podría pensarse en una especie de beso colectivo
las lenguas se enriedan, se lastiman, se repelen
y se abrazan
en este gran beso colectivo que es la palabra
la palabra como acción
o como problema
la palabra nos atraviesa
la palabra nos conecta y nos aleja
en el beso colectivo
¿te enredaste?
¿te lastimaste?
¿lastimaste?

a masumi


ojos azules
ojos verdes
¿cúal era?
ésta
la de la mancha blanca en la frente
desesperación, no hay respuestas
esto está empeorando
me la llevo
te dejo
soledad
cambios
dolor, sufrimiento
no se puede vivir así
vivir sufriendo no es vida
si lo sabré
destino, amor
encuentro
selladas para siempre
me encontraste
te encontré
nos encontramos
me elegiste
te elegí
no creo en el azar
creo en vos
y en tus maullidos para despertarme

Lector de tormenta

Lector de tormenta

TIEMPO DE LECTURA: 3 min.

Dos novelas. Una ciudad asechada por la crecida, las aguas negras y la lluvia. Lecturas en relación a la inundación.

El viernes a la mañana me despertó la tormenta. Cuando vivía en la torre el problema era el viento, que la hacía bailar. Pero ahora vivo en una casa y la lluvia se siente desde todos los ángulos. Sacude las ventanas, golpea el techo como si quisiera tirarlo abajo y sube desde el piso. En la cocina me encontré con un par de centímetros de agua que no sé por dónde entraron. Mi gata de seis meses maullaba desde arriba de la alacena, hecha una Robinson, hasta que me acerqué chapoteando y le ofrecí los brazos como un puente, para que se me suba encima. Se ve que la crecida la agarró de golpe y en el refugiarse se arrinconó. Los medios dijeron que hace cuatro años que no llovía con tanta fuerza.

Pero lxs platenses sabemos que un par de centímetros no es nada.

En El lecho, de Esteban López Brusa y editada por EME, la correntada se llevó todo. Daniela, que es la protagonista, quedó boyando en la subida con un bebé en cada brazo y un par de instrucciones extrañas y difusas. El varoncito es suyo, pero a la nena se la engancharon en la municipalidad con una promesa: si la cuida, cuando llegue el momento de repartir los alivios, quizás pueda recuperar algo de todo lo que el arroyo le robó. Así que allá va, a donde la llevan, de orilla a orilla en una ciudad de La Plata a oscuras, comida por el apagón y por el agua. Cada rincón, cada esquina, es reconocible, desde el movimiento nocturno y desesperado frente a la municipalidad, entre camionetas cargadas de colchones y voluntarios, hasta las calles cortadas por los tilos que tumbó el temporal. Con la mirada tan puesta sobre los hombros de Daniela, la inundación es terrible, una marea imparable, pero al mismo tiempo una cruzada personal. Desde tan cerca, la magnitud cuesta y la tragedia es íntima. Daniela, después de todo, es una niña, también, y está acostumbrada a la vulnerabilidad. Para ella el miedo vendrá después, cuando las aguas bajen turbias, y durará mucho más que las manchas de humedad en el revoque. 

Yanina Gómez Cernada, diez años más acá, hizo algo parecido con su primera novela, La última crecida, editada por También el caracol. Aquí también hay una niña en una inundación, pero esta vez es la niña la que cuenta. Gracias a este artificio, las cosas se suceden con cierto nivel de irrealidad. Lo terrible esquiva el registro, y quienes sí lo captan, callan para proteger la poca inocencia que sobrevive, aunque más no sea con el agua al cuello. Como la muerte todavía no existe realmente en la mente de la narradora, los muertos son ausencias abstractas y difíciles de explicar, se suman a las pérdidas materiales, construyen el desamparo de a poquito, de silencio en silencio. Por otro lado, en la crecida también hay espacio para la aventura. El agua trae lo nuevo, lo emocionante y lo peligroso, acuna todo en sus remolinos. La narradora no se acuerda de la anterior subida, por eso vive esta con legítima curiosidad, atenta a los animales, a los insectos, a las estrellas y a las luces que se reflejan en el agua, aunque el agua sea negra y las luces sean los fuegos en la distancia. Por esto, porque los adultos están atrapados en la tragedia, la crecida es de los niños. 

Ambas novelas llegaron con la lluvia. Más lejos o más cerca de la ficción, atreviéndose a increpar nuestra memoria cercana, sus narraciones construyen un mundo con lo que sale a flote y resiste en la correntada.

Juan Fernández Marauda

Nació en Lanús, en 1988, pero creció en el Valle Inferior del Río Chubut. Trabaja en el cruce entre salud mental y escritura en un hospital de día. Es escritor, editor, librero y coordina el taller de escritura PULP! en la ciudad de La Plata. El puente de las brujas, su primera novela, fue publicada por EME en 2020 y Esplín Tropical (México) en 2022

 La barbarie se revela y se rebela

 La barbarie se revela y se rebela

TIEMPO DE LECTURA: 3 min.

¿Y si existiera alguna versión de un Mesías en un mataco pobre y huraño? Así nos adentramos al “Eisejuaz” de Sara Gallardo

Un hombre distinto, un elegido. Pobre por elección y sabio por mandato. Dios le habla sólo a él, como si fuera su padre lo manda a peregrinar por las calles polvorientas de su tierra ofreciendo parábolas difíciles de desentrañar y curaciones imprevistas. Se enfurece con lxs de alma impura  y divaga solo por paisajes desolados en arrebatos fervorosos de meditación y ayuno.

¿Y si existiera nuestra propia versión del Mesías en un mataco simple y huraño?

Existió. Este mesías sudaca se llamaba Lisandro Vega y logró pasar a la inmortalidad literaria gracias a la mirada sagaz de Sara Gallardo que lo conoció por azar, lo midió como personaje  y lo erigió en novela. 

¿Quién era/es Sara Gallardo? (1931 – 1988). En principio una mujer que no tuvo nada que envidiarle a las Ocampo en cuanto a holgura económica y linaje. Descendiente de al menos tres generaciones de antepasados con una fuerte influencia cultural y política en la historia del país. 

Era bisnieta de Miguel Cané y tataranieta de Bartolomé Mitre; Su bisabuelo escribiría toda su obra alineado con el mandato blanco-burgués-eurocentrista, pero Sara iba a espantar a su linaje, no por la profesión que abrazó sino por cómo eligió entenderla que es como interpretó a su país. Fue periodista y escritora y huyó con elegancia de los recatos culturales de la clase a la que pertenecía.. 

En un viaje a Salta en 1967 conoce por casualidad a Lisandro Vega, un integrante de la comunidad mataca que insiste en que lo llamen Eisejuaz (cuyo significado es Este También). Eisejuaz dice que Dios le habla, que le pide cosas. Parece tener algún tipo de brote psicótico y anda vagando por las calles comportándose de forma impredecible y profética.

Sara se fascina con este personaje, es porque aún antes de escribir sobre él, entiende todo. Vence con perseverancia el cerco de hostilidad del hombre y logra  entrevistarlo por tres horas, escribe una brillante crónica periodística pero la posibilidad de una novela será inminente. En 1971 Eisejuaz se publicará por primera vez.

Gallardo hace dos cosas extraordinarias con esta novela: En principio se desliza sin problemas al universo subjetivo masculino, incluso uno mucho más intrincado como puede ser el de un norteño venido de otra cultura y otra geografía; lo capta, lo entiende y lo escribe, rompiendo entonces el mito de que hay “formas femeninas y masculinas de escribir” y honrando con el ejemplo a Virginia Wolf que advertía que las mujeres lo único que necesitamos para “escribir como hombres” es un cuarto propio.

Lo otro magistral es el lenguaje que construye para el protagonista. Como lo hizo el enorme Juan Rulfo en Pedro Páramo, este personaje se revela y se rebela desde su voz, por eso la autora le construye un idiolecto propio, impactante no sólo por lo poético sino por los juegos de sintaxis que están cargados de sentido político. Eisejuaz, no es apenas un personaje singular americano, es pobre, es norteño, es mataco. Lxs matacos -al menos hasta 1967-  eran el centro de toda la marginalidad posible: rechazadxs incluso por lxs gringxs pobres y por otras comunidades originarias. A Eisejuaz no le importa, tiene cosas que enseñar y denunciar en esos monólogos existencialistas y metafísicos. Lo esclarece todo en lo negado de América, en lo reprimido y denigrado: en “la pequeña historia” está la historia colonial de América continuada por los gobiernos criollos en sus enclaves urbanos “modernos” occidentales.

Sara Gallardo se ríe de su linaje civilizado y señala con el dedo la barbarie como un mundo real cargado de sentido, cultura e ideología propia. 

Eisejuaz es bueno y es cruel, está psicótico y está tremendamente sano, cura y castiga, es sabio y es contradictorio.

El hijo de Dios.

Amanda Corradini

Mujer de trincheras: Reparte su vida entre la trinchera de la Escuela Pública, la de su biblioteca y la que guarda algunas banderas que gusta agitar. Todo regado de mate dulce, Charly García y un vergonzoso apego por el humor infantil.

1