En un panorama político polarizado, Washington ha estado intensificando sus clásicos mecanismos de interferencia en los procesos políticos latinoamericanos, en este caso en Ecuador, para evitar que este Estado, tras la administración nefasta de Lenin Moreno, regrese a la determinación independiente de su futuro. Recordemos que la elección de Moreno en 2017 –como reemplazo del ex presidente Rafael Correa– proporcionó a Estados Unidos un claro control manual de Ecuador de una manera favorable a los intereses de su administración y de los aliados internos.
Durante estos años, representantes de estructuras criminales internas han consolidado su poder e intentan hoy hacerse con el gobierno. El candidato presidencial proestadounidense, Guillermo Lasso, ha estado involucrado en una serie de escándalos denunciados por el periodismo de investigación. Es sospechoso de evasión fiscal sistemática, así como de estar involucrado en actividades de corrupción y fraude bancario, incluso durante la grave crisis financiera del año 1999, durante la cual los ecuatorianos perdieron una parte significativa de sus ahorros bancarios en una corrida de apenas cinco días. Además, el acaparamiento ilegal de obligaciones de deuda estatal de la población a bajo precio, a través del uso de sus propias empresas, le permitió a Lasso aumentar su capital 30 veces.
Preocupa la situación en Ecuador, pues el estímulo de las acciones criminales de la aún vigente administración de Lenin Moreno, alentado por Washington, intensifica la posibilidad de una severa crisis socioeconómica y conduce a un escalamiento de la tensión política y social. Teniendo en cuenta la calificación favorable para un eventual triunfo de Andrés Arauz, la administración estadounidense ha intensificado las acciones de sus organismos de inteligencia y desestabilización para así desacreditar al partido “Unión por la Esperanza” y evitar su triunfo. El juego sucio está a la orden del día.
Resulta evidente que la dicotomía en estas elecciones es soberanía o dependencia. Si el pueblo ecuatoriano no desea a Washington dominando su futuro, obteniendo el control total sobre los procesos políticos internos de la república –lo que conlleva el dominio de los recursos estratégicos y el sometimiento total– entonces la decisión sobre a quién elegir, a quién otorgarle el voto en las elecciones de este domingo sólo tiene un nombre: Andrés Arauz.
La victoria de Arauz avizora cambios positivos para la población en general y la población indígena en particular, tratando así, prioritariamente, de resolver sus necesidades más sentidas, así como avanzar en mejoras significativas en materias de representación política en el poder, la economía, la cultura y la religión. Ecuador requiere una política estatal de protección que no la otorga la ultraderecha; requiere protección en amplias esferas, que es la meta de la candidatura de Arauz. De lo contrario, Ecuador enfrentará una dependencia total desde ese “norte revuelto y brutal” y con ello nuevos años de inestabilidad y el empobrecimiento de gran parte de la población. ¿Qué puede esperar la nación sudamericana este 11 de abril? Independencia o subordinación.
Artículo publicado originalmente en segundopaso.es
Pablo Jofré Leal
Periodista y escritor chileno. Analista internacional, Máster en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid. especialista en temas de Latinoamérica, Oriente Medio y el Magreb. Es colaborador de varias cadenas de noticias internacionales. Creador de revista digital www.politicaycultura.cl
En otro momento su presencia hubiera revestido mayor atención, pero es que Uruguay transita por el peor tramo de la pandemia; ostentando el lamentable título del país con mayor contagiados por millón de habitantes. Los ojos y la atención se los lleva la pandemia, mientras que los mandamases del mundo vienen a controlar que sus neocolonias sigan los lineamientos de la casa matriz de dominación.
Faller es almirante graduado en la academia de Annapolis. El territorio de acción del Comando Sur comprende América Latina y el Caribe menos México. Está a cargo de las bases militares estadounidenses en la región como las de Guantánamo en Cuba y Soto Cano en Honduras, de centros de operaciones en Aruba, Curazao y El Salvador, y de redes de radares en Perú, Colombia y países del Caribe.
También estuvo a cargo del tristemente célebre Escuela de las Américas. Centro de formación de militares latinoamericanas en Panamá donde se enseñaban técnicas de tortura que luego fueron aplicadas en las dictaduras de nuestros países. Se estima que por allí pasaron más de 80.000 oficiales. Hoy la Escuela de las Américas se encuentra en Georgia, Estados Unidos.
La visita de Faller, la primera desde que asumiera en su cargo en el 2018, incluyó la donación de 4.8 millones de dólares en suministros médicos, equipos de protección personal, camas de CTI, equipos de monitoreo y tres hospitales de campaña, vehículos blindados, embarcaciones y un helicóptero. Además, el ingreso de una aeronave de transporte militar, armas cortas de seguridad, municiones y equipos de comunicaciones.
Cada año, el Comando invita a entre 30 y 40 oficiales uruguayos para brindarles entrenamiento militar en Estados Unidos a través del International Military Education and Training y calificó al Uruguay como “importante socio en materia de seguridad”. Agregó que se siente orgulloso en cuanto al despliegue de los cascos azules uruguayos en las misiones de naciones Unidas
Si bien Craig Faller estuvo solamente dos días, el semanario Búsqueda señaló que la delegación militar estadounidense estará más de 10 días en el país para reunirse con distintas autoridades y desarrollar tareas que buscan reforzar un vínculo militar que tomó nuevo impulso desde 2020, con la asunción del gobierno de la alianza derechista que encabeza Luis Lacalle Pou..
Tabaré Vázquez abandona la política tras revelar un supuesto plan de ‘guerra’ con Argentina | Noticias | elmundo.es
Es cierto que durante sus tres períodos de gobierno, el centroizquierdista Frente Amplio también tuvo buen vínculo con Estados Unidos, a pesar de definirse como una fuerza antiimperialista. Incluso, cabe recordar la actitud pendular del entonces presidente Tabaré Vazquez en el 2005, en el No al Alca, donde finalmente se colocó del lado de las mayorías populares de Nuestramérica.
Luego llegó su pedido al gobierno estadounidense de ayuda militar ante un posible enfrentamiento armado con Argentina por el conflicto de las papeleras en el 2007. Y nii que hablar de cuando Vázquez invitó a George W. Bush a pescar en una charla más que personal.
También podemos apuntar las incontables veces en la que la embajadora estadounidense, Julissa Reynoso (hoy jefa de gabinete de la esposa de Joe Biden), fue fotografiada y filmada con el expresidente José “Pepe” Mujica, mostrando un vínculo muy cercano. O por ejemplo, cuando Uruguay fue base operativa de Estados Unidos para la Conferencia del G-20 en Argentina: lisa y llanamente Uruguay suspendió su soberanía por unos días.
Los partidos tradicionales uruguayos –blancos y colorados- siempre han tenido relaciones carnales con Estados Unidos y el gobierno actual de la coalición multicolor es otra muestra de ello. Lacalle Pou ha dado señales claras de alineamiento con EEUU, por ejemplo con la salida de Uruguay de la UNASUR, el apoyo en la OEA a la reelección de Luis Almagro y el regreso al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, que implica otra intentona de invasión a Venezuela.
La Jornada – Jefe del Comando Sur de EU visita Uruguay y Argentina
EEUU busca llevar su relación militar con Uruguay “a un mejor nivel” y colaborar en el combate al narcotráfico y al crimen transnacional. En buen criollo, se trata de la Doctrina de Seguridad Nacional camuflada en una guerra contra el narcotráfico que desde ya está perdida. Además de perdida, es una guerra hipócrita ya que el mayor consumidor de drogas en el mundo es justamente Estados Unidos.
“Nuestras fuerzas son profesionales, y las fuerzas profesionales respetan la ley, la democracia, los derechos humanos, las mujeres, la paz y la seguridad. Somos muy profesionales cuando trabajamos juntos”, dijo Faller. La ironía se cuenta sola: Estados Unidos ha realizado más de cuarenta intervenciones militares en distintos países de América Latina.
En 2019, Faller publicó un mensaje en Twitter poniéndose a disposición del opositor venezolano Juan Guaidó para intercambiar sobre el apoyo de jefes militares de Venezuela a la “restauración del orden constitucional” en el país.
En su visita a Montevideo, Craig Faller planteó a las autoridades uruguayas su preocupación por la situación en Venezuela y por la posibilidad de que el país adopte la tecnología 5G de China. “Hay otras opciones competitivas y sé que nuestro Departamento de Estado está otorgando información sobre estas opciones”, cerró en su declaración.
Como dice un rapero: «por amor y por vicio… se convirtió en mi oficio.» La palabra se milita. Junto café con palabras para subsistir en este paréntesis, desde la periferia.
El debate sobre la situación de la mujer en el mundo islámico tomó fuerza en los últimos años, aunque está contaminado por clichés y prejuicios colonialistas e islamófobos, que dificultan significativamente su análisis.
Para aproximarnos y comprender, al menos un poco, el feminismo islámico, es fundamental dejar de pensar al Islam como una religión, y comenzar a entenderlo como una cosmovisión, un proyecto ideológico que interpreta la realidad en su totalidad: económica, social, cultural, ética, política y, entre ellas, espiritualmente.
En este contexto, no se puede abordar al Islam, a “los países islámicos”, “los musulmanes” o “las musulmanas”, como un todo homogéneo o un modo de vida monolítico, como se intentó construir históricamente desde el mundo occidental, ya que incluye una población diversa y heterogénea de 1.900 millones de personas en latitudes geográficas y sociales muy diversas, y por lo que sería imposible que se viva y exprese de igual forma en todos lados y en cada persona.
No es lo mismo ser una mujer musulmana en los países árabes o islámicos, que en Europa, Estados Unidos o Latinoamérica. Y, a su vez, no es igual serlo al interior del mundo musulmán, donde cada país ha implementado políticas, leyes e ideas distintas, que van desde un Túnez con aborto legal establecido en 1973, hasta un Arabia Saudí que aún permite la lapidación y donde recién hace unos pocos años se autorizó a las mujeres a conducir autos.
Lo que siempre entra en juego ante la concepción monolítica y superficial de las mujeres musulmanas, es la mirada del hemisferio occidental y de los feminismos occidentales sobre estas mujeres: una mirada racista, islamófoba y paternalista.
La imagen de la mujer occidental libre se ha construido en el imaginario social como oposición a la mujer árabe o musulmana, que parece estar velada, encerrada, oprimida, pasiva, con su voz y su capacidad de agencia totalmente anuladas. Por lo que “hay que salvarlas”, “sacarlas” de sus países, de su religión o de su cosmovisión con tal de adaptarlas a los parámetros de vida, y de perspectiva feminista, de Occidente.
Para el feminismo islámico, la crítica vale tanto para el patriarcado entre los musulmanes y las leyes islámicas, como para el feminismo hegemónico occidental. Entienden que es un discurso colonialista y excluyente de las mujeres del llamado Tercer Mundo: la mujer musulmana les significa un mero objeto de estudio, nunca un sujeto en sí misma, concebida como subdesarrollada, analfabeta, pasiva, sexualmente reprimida. El estigma alentado por occidente ha decidido que la vida de las mujeres musulmanas que viven en el mundo islámico está sobredeterminada por el Islam.
Y entonces se pregunta, ‘¿cómo puede una mujer musulmana, que sigue “una religión machista”, que usa hiyab, ser feminista? ¿Cómo puede serlo si el feminismo no se condice con el Corán, las leyes islámicas y sus tradiciones? ¿Cómo las salvamos si ellas no tienen voz, no pueden hacer nada, sufren pasivamente?’.
El feminismo islámico vino a dar una vuelta a este debate. No solo puedo ser feminista -dicen estas mujeres-, sino que también puedo construir una trasformación feminista desde la religión, con o sin velo, pero particularmente desde y con el Islam y el Corán.
Antes de sumergirnos de lleno en la propuesta de este feminismo tan poco reconocido en el mundo, es necesario comprender que la cuestión de género en el mundo islámico no surge sin raíces ni cimientos. El feminismo islámico se nutre de la tradición feminista de las mujeres en el mundo árabe de los siglos XIX y primeras décadas del XX, fundamentalmente en Egipto, Líbano y Siria, donde comienza la Nahda o “despertar cultural árabe”.
En ese momento, muchas mujeres se posicionaron en torno a una ideología feminista, que era secular, laica y nacionalista, ya que nacía en el marco de los procesos de los movimientos nacionalistas árabes, que intentaban desprenderse del colonialismo europeo y de la dominación del Imperio Otomano. También la idea de modernidad social y política estaba latente e invitaba a igualar feminismo a modernidad, y religión a tradición y atraso. Por esta razón, el feminismo árabe supo ir en contra de la religiosidad al interior del movimiento, con una concepción en la que ‘ser moderno’ equivalía a sacarse el velo o el hiyab, y en la que esencialmente feminismo e Islam eran incompatibles.
Las mujeres árabes, a quienes les llevó tiempo definirse feministas porque entendían este concepto como propio del colonialismo y ajeno a sus luchas, obtuvieron avances significativos al calor de la resistencia. Por ejemplo, en Egipto aumentó el número de mujeres universitarias, se consiguió el derecho a voto y a elección en el país y, por primera vez, una mujer fue ministra.
Una figura clave de estos logros fue la egipcia Huda Sha’arawi, pionera del movimiento feminista egipcio y árabe, quien realizó uno de los actos más simbólicos y revolucionarios para la época: en 1923 se quitó públicamente el velo frente a cientos de mujeres que habían ido a recibirla a la estación de El Cairo tras asistir a un congreso de la Alianza Internacional de Mujeres en Roma.
“El velo arrancado”, Huda Sha’arawi – Archivo
Shaarawi luchó por la educación de las mujeres y su derecho a la vida pública. Reivindicó el voto feminino, acceso al mundo laboral, prohibición de la poligamia, aumento en la edad de matrimonio de las niñas, entre otras causas. Consiguió el permiso para realizar reuniones de mujeres en la Universidad Egipcia, fundó en 1920 el Comité Central de Mujeres del Partido Wafs (primera organización política de mujeres de la región) y en 1923 la Unión Feminista Egipcia (primera organización feminista del país), desde donde se planteaba la necesidad de facilitar el acceso a la universidad y la función pública, pero también cuestiones relativas al velo, el divorcio o la poligamia.
Partiendo de estas bases de organización de las mujeres, el movimiento feminista islámico emerge cerca de los años 90, pero en otro contexto totalmente distinto: en el escenario árabe se consolidaba la reislamización de los países y las sociedades, un proceso que había comenzado en los años 70. Las sociedades y los Estados árabes atravesarían un giro hacia el conservadurismo, motivado por varios acontecimientos, como la victoria de Israel en la guerra de los Seis Días -en 1967- y el consecuente fracaso del proyecto de unidad de todos los pueblos árabes, y el enriquecimiento de los países del Golfo, que aprovecharían las necesidades económicas y el descontento popular presente en diversos Estados árabes para difundir un modelo de islam tradicional de corte conservador. Con esto, se promoverían acciones patriarcales, restringiendo la presencia de las mujeres y su posibilidad de interferir en la esfera pública.
En este marco, las mujeres musulmanas empezaron a construir una identidad feminista como respuesta a esta opresión. Sin embargo, contrario a lo que se podría suponer si no nos interiorizamos en el tema, no se originó como resistencia a la islamización que se materializaba en sus territorios, sino para aportar una perspectiva feminista que pise fuerte en ese proceso de cambio. Reconociendo las estructuras brutalmente patriarcales en las sociedades de mayoría árabe o musulmana, pero sosteniendo que no son una problemática ni exclusiva ni intrínseca de estas realidades.
La organización feminista Sisters In Islam (Hermanas en el Islam) fue creada por referentas como Zainah Anwar y Amina Wadud, entre otras, en 1988 con la impronta de responderse: “Si Dios es justo como el Islam, ¿por qué las leyes y políticas hechas en nombre del Islam crean injusticia?”, y comenzó una búsqueda perseverante de soluciones al problema de la discriminación contra las mujeres musulmanas en nombre del Islam.
Este feminismo piensa y lucha desde el Islam: la fuente de su emancipación, de la igualdad de género y la liberación femenina, la encuentran en el Corán y en la tradición del Profeta Mahoma. Las mujeres musulmanas plantean que para transformar las problemáticas de género y las violencias contra las mujeres en estas sociedades, no debe excluirse su religión y su modo de entender el mundo, porque el Islam no es intrínsecamente patriarcal: el patriarcado dentro de los países islámicos es el resultado de la forma en que los intérpretes masculinos han leído los textos islámicos.
Es decir, sostiene que la opresión de las mujeres tiene que ver con la lectura e interpretación sesgadaque los hombres han hecho hace siglos de los textos sagrados. Y, por lo tanto, para luchar contra el patriarcado deben deconstruirse las interpretaciones machistas y encontrar en las palabras y pasajes del Corán y de la tradición del Profeta, la igualdad y la libertad de las mujeres.
Una tarea que se vuelve esencial teniendo en cuenta que la interpretación del Corán afecta la forma en que se redactan e implementan las leyes islámicas o la Sharía.Y una tensión entre texto sagrado e interpretación que es fundamental para que muchas mujeres musulmanas, que en reiterados casos pasan su vida creyendo que hay violencias justificadas por la tradición islámica, den con la posibilidad de pensar que la ley islámica no es divina, sino que puede estar sujeta a discusiones.
En este sentido, como ha dicho Zainah Anwar, “Invocar a la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW) no es suficiente para convencer a estas mujeres (musulmanas en Malasia) de sus derechos, porque no tiene ninguna resonancia para ellas. El Islam, por otro lado, es una fuente de valores y principios”. Anwar camina las aldeas de Malasia para contarles a las mujeres sobre sus derechos, donde se enfrenta a preguntas sobre la ley islámica del tipo ‘¿No dice el Islam que un hombre tiene derecho a golpear a una mujer? ¿No dice el Islam que una mujer debe obedecer a su marido? ¿No dice el Islam que un hombre tiene derecho a tener cuatro esposas?’. La difusión de la re-interpretación y re-apropiación del Islam se vuelve también tarea urgente para este feminismo.
Frente al feminismo islámico, resurge el escandaloso fantasma que tanto preocupa al feminismo hegemónico y, por qué no, al árabe: feministas con hiyab. El velo no resulta un símbolo de la opresión para muchas de las mujeres musulmanas identificadas con este feminismo. La dicotomía entre mujer cubierta como sinónimo de sumisa y descubierta como equivalente de empoderada recae en un reduccionismo solo basado en estereotipos externos. Más bien -explican las feministas islámicas- el problema radica en el criterio de libertad que lo rodea: su imposición, en países como Arabia Saudí e Irán, o su prohibición, en países que se pretenden voceros de la libre elección.
Muchas mujeres entienden al velo o hiyab como una identidad política, a través de una espiritualidad que le da un significado liberatorio. Y, lejos de encontrarlo un modo de opresión, ven en el velo un caballo de Troya que Occidente ha utilizado muchas veces para esconder sus agendas socio-políticas coloniales, en las que el discurso feminista -o que se propone como tal- no queda excluido.
Huseyin Aldemir / REUTERS
Algunas activistas del feminismo islámico dirán que en el Corán hay ciertos rastros machistas que han sido “sobredimensionados” por la tradición islámica y que son reflejo de la cultura patriarcal dominante en Medio Oriente al momento de su interpretación. Otras investigadoras del tema, como la referente sirio-española Sirin Adlbi Sibai, dirán “El feminismo islámico es una redundancia. El islam es igualitario”, y en realidad lo patriarcal es el colonialismo -también al interior del feminismo-, por lo que hay que ir más allá, hacia un pensamiento islámico decolonial.
En este punto es importante destacar que el feminismo islámico no se articula concretamente como un activismo territorial, al menos hasta ahora, como sí lo hizo y hace el árabe, sino más bien se construye como un pensamiento académico e intelectual, que encuentra su motor no tanto en los países islámicos, sino en mujeres musulmanas que viven en Estados Unidos o Europa, donde han tenido mayor acceso a la lectura y la reflexión a partir de los textos sagrados. A diferencia del feminismo árabe, que se reconocía nacionalista, este nace al mismo tiempo en el mundo islámico y en Occidente -a partir del crecimiento de las sociedades musulmanas-, por lo que se trata de un movimiento mundial.
Del mismo modo, debe resaltarse que la lucha de las mujeres musulmanas contra las violencias en los Estados islámicos existe: contra la mutilación genital femenina, la poligamia, los crímenes de honor, las pruebas de virginidad, los matrimonios forzados o infantiles, por el divorcio, derechos de familia, entre otros. Aunque aún no logra articularse en torno al denominado feminismo islámico y, necesario aclarar, varía muchísimo de acuerdo al país, las experiencias de las mujeres allí, la organización política, las intervenciones extranjeras, la militarización del territorio, etcétera.
Hace poco más de una década el feminismo está en ascenso en los países del mundo islámico. Durante las protestas conocidas como la Primavera Árabe (2010 – 2012), la participación de las mujeres árabes y musulmanas en el proceso político ganó una nueva visibilidad y marcó un nuevo punto de inflexión en el movimiento de mujeres, que se constituyó como un actor político. La mirada atónita de Occidente ante la resistencia feminista en la región no se corresponde con la larga historia de defensa activa de las mujeres árabes y musulmanas por sus derechos y su emancipación.
Sin embargo, los avances que resultaron de la Primavera Árabe han estado más vinculados a cambios en la cultura y la conciencia social de las mujeres, que con progresos en el ámbito de los derechos y las libertades. Asimismo, en un momento de cambio y agitación dentro del mundo islámico, las mujeres se están articulando cada vez más en una visión del futuro que incluye la igualdad de género y la justicia social de la mano de su fe. Más aún, tiene el feminismo islámico un gran camino por recorrer ahora que son cada vez más las mujeres musulmanas con acceso a la lectura del Corán, y que ya no dependen de interpretaciones mediadas por hombres.
Nací en el interior de Buenos Aires: los porteños nos confunden con ParqueChacabuco.De crianza gorila, devenida en pseudo-troska por contraste, hoyperonista por convicción.Mi canción favorita a los 10 años era Los Salierisde Charly, de León Gieco.
Hace 39 años, el 2 de abril de 1982, el gobierno de facto encabezado por el teniente general Leopoldo Galtieri intentaba recuperar las Islas Malvinas, ocupadas por el Reino Unido desde 1833 y convertidas desde entonces en un gran centro geopolítico y económico al que, hasta la aprobación del Brexit, intentaron incluir como territorio extra continental en la constitución de la Unión Europea.
Los genocidas entreguistas decidieron abrir esa herida para cubrir su plan de miseria planificada y saqueo de nuestros bienes comunes, y para continuar con el genocidio de les miles de compañeres que luchaban por una patria más justa y soberana. Así, buscaban perpetuarse en el poder.
El Gobierno, que se enfrentaba a uno de los ejércitos más poderosos del mundo, envió a las islas a nuestros pibes y pibas, que le pusieron el hombro a la defensa de nuestra patria. En la guerra, murieron 649 argentinos en tan solo 70 días. Ese hito marcó el principio del fin de la dictadura más cruenta del continente, agobiada por las protestas sociales y las presiones internacionales en torno a la violación de los derechos humanos.
Desde que retomamos la democracia, la Argentina continúa reclamando la soberanía sobre las Islas. De hecho, la Constitución Nacional, en su reforma vigente desde el año 1994, expresa en su Disposición Transitoria Primera que “la Nación Argentina ratifica su legítima e imprescriptible soberanía sobre las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur y los espacios marítimos e insulares correspondientes, por ser parte integrante del territorio nacional. La recuperación de dichos territorios y el ejercicio pleno de la soberanía, respetando el modo de vida de sus habitantes y conforme a los principios del Derecho Internacional, constituyen un objetivo permanente e irrenunciable del pueblo argentino.”
La cuestión Malvinas ha sido calificada por la Organización de Naciones Unidas como “un caso de descolonización especial y particular, donde subyace una disputa de soberanía y por ende, a diferencia de los casos coloniales tradicionales, no resulta aplicable el principio de libre determinación de los pueblos”.
El 16 de diciembre de 1965, la Asamblea General adoptó la resolución 2065, a través de la cual reconocía la existencia de una disputa de soberanía entre Argentina y Reino Unido e invitaba a ambos países a entablar negociaciones para encontrar una solución pacífica y definitiva a la controversia, teniendo en cuenta los intereses de los habitantes de las islas. Desde entonces, más de 40 resoluciones de la Asamblea General y del Comité Especial de Descolonización han reiterado este llamado, sin éxito.
La lucha argentina, sin embargo, tuvo su mayor retroceso en 2016, cuando, bajo la presidencia de Mauricio Macri, se firmó el ilegítimo pacto Foradori-Duncan en el que Gran Bretaña y la Argentina acordaban “remover todos los obstáculos que limitan el crecimiento económico y el desarrollo sustentable de las Islas Malvinas” cuando es precisamente la negativa del gobierno británico a resolver la disputa de soberanía la verdadera causa de los obstáculos al “crecimiento y el desarrollo sustentable” de esta región del Atlántico Sur.
En este sentido cabe recordar que ni bien asumió como presidente, en diciembre de 2015, Mauricio Macri fue el primer gobernante electo desde el retorno de la democracia que no mencionó la reivindicación del ejercicio de la soberanía por Malvinas en su discurso de asunción en el Congreso Nacional.
No fue un olvido. Fue el comienzo de una estrategia que se extendió a lo largo de todo el gobierno de Cambiemos y que tuvo su segunda demostración en la eliminación de la Secretaría de Asuntos Relativos a las Islas Malvinas del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la Nación que, desde su creación en el año 2013, había tenido un rol particularmente activo a la hora de potenciar las acciones nacionales y regionales relativas a la defensa de nuestros derechos soberanos.
Hoy, bajo la administración de Alberto Fernández, el reclamo por la soberanía de los territorios argentinos vuelve a transformarse en política de Estado. La importancia estratégica de las Islas Malvinas, Georgias, Sandwich del Sur y los espacios marítimos circundantes debe permitirnos comprender por qué en el siglo XXI continuamos asistiendo al colonialismo. Si hay voluntad política, entonces encontraremos los caminos para recuperar nuestra integridad territorial.
Durante la era Trump, la administración norteamericana declaró abiertamente como enemiga a la República Popular China que encabeza Xi Jinping, pero pese a que recientemente hubo un cambio de gobierno, nada indica que ese panorama vaya a cambiar.
Los docentes de la Univesidad Nacional de Rosario, Esteban Actis y Nicolás Creus, expresaron recientemente que “Biden asume el poder en un momento en que el orden global de la pos Guerra Fría, durante el cual EE.UU mantuvo su hegemonía sin que nadie lo desafiara, se ha desvanecido. El gobierno de Trump le puso fin definitivo”[1].
Por múltiples factores y hechos que se ha dado en las últimas décadas, EE.UU es consciente de la paulatina pérdida de su hegemonía. Al respecto, el analista francés y director del portal Red Voltaire, Thierry Meyssan, sostiene que “Washington no tiene más opciones que tratar de maniobrar para que el declive de la economía estadounidense sea lo más lento posible y contener el poderío militar y político chino en una zona de influencia delimitada”[2].
La disputa por Malvinas e Islas del Atlántico Sur
En este contexto, Argentina retomó sus reclamos históricos por la soberanía de las Islas Malvinas e Islas del Atlántico Sur, usurpadas por Gran Bretaña desde 1833. Un desafío importante debido no solo al contexto de pandemia, sino al resultado de cuatro años de gestión de Mauricio Macri en los que se desarticularon muchas de las políticas promovidas desde el retorno de la democracia en 1983, fundamentalmente durante los mandatos de Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández (2007-2015).
Por solo citar un ejemplo, en septiembre de 2016 se firma el “Acuerdo Foradori-Duncan”. Tal como lo señalan les investigadores del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG), Tamara Lajtman y Luis Wainer, este acuerdo estaba enmarcado en “la política sobre Malvinas implementada durante la Presidencia de Mauricio Macri, destinada a mejorar las condiciones de este enclave neocolonial-militar, como uno de los pilares para recuperar las relaciones amistosas (subordinadas) con potencias occidentales”[3].
La victoria del Frente de Todes en las presidenciales de 2019 volvió a poner en la agenda del gobierno argentino tanto a la Causa Malvinas, como a las aspiraciones nacionales a ser un Estado Soberano que controle todo su territorio.
Recientemente, la posición pirata se vio debilitada luego de su salida de la Unión Europea y de que esta última quitara del acuerdo a los territorios de ultramar que poseen los británicos[4]. En relación con esto, el analista y vicerrector de la Universidad Torcuato Di Tella, Juan Gabriel Tokatlian, señala que “Gran Bretaña tiene hoy, al menos temporalmente, menos amistades e influencias en la Unión Europea, al tiempo que produjo una sensación de abandono y frustración entre los isleños en Malvinas, actuando según las preferencias e intereses de Londres (ni siquiera del Reino Unido en su conjunto)”[5].
Para el analista, este hecho abre las puertas a que Gran Bretaña se acerque militarmente más a EE.UU ante el alejamiento de Bruselas e “intentará compensar mediante un vínculo más decidido en el campo de la seguridad y la defensa. En el plano naval es muy posible que se estrechen aún más los lazos entre los dos países”. Teniendo en cuenta este análisis y la salida británica de la UE, quizás se pueda explicar la reciente publicación que señala que la industria de submarinos británica busca incorporar 30 mil puestos de trabajo.
El punto es que para EE.UU el Atlántico Sur no es un punto más en el mapa. Para graficar esta afirmación, es necesario retomar lo analizado por Tokatlian, quien sostiene que “en noviembre de 2019 la US-China Economic and Security Review Commission hizo público el informe anual sobre China, en el que se recalcaron las ambiciones globales de Beijing y su voluntad de moldear el escenario internacional, y se señaló que China tenía cierta capacidad de llevar a cabo incursiones expedicionarias en el Océano Atlántico. Cabe subrayar que en este informe, anterior a la asunción del Presidente Alberto Fernández, la Argentina se menciona más veces (26) que la suma de Venezuela (17) y Brasil (7)”[6].
La importancia estratégica que tiene el mar para Argentina
Existen diversos trabajos realizados respecto de la importancia estratégica que tiene el mar para la República Argentina. En muchos de ellos se analizan los inmensos recursos pesqueros y en hidrocarburos que posee el mar argentino, dos elementos que de un tiempo a esta parte se han vuelto cada vez de mayor relevancia, no solo para la Argentina, sino para el mundo entero.
Al respecto, el Licenciado en Geografía y especialista en Economía Regional y Relaciones Internacionales, Adolfo Houtoudjian, considera que “el Mar Argentino constituye uno de los más importantes recursos naturales de nuestro país. A la enorme potencialidad de sus aguas como proveedora de alimentos y de energía, se le suma no sólo la potencia hidrocarburífera sino las excelentes cualidades como regulador de las condiciones climáticas o como atenuador de los impactos ambientales provocados por el vertido de desechos (líquidos o sólidos)”. (Koutoudjian, 2011, p.88)[7]
La explotación de estos recursos de manera ilegal por parte de Gran Bretaña, significan perdidas millonarias que año a año se fugan hacia las arcas británicas y/o europeas. Por mencionar algunos ejemplos, en 2017 el CEO de la Rockhopper Exploration anunció que el pozo “Sea Lion” poseía reservas certificadas de entre 500 y 1000 millones de barriles de petróleo, proyectando para 2025 un volumen máximo de 120 mil barriles diarios (Lajtman y Wainer, 2019).
El artículo de Lajtman y Wainer, además, destaca que durante 2011, 118 buques con licencias ilegales otorgadas unilateralmente por el gobierno británico pescaron un total de 232 mil toneladas, y al año siguiente solo por la pesca de calamar, la producción pesquera superó los 1.600 millones de dólares.
En diálogo con el General de Brigada (RE) Fabián Brown (2021), este sostuvo que “analizando cómo se fue desarrollando el conflicto en Malvinas desde el siglo XIX, la causa esencial del conflicto con Gran Bretaña es el desarrollo humano y económico argentino. En la medida de que Argentina se desarrolla, el conflicto con Gran Bretaña es ineludible por esto que dice (Adolfo) Koutoudjian, por los recursos. O los explotan ellos o los explotamos nosotros”.
Pero la utilización y explotación del mar no es el único elemento estratégico para el país. Tal como se ha señalado con anterioridad, el mar argentino también es una pieza clave en la disputa entre Oriente y Occidente.
A solo efecto de ilustrarlo, en noviembre de 2018, frente a un grupo de expertos del Atlantic Council, el secretario de Defensa británico, Gavin Williamson, sostuvo: “Estamos listos para responder a cualquier situación en cualquier momento. Hemos desplegado fuerzas en todo el mundo, podemos recurrir a nuestros territorios de ultramar en Gibraltar, las Áreas de la Base Soberana en Chipre, la Isla Ascensión, las Islas Falklands y el Territorio Británico del Océano Índico. Estos a menudo proporcionan instalaciones clave no solo para nosotros, sino también para EE.UU.”[8].
Sin soberanía no habrá nación viable posible
Resulta pertinente retomar las palabras de Adolfo Koutoudjian[9], quien sostiene que el mar argentino es una de las perlas más preciadas del planeta. Semejante afirmación nos lleva a coincidir en que estamos ante la oportunidad histórica de “Repensar y reordenar el territorio”, y que ese “deberá ser el deber ser sanmartiniano para la política nacional”.
Sin lugar a dudas, iniciativas como la de Pampa Azul son pasos hacia adelante para conocer, estudiar, promover y ocupar el mar argentino, al tiempo que se debe retomar la “política malvinera” que genere una conciencia nacional respecto de la importancia estratégica que tiene para nuestro país la apropiación, utilización y promoción de actividades productivas en el mar argentino.
De igual manera, resaltar la importancia de políticas como el FONDEF, una política de Estado para mejorar las capacidades de nuestras FFAA para que puedan cumplir correctamente con su misión de resguardar la soberanía de todo nuestro territorio.
Ahora, ¿qué hará el gobierno argentino con los denominados Acuerdos de Madrid[10], con el Pacto de Foradori-Duncan y tantos otros acuerdos bilaterales que Argentina aún mantiene con el Reino Unido? Porque, en todos los casos, nuestro país cumplió a raja tabla mientras la parte ocupante de las islas siguió ampliando su influencia y violando sistemáticamente todos los acuerdos, incluida la enorme cantidad de resoluciones de la ONU.
Para finalizar (al menos por ahora), resultan interesante retomar las reflexiones del General Brown, quien sostiene que “el desarrollo humano del litoral marítimo patagónico resulta esencial para efectivizar la presencia argentina en los espacios soberanos que nos corresponden. Para ello, se debe estar en condiciones de impulsar la construcción de una flota pesquera y volver a poseer una marina mercante que exploten nuestros recursos y naveguen nuestros mares. Se requiere de una infraestructura portuaria adecuada y de pasos bioceánicos que integren la economía con Chile y promuevan las economías regionales. El continente debe acercar a las islas y a la Antártida a partir de su construcción social.
El mapa bicontinental, en definitiva, es parte de una política de defensa integral. Pensar nuestros espacios es pensar el desarrollo humano imprescindible para proyectar una Argentina productiva, inclusiva en lo social, armónicamente articulada en lo territorial, integrada a Suramérica y con alianzas extraregionales que posibiliten el mejor posicionamiento para discutir nuestros intereses y afianzar nuestros derechos. (p. 153)”[11].
A diferencia de EE.UU, que se cree dueño de Centroamérica -a la cual denomina como “MareNostrum”-, Argentina sí tiene el suyo y es de vital importancia expulsar al enemigo que ocupa ilegalmente parte de nuestro territorio, más allá de que algunes no quieran llamar a las cosas por su nombre.
Prefiero escuchar antes que hablar. Ser esquemático y metódico en el trabajo me ha dado algún resultado. Intento encontrar y compartir ideas y conceptos que hagan pensar. Me irritan las injusticias, perder el tiempo y fallarle en algo a les demás.
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