Varias frases cliché suelen merodear al concepto de que Argentina es un país plagado de riquezas en su suelo. “El país es hermoso, pero la gente no”, o “lo importante es que lo maneje otro, porque los argentinos somos todos corruptos”. ¿Por qué tal nivel de auto boicot? ¿Responde a alguna lógica esta respuesta automática que no es más que un tiro en nuestro pie? ¿Por qué no nos creemos merecedores de lo nuestro?
¿A qué nos referimos con “sectores estratégicos del Estado”? Esta es probablemente la pregunta más pertinente para introducirnos al eje en cuestión. En particular, Argentina cuenta con cualidades geográficas y climatológicas que, por ejemplo, la componen como uno de los cuatro países en presentar tierras raras, además de otras características. En general, el país cuenta con recursos o bienes naturales y por eso la necesidad de (re)pensar cómo generar la posibilidad de que todos los argentinos y las argentinas pueden hacerse benefactores de ellos. La única forma de emprender ese camino es desde un Estado que proyecto un plan estratégico para la soberanía y su desarrollo como país en base a las demandas de los territorios y sus pueblos.
¿Y qué sería entonces un ejemplo de sector estratégico desde esta óptica? La ambivalencia de este término permite que un sector pueda ser tanto un yacimiento de petróleo o de litio hasta la logística que se pone al servicio de la población. Por ejemplo, el yacimiento no convencional de Vaca Muerta y la empresa Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) extrayendo el crudo, refinándolo y repartiéndolo al interior del país. También puede ser una empresa metalúrgica como Techint, considerada “la madre de la industrias”, ya que produce y reparte acero, fundamental para casi todas las industrias del país. Otra podría ser Metalúrgica Pescarmona (IMPSA), que produce energía hidroeléctrica, nuclear y renovable. Y por qué no, incluso, los sectores “secundarios” de la agricultura y la ganadería, así como su logística de transporte y distribución a frigoríficos de la carne como alimento fundamental en la mesa de las y los argentinos. Y así podríamos seguir. No obstante, en casi todos los ejemplos aparecen algunos conceptos claves: logística, industria y sector secundario son términos correspondientes a un determinado proyecto de país, uno que tenga desarrollado un sector de producción casi total de un producto para mayor generación de puestos de trabajo y que tenga un transporte acorde para llegar a distintas partes del país.
Esto último responde a las características particulares que tiene un país de grandes dimensiones a lo largo de sus latitudes y longitudes. Retomando el inicio del escrito, el litio en el norte, la agricultura y la ganadería en la zona núcleo de la pampa húmeda, el petróleo y el sector minero en la Patagonia y en el Atlántico Sur, sumado al agua dulce y a todos los sectores industriales que rodean a estos sectores de desarrollo primario, conforman un país no solo ultra rico en cuanto a posibilidades, si no un desafío gigante para llevar adelante esa logística, en una extensión territorial que no es ni más ni menos que ¡La novena en el mundo! Y que se despliega de forma horizontal. En total, desde el norte (Jujuy) hacia la porción antártica que le corresponde a la Argentina, hay más de 4 mil kilómetros en línea recta. Pero supongamos que lo reducimos sólo a movimientos terrestres, desde el mismo norte hacia Ushuaia hay 3400 kilómetros de distancia.
De manera natural, los habitantes de una zona se aglutinan en donde existen posibilidades de desarrollo. Por eso es que la zona del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) tiene 15 de los 47 millones de habitantes de Argentina, ya que la centralización de actividades financieras alrededor de la aduana de Buenos Aires y los futuros desarrollos de poder en la misma ciudad le dieron esa centralidad. De resto, el denominado conurbano se superpobló a partir de las posibilidades industriales que llegaron primero con el modelo de ISI (Industrialización por sustitución de importaciones) que los gobiernos de la década infame se vieron obligados a aplicar a partir del colapso financiero mundial de la bolsa de Nueva York en el año 1930, y la posterior revolución peronista, que profundizó a gran escala ese desarrollo industrial. Casi la totalidad de la población del país se termina de conformar por el resto de la Provincia de Buenos Aires, y las provincias de Córdoba y Santa Fe, donde se encuentra la nombrada pampa húmeda, sector de tierra fértil para las cosechas de soja y trigo y para desarrollar la ganadería.
Los datos del relevamiento de habitantes en Argentina, arrojados por el Censo realizado en 2022, explican que solo entre estas tres provincias y sumando a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se concentran 28 de los 47 millones de habitantes. Es decir que más de la mitad del país vive distribuido entre tres provincias y un departamento, mientras que menos de la mitad en las restantes 20. La pregunta entonces que resta hacerse es cómo distribuir mejor a la población, pero sobre todo para qué. Aquí se dividen entonces dos posturas, ya que hay quienes alegan que mantener ciertas provincias es “deficitario”, mientras que otros entienden que es una apuesta por su valor en los bienes comunes que nombramos anteriormente.
Tanto en el norte por los últimos descubrimientos de litio, como en la Patagonia y el Atlántico Sur por el sector minero y el agua, estas zonas representan un alto valor. La pregunta entonces es sí nos hacemos carne de ello promoviendo un trabajo que englobe a la población, proveyendo la logística correspondiente para ello o, como ya vimos en otros sectores, lo descuidamos y lo explota otro, como es el caso de Reino Unido en Malvinas y parte de la plataforma que la rodea, y las multinacionales extranjeras que llegan al país para la megaminería.
Cuando hablamos de logística nos referimos a transporte que genera conexiones, ya que si no existen formas de trasladar personas, productos y servicios, no hay posibilidad de mantener una población. Para esto, distintos gobiernos con esta proyección ambiciosa de país crearon y expandieron transportes que conecten el país. Se podría decir que uno de los primeros en realizar estas conexiones fue Julio Argentino Roca, que si bien compró y concesionó ferrocarriles a Inglaterra, profundizó los kilómetros de red de 5 mil a 35 mil en 25 años con una medida clave: Obras Públicas se inauguró como ministerio. Resulta curioso que un héroe reivindicado hoy por el libertarianismo haya realizado esto, siendo que esta corriente de pensamiento que gobierna al país, alega que este ministerio no debe existir porque por allí se realiza la corrupción.
Si bien la historia es más larga, en este artículo del medio se profundiza. Retomando las ideas y las proyecciones, el obligado proceso de industrialización de la década infame continuado y profundizado por Perón llevó a estos kilómetros a su número más extenso en la historia argentina: casi 47 mil km hacia 1957, con el detalle de que en 1948 el presidente nombrado decidió que estas pasen a ser controladas por el Estado. Allí bautizó a las líneas nacionales “Roca” en gratitud a la cantidad de obras realizadas.
Durante la década menemista se dio el mayor retroceso: se perdieron más de 10 mil kilómetros bajo la excusa de que supuestamente eran deficitarias y, de esa manera, se graficó un país menos conectado.

De la misma forma hoy, bajo el discurso del déficit, no solo se cierran ramales de trenes, sino que además se atacan las otras dos empresas que forman la tríada de la conexión logística del país a través del Estado: Aerolíneas Argentinas y Correo Argentino. Y que casualmente, también fueron depuestas de su valor en la década menemista.
Hoy, mientras varios pueblos de la Patagonia ven como su única sucursal de envíos cierra, como se recortan en paralelo puestos de trabajo y presupuesto en Aerolíneas Argentinas y, además, como se pretende avanzar con la privatización de Trenes Argentinos (solo hoy puesta en pausa). Todos bajo los mismos discursos de “déficit”. Desgranemos eso.

Ese gráfico representa la evolución del balance comercial de Aerolíneas Argentinas, publicado en el año 2023 por el presidente de entonces, Pablo Ceriani. Además de demostrar las ventajas de poseer un brazo de control nacional aéreo y llegar a donde el negocio no llega para traer las vacunas en la pandemia del COVID-19, la empresa demostró que se puede proyectar la sustentabilidad de la misma.
Por otro lado, prestemos atención a la noticia anclada del medio La Nación sobre el pueblo que perdió su sucursal de Correo el año pasado. “Un pueblo bonaerense aislado, sin bancos ni cajeros automáticos, ahora pierde su oficina de correos después de 124 años”, asegura el título, y la bajada agrega: “Santa Regina es un pueblo de 500 habitantes, apartado de rutas pavimentadas, en el partido de General Villegas; el rol clave de Diego Mittino, el único cartero de la zona”.
Si entonces algunas necesidades no son resueltas por la armonía del mercado, como es el caso de Santa Regina o la Argentina misma cuando necesitaba rescatar compatriotas varados en otros países en medio de la pandemia. ¿Qué nos separa del control de estos sectores estratégicos del Estado? ¿Qué otros intereses pueden jugar por fuera de las necesidades comunes de las y los argentinos?
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