La máscara rosa de Israel y el último grito de la moda gay friendly

La máscara rosa de Israel y el último grito de la moda gay friendly

TIEMPO DE LECTURA: 8 min.

Se acerca junio y con él, el mes del Orgullo LGBTIQ+: los logos de empresas e instituciones se tiñen de los colores de la bandera, abundan los viajes a paraísos LGBT y se promociona el turismo hacia las grandes Marchas del Orgullo del año. En las publicidades, todo es diversidad, inclusión e igualdad. Un Estado en el ojo de la tormenta se destaca entre decenas: “Vení a Israel, el destino más gay-friendly”. 

Esta estrategia de marketing global no es nueva: conocida como “Pinkwashing” o “lavado rosa”, designa al intento de lavar la imagen de un país, empresa o producto para simular una simpatía con la comunidad LGBTIQ+ colocándose una máscara rosa -en referencia al color que supo identificar en su momento a las personas homosexuales-, así como el “purplewashing” (lavado violeta) se utiliza para el mismo fenómeno pero en el uso instrumental y mercantil del feminismo.  

Pensado por la Breast Cancer Action, en los Estados Unidos de la década de los ‘90, para hablar de las prácticas de las empresas que usaban el cáncer de mama y el color rosa de esta lucha como herramienta de rentabilidad, la comunidad LGBTIQ+ acuñó el término para explicar una realidad similar, y en particular una situación indignante: el Estado de Israel.    

Ted Eytan / Wikimedia Commons

Desde 2005, Israel, principalmente desde su Ministerio de Relaciones Exteriores, se ha embarcado y ha invertido en una misión de “rebranding”, una campaña en nombre de la modernización y el desarrollo para proyectar al mundo occidental una imagen de democracia libre, diversa y progresista. El objetivo final: sacarse de encima la reputación de Estado imperial, violador de los derechos humanos, del derecho humanitario internacional, perpetrador del apartheid y la ocupación colonial sobre el pueblo palestino, que bien pesa sobre su imagen. 

Esta ha sido una política proritaria en las relaciones internacionales del régimen sionista, brindando a los países y sociedades occidentales la imagen de un vínculo próximo con la comunidad LGBT+ a través del estereotipo artificial de la “vida gay israelí”. La estrategia de relaciones públicas y propaganda, conocida como “hasbará”, implica una fuerte apuesta de inversión e infraestructura para el gobierno israelí desde hace más de una década, fielmente acompañada por los grandes medios de comunicación hegemónicos occidentales. 

En el proyecto no puede faltar la participación estelar de las organizaciones no gubernamentales (ONG’s) que financian y difunden la falsa inclusión. Entre las más importantes se encuentra “Stand With Us”, una organización mundial dedicada a “educar” a la ciudadanía sobre Israel, que profesa la supuesta iniciativa israelí de promoción de los derechos LGBTIQ+.   

El World Pride 2006 en Jerusalén, la propuesta de Tel Aviv como centro del turismo “diverso”, la participación de Israel en los festivales de Eurovisión, incluso con artistas y canciones que apelan a la diversidad, despertó la crítica de los movimientos de las diversidades sexuales y de género: la fiesta de colores y el baile con brillantina sobre las ruinas del territorio y el pueblo palestino. 

El “lavado rosa” es el método discursivo necesario y efectivo que encontró el Estado de Israel para esconder las sistemáticas violaciones de los derechos humanos y renovar la mirada del Norte global sobre la ocupación de Palestina. Israel es la civilización y la modernidad, el único país amigable con la comunidad LGBT+ en una región “naturalmente hostil”. Palestina, y los demás países árabes o de mayoría musulmana, son bárbaros, retrógrados, incivilizados y homofóbicos. Ideología que solo tiene sentido como estrategia política en el marco de un discurso islamófobo y arabófobo.

Las derechas, las corporaciones y los nacionalismos imprimieron en este disfraz rosa, o multicolor, la narrativa occidental del progreso eterno y el desarrollo, que debe ser llevado a los “pueblos bárbaros”. Ya no encarnan, como lo han hecho históricamente, la batalla por un mundo cisheteronormado. Ahora estas fuerzas, en la superficie de un proyecto igual de colonizador y patriarcal, lavan su fachada y muestran su disposición al cambio social, borran el peso político de las reivindicaciones, las identidades y los movimientos sociales de las diversidades y lo convierten en instrumento de propaganda y licencia para la ocupación. 

La justificación internacional a la ocupación y el apartheid viene servida en bandeja, y aún más para los individuos LGB de países liberales que dejaron en el olvido la interseccionalidad y, en uso de sus privilegios de clase o etnia, se han sumado a los ideales neoliberales y de la derecha. Este fenómeno es también conocido como “homonacionalismo”, es decir, la instrumentalización de la homosexualidad para justificar posiciones nacionalistas, basadas en el rechazo a la inmigración extranjera que siginificaría una amenaza a las supuestas conquistas absolutas y reales de las personas LGBT de países occidentales, o encolumnados tras ellos. 

El “pinkwashing” le provee al Estado de Israel una fuente de afiliación y apoyo de los individuos LGB liberales, que desde un encuadre propio de la teoría de los dos demonios, equiparan la opresión colonial del régimen israelí con la discriminación interna hacia personas LGBTIQ+ en la Franja de Gaza, Cisjordania y otros territorios de la Palestina ocupada. El llamado es a “salvar” y “proteger” a los homosexuales palestinos perseguidos y excluidos, y protegerlos en territorio israelí. Este planteo propio de la mentalidad colonial implica, de mínima, dos problemas: 

Por un lado, opaca la idea de una vinculación intrínseca entre la ocupación israelí y la LGBTfobia en el pueblo palestino, en tanto la comunidad LGBT y sus derechos son presentados y, por tanto, comprendidos como fenómenos occidentales que el Estado de Israel busca profesar, y son pensados como una amenaza para la cultura y la tradición palestina que pretende protegerse del invasor israelí. Gran parte de la sociedad palestina termina por internalizar la idea de que la diversidad es ajena: los palestinos queers son colaboradores israelíes o informantes nativos occidentalizados. 

Por otra parte, más allá de las libertades o avances que pueda tener el régimen israelí con sus ciudadanos LGBT+, esta realidad es inexistente para la población palestina que vive en ese territorio, o que pretenda exiliarse allí por protección. Israel niega al pueblo palestino los derechos sobre sus tierras, sobre sus cuerpos, sobre su movilidad y sus vidas, los priva de la garantía de los servicios y derechos humanos más básicos y fundamentales. Esta negación no es excepción cuando se trata de las identidades y subjetividades LGBT+ de palestinos que quisieran refugiarse en el Estado de Israel: “no hay una puerta rosa en el muro del apartheid”

Más aún, como pone en palabras Ghaith Hilal, activista palestino queer de Cisjordania, “Israel crea refugiados, no alberga refugiados”, y explica también: “El pinkwashing quita nuestras voces, historias y capacidad de agencia, diciéndole al mundo que Israel sabe lo que es mejor para nosotros. Al apuntar contra el lavado rosa, estamos recuperando nuestra agencia, historia, voces y cuerpos”. 

Comisión del BDS Pinkwatching

No solo es un lavado de imagen ante la mirada internacional, es también una búsqueda de división interna y psicológica, que aísla y desempodera a las personas LGBT+ en la causa palestina. Crea una ilusión en la que existe esta supuesta “puerta rosa” por la que Israel será el paraíso de la protección de sus derechos y libertades, y por la que es incompatible el “ser palestino” con el “ser queer”.

Entre la reticencia de gran parte del pueblo palestino y la falsa ilusión israelí, la libertad LGBT+ es propuesta como individual, que solo puede conseguirse en la huida y protección que supuestamente será brindada por el mismo agresor. Una libertad que es alienada de la lucha colectiva, que ya no se encontrará junto a los movimientos políticos y decoloniales.   

Esto invisibiliza en la población palestina y en la arena internacional la lucha de la comunidad LGBTIQ+ y feminista de Palestina, que resiste, no desde una mirada liberal y despolitizada, sino como parte de un movimiento político de emancipación y descolonización. Organizaciones como “Queers palestinos para el Boicot, la Desinversión y las Sanciones”, como el Centro Feminista Palestino para el Género y las Libertades Sexuales “Aswat”, y como “alQaws por la diversidad sexual y de género en la sociedad palestina”, suman una contranarrativa enriquecedora que pretende evitar que los palestinos LGBT+ se encuentren en la disyuntiva entre su cultura/pueblo y su orientación sexual o identidad de género. Es una lucha atada a la liberación del pueblo palestino, y que también busca romper con la lógica salvacionista neocolonial del modelo LGBT+ israelí, fiel imitación de Occidente.    

Como subrayan desde alQaws en su análisis “Más allá de la propaganda: Pinkwashing como violencia colonial”, el lavado rosa es más que una estrategia de marketing global. Es, en última instancia, una expresión de la política sexual y de género más profunda del Estado de Israel y de los fundamentos ideológicos del sionismo. El Pinkwashing es el síntoma, pero la raíz de la enfermedad es el colonialismo. Por esto, reconocer el fenómeno pinkwashing como una violencia colonial puede ayudar a comprender cómo Israel divide, oprime y borra a los palestinos sobre la base del género y la sexualidad. 

ONG al-Qaws

En términos generales, es el mismo sistema capitalista global, ahora con la máscara rosa del progresismo liberal, el que permite construir un imaginario social en el que la igualdad es posible a través del consumo y que alcanza con la conquista de algunos derechos para gays, lesbianas y bisexuales o con simples concesiones interesadas, sin darle lugar al cuestionamiento de la estructura patriarcal y desigual propia de este modelo socioeconómico. 

En el contexto de hegemonía neoliberal y de la mano de las derechas socialmente conservadoras, el terreno queda allanado para la fragmentación de la comunidad LGBT+, ahora individualizada, despolitizada, instrumentalizada, y muchas veces limitada a libertades materiales y meritócratas. Un movimiento en la lucha desde hace décadas reducido a la imagen de unos pocos varones gays, blancos, cis, de clase media alta; divorciado de otras minorías sexo-genéricas, alejado de la lucha de les oprimides contra el mismo sistema que se funda constitutivamente en el colonialismo, el patriarcado, el capitalismo y el  imperialismo. 

“No se puede tener la liberación queer mientras existan el apartheid, el patriarcado, el capitalismo y otras opresiones. Es importante apuntar a las conexiones de estas fuerzas opresivas”, expresa Hilal, referente de Al-Qaws. Claridad que puede ponerse en diálogo con lo escrito por Fahad Ali a raíz de las discusiones sobre los derechos queer en Medio Oriente: “Soy árabe, soy palestino, soy gay. Mi refugio gay no es un desfile brillante en Tel Aviv. Es una palestina liberada”.


Otras referencias:

https://www.theguardian.com/commentisfree/2010/jul/01/israels-gay-propaganda-war

http://www.laizquierdadiario.com/Que-hay-detras-de-las-empresas-diversas-e-inclusivas   

https://www.elquintopoder.cl/politica/pinkwashing-y-el-lavado-de-imagen-de-israel/


Delfina Venece
Delfina Venece

Nací en el interior de Buenos Aires: los porteños nos confunden con Parque Chacabuco. De crianza gorila, devenida en pseudo-troska por contraste, hoy peronista por convicción. Mi canción favorita a los 10 años era Los Salieris de Charly, de León Gieco.

¿De qué hablamos cuando hablamos de feminismo islámico?

¿De qué hablamos cuando hablamos de feminismo islámico?

TIEMPO DE LECTURA: 11 min.

El debate sobre la situación de la mujer en el mundo islámico tomó fuerza en los últimos años, aunque está contaminado por clichés y prejuicios colonialistas e islamófobos, que dificultan significativamente su análisis.

Para aproximarnos y comprender, al menos un poco, el feminismo islámico, es fundamental dejar de pensar al Islam como una religión, y comenzar a entenderlo como una cosmovisión, un proyecto ideológico que interpreta la realidad en su totalidad: económica, social, cultural, ética, política y, entre ellas, espiritualmente. 

En este contexto, no se puede abordar al Islam, a “los países islámicos”, “los musulmanes” o “las musulmanas”, como un todo homogéneo o un modo de vida monolítico, como se intentó construir históricamente desde el mundo occidental, ya que incluye una población diversa y heterogénea de 1.900 millones de personas en latitudes geográficas y sociales muy diversas, y por lo que sería imposible que se viva y exprese de igual forma en todos lados y en cada persona.

No es lo mismo ser una mujer musulmana en los países árabes o islámicos, que en Europa, Estados Unidos o Latinoamérica. Y, a su vez, no es igual serlo al interior del mundo musulmán, donde cada país ha implementado políticas, leyes e ideas distintas, que van desde un Túnez con aborto legal establecido en 1973, hasta un Arabia Saudí que aún permite la lapidación y donde recién hace unos pocos años se autorizó a las mujeres a conducir autos. 

Lo que siempre entra en juego ante la concepción monolítica y superficial de las mujeres musulmanas, es la mirada del hemisferio occidental y de los feminismos occidentales sobre estas mujeres: una mirada racista, islamófoba y paternalista. 

La imagen de la mujer occidental libre se ha construido en el imaginario social como oposición a la mujer árabe o musulmana, que parece estar velada, encerrada, oprimida, pasiva, con su voz y su capacidad de agencia totalmente anuladas. Por lo que “hay que salvarlas”, “sacarlas” de sus países, de su religión o de su cosmovisión con tal de adaptarlas a los parámetros de vida, y de perspectiva feminista, de Occidente.

Para el feminismo islámico, la crítica vale tanto para el patriarcado entre los musulmanes y las leyes islámicas, como para el feminismo hegemónico occidental. Entienden que es un discurso colonialista y excluyente de las mujeres del llamado Tercer Mundo: la mujer musulmana les significa un mero objeto de estudio, nunca un sujeto en sí misma, concebida como subdesarrollada, analfabeta, pasiva, sexualmente reprimida. El estigma alentado por occidente ha decidido que la vida de las mujeres musulmanas que viven en el mundo islámico está sobredeterminada por el Islam.

Y entonces se pregunta, ‘¿cómo puede una mujer musulmana, que sigue “una religión machista”, que usa hiyab, ser feminista? ¿Cómo puede serlo si el feminismo no se condice con el Corán, las leyes islámicas y sus tradiciones? ¿Cómo las salvamos si ellas no tienen voz, no pueden hacer nada, sufren pasivamente?’. 

El feminismo islámico vino a dar una vuelta a este debate. No solo puedo ser feminista -dicen estas mujeres-, sino que también puedo construir una trasformación feminista desde la religión, con o sin velo, pero particularmente desde y con el Islam y el Corán.  

Antes de sumergirnos de lleno en la propuesta de este feminismo tan poco reconocido en el mundo, es necesario comprender que la cuestión de género en el mundo islámico no surge sin raíces ni cimientos. El feminismo islámico se nutre de la tradición feminista de las mujeres en el mundo árabe de los siglos XIX y primeras décadas del XX, fundamentalmente en Egipto, Líbano y Siria, donde comienza la Nahda o “despertar cultural árabe”. 

En ese momento, muchas mujeres se posicionaron en torno a una ideología feminista, que era secular, laica y nacionalista, ya que nacía en el marco de los procesos de los movimientos nacionalistas árabes, que intentaban desprenderse del colonialismo europeo y de la dominación del Imperio Otomano. También la idea de modernidad social y política estaba latente e invitaba a igualar feminismo a modernidad, y religión a tradición y atraso. Por esta razón, el feminismo árabe supo ir en contra de la religiosidad al interior del movimiento, con una concepción en la que ‘ser moderno’ equivalía a sacarse el velo o el hiyab, y en la que esencialmente feminismo e Islam eran incompatibles.  

Las mujeres árabes, a quienes les llevó tiempo definirse feministas porque entendían este concepto como propio del colonialismo y ajeno a sus luchas, obtuvieron avances significativos al calor de la resistencia. Por ejemplo, en Egipto aumentó el número de mujeres universitarias, se consiguió el derecho a voto y a elección en el país y, por primera vez, una mujer fue ministra. 

Una figura clave de estos logros fue la egipcia Huda Sha’arawi, pionera del movimiento feminista egipcio y árabe, quien realizó uno de los actos más simbólicos y revolucionarios para la época: en 1923 se quitó públicamente el velo frente a cientos de mujeres que habían ido a recibirla a la estación de El Cairo tras asistir a un congreso de la Alianza Internacional de Mujeres en Roma. 

“El velo arrancado”, Huda Sha’arawi – Archivo

Shaarawi luchó por la educación de las mujeres y su derecho a la vida pública. Reivindicó el voto feminino, acceso al mundo laboral, prohibición de la poligamia, aumento en la edad de matrimonio de las niñas, entre otras causas. Consiguió el permiso para realizar reuniones de mujeres en la Universidad Egipcia, fundó en 1920 el Comité Central de Mujeres del Partido Wafs (primera organización política de mujeres de la región) y en 1923 la Unión Feminista Egipcia (primera organización feminista del país), desde donde se planteaba la necesidad de facilitar el acceso a la universidad y la función pública, pero también cuestiones relativas al velo, el divorcio o la poligamia. 

Partiendo de estas bases de organización de las mujeres, el movimiento feminista islámico emerge cerca de los años 90, pero en otro contexto totalmente distinto: en el escenario árabe se consolidaba la reislamización de los países y las sociedades, un proceso que había comenzado en los años 70.  Las sociedades y los Estados árabes atravesarían un giro hacia el conservadurismo, motivado por varios acontecimientos, como la victoria de Israel en la guerra de los Seis Días -en 1967- y el consecuente fracaso del proyecto de unidad de todos los pueblos árabes, y el enriquecimiento de los países del Golfo, que aprovecharían las necesidades económicas y el descontento popular presente en diversos Estados árabes para difundir un modelo de islam tradicional de corte conservador. Con esto, se promoverían acciones patriarcales, restringiendo la presencia de las mujeres y su posibilidad de interferir en la esfera pública.

En este marco, las mujeres musulmanas empezaron a construir una identidad feminista como respuesta a esta opresión. Sin embargo, contrario a lo que se podría suponer si no nos interiorizamos en el tema, no se originó como resistencia a la islamización que se materializaba en sus territorios, sino para aportar una perspectiva feminista que pise fuerte en ese proceso de cambio. Reconociendo las estructuras brutalmente patriarcales en las sociedades de mayoría árabe o musulmana, pero sosteniendo que no son una problemática ni exclusiva ni intrínseca de estas realidades.

La organización feminista Sisters In Islam (Hermanas en el Islam) fue creada por referentas como Zainah Anwar y Amina Wadud, entre otras, en 1988 con la impronta de responderse: “Si Dios es justo como el Islam, ¿por qué las leyes y políticas hechas en nombre del Islam crean injusticia?”, y comenzó una búsqueda perseverante de soluciones al problema de la discriminación contra las mujeres musulmanas en nombre del Islam. 

Este feminismo piensa y lucha desde el Islam: la fuente de su emancipación, de la igualdad de género y la liberación femenina, la encuentran en el Corán y en la tradición del Profeta Mahoma. Las mujeres musulmanas plantean que para transformar las problemáticas de género y las violencias contra las mujeres en estas sociedades, no debe excluirse su religión y su modo de entender el mundo, porque el Islam no es intrínsecamente patriarcal: el patriarcado dentro de los países islámicos es el resultado de la forma en que los intérpretes masculinos han leído los textos islámicos. 

Es decir, sostiene que la opresión de las mujeres tiene que ver con la lectura e interpretación sesgada que los hombres han hecho hace siglos de los textos sagrados. Y, por lo tanto, para luchar contra el patriarcado deben deconstruirse las interpretaciones machistas y encontrar en las palabras y pasajes del Corán y de la tradición del Profeta, la igualdad y la libertad de las mujeres. 

Una tarea que se vuelve esencial teniendo en cuenta que la interpretación del Corán afecta la forma en que se redactan e implementan las leyes islámicas o la Sharía. Y una tensión entre texto sagrado e interpretación que es fundamental para que muchas mujeres musulmanas, que en reiterados casos pasan su vida creyendo que hay violencias justificadas por la tradición islámica, den con la posibilidad de pensar que la ley islámica no es divina, sino que puede estar sujeta a discusiones.   

En este sentido, como ha dicho Zainah Anwar, “Invocar a la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW) no es suficiente para convencer a estas mujeres (musulmanas en Malasia) de sus derechos, porque no tiene ninguna resonancia para ellas. El Islam, por otro lado, es una fuente de valores y principios”. Anwar camina las aldeas de Malasia para contarles a las mujeres sobre sus derechos, donde se enfrenta a preguntas sobre la ley islámica del tipo ‘¿No dice el Islam que un hombre tiene derecho a golpear a una mujer? ¿No dice el Islam que una mujer debe obedecer a su marido? ¿No dice el Islam que un hombre tiene derecho a tener cuatro esposas?’. La difusión de la re-interpretación y re-apropiación del Islam se vuelve también tarea urgente para este feminismo.

Frente al feminismo islámico, resurge el escandaloso fantasma que tanto preocupa al feminismo hegemónico y, por qué no, al árabe: feministas con hiyab. El velo no resulta un símbolo de la opresión para muchas de las mujeres musulmanas identificadas con este feminismo. La dicotomía entre mujer cubierta como sinónimo de sumisa y descubierta como equivalente de empoderada recae en un reduccionismo solo basado en estereotipos externos. Más bien -explican las feministas islámicas- el problema radica en el criterio de libertad que lo rodea: su imposición, en países como Arabia Saudí e Irán, o su prohibición, en países que se pretenden voceros de la libre elección. 

Muchas mujeres entienden al velo o hiyab como una identidad política, a través de una espiritualidad que le da un significado liberatorio. Y, lejos de encontrarlo un modo de opresión, ven en el velo un caballo de Troya que Occidente ha utilizado muchas veces para esconder sus agendas socio-políticas coloniales, en las que el discurso feminista -o que se propone como tal- no queda excluido.

Huseyin Aldemir / REUTERS

Algunas activistas del feminismo islámico dirán que en el Corán hay ciertos rastros machistas que han sido “sobredimensionados” por la tradición islámica y que son reflejo de la cultura patriarcal dominante en Medio Oriente al momento de su interpretación. Otras investigadoras del tema, como la referente sirio-española Sirin Adlbi Sibai, dirán “El feminismo islámico es una redundancia. El islam es igualitario”, y en realidad lo patriarcal es el colonialismo -también al interior del feminismo-, por lo que hay que ir más allá, hacia un pensamiento islámico decolonial.   

En este punto es importante destacar que el feminismo islámico no se articula concretamente como un activismo territorial, al menos hasta ahora, como sí lo hizo y hace el árabe, sino más bien se construye como un pensamiento académico e intelectual, que encuentra su motor no tanto en los países islámicos, sino en mujeres musulmanas que viven en Estados Unidos o Europa, donde han tenido mayor acceso a la lectura y la reflexión a partir de los textos sagrados.  A diferencia del feminismo árabe, que se reconocía nacionalista, este nace al mismo tiempo en el mundo islámico y en Occidente -a partir del crecimiento de las sociedades musulmanas-, por lo que se trata de un movimiento mundial.

Del mismo modo, debe resaltarse que la lucha de las mujeres musulmanas contra las violencias en los Estados islámicos existe: contra la mutilación genital femenina, la poligamia, los crímenes de honor, las pruebas de virginidad, los matrimonios forzados o infantiles, por el divorcio, derechos de familia, entre otros. Aunque aún no logra articularse en torno al denominado feminismo islámico y, necesario aclarar, varía muchísimo de acuerdo al país, las experiencias de las mujeres allí, la organización política, las intervenciones extranjeras, la militarización del territorio, etcétera. 

Hace poco más de una década el feminismo está en ascenso en los países del mundo islámico. Durante las protestas conocidas como la Primavera Árabe (2010 – 2012), la participación de las mujeres árabes y musulmanas en el proceso político ganó una nueva visibilidad y marcó un nuevo punto de inflexión en el movimiento de mujeres, que se constituyó como un actor político. La mirada atónita de Occidente ante la resistencia feminista en la región no se corresponde con la larga historia de defensa activa de las mujeres árabes y musulmanas por sus derechos y su emancipación. 

Sin embargo, los avances que resultaron de la Primavera Árabe han estado más vinculados a cambios en la cultura y la conciencia social de las mujeres, que con progresos en el ámbito de los derechos y las libertades. Asimismo, en un momento de cambio y agitación dentro del mundo islámico, las mujeres se están articulando cada vez más en una visión del futuro que incluye la igualdad de género y la justicia social de la mano de su fe. Más aún, tiene el feminismo islámico un gran camino por recorrer ahora que son cada vez más las mujeres musulmanas con acceso a la lectura del Corán, y que ya no dependen de interpretaciones mediadas por hombres. 


Referencias:

https://rebelion.org/el-feminismo-se-abre-paso-en-el-espacio-islamico-en-medio-de-la-controversia/
https://elpais.com/elpais/2017/01/30/mujeres/1485795896_922432.html
https://elordenmundial.com/el-feminismo-arabe-contra-el-patriarcado-mundial/
https://elordenmundial.com/feminismo-islamico/


Delfina Venece
Delfina Venece

Nací en el interior de Buenos Aires: los porteños nos confunden con Parque Chacabuco. De crianza gorila, devenida en pseudo-troska por contraste, hoy peronista por convicción. Mi canción favorita a los 10 años era Los Salieris de Charly, de León Gieco.


Malí, entre el golpismo y los separatismos regionales

Malí, entre el golpismo y los separatismos regionales

TIEMPO DE LECTURA: 9 min.

El pasado 18 de agosto se empezó a gestar un golpe militar en Malí, país de África Occidental, ubicado en la región conocida como Sahel. Para el amanecer del 19 de agosto un motín militar puso punto final al gobierno del presidente Ibrahim Boubacar Keita, quien fue encarcelado junto a muchos de sus funcionarios.

Francia, ex metrópoli colonial de la nación africana en cuestión, protestó rápidamente contra esta acción del llamado Comité Nacional para la Salvación del Pueblo, liderado por el coronel Assimi Goita. Luego se sumaron al repudio la Comunidad Económica de África Occidental, la Unión Europea, la Unión Africana, Estados Unidos y el Banco Africano de Desarrollo. Por su parte los rebeldes militares anunciaron que iban a llevar a cabo una “transición democrática” de tres años para Malí. En Bamako, capital maliense, y otras partes del país hubo festejos callejeros ante la caída del régimen de Keita.

Malí lleva su nombre por un viejo imperio africano saheliano que duró del 1235 al 1546. La prosperidad de este imperio se debió al comercio transahariano de cuero, sal, oro y telas. Tombuctú, Gao y Djenné fueron los centros económicos y culturales más importantes de esta civilización. Luego llegó el Imperio de Songhay, que gobernó en los siglos XV-XVI. Después se sucedieron una serie de pequeños estados: el reino de los pueblos bámbara de Segu, el reino bámbara de Kaarta, el imperio peul de Macina, el imperio de los tokolores, el reino de Kenedugú y otros más pequeños.

En el siglo XIX los bámbaras y los Dogón, que habían resistido a la islamización hasta entonces, fueron víctimas de una “guerra santa” llevada a cabo por el famoso jefe musulmán El Hadj Umar Tall, quien movilizó a los Tuareg (grupos de nómadas de la etnia de los Imazhigen, de la familia de los llamados “pueblos bereberes”). Este último pueblo se afincó fuertemente en el norte del país y llevó una vida autónoma pese a la aparición de varios estados, aunque conservando un fuerte espíritu musulmán purista dentro del grupo Sunna.

La junta militar de Malí

En el siglo XIX llegaron los colonialistas franceses. Malí, con el nombre de “Alto Senegal-Níger”, se convirtió, en 1895, en una colonia francesa integrada al “África Occidental Francesa” con una parte de Mauritania, Burkina Faso y Níger. Kayes fue el centro administrativo hasta 1907, cuando Bamako pasó a ser la capital. En 1920 cambia su nombre a “Sudán francés”. Los Tuareg resistieron en el norte, pero fueron derrotados. Los pueblos bámbaras, tokolores, peules y fulanis se integraron en el sur del país y sus elites se asociaron al dominio francés. Sin embargo, en los albores del siglo XX surgieron fuerzas nacionalistas independentistas alrededor de Bamako que fueron un malestar para Francia.

Hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, toda actividad política estuvo prohibida en la colonia. En 1946, se crea en Bamako el partido independentista para la Reunificación Democrática Africana (RDA). En 1956 el “Sudán francés” se convierte en una república autónoma de la Comunidad Francesa. El 17 de enero de 1959, se une a Senegal formando la “Federación de Malí”, que proclama su independencia el 20 de junio de 1960. Esta federación estalla algunos meses más tarde y la república de Malí se proclama el 22 de setiembre de 1960.

El país se hace miembro de la Organización de las Naciones Unidas unos días más tarde y de la Unión de Estados Africanos en abril del año siguiente. El carismático líder independentista africano Modibo Keita será su primer presidente. Malí se unió al Movimiento de Países No Alineados en 1961, apoyó a todos los movimientos rebeldes anticolonialistas en África, condenó el apartheid sudafricano, simpatizó con la Revolución Cubana y estableció relaciones diplomáticas y comerciales con la Unión Soviética muy intensas.

Bajo Modibo Keita se instauró un régimen de partido único con algunas reformas socializantes para salvaguardar los recursos naturales del país, sobre todo el oro del sur y las reservas de fosfato y uranio en la región septentrional. En 1968 Modibo Keita fue derrocado por un golpe militar liderado por Moussa Traoré, quien se acercó un poco a Occidente y sobre todo a Francia.  Malí se vio afectado por las hambrunas desde 1968 a 1974 y por las que ocurrieron desde 1983 a 1985. Entre 1985 y 1986 el país entró en guerra con el gobierno revolucionario de Thomas Sankara de Burkina Faso. Después de varios meses de rebelión armada el régimen de Traoré cayó el 26 de marzo de 1991.

Los grupos rebeldes Tuareg del Azawad.

Un gobierno provisional se estableció para organizar la transición. La nueva constitución fue aprobada por referéndum el 14 de febrero de 1992. Alpha Oumar Konaré fue el vencedor de las primeras elecciones libres desde la independencia de 1960.  No tardaron en llegar los primeros planes de ajustes orquestados por el Fondo Monetario Internacional, mientras las empresas francesas y estadounidenses invertían en la explotación de uranio. Los tecnócratas invadieron las oficinas de gobierno. Además, los franceses volvieron con todo en su afán neocolonialista, enviando asesores económicos, técnicos, militares y culturales a Malí.

En 1997 Konaré sería reelegido en las elecciones de mayo de 1997. En mayo de 2002, el general Amadou Toumani Touré, candidato de la oposición, fue electo en la segunda vuelta presidente de la república. En los años recientes el gobierno de Malí debió afrontar varias rebeliones de los Tuareg, producto de la represión y marginalidad en la que estos han sido obligados a vivir. Entre 1990 y 1995 se produjo una gran rebelión en el norte del país. En 1994, con los acuerdos de paz, el gobierno logró integrar a sus tropas a 1500 rebeldes Tuareg y otros 4860 volvieron a la vida civil. A pesar de esto, los acuerdos no fueron respetados y se produjo entre 2007 y 2009 una nueva rebelión Tuareg que costó 20.000 vidas en el país y también en el vecino Níger.

Ibrahim Boubacar Keita llegó a la presidencia en 2013 y prometió enderezar al país. Keita se convirtió en un mero presidente rodeado de tecnócratas muy asociados a los intereses de Francia, la Unión Europea, Estados Unidos y el Banco Africano de Desarrollo. Las políticas de ajuste y de represión policial no tardaron en llegar frente a las protestas populares en varios puntos del país. En el norte de Malí las guerrillas separatistas Tuareg combatían constantemente contra las fuerzas armadas locales, mientras aparecían extraños grupos islamistas asociados a Al Qaeda.

Otros grupos se declaraban herederos de los viejos guerreros imazighen (bereberes) llamados Almorávides, que consagran volver a un “Islam Puro”. Esto se ha visto como una guerra histórica interétnica entre los Tuareg del norte y los pueblos de origen bantú del Sur; ambos, no obstante, practicantes del Islam Sunna.

Keita prometió modernización, pero permitió que los franceses llegaran con sus tropas para combatir a los separatistas, a los que se acusó de ser brazos armados de los yihadistas de la talla del Daesh (ISIS). Esto generó indignación entre las poblaciones Tuareg y muchos grupos políticos nacionalistas. Dentro de las filas de las Fuerzas Armadas también aparecieron grupos nacionalistas muy enojados con Keita y su política filofrancesa intensa.

No contento con ello, Keita también recurrió al Reino de España, que envió tropas para ayudar a Francia. Madrid mantiene en la actualidad 200 militares en el país y dentro de unos días está previsto que leguen 97 más. La mitad de la población maliense vive debajo del umbral de la pobreza internacional, establecido en 1,25 dólares por día, y un nuevo golpe promete elecciones libres. Pero dentro de tres años.

Para muchos analistas la actitud de Francia al respecto es reveladora de sus verdaderos intereses en la región codiciada de Kidal. Rica en uranio y recursos naturales, la lucha contra el terrorismo no sería más que un subterfugio para explotar las riquezas de la región. Esos  “terroristas” no son el objetivo de esta guerra neocolonial, sino solamente un pretexto. Para la mayoría de la población maliense, la intervención francesa en su país camufla un proyecto de acaparamiento de las riquezas naturales.

Emplazada a 350 kilómetros al norte de Gao, en el corazón del macizo montañoso Adrar de los Ifoghas, la ciudad de Kidal, fue tomada a los grupos rebeldes Tuareg en 2013 tras la intervención de las tropas francesas en el marco de la “Operación Gato Serval”. Pero hubo situaciones muy extrañas.

Algunos grupos Tuareg secesionistas parece ser que pactaron con los franceses. Fue algo que cayó muy mal inclusive en el gobierno y, sobre todo, en algunos sectores militares nacionalistas. Un aspecto relativo a Kidal que suscita el recelo de los malienses es la decisión de Francia (ratificada con los acuerdos de Argel del año 2015) de otorgar el control de la ciudad al MNLA (Movimiento Nacional para la Liberación de la Azawad), algo que, en el seno de la opinión pública, es interpretado como toda una declaración de intenciones.

Desde París se estaría apoyando a los rebeldes Tuareg con la intención de desestabilizar el país. La creciente sensación de un complot urdido por las autoridades francesas ha ido ganando enteros en los últimos años hasta el extremo de alimentar un sentimiento antifrancés.

Macron felicitando a las tropas francesas en su misión militar en Malí

El pasado 10 de enero de 2020, Bamako fue escenario de una concentración contra la presencia francesa. Los manifestantes juzgan la incapacidad de la fuerza de la “Operación Gato Serval” y la misión de la ONU para poner fin a la amenaza terrorista. En respuesta a varias llamadas en las redes sociales, centenares de manifestantes han tomado este 10 de enero la plaza de la Independencia en Bamako, para protestar por la presencia francesa, que está principalmente personificada por la fuerza “Operación Gato Serval”.

Algunos de ellos también fustigaron la presencia de la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en Malí (MINUSMA). Otros, en cambio, pidieron una mayor cooperación con Rusia. Algunos militares nacionalistas hasta pensaron en romper con Francia. También algunos intereses chinos por el uranio del Sahel se hicieron presentes. Esto alertó a Francia. Ya el 4 de diciembre de 2019, con motivo de la cumbre de la OTAN en Inglaterra, Macron había abordado la situación en el Sahel y específicamente de Malí.

Pero los pretorianos de la Unión Europea y de la OTAN no temían tanto a los “rebeldes Tuareg”, sino a que algunos militares nacionalistas rompan con París y se sumen a una especie de alianza geoestratégica con Moscú y Pekín. Tropas francesas están afincadas no sólo en Malí, sino también en Chad, Níger, Burkina Faso y Mauritania. Todos estos países fueron colonias de Francia. Además se encuentran ubicados en una región donde el uranio abunda. Todo un manjar para una potencia nuclear como Francia.  

En los últimos meses, grandes multitudes encabezadas por el imán Mahmoud Dicko habían pedido al presidente Keita que dimitiera. La prensa francesa y occidental se refería a Dicko como un “populista”. Muchos seguidores de este personaje nacionalista aumentaron sus protestas contra el gobierno de Keita, pero sobre todo contra Francia. Los militares que luchaban contra los Tuareg ya estaban cansados de ser casi siervos de generales galos y el nacionalismo en ellos también se hizo sentir. Los soldados finalmente se amotinaron y habían tomado el control del campamento de Kati, cerca de Bamako.

Las tropas estaban molestas por el pago que reciben y por un conflicto continuo con los misteriosos yihadistas, además de sentir un descontento generalizado de la población con el presidente Keita.

No se sabe que pasará en lo inmediato, pero la región africana del Sahel está muy convulsionada y el crecimiento de los movimientos separatistas y étnicos adoptan un Islam wahabita muy radicalizado. Occidente teme perder las fuentes de riqueza de uranio del Sahel, pero también de oro, sal, madera de los bosques de África Occidental y otros minerales. Malí puede ser el paradigma de nuevos golpismos en otras naciones africanas subsaharianas.

Mauricio Piñero
Mauricio Piñero

Cuentan las crónicas que nació como el hijo de nadie. Luchando por la Patria Grande, como Internacionalista y antiimperialista. Tripero de alma y cuerpo, siempre junto a la patriada barrial. La historia descolonizada es mi pasión como docente de la Escuela Pública y de los barrios. Las noticias sobre los pueblos que luchan como forma de viajar hacia una verdadera justicia social global.

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