En una literatura dominada por voces masculinas y estructuras clásicas, Silvina Ocampo eligió el margen como territorio creativo. Con una prosa inquietante y personajes que desafiaban la lógica moral, construyó un universo propio donde lo fantástico revelaba las grietas de lo real. Su obra, aún hoy, incomoda, fascina y resiste toda clasificación.
¿Quién fue Silvina Ocampo?
“Hermana de Victoria Ocampo, esposa de Adolfo Bioy Casares , amiga íntima de Jorge Luis Borges, una de las mujeres más ricas y extravagantes de la Argentina, una de las escritoras más talentosas y extrañas de la literatura en español: todos esos titulos no la explican, no la definen, no sirven para entender su misterio (…)
Silvina Inocencia María Ocampo nació el 28 de julio de 1903 en la casa familiar de Viamonte 550, en la ciudad de Buenos Aires. Fue la menor de seis hermanas, después de Victoria, Angelica, Francisca, Rosa y Clara.” (Enriquez, M. 2014)
Fue una escritora argentina profundamente singular fallecida en 1993. Su vida estuvo marcada por una formación privilegiada, una sensibilidad artística precoz y una vocación literaria que se fue gestando en los márgenes del canon.
Silvina creció en una familia de la alta burguesía porteña, rodeada de institutrices francesas y británicas, lo que le permitió aprender a leer en inglés y francés antes que en castellano. Esta educación trilingüe influyó notablemente en su estilo literario, que combina precisión, extrañeza y una mirada descentrada sobre lo cotidiano.
Antes de dedicarse a la escritura, estudió pintura en París con maestros como Fernand Léger y Giorgio de Chirico, figuras claves del surrealismo. Esta etapa visual y plástica dejó huellas en su narrativa: sus cuentos están llenos de imágenes perturbadoras, atmósferas oníricas y composiciones casi pictóricas.
Su primer libro, Viaje olvidado (1937), fue una colección de cuentos que ella misma llegó a despreciar con el tiempo, pero que ya mostraba su interés por lo extraño, lo infantil y lo cruel. A partir de allí, comenzó a construir una obra que se movía entre la poesía, la narrativa breve y el ensayo, siempre con una estética inquietante y una ética del desvío.
Silvina fue parte del círculo literario de la revista Sur, fundada por su hermana Victoria Ocampo, y colaboró con Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares —con quien se casó en 1940— en antologías emblemáticas como Antología de la literatura fantástica (1940) . Sin embargo, su estilo nunca se alineó del todo con el de sus colegas: mientras ellos cultivaban lo racional y lo estructurado, ella apostaba por lo ambiguo, lo secreto y lo monstruoso.
Escritura como desvío, archivo y emancipación
La escritura de Silvina Ocampo fue un gesto de desobediencia íntima. En un entorno literario dominado por voces masculinas, racionales y canónicas, ella eligió narrar lo que incomoda: la crueldad infantil, el deseo ambiguo, la monstruosidad doméstica.
Ocampo escribió desde los márgenes —como mujer, como aristócrata, como narradora de lo raro— y convirtió esa posición incómoda en potencia estética. Su literatura no busca consagración ni claridad, sino perturbación, ternura y ambigüedad.
Silvina Ocampo corregía obsesivamente sus textos, escondía sus cuadernos y muchas veces no publicaba lo que escribía. Su relación con la escritura era más cercana al ritual que al oficio. En su poema “Las palabras”, escribe: “Las palabras que no dije / me duelen más que las que dije.”
Este verso condensa su ética del silencio: lo no dicho como herida. Lo siniestro se instala en lo doméstico, en lo infantil, en lo cotidiano. En “La casa de azúcar”, una mujer se muda a un hogar que parece absorber su identidad, hasta que su pareja ya no la reconoce. El cuento termina con una frase inquietante: “No soy la misma, no soy la que era, no soy la que él conoció.”
Aquí el cuerpo y la identidad se desdibujan, se transforman. La escritura de Ocampo desestabiliza la noción de sujeto fijo, y abre paso a una poética de la metamorfosis.
Ocampo subvierte la idea de infancia como espacio de inocencia. En “El pecado mortal”, una niña comete un acto cruel sin comprender del todo sus consecuencias. La narración no juzga, sino que observa con una lucidez perturbadora. En otro cuento, “La muñeca”, una niña se obsesiona con un juguete que parece tener vida propia, hasta que la muñeca la reemplaza: “me miraba como si supiera algo que yo ignoraba.”
La mirada infantil se vuelve espejo de lo monstruoso. El deseo, la crueldad y la ambigüedad se manifiestan desde temprano, y la escritura los acompaña sin moralizar.
Además de sus cuentos, Silvina Ocampo escribió con una sensibilidad perturbadora y lírica, condensando su universo estético y ético en formas breves y profundamente inquietantes. En sus versos, lo doméstico se vuelve siniestro, lo bello se contamina de crueldad, y el lenguaje se transforma en cuerpo herido. Su escritura poética no busca consuelo ni claridad: es un espacio de tensión, de deseo ambiguo, de memoria fragmentada.
Sus poemarios exploran la infancia, el deseo, la culpa y la muerte desde una mirada que nunca moraliza, sino que observa con una lucidez perturbadora. La voz poética de Ocampo es íntima pero nunca ingenua; es femenina pero nunca decorativa; es política en su desvío, en su negativa a encajar en las formas esperadas.
Leer su poesía es entrar en un espacio donde el lenguaje se desarma, se vuelve cuerpo, se vuelve sombra. Donde lo monstruoso no se oculta, sino que se nombra con ternura y con furia. Donde lo íntimo se convierte en archivo de resistencia.
De igual manera la obra de Ocampo puede leerse como un archivo de lo que el canon excluye: lo raro, lo femenino, lo afectivo. Sus textos no buscan ordenar el mundo, sino desarmarlo.
Se entiende a la obra de Silvina Ocampo no solo como algo incómodo por su estética perturbadora, sino también por su condición de mujer escritora en un campo dominado por voces masculinas. Su escritura encarna una forma de resistencia simbólica que hoy puede leerse en diálogo con cifras que revelan la desigualdad estructural en el mundo literario.
En Argentina, hasta bien entrado el siglo XX, las mujeres representaban una minoría en los catálogos editoriales y en los premios literarios. Según estudios recientes, menos del 30 % de los libros publicados en editoriales tradicionales eran escritos por mujeres. Mientras que en el ámbito académico, las escritoras argentinas han sido subrepresentadas en los programas de estudio y en las historias oficiales de la literatura. De hecho, fue recién en 2019 que se anunció el proyecto de una Historia feminista de la literatura argentina, como respuesta a esta omision sistemática.
El surgimiento del movimiento #NiUnaMenos en 2015 marcó un punto de inflexión: desde entonces se ha visibilizado el rol de las mujeres en el campo editorial independiente, con editores y escritoras como Mariana Docampo, Cecilia Fanti y Ana Ojeda que reivindican una literatura feminista, afectiva y politica.
Silvina Ocampo no fue incluida en la mayoría de las antologías literarias argentinas durante décadas. Su obra fue leída como “menor”, “extraña” o “femenina” en sentido peyorativo. Esta exclusión no fue casual: responde a una lógica patriarcal que privilegia la racionalidad, la estructura y la voz masculina como norma literaria.
Hoy, su escritura, puede ser recuperada como parte de una genealogía que incluye autoras como Norah Lange, Sara Gallardo, Aurora Venturini y otras voces que narran desde el margen, desde el cuerpo, desde el dolor. Leer a Ocampo desde esta perspectiva es también leer el canon de disputa, y apostar por una literatura que habilite otras formas de justicia simbólica.
Leer, reescribir, reparar
La escritura de Silvina Ocampo —y de tantas otras autoras relegadas— nos invita a pensar la literatura como un campo de disputa simbólica. La solución no es solo recuperar sus textos, sino reconfigurar las formas que leemos, enseñamos y legitimamos la literatura. Apostar por su lectura es apostar por una genealogía que desarma el canon, que habilita otras formas de justicia emocional y que convierte el archivo en cuerpo vivo.
Según el dossier estadístico del INDEC por el día internacional de la Mujer, las mujeres siguen siendo minoría en espacios de decisión cultural, y enfrentan desigualdades en el acceso a la publicación y la visibilidad.
La apuesta no es solo académica o editorial: es afectiva, comunitaria, política. Leer a Silvina Ocampo desde esta perspectiva es también leer nuestras propias heridas, nuestras formas de resistencia, nuestras escrituras posibles. Es habilitar un espacio donde lo monstruoso no es censurado, donde lo íntimo no sea ridiculizado, donde lo femenino no sea decorativo.
La literatura de Ocampo nos recuerda que el lenguaje puede ser cuerpo, archivo, resistencia. Que lo monstruoso puede ser bello. Que lo íntimo puede ser político. Y que escribir —como ella lo hizo— puede ser una forma de no desaparecer.

