Sobre Como corderos, de Juan machado. Libro de cuentos publicado por la editorial “Azul Francia”
Machado viene del campo, conoce la tradición. Sabe que en los pueblos es costumbre elegir quienes son los otros a los que hay que odiar, que todo el mundo conoce a los monstruos y que la inocencia dura lo que la dejan durar. Así construye una familia más poblada de muertos que de vivos, los Funes, y un pueblo, La Cuenca, donde el diablo perdió el poncho pero no su influencia. Todo lo que suceda aquí será terrible, porque el mal, como los muebles y los muertos, también se hereda.
Tradición. Sarmiento dijo “el mal que aqueja a la República Argentina es la extensión: el desierto la rodea por todas partes, y se le insinúa en las entrañas…esta inseguridad de la vida, que es habitual y permanente en las campañas, imprime, a mi parecer, en el carácter argentino, cierta resignación estoica para la muerte violenta”. Barbarie, dijo. El campo es barbarie. Muerte violenta y resignación. De eso está lleno Como corderos y los Funes son su máxima expresión.
Vamos a presentarlos: “El viejo se veía que era malo a la legua y a la vieja le sentías el olor a chupe desde antes de que llegaran al pueblo”. De los varones, “Cuatro de los seis ya habían muerto, incluso antes de que naciéramos los más chicos”. Accidente, enfermedad, suicidio, linchamiento, cada uno con su altar. Después están Nicandro, Martín y Haydee. Los Funes, entreverados con la muerte. Machado les da vida, les insufla un resentimiento viejo y los suelta en el campo, para que cada uno se encuentre con el final que le toca.
Y sin embargo ¿Dónde está la civilización, entonces? ¿En la demoníaca presencia del Padre Macario? ¿En la perversidad abusiva de los Muller? ¿En la velocidad del juicio de los decentes, de su mano que castiga y mata al inocente sin querer escuchar voz o réplica? ¿En la heredada sentencia de que el indio, por indio, es escoria y no merece perdón ni despertar remordimiento, siquiera? Sarmiento también dijo que no tenía sentido intentar educarlos, que aquí también deberían haber hecho como en Estados Unidos, y barrer con todos.
El texto está lleno de sentencias como ésta. Máximas inquebrantables que resuenan en la sangre, que son indiscutibles porque limitan el universo de lo posible. Los niños de la familia pueden repetirlas de memoria porque casi que es lo único que tienen. Son heredadas como los muebles, como los muertos y como el mal. Por estas sentencias se vive y se muere, se dura,
se aguanta, se queda, se mata. Ponen a cada uno en su lugar. Muchas de estas frases son las más hermosas del libro. “Padre nos enseñó que hacia un miedo se camina rápido. El miedo es algo que uno se tiene que sacar de encima lo más antes posible”. Tienen un brillo tenebroso y seductor, son como huesos que emergen limpios y brillantes en una huerta.Tientan. El resto de su mundo es un silencio tangible, separado en segmentos por disparos como signos de puntuación, a veces de exclamación, nunca de pregunta. Aquí nunca se mata sin decisión.
Tradición. Borges dijo que el cuento es la idea y la novela el personaje. Machado no sólo le robó a Borges un nombre, Funes, sino que también puso en jaque esta idea. Cada una de las historias que componen este libro es un cuento, pero no. Cada una de las historias es un capítulo de una novela, la de los Funes, pero no. Son los personajes: la brutalidad de su devenir, la soledad de su existencia, la taciturna violencia de sus modos y de su muerte. Son sus ideas: el debate sobre la tradición, la ambigüedad de la barbarie y el peso de las sentencias. Como corderos camina una fina línea entre los géneros, no me importa cómo lo vendan. Usa los personajes para machacar una idea y forja a los Funes al fuego de las discusiones que incita.
Este libro es como una silla tallada entera desde una sola pieza de madera, con un cuchillo heredado, mango de asta de ciervo y hoja naranja de óxido. No es un trabajo fino ni elegante, no imposta formas inútiles ni extranjeras, pero está hecho con habilidad y decisión por las manos de alguien que conoce la madera y conoce el cuchillo. Quién lo vea lo identificará no por su belleza, sino por la brutalidad de sus líneas. Quien se siente en esta silla no estará cómodo, pero tendrá de dónde agarrarse. Luego recordará por semanas las astillas hundidas en la carne. Este es un libro que sabe doler.

Juan Fernández Marauda
Nació en Lanús, en 1988, pero creció en el Valle Inferior del Río Chubut. Trabaja en el cruce entre salud mental y escritura en un hospital de día. Es escritor, editor, librero y coordina el taller de escritura PULP! en la ciudad de La Plata. El puente de las brujas, su primera novela, fue publicada por EME en 2020 y Esplín Tropical (México) en 202

